29 de septiembre de 2009

CAZADIABLOS: SUMA Y SIGUE.

Ha llegado el momento de dejar constancia de algo que tenía ganas de contar y que hasta ahora no había tenido ocasión de hacer. Les dije por correo a los autores de la hazaña que hablaría de ellos en mi blog en el mes de septiembre y, aunque sea in extremis, lo voy a cumplir.

Me consta que muchos estáis al tanto del juego de cazar diablos en Londres, pero lo explicaré brevemente para aquel que no sepa de qué va la cosa, que no quiero que se me quede nadie en la inopia.

En un viaje a Londres, mi hermano Fran escondió, a petición mía, seis dibujos de diablos por determinados lugares de la ciudad. Fotografió los sitios exactos en los que había ocultado los papeles con los diablejos y esas fotos me sirvieron para explicar a mis lectores dónde estaban y lanzar así un divertido reto: quién era el guapo o guapa que, como si de los mismísimos Indiana Jones o Lara Croft se tratara, se aventuraba a buscarlos y les daban caza.

El tiempo pasó sin que nadie diera muestras de sacar ni un triste cazamariposas del armario, hasta que cuatro meses después, Umpi me escribía para decirme con un grito de guerra: ¡¡Voy a por ellos!!
Y de aquellos seis diablos fue a la caza de tres y atrapó a dos (el otro se le escapó a los mismos pies del Big Ben) (El que quiera saber cómo lo hizo y ver fotos de aquella cacería, que pase por aquí)

El pasado 29 de julio, es decir, cuatro meses depués de aquello, recibí el siguiente correo:

Hola Juanra.

Soy Stewie, de Esperando al tren.
Hace unos días estuvimos en Londres y decidimos completar la labor que nuestro amigo Umpi había hecho.
Nos fuimos directos a por los otros tres: Westminster, Victoria y Picadilly.
Por desgracia no estaba ninguno de ellos.

En Westminster supongo que se perdió al cambiar el cartel. En Victoria había de todo pero ni rastro del diablo (posiblemente se metió detrás de la cabina, en un lugar sin acceso) y el de Picadilly sencillamente no estaba.
Por suerte, los repusimos para que siga el juego :-)
Te mando las fotos de la "hazaña", incluso de las de Pepita-Lain tratando de esconderlo un poco más en Picadilly.
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Y estas eran las fotos que enviaban: Estación de Victoria.
Papel con la inscripción:
DIABLO ALTERNATIVO COLOCADO POR PEPITA - LAIN
Y STEWIE DE esperandoaltren.com. LONDRES 13/7/09.
Para el blog A la edad del diablo.
(Y el dibujo de un diablo de lo más majete)
Pepita - Lain no escatima esfuerzos
y esconde el papel en lo alto de la cabina.
Ok, Stewie, coordenadas precisas.
Pepita escribe y dibuja en un nuevo papel
para esconderlo en la fuente de Picadilly.Renovaron el papel, respetando la idea original de Fran
de colocar una diablesa en este lugar.
¡Estuvisteis en todo, amigos!

Ahí, en ese hueco...

... de esa misma esquina.

Y por último, a la entrada de la estación de Metro de Westminster.
Stewie señala dónde dormirá el diablillo. ¿Quién lo despertará?

Stewie y Pepita -Lain, os agradezco enormemente que os prestaráis al reto que lancé y que tuvieráis el gran detalle de reponer los diablos para que el juego continúe. Espero que lo pasárais "de miedo". Gracias. (Ahora mismo os busco para que sepáis que he publicado esto)

Por otro lado quiero proponer que el juego de los diablos se convierta en una constante para todo aquel que viaje a Londres y le apetezca buscarlos. Os recuerdo que ahora mismo hay cinco, que necesito un voluntari@ que reponga el que falta en la valla a los pies del Big Ben para que vuelvan a ser seis. Una vez encontrados se pueden reponer por otros, o firmarlos, o dejar una nueva nota publicitando vuestros blogs, o que sé yo... ¡¡imaginación al poder!!

He podido rescatar el video original con sonido (al de YouTube se lo eliminaron; no sé por qué si sólo utilizo fragmentos de canciones)

Aquí lo tenéis:

Los 6 diablos de Londres - kewego
El video de la localización de los 6 diablos de Londres
Palabras clave:juegos viajes




PD. Se me acaba de ocurrir: si alguien quisiera esconder otros seis diablos por otros países del mundo que me escriba. Nombraría Príncipe Supremo de los Pecadores a aquel que viaje al Vaticano y esconda seis allí!!! ¡¡¡Sacrilegio!!!

