25 de febrero de 2010

¡QUÉ RISA!


Cenaba hace unos días con unos amigos en Villajoyosa, ciudad chocolatera por antonomasia, cuando uno de ellos, que es Rico pero no millonario, me dijo de repente:
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- Oye, JuanRa, ¿tú no ibas a escribir entradas cortas este mes?
- Sí, ¿por?
- Cortas dice… ¡menudas baibols! (baibols=bibles=biblias)
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¡La leche! Y yo que pretendía que nadie lo notara y no me quedó más remedio que reconocer que me habían pillao.
Y es que, recién comenzado el mes, como supongo recordaréis, el tal JuanRa había asegurado:
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“…en febrero todas las entradas tendrán un máximo de 500 palabras, que gracias al contador de Word me será fácil cumplir.”
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Lo gracioso es que cuando lo dijo, él mismo se lo creyó, (¡alma cándida!) Pero ¿le fue tan fácil cumplirlo?
¡Ja! ¡Qué risa!
Echemos un recuento a esos posts de febrero, que tan corticos prometían ser:
1) Febrerico el corto (500 palabras. Bueno, hubiera sido imperdonable romper la propuesta nada más nacer)
2) ¡ Escaramuuuch! (701 palabras. Se pasó en 201!!)
3) ¡Es poesía! ¡Y se come! (630 palabras. 130 más del límite)
4) Un carnaval de quita y pon (668. Otra vez excediéndose)
5) De un perro y un bizcocho (966. ¡¡Halaaa!! ¡Casi el doble! Anda que disimula…)
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No sé si todos los lectores habéis sido conscientes de que no he podido con mi condición de longanicero. Por eso, y porque ya me he demostrado a mí mismo que padezco incontinencia verbal, el baile de San Vito en los dedos, que me enrollo como las persianas y que no lo puedo remediar, os regalo un frasco de bicarbonato para evitar futuros empachos (lo dejo ahí mismo, a la vista) y hoy, para compensar, echaré mano de un video casero, que siempre es más digestivo.
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Se trata de un montaje de escenas en las que Samuel, por un motivo u otro, no cesa de reír.

Le veréis dando un zapatazo a su madre desde un columpio, molestando a su padre con una pelota, espantando a su tío-tigre, jugando con su primo, soportando cosquillas…
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Hoy Samuel es un espárrago que casi me llega al pecho, por eso mi escena favorita es la del final, en la que era un pajarulo con sólo una semana de vida. Observad cómo le viene un cosquilleo a la nariz de esos que finalmente terminan por hacerte estornudar. Pero durante esos momentos de voy-no voy- voy- no voy, a mí me parece que es como una cría de tortuga preparándose para cantar ópera. Ya me lo diréis.

Y bueno, nada más, sólo añadir que el próximo post (recordad: hay bicarbonato ahí arriba) aparecerá en marzo donde, tal vez, se vuelva a abrir la veda longanicera.
¡Que Dios nos pille confesaos!




19 de febrero de 2010

DE UN PERRO Y UN BIZCOCHO

Entre los blogs que suelo leer hay algunos escritos por estudiantes que al contar sus anécdotas académicas me hacen viajar inevitablemente a aquellos tiempos de colegial.
Hoy quiero compartir una vivencia muy singular que me pone una sonrisa en la cara cada vez que la rememoro.

Yo iba cada mañana andando al instituto. Era un recorrido de algo más de tres kilómetros que hacía a través de campos, senderos y bancales de cultivo, pasando junto a chalets y casas de labranza. Sólo se escuchaba por allí el canto de los pájaros y el sonido de mis pasos. De lo más bucólico y tranquilo, vamos.

Sólo había un punto en aquel trayecto que me fastidiaba: una casa de campo verjada en la que un enorme perro pastor alemán se abalanzaba furioso a ladrarme.
No había peligro alguno, una verja rodeaba todo el chalet, como he dicho, pero me desagradaba que el perro no dejara de hacerlo cada vez que me veía, con esas dentelladas que lanzaba al aire y esa rabia desatada con la que me miraba.
El muy bellaco se escondía algunas veces al presentirme para salir de improviso de su escondite y darme un susto de tres pares de narices.
- La madre que te parió, capullo - le gritaba yo- ¿Tú eres gilipollas o qué?
Y él ladraba como un loco fuera de sí.

Desde el otro lado de la valla a veces me ponía a ladrarle yo a él y a enseñarle los dientes. Nos llevábamos fatal.

