20 de agosto de 2008

LOS COLORES DE LA BOHEME (2ª parte)

Raul. La belle epoque

A través de las desvencijadas persianas comenzaba a filtrarse la luz, matizando la penumbra.
Los primeros rayos de sol dibujaron un resplandor dorado sobre la imagen de Greta Garbo. Colgado en la pared, el gran retrato en blanco y negro de la actriz, ataviada con adornos orientales, parecía velar el sueño de aquel joven que dormía plácidamente sobre un jergón en el suelo.
Al despertar, Raul se recreaba en el gozo de contemplar los ojos de aquella diosa que desde hacía unos meses reinaba en la habitación de paredes moradas. Y se sentía dichoso.
Por primera vez en su vida llevaba una vida independiente en aquel lugar que consideraba su refugio y en el que se sentía protegido y arropado.
Nada que ver con la ruidosa vivienda del piso inferior a la que solo bajaba por un tácito acuerdo con su madre para hacer convivencia familiar alrededor de la mesa o para hacer uso del cuarto de baño.
Ella había claudicado ya en sus continuos reproches a que ocupara aquella vivienda y, siendo evidente que nada de lo que su hijo había hecho le desagradaba del todo, permitió esa emancipación parcial, proporcionándole incluso algunos muebles y utensilios básicos. A cambio de esos favores, Raul le tendía la colada en la terraza y se la bajaba cuando ya estaba seca.
La transformación del lugar era importante. En realidad todo seguía siendo igual de viejo y destartalado que antes pero se apreciaban ahora tantos toques de buen gusto y tantos detalles originales por todas partes que en lo que antes pareciera una fría cueva se vislumbraba ahora un acogedor hogar.
Muchas de las paredes estaban pintadas con alegres colores. Otras tenían dibujos de hiedra, de tallos y hojas y otros motivos vegetales que disimulaban oportunamente las grietas de algunas superficies.
No existían puertas en las dos entradas al salón y en su lugar había cortinas para cubrir y adornar esos huecos. Una de colorida lana trenzada y otra de abalorios de plástico que imitaban piedras preciosas .
Con algunas cajas de refrescos y una de las puertas desechadas cubierta por una blanca sábana ribeteada en azul, había creado Raul su mesa principal ocupada en su mayor parte por libros, folios y manchas de café.
Colocadas en lugares estratégicos, velas y quinqués conseguidos en un rastrillo iluminaban la estancia durante la noche con una luz tan íntima y cálida como si de un cuento de las mil y una noches se tratara y en ese exótico ambiente se respiraban aromas de incienso, sándalo y hierbabuena.
Se afanó en abrir la atascada puerta del aseo y al hacerlo descubrió con gran sorpresa que la bañera estaba repleta de libros de bolsillo y singles de vinilo como si alguien hubiese querido protegerlos efusivamente pero acabara por olvidarlos. La bañera le pareció un bote en medio de un océano oscuro y silencioso que en su interior acogía a los mudos supervivientes de algún misterioso naufragio.
Pasó tardes muy amenas repasando esos libros, viejos pero bien conservados, leyendo los títulos y hojeando los más atractivos. En días sucesivos los fue colocando en improvisadas repisas por toda la casa.
No tenía posibilidad de escuchar los discos hallados pero utilizó las cubiertas más vistosas como pequeños cuadros que decoraron otros muchos lugares de su hogar y se divertía canturreando canciones que inventaba a partir de aquellos títulos que en su mayoría no había oído jamás.
Pero entre todas estas cosas que tan bellas resultaban a sus sentidos, aquella silla roja aún era el alma y emblema de su hogar. Había sido de tanta utilidad que unas veces le sirvió de bandeja para algún desayuno dominical y otras como base para alguna maceta o quemador de inciensos. Aquella silla le serviría para hacer ejercicio o como oportuna escalera para cambiar alguna bombilla. Sobre ella, su viejo aparato de música reproducía cintas con antiguas canciones de Mina y de otros artistas melódicos franceses e italianos, perfectas para soñar despierto o para amar a algunas princesas a las que invitaría a subir furtivamente y de puntillas a su castillo secreto.
Las nalgas desnudas de algunas de aquellas mujeres también debieron descansar sobre su apreciada silla roja.

Poco imaginaba Raul que aquella feliz e intensa vida bohemia que empezaba a disfrutar iba a ser tan efímera. Aquellos despertares mirando a los ojos de Greta Garbo que tanto le emocionaban iban a durar poco.
Su paraíso particular tenía los días contados.
Pero eso él aún no lo sabía.

Carmina. Rosas y espinas

28 febrero 198..