25 de septiembre de 2009

EL DIABLO EN BARRANQUILLA ( y V)



Tomé esta foto en el interior de un autobús de Barranquilla.
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"Aquí todo es diferente", decía el cartel.
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Verdadera mente pude comprobar que existen notables diferencias entre España y Colombia en muchos aspectos. Cada país tiene su idiosincrasia que la hace particular a los ojos de los demás (Spain is different para los foráneos también) pero qué difícil encajar a veces realidades tan distintas, y aun partiendo de la base de que hemos de ver las cosas con amplitud de miras y tener predisposición a observarlas como hechos que se han establecido culturalmente a través de los años e incluso de los siglos, cuesta aceptarlas.
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Reproduzco algunos de los párrafos que escribiera mi padre en sus Anécdotas americanas como ejemplo de una de tantas particularidades:
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"Aquí el 80% de los matrimonios no sigue ningún trámite previo. Son escasos los matrimonios civiles y escasísimos los casamientos eclesiásticos. Lo típico es la unión libre. La mujer se une sentimentalmente al hombre, que se la lleva con él y todos lo ven con absoluta normalidad, siempre que la mantenga. Si él es casado y la nueva mujer se queda en su casa, basta con que la mantenga y sólo está mal visto el que no le compre un juego de dormitorio.
Se comenta: "Fulanita lleva tres meses con Fulanito y él todavía no le ha comprado el juego de cuarto, ni siquiera una cama..."
El juego de cuarto que se regala, da inmunidad al hombre, y si con el tiempo la deja y se lo regala, es incluso considerado generoso. Si el hombre se marcha dejándola embarazada no es una noticia que cause el menor impacto, por lo que hay jovencitas con dos o tres hijos, del mismo o de distintos "maridos", que tienen que sacar adelante a sus hijos, y salvo que sus maridos trabajen y tengan reconocidos a los pequeños - en cuyo caso pueden obtener una pobre pensión - tienen que valerse por sí mismas para subsistir.Si un hombre abandona a una mujer es porque ella no ha sabido hacerlo feliz o no es buena esposa, y éste es el concepto que aquí se tiene de la decisión.
Conozco a hombres que tienen varias esposas. Todo el mundo lo sabe y nadie reclama nada mientras las mantenga a todas y, claro está, les haya puesto un juego de cuarto. Cuando ya no le interesa alguna, deja de visitarla y no pasa nada, pero que no se le ocurra reclamar el preciado juego de cuarto, porque entonces la repudiada sí se sentiría ultrajada".
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Es muy propio de mí que, cuando me hallo en un entorno que no es el habitual y experimentando vivencias fuera de lo común, me haga una autollamada mental para tomar conciencia de la situación ("Eh, abre bien los ojos, empápate de todo lo que ves, porque puede que no vuelvas a vivir un momento como éste")
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En Barranquilla no iba a hacer una excepción.
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En multitud de ocasiones pensaba "¡Joder, estoy en Colombia! ¡Esto es Sudamérica! ¡Qué lejos de mi casa! ¡Parece mentira!", e intentaba que todo lo que miraba quedara grabado en mi retina para llevarme aquellas imágenes conmigo.
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De nuevo en España, quiero rememorar en mi blog algunos de aquellos momentos de mi estancia allí, con mis hermanos y nuestro padre.
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Como el viaje en autobús a Santa Marta. Un viaje a través de largas carreteras en las que proliferaban inmensos manglares a derecha e izquierda, seguro refugio de garzas y caimanes.
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O la visión de los míseros poblados a la orilla de la carretera, construidos con láminas de chapa mal ensambladas, destartalados y sucios, en los que las gallinas picoteaban entre el barro y los niños corrían semidesnudos jugando a perseguirlas. Me fijé en ellos y, a pesar de todo, parecían felices.
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O las relajadas horas que pasamos comiendo junto a la playa de Santa Marta y los baños en un mar cuya arena, al ser batida por las olas, parecía convertirse en brillante y plateada purpurina.
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Me divierte rememorar nuestro afán por leer las portadas de los periódicos que pudiéramos encontrar, pues algunos traían titulares con expresiones tan distintas como llamativas. No nos divertía la noticia dramática, claro está, sino el lenguaje empleado.
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Cómo recuerdo el viaje en aquel taxi en cuyo interior encontré a un somnoliento niño de la edad de mi hijo (que para colmo también se llamaba Samuel) y la oleada de añoranza que me hizo sentir. A la fuerza se hubo de poner de pie entre los dos asientos delanteros, recostado en el que ocupaba su padre, el taxista. Este hacía tamborilear sus dedos sobre el capó del coche, imitando el sonido de un caballo al trote.
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- ¡Eh, Samuel, ¿oyes?, un caballo! Despierta, Samuel.. Es que le gustan mucho los caballos, ¿saben? - nos decía.
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Pero al niño, aunque se esforzaba por abrir los ojos, el cansancio le vencía y se amodorraba en silencio a la vera de su padre.
Sufrí mucho en ese trayecto porque cualquier frenazo hubiera estampado al pequeño contra el parabrisas (allí nadie parece preocuparse de estas cosas) y porque me enterneció ese niño y de alguna manera, me identifiqué mucho con su padre.
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Atesoro otros muchos momentos, pero dejaré aquí escrito uno en especial, el de una tarde en la biblioteca de mi padre.
La ventana estaba abierta y de la calle llegaba el rumor de una tormenta.
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La biblioteca de mi padre me fascinó desde el mismo momento en que la vi, pues es un lugar acogedor que tiene un aire de camarote de barco, con el techo de madera y dos paredes ocupadas por estanterías con libros de arriba a abajo. A mí se me pueden pasar las horas como un suspiro cuando me encuentro en cualquier librería, rodeado de libros. Sólo el hecho de leer sus títulos y hojear los que me llaman la atención me parece un pasatiempo de lo más gratificante. Ya conté que además prefiero los libros usados a los nuevos, y en aquellas estanterías encontré cientos de volúmenes de segunda mano, viejos pero en buen estado, en los que hallé en ocasiones los nombres de las personas a las que pertenecieron y las fechas en las que fueron comprados.
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Aquella misma mañana me contaba mi padre que en los años que lleva viviendo en Barranquilla fue comprando poco a poco libros y más libros en librerías y rastrillos del centro de la ciudad, seleccionándolos con buen criterio hasta tener una biblioteca muy de su gusto.
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- Compré muchos de ellos a un librero que llegó a ser entrevistado en la televisión
- ¿Y eso?
- Tenía una librería en la que casi no podías dar un paso. Columnas de libros aquí, montones de libros allá. Y era famoso por una particularidad.
- ¿Cuál?
- Que era analfabeto.
- ¡No me digas! ¿En serio?
- Toda la vida rodeado de libros y dedicándose a venderlos y no sabía leer ni escribir.
- ¡Qué cosas tiene la vida!
- Desgraciadamente se suicidó recientemente. Creo que tenían intención de embargarle, o algo así…
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Los visillos de la ventana empezaron a abultarse y a bailar con la llegada de una fresca brisa y de repente comenzó a llover a mares. Todos mis sentidos se embriagaron con el aroma de la tierra cuando se moja por la lluvia y el de los viejos libros en mis manos. Pensé entonces que escribiría en el blog sobre el librero de Barranquilla, como acabo de hacer. Quede aquí un homenaje a su persona y al noble trabajo que desempeñó.
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- Quiero que os llevéis todos los libros que queráis – nos dijo mi padre.
- Ja, me los llevaría todos si pudiera, pero no, quédatelos aquí.
- No, en serio, llevaos todos los que os gusten, os los regalo.
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Recordé entonces aquel suceso de la mariposa negra que leí en su blog, aquel en el que explicaba por qué un buen día dejó de comprar libros y que recomiendo leáis para que, al mismo tiempo, podáis comprobar la excelente literatura que, por desgracia cada vez menos, practica mi padre y que desde siempre tanto admiro.
Uno de los libros que, no sé por qué, me traje de Barranquilla

Titular periódico Al día (Barranquilla, 14 agosto 2009) Santa Marta, Santa Marta, tiene tren...

... pero no tiene tranvía (ni falta que le hace)

El pequeño Samuel, rendido de sueño. No es Cuba, pero lo parece. Fran y Ana en la famosa fiesta de cumpleaños.

Milena, JuanRa, Ana y Valery en una noche caribeña.

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Quiero dedicar estas entradas a mis hermanos, a mi padre y a la nueva familia que allí conocimos: a la dulce Milena y a la pequeña Valery que nos miraba y nos escuchaba con verdadera admiración y en cuyas cartas se dirige a nosotros como esos hermanos mayores a los que tanto echa de menos y tanto quiere. (Os aseguro que si la hubierais conocido os habría robado también el corazón)
Dejo en estas líneas mi amor por todos vosotros.

17 de septiembre de 2009

EL DIABLO EN BARRANQUILLA (IV)


Cuando rememoro nuestra estancia en Barranquilla, un lugar me viene a menudo a la mente por lo mucho que me impactó: el mercado.


. En los alrededores de la iglesia de San Nicolás , primitiva construcción a partir de la cual nació la ciudad, se extiende, durante interminables y laberínticas calles, un gigantesco y exótico lugar que excita todos los sentidos.


Una explosiva amalgama de colores, aromas, sonidos, bullicio, música, calor… Rústicos expositores sobre los que los vendedores extienden todo tipo de mercancías: carne, fruta, verduras, legumbres, especias, ropa, juguetes…

... pescado...

... flores ... ...embutidos...

...caracoles de enorme tamaño.
De ellos se extrae su baba
para uso cosmético.

Vivos colores, mires por donde mires.

Ana en uno de los muchos callejones del mercado.
San Nicolás.
Comedores en el mercado.