Mi madre ha venido a verme.
La semana que viene hará un año que me independicé y ella aún no se había acercado a ver mi piso. La de veces que le había dicho que se pasara y nunca le venía bien y se me presenta precisamente hoy que tenía previsto poner un poco de orden y llenar ese triste frigorífico que no tiene más que una coca cola y medio limón mohoso.
Al principio ha entrado sin mirar nada, como si lo conociera de toda la vida. Después de un buen rato sentada y de preguntarme mil veces si estaba bien me ha pedido que se lo enseñara. Cuando ha visto a los dos gatos sobre mi cama ha dado un respingo. Sabía que yo tenía uno y nunca le pareció buena idea. Le he tenido que explicar que este otro es un amigo de Fum que aparece de vez en cuando y que igual que viene se va. No le ha hecho gracia.
Yo rezaba porque no abriera la nevera pero lo ha hecho. El respingo ha sido más fuerte que con los gatos. “Te vas a enfermar” me decía preocupada. No se dejaba convencer de que iba a ir hoy a comprar, que hago una compra fuerte y no la vuelvo a hacer hasta que no apuro todo. “Ay, hija, a saber cómo vives. Te vas a enfermar el día menos pensado” La hubiera sacado a la terracita para que cambiara un poco su visión de las cosas pero entre que hacía bastante frío y que he recordado que allí hay un cenicero con demasiadas colillas he pasado por alto la idea. Ella ha atisbado un poco entre los visillos de todas formas y se ha marchado con una imagen horrible de mi vida aquí.
Ahora que escribo esto tengo un mal sabor de boca por todo lo ocurrido. Me hubiera gustado cogerla de las manos y decirle: “Mamá, tranquilízate, mírame a los ojos. Soy muy feliz aquí. Me encanta este lugar”
Pero eso me es fácil pensarlo ahora, en su momento no me sale.
Creo que sigue resentida por la determinación que tomé en su día. Seguro que continúa pensando que yo lo tenía muy claro y que me marché sin miramiento alguno. No sabe ella cuánto lloré algunas noches por lo mucho que la echaba de menos y que cada vez que iba a casa y la veía o mi hermana me hablaba de ella se me ponía un nudo en la garganta y creía que me iba a morir de tristeza.
Al final se me han quitado las ganas de salir a comprar. Lo haré mañana.

1 de marzo de 198..

He estado tomando café con mi hermana y le he contado la visita de ayer. Me ha subido bastante la moral gracias a su sentido del humor. Me río mucho con ella. Al principio, como a mí, no le gustaba mi piso. Decía que estaba en un callejón de mala reputación de esos en los que sólo viven prostitutas. Pero con la transformación también ha cambiado de parecer y ahora lo llama el nidito. Me ha dicho que gracias a mi pisito de soltera, ve una relación más normal con mi madre, porque a mi edad parecía aún una adolescente en plena efervescencia hormonal.
Después me he ido a hacer la compra y cuando he vuelto al piso cargada de bolsas he encontrado unas cuantas más en mi puerta. Eran de mi madre que, al no encontrarme en casa, las había dejado allí. Al mismo tiempo que guardaba la leche, la fruta y las verduras que había en sus bolsas, no podía dejar de llorar. Estaba agradecida por el detalle pero al mismo tiempo me apenaba pensar que se preocupara tanto por mí.

6 de marzo de 198..

Me encanta fumarme un cigarro en la terraza por la noche antes de dormir. Anoche preparé mi ritual para pasar una velada maravillosa conmigo misma. Un poleo bien caliente, la mecedora con mi manta favorita, música de Charles Aznavour con el volumen bajo y un cigarrillo para echar el humo hacia el firmamento mientras contemplo la luna sobre los tejados. Todo eso y mis pensamientos.
Ni la persona más rica del mundo se sentiría mejor que yo en momentos así.

2 comentarios:

Ángeles dijo...

Aquí estoy, leyendo a los clásicos :-)
Me ha encantado la imagen de la bañera llena de libros y del chico repasando los títulos y colocándolos por la casa.
Me ha encantado también el montón de usos diferentes que le has dado a la sillita roja.
Y me ha encantado la ternura disimulada entre la madre y la hija.

Voy por más. Hasta luego.

JuanRa Diablo dijo...

¿¿Pero qué haces tú solita por los subsuelos del infierno?? :D

Qué ilusión me ha hecho leerte por entradas tan antiguas, Ángeles. Y encima ésta se quedó sin comentar. Me alegra que hayas sido tú la que deje un recuerdo en ella.

Muchas gracias y un colorido abrazo :)