Siempre al ritmo de la música.
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Fue una mañana de mucho caminar en la que observábamos todo con los ojos bien abiertos, fascinados ante un mundo tan caótico y atractivo a la vez. En muchos sentidos nos parecía estar en un mercado de Nueva Delhi, pues personas, animales y vehículos se mezclaban contínuamente como si esa fuera la manera natural de coexistir.
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Recuerdo especialmente a una predicadora con un micrófono en la mano, gritando a pleno pulmón versículos de la Biblia. En un momento dado exclamó:
"... para no caer en el pecado, porque el Diablo está aquí, el Diablo está entre nosotros"
Y por unos instantes de confusión pensé: "¡Vaya, por Dios! ¿Cómo se ha enterado?"
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La jornada terminó con un delicioso refresco: agua de cocos fríos bebida a través de un orificio en la cáscara.
Después de todo aquello, nos esperaba el placentero refugio de cada día: el patio de la casa de mi padre.
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Situado al fondo de la misma y cubierto en gran parte por un enorme mango que le brinda sombra y frescor, el patio fue siempre nuestro punto de reunión en los desayunos, las comidas y las cenas, pero también el lugar donde charlábamos sobre cualquier cosa, planeábamos las excursiones y jugábamos con Valery al ajedrez y otros juegos de mesa. Un lugar tan agradable que yo lo consideraba un oasis de paz aislado del maremágnum exterior.
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Además en aquel patio siempre había alguna visita.
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- En todo el tiempo que llevamos viviendo aquí, - nos decía nuestro padre - Milena y yo jamás hemos comido solos.
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Y es que podríamos decir que aquel lugar tenía un magnetismo especial que atraía a familiares, vecinos y amigos, y mis hermanos y yo disfrutábamos de ser espectadores en un escenario en el que iban asomando lo que Fran y yo denominamos “ actrices de reparto”, cada cual con su peculiar personalidad.
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Me gustaba la forma de mirar de Gabriela, la mujer que venía a limpiar y ayudar en la cocina, cargada de sensualidad y picardía.
Me divertía el acento de Dolly, que se dedicaba a vender boletos por las casas para hacer rifas. Cuando por cualquier motivo se alteraba, la entonación de su voz experimentaba tales altibajos que parecía que su garganta se hubiera convertido en un instrumento musical.
Era divertidísimo escuchar los tira y afloja verbales entre mi padre y Deyanira, una chica seria y muy religiosa que leía la Biblia y vestía con largas faldas.
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- Ay, señor Juan – le decía intentando mostrarse severa pero sin conseguirlo – usted no tiene salvación. Irá al infierno de cabeza.
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Nos llamaba poderosamente la atención la belleza salvaje de Lady, de piel oscurísima y brillante sonrisa y su alocada forma de posar parodiando a una estrella de cine loca y superficial. O la penetrante mirada de Wendy de abundante melena negra y brillante.
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Y es que si en algo llegamos a estar de acuerdo los cuatro hermanos es que la gran mayoría de las mujeres que vimos en Barranquilla eran realmente hermosas. A la vista estaba que la mezcla de la raza negra, mulata e india debe ser perfecta para conferir esos rasgos tan llamativos. Como decía mi hermana : “¡Qué barbaridad! Aquí la que no es guapa, es guapísima
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Y no fueron pocas las chicas que llegamos a conocer dado que, desde antes de nuestra llegada, nuestro padre y Milena tenían planeado hacer una fiesta para celebrar el cumpleaños de Fran que caía en esa semana y llegado el día el patio se adornó con globos, del árbol se colgó una piñata, se prepararon viandas y bebidas y el recinto se llenó de mujeres de todas las edades dispuestas a bailar y divertirse al son de la música (por suerte esta vez el volumen lo podía controlar yo)
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Ni que decir tiene que Fran tuvo la fiesta más femenina y alocada de su vida (allí no fue invitado ni un solo hombre y ellas, al compás de los vallenatos, hacían vibrar sus caderas y aullaban como lobas mirando a la luna)
Mi hermana aprovechó ese espectáculo tan festivo y poco común para hacernos mil y una fotos entre tanta mujer ... y además bailando!, algo tan inusual en los hermanos Cabrera.
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10 de septiembre de 2009

EL DIABLO EN BARRANQUILLA (III)


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En la costa norte de Colombia, a una hora y media de vuelo desde la capital, encontramos la ciudad de Barranquilla, la cuarta más poblada del país tras Bogotá, Medellín y Cali, con casi 1.200.000 personas.
Teniendo en cuenta que la mayor parte de la ciudad la constituyen viviendas de una sola planta, imaginad qué inmensidad de urbe para albergar a tanta gente.
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Esa es la primera impresión que tuve de Barranquilla, que era un inmenso laberinto lleno de vida en el que no había lugar, por recóndito que fuera, en el que no encontraras movimiento de tráfico y transeúntes.
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La segunda gran impresión nos la produjo el Río Magdalena, oscuro e inmenso. El principal río de Colombia bordea la ciudad antes de, como diría un poeta, dejarse morir en el mar.
En la foto desde satélite que adjunto se puede apreciar la gran cantidad de lodo y sedimentos que el río introduce en el mar y que oscurece sus aguas durante varias millas mar adentro. Este hecho da lugar a que las arenas de las playas tengan un particular color ceniciento (no en vano, el lugar donde desemboca el río se denomina Bocas de Ceniza)
En nuestro primer día de excursiones nos dirigimos a un pintoresco barrio llamado Las Flores que se encuentra junto al puerto. El lugar tiene un encanto particular pues en él existe un largo y estrecho camino de tierra que separa el río del mar.

Durante varios kilómetros el jeep de mi padre pisaba a intervalos los raíles de un antiguo tranvía que debió circular por la zona y nos permitía disfrutar de un indómito paisaje con la impresionante vista del ancho río, en un entorno selvático, a nuestra derecha y el grisáceo mar rompiendo en olas a nuestra izquierda.
El lugar en el que ambos entornos se encuentran (Bocas de Ceniza) crea una superficie parecida a la del agua en ebullición pues la corriente de agua dulce choca con la marea del mar y se abrazan para bailar vallenato.
Nuestro destino final era el estadero La Favorita donde comeríamos. En Colombia se llama estadero (no se puede ser más explícito: lugar donde estar) a lo que nosotros llamamos bar. (Por cierto, allí se conoce por "bar" una casa de putas. Las confusiones pueden ser de aúpa, digo yo)

Mi padre y Fran entre río y mar. Un aseo sobre las rocas con vistas a los expectantes cangrejos.Fran con un hermoso ejemplar listo para ser devorado. (Pezqueñines No, gracias)Aquí, el Diablo en La Favorita
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En el estadero, construido con madera en su totalidad, y con la vivificante brisa del mar en nuestros cuerpos, comimos corbina asada, patacones (rodajas de banana frita) y crujientes huevas de pescado . Todo directamente del mar a la sartén y, por supuesto, delicioso. Y el entorno era muy agradable salvo por un detalle que he de nombrar para ser totalmente sincero: el volúmen de la música.
Yo, como Diablo, me he marchado de Barranquilla contento de comprobar que dejo allí dos dignas sucursales de mi infierno: la música y el tráfico.
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No es habitual en mí escuchar cumbias y vallenatos porque no son propias de estas latitudes, pero, aunque no son santo de mi devoción, las toleraría siempre y cuando sonaran a los oportunos decibelios. No sé si en toda Colombia, pero desde luego sí en Barranquilla, la música latía con fuerza en estaderos, restaurantes y casas particulares como si el botón del volumen se hubiera roto y no hubiera forma humana de bajarlo.
Atronador.
Hasta el punto que, yendo en coche, tras dejar atrás los altavoces de un estadero, la música te acompañaba durante muchos metros. Y cuando el sonido empezaba a descender porque la distancia ya era considerable, otro estadero te recibía con nuevas sacudidas a los tímpanos.
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Es impresionante cómo se vive allá la música y el baile. Creo que la gente ya nace con ritmo y lo llevan en las venas durante toda su vida. Suena un vallenato o un reguetón y automáticamente todas las caderas en ese entorno se empiezan a menear con alegría. También es cierto que cuando uno no sabe bailar, como es mi caso, el problema es mayor. Por muchas novelas que regales a un analfabeto no le vas a alegrar nada.
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El otro infierno es, como decía, el tráfico.
En Barranquilla hay una flota de 13.000 taxis y otras tantas miles de moto-taxis, además de cientos de autobuses. Dado que es bajo el porcentaje de habitates con vehículo propio, el taxi se convierte en el principal medio de transporte. El hecho de que la tarifa no dependa del tiempo empleado sino del servicio concluído, hace que todos se muevan con prisa, para aprovechar el tiempo con todos los viajes posibles. No os será difícil imaginar mi cara cada vez que subía a uno de ellos con lo mucho que me gusta a mí la velocidad.
Sin cinturones de seguridad, sin apenas semáforos, sustituyendo los intermitentes por los bocinazos, con adelantamientos sorpresa, con invasiones de carril imprevistas, con acelerones de infarto... Cada vez que bajaba de un taxi, no os miento, me entraban ganas de besar el suelo y creo que no lloraba por vergüenza, que si no...
Mi hermano Fran se burlaba de mí. Como él ha visto más mundo me decía que eso no era nada comparado con el tráfico de La India o de El Cairo. ¡Vaya un consuelo! Porque aquello sea el Apocalipsis esto no dejaba de ser un infierno.
Mi padre nos aseguraba que le costó muchísimo acostumbrarse a esa forma de conducir en la que no sólo has de estar muy pendiente de todo sino además intuir lo que los demás piensan hacer. Eso y la práctica diaria consiguen el milagro de no ver accidentes a todas horas.
Vivir para ver.

Presiento que algunos esperaban oir hablar "de otra cosa".

Está bien, vamos allá.

En la foto: la noche en la que llegamos, enseñando a nuestro padre cartas y fotos de sus nietos .

En el angulo inferior derecho se puede apreciar el pan casero que llegó desde Almansa.

El queso, el jamón y los embutidos también llegaron sanos y salvos.!!

A estas alturas seguro que ya no queda nada.

7 de septiembre de 2009

EL DIABLO EN BARRANQUILLA (II)


Situémonos en el escenario de los hechos.

Aeropuerto de Bogotá, ciudad en la que se vive una eterna primavera, con suaves temperaturas todo el año.
Largas colas van avanzando lentamente hacia las ventanillas en las que habíamos de presentar pasaportes, pero nos sentimos felices de haber descendido por fin del avión.
Comienzan una serie de preguntas que se repetirán una y otra vez por distintos lugares de acceso.
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¿A qué ha venido a Colombia? ¿A qué ciudad se dirige? ¿Cuánto tiempo tiene pensado quedarse? ¿Dónde se va a alojar?, ¿Su padre es colombiano? ¿Y su madre? … (¿De verdad hace falta tanto? Casi nos sentimos en la necesidad de confesar cualquier crimen…)
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Nos entregan un cuestionario en el que una de las preguntas dice:
¿Es portador de algún alimento de origen animal?
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Fran no se lo piensa dos veces y marca una X en la casilla que dice NO.
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Mentira cochina. Tenemos una maleta cuyo interior guarda un enorme queso manchego, una pieza de jamón serrano y mucho embutido envasado al vacío, además de un pan casero redondo conseguido en Almansa (Albacete) casi tan ancho como la maleta. Son cosas que nuestro padre había manifestado echar de menos porque, o no se encuentran en este país o resulta carísimo adquirirlas. Sólo descartamos la posibilidad de meter aceite de oliva y un buen vino tinto por aquello de evitar líquidos sospechosos.
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Todos estamos pendientes de esa maleta en cuestión, que viene embalada en plástico desde Valencia, pues deseamos que llegue sana y salva a su destino: el estómago de nuestro padre. Declarar que llevamos tantas viandas en ella podría echar por tierra ese loable propósito y decidimos correr el riesgo.
Es entonces cuando aparece el primer contratiempo. Las maletas iban pasando por la cinta transportadora. Tomás reconoce la del cargamento comestible, la coge y, asustado, la suelta de inmediato.
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-¿Qué pasa? – le preguntamos
- ¡La maleta está vibrando!
- ¿Vibrando? ¿Cómo que vibrando?
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Pronto cae en la cuenta de lo que ha sucedido. Acostumbra a raparse la cabeza a menudo y para ello se ha traído la máquina de cortar el pelo y ésta se ha puesto en funcionamiento dentro de la maleta.
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- ¡Pero tío – protestamos – ¿cómo se te ocurre meter la máquina en esa maleta?
- ¡Joder, si la he metido en un bolsillo aparte y la he traído con las pilas agotadas!
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Llegamos a la conclusión de que las bajas temperaturas que se deben alcanzar en la bodega del avión le han recargado las pilas. Eso o que al llegar a Colombia la maquineja se ha sentido con ganas de bailar reguetón y vallenato.
El caso es que es exagerado el movimiento que tiene la maleta y que, aunque le propinamos algunos puñetazos furtivos, no conseguimos apagarla. Para ello tendríamos que desembalarla allí mismo, delante de todo el mundo y la haríamos más vulnerable de ser investigada. De nuevo tenemos que correr el riesgo y seguir adelante.
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Y así, en la zona en la que todo ha de pasar por el escáner casi no respirábamos. Imaginábamos que el hombre que mira la pantalla exclamaría: ¿Pero qué diablos es esto que se ve aquí? ¿Una bomba?
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Sin embargo, milagrosamente, nada nos dijo. ¿Cómo era posible? ¿Nadie se dio cuenta ni del queso ni del jamón ni del “abejorro” vivo del interior?
Apretamos el paso para escapar de allí, mirándonos de reojo, aliviados por la suerte que habíamos tenido.
Pero como si se tratara de un videojuego, aún quedaba el último nivel. Un mozo se ocupaba de pesar las maletas antes de embarcarlas en el avión y al coger la del baile de San Vito hizo un gesto de sorpresa y nos preguntó:

- ¿Qué hay aquí dentro? ¡Algo se mueve!
Tomás tuvo que mentir como un bellaco.
- ¿Eh? Ah, sí, en el escáner ya han visto que es una máquina de cortar el pelo. Con los golpes se debe haber puesto en marcha.
- Bueno, pero tienen que apagarla.
- Es que como va tan bien embalada…
- ¡Apáguenla! - dijo mientras entregaba a Tomás un fleje para que cortara todo el embalaje y la abriera.
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La gente que nos rodeaba se nos quedó mirando. Nadie se libra de ser sospechoso de algo si le obligan a abrir una maleta en un aeropuerto, así que nos colocamos lo más retirado posible, intentando pasar desapercibidos.
No conozco todas las Leyes de Murphy, pero estoy seguro de que habrá una que diga que siempre que busques algo en una maleta desesperadamente, no lo encontrarás jamás a menos que la abras bien y lo saques todo.
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Tomás iba metiendo la mano por todas partes, abriendo una cremallera, luego otra, después otra y la máquina parecía burlarse de él con su “Trrrrrrrrrrrrrrrrrr A que no me encuentras? Trrrrrrrrrrrrrr” Indignado, dio la vuelta a la maleta para buscar por otro lado y PLOM, el queso manchego se salió para rodar feliz por el suelo. A mí empezó a entrarme la risa y más cuando ví cómo lo atrapaba y lo volvía a meter en su guarida en décimas de segundo mientras murmuraba furioso “mecaguenlaputamáquinadeloshuevos”.
Nosotros tres le rodeábamos intentando tapar con nuestros cuerpos las miradas de los curiosos, casi convencidos ya de que algún policía se acercaría y nos desmantelaría todo el alijo.
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Por fin encontró la máquina y la apagó furioso para meterla a continuación en su bolsa de mano.
Devolvió el fleje al empleado así como la maleta para que la pesara por fin. Después de hacerlo, la vimos desaparecer por una cinta transportadora. La pobre se marchaba con la sombra de la sospecha a cuestas. En nuestra imaginación podíamos ver a algún empleado del aeropuerto en una última inspección relamiéndose de gusto.
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Una hora y media después recogeríamos de nuevo la maleta ya en el aeropuerto de Barranquilla en donde nos esperaba nuestro padre.
Me reservo para otro día el desenlace de la historia. ¿Llegarían a buen puerto los manjares ocultos?
Prometo también hablar de una vez de la ciudad de Barranquilla y de sus gentes y mostrar algunas fotos. No es que me esté haciendo de rogar, es que cada cosa necesita su tiempo.
No se me impacienten.
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Y ahora, como diría Valery: Ciaooooooo !!!

1 de septiembre de 2009

EL DIABLO EN BARRANQUILLA


Jamás hubiera imaginado que viajaría a Colombia.
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Si me hubieran dicho que lo haría junto a mis hermanos me habría parecido una divertida invención. Pero si además me hubieran manifestado hace unos años que pasaríamos una semana en Barranquilla, en la casa de nuestro padre ¡me habría echado a reír ante una idea tan surrealista!

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Sin embargo todo ha sucedido realmente, con lo que parece que uno no puede asegurar nada de lo que está por ocurrir y por muy rutinaria que pudiera resultar la vida, todo es impredecible, como si el destino se escribiera con una tinta caprichosa que diera giros inesperados en las historias de cada cual.


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Por esas cosas que tiene la vida, mis padres se divorciaron hace unos años. Fue un cambio tan inesperado en el guión de nuestra existencia que todavía hay momentos en los que me parece parte de un sueño antiguo.


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Tras mucho meditarlo, mi padre decidió empezar una nueva vida en un lugar en el que su pensión le permitiera vivir con cierto desahogo y partió hacia Sudamérica.
Primero vivió en Venezuela y poco después se trasladó a Colombia, concretamente a Barranquilla, lugar en donde reside desde hace cuatro años.
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Gracias a este fantástico invento que es internet, fuimos contactando e intercambiando información, y dado que siempre le ha gustado escribir, (algo que sin duda he heredado de él) nos fue enviando lo que él llamaba ANÉCDOTAS AMERICANAS, unas interesantísimas historias por entregas de todo lo que por aquellos mundos le acontecía.



Yo tenía muy vagas nociones de Colombia. Desde bien pequeño sabía que su capital es Bogotá porque siempre me gustó aprender las capitales de los países. Poco más. Un enorme territorio al norte de Sudamérica, el país del mejor café del mundo, la tierra de Gabriel García Márquez… pero también el país de la coca y de los guerrilleros de las FARC y de los secuestros…


En uno de aquellos relatos verídicos que mi padre nos escribía leí:



"Aquí (refiriéndose a Barranquilla) aparecen diariamente en los periódicos no menos de tres asesinatos, en la mayoría por robo. Un simple móvil, un anillo o cadena de oro pueden provocar una muerte. A veces el asaltado se defiende y mata también a algunos de los asaltantes, ya que es raro que actúen en solitario".




Y no olvidaré nunca el impacto que me produjo una vez en la que estábamos chateando cuando de repente escribía: "Hijo, en estos momentos están matando a un hombre enfrente de mi casa"



No podía salir de mi asombro y él me explicaba que en esa ciudad hay frecuentes muertes por ajustes de cuentas entre bandas rivales, que no es conveniente hacer ostentación de nada que pueda llamar la atención a los asaltantes, que es preferible no resistirse…



Con estos datos, me costaba creer que estuviera acostumbrado a vivir allí. Yo le deseaba lo mejor, pero tenía claro que no haría un viaje a aquellas tierras ¡Ni por todo el oro del mundo!



Sin embargo, la tinta caprichosa de la que antes hablaba debió emborronar mi convicción. Y fue por un correo de Milena, la mujer con la que nuestro padre comparte hoy su vida, que supimos que éste se encontraba en el hospital por una insuficiencia cardiaca. Afortunadamente, y a pesar del triple baipás que ya llevaba implantado, se recuperó. Pero a los hijos se nos quedó mucha intranquilidad. Si él no daba visos de querer volver a España y nosotros no nos planteábamos semejante viaje, ¿ya nunca más nos veríamos?



Comenzamos a replanteárnoslo y cuando nuestro padre supo de esa posibilidad de encuentro quiso eliminar cualquier impedimento con la gran generosidad que le ha caracterizado siempre:



- Yo os pago el viaje. No sólo a vosotros, a todo aquel que quiera venir a verme.



Con meses de antelación conseguimos los billetes de vuelo para la tercera semana de agosto, una fecha que nos venía bien a los cuatro hermanos.

Juan, Fran, Tomás y Ana


Y llegó el domingo 16 de agosto.


Excepto Tomás, que trabaja minuciosamente para mantener intacta su soltería, Fran, Ana y yo nos despedimos de nuestras familias. Diez días sin pareja ni hijos. Aunque pueda sonar mal decirlo, eso tenía un puntito placentero. ¿Un puntito? ¡Un puntazo! ¡¡Diez días sin preocupaciones de ningún tipo!!


Primero volamos de Valencia a Madrid. Una bicoca si no fuera por el hecho de que para un tipo como yo, al que le incomoda bastante la velocidad, y que no pasa de 100kms/hora conduciendo si no es estrictamente necesario, la carrerilla supersónica que tiene que tomar un avión para despegar no me hace feliz en absoluto. Y desde que supe que el momento crítico en un vuelo está en su despegue, siempre los paso aferrando mis brazos a los del asiento, con la cabeza pegada al respaldo, los ojos cerrados y rogando al que esté en la ventanilla que me diga si realmente estamos subiendo o no, porque mi impresión es que, a pesar de sentir que mis tripas quedan envasadas al vacío, el avión no consigue levantar el vuelo y va a caer estrepitósamente despachurrándonos a todos. Ya me imagino que más de uno se estará pitorreando, pero que a nadie le extrañe tanto que el diablo, que siempre ha sido muy de subsuelo, odie estar sobresuelo.



Para colmo de males, alguien tuvo la feliz idea de colocar cámaras en las colas de los aviones de Iberia para que podamos ver en directo los despegues y aterrizajes por las pantallas de los televisores. ¡¡Cómo se puede ser tan cafre!! ¿Es que quieren que veamos in situ, cómo empieza a salir humo por la cabina de mando, o cómo se desprende de repente un ala o cómo se acerca una inoportuna bandada de grullas y se meten de golpe en uno de los motores? Yo no quiero tener tanta información. Prefiero no saber. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Que oigamos por los altavoces los latidos del corazón del comandante de vuelo? Estuve a punto de pedir el libro de reclamaciones y escribir:




"Hagan el favor: lo último que quiero saber es cómo van las cosas allá afuera, distráiganme con películas de Los Hermanos Marx. ¡¡Hasta un concierto en vivo de los AC/DC antes que esto!!"



Pero como dice el dicho, "¿No quieres caldo? ¡Toma! ¡Tres tazas!". Tres despegues a la ida y tres despegues a la vuelta. Y no hay manera, no me inmunizo.


El salto de Madrid a Bogotá duró más de diez horas pero con las emociones y el hecho de que ibamos en busca del sol y no se hizo nunca de noche , no dormimos nada. Bueno, los culos sí que se durmieron.


En el aeropuerto de Bogotá tuvimos que pasar tantos controles y tantas preguntas como para descomponer al más pintado. Todas más o menos las mismas pero con alguna sorpresa, aunque la primera anécdota importante la protagonizó Tomás y su maleta, porque ¿dónde se ha visto que una maleta pueda dar un calambrazo al cogerla?

Pero para no desesperar a mis sufridos lectores, todo esto ya lo cuento en la próxima entrega.
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