Y esto ocurría diariamente en mi paseo al instituto, tanto a la ida como a la vuelta.
Cuando empecé tercero de bachiller, ni el perro se había acostumbrado a mí ni yo a él. Eramos definitívamente incompatibles.

Aquel fue el curso de las optativas. Se podía elegir entre Religión y Ética y también entre Dibujo técnico y Hogar. ¡Hogar! Sigo oyendo esa palabra como nombre de una asignatura y me entra la risa. ¿Cómo pudieron ponerle un nombre tan marujil?
En Hogar se estudiaban los alimentos y sus nutrientes, las vitaminas, las proteinas, las grasas... y cada viernes - y de ahí sin duda que tuviera un nombre tan floripondio - los alumnos habían de hacer de cocineros y elaboraban pasteles en clase que luego se jalaban entre todos. ¡Qué atracones!

El caso es que a mí el dibujo técnico se me daba de pena. Mientras algunos compañeros trazaban lineas perfectas dibujando óvalos y figuras en perspectiva caballera, a mi se me salía la tinta del tiralíneas y sólo podía plasmar hermosas alegorías de las lagunas de Ruidera.
Así que opté por apuntarme a Hogar.

Aquello era una chorrada. La cosa más tonta del mundo. Una forma de cubrir el expediente para aquellos inútiles en las artes plásticas. Pero bueno, por lo menos me aprobaban, cosa que dudo que hubieran hecho en Dibujo.

Y los viernes, como contaba, la profesora nos dividía en grupos y nos dejaba desarrollar otro tipo de arte: el culinario. Los miembros de cada grupo habíamos de aportar un ingrediente cada semana: una vez tocaba llevar nata, otra vez fruta, otra mermelada o el bizcocho.
- Mañana es viernes, - decía la profe de Hogar - poneos de acuerdo en lo que traeréis para hacer la tarta.

- Yo traigo la nata esta vez- dijo Javier en aquella ocasión
- Yo el chocolate
- Yo el almibar
- A ver ¿qué queda? ¿Traes tú el bizcocho, JuanRa?
- Pues bueno, yo lo traeré.

Y aquella tarde de viernes, mítica, inolvidable y fatídica en mi vida, salí de casa rumbo al instituto con mi bizcocho en una bolsa.
Caminaba distraido mirando al suelo cuando al alzar la vista, oh, horror: la puerta del chalet de mi enemigo del alma estaba abierta. ¡¡ Y el perro corría suelto !!
Me quedé quieto, petrificado. ¿¿Cómo se habían dejado abierta esa puerta??
De repente el perro me vió y paró su carrera en seco. Se me quedó mirando fíjamente.
Me acordé de mil escenas pasadas en las que me había metido con su perra madre, sacándole la lengua e insultándole desde detrás de la valla. Y empecé a rogar por que las hubiera olvidado. Poco a poco el pastor alemán se fue acercando a mí con pasos cortos y con un ligero temblor en el morro. Me pareció que desde el día anterior había crecido muchísimo.
Lo confesaré sin vergüenza: yo estaba cagado de miedo. Imaginaba que en cualquier instante el perro se abalanzaría sobre mí y me masticaría el peroné sin compasión pues yo le había visto la dentadura muy de cerca y os aseguro que era la cosa más sana y sanguinaria que podáis imaginar.

Y de repente lo hizo. Empezó a correr hacia mí. En décimas de segundo pensé que no me daba tiempo a llamar a sus amos dondequiera que estuviesen y que aparecieran a tiempo de detener a aquella fiera. Tenía que hacer algo. Y lo hice. Saqué el bizcocho de mi bolsa y se lo lancé al perro.

- Toma guapo, toma, come, come - le dije sin mirar atrás, dándome con los talones en el culo en una carrera frenética hacia el instituto.

No sé si al monstruo aquel le interesó mi bizcocho porque no volví la vista ni una sola vez.
Llegué a la puerta del instituto rojo como un tomate y el susto me duró una eternidad.

- Eh, JuanRa, ¿y el bizcocho?
- Lo siento mucho, se me ha olvidado en casa
- ¡Pero tiooooo!

Ea, no les podía decir que se lo había dado a un perro para que no me mordiera. Ellos no conocían a ese perrazo. No me habrían entendido.
No comimos tarta aquel viernes y me reprocharon mucho mi despiste, pero me dio lo mismo: mi dignidad valía más que un bizcocho.

15 de febrero de 2010

UN CARNAVAL DE QUITA Y PON



Que yo sepa, Elda no ha tenido nunca tradición carnavalesca.
Sin embargo sí que puede decirse que existió una famosa y multitudinaria congregación callejera con todas las características de un carnaval.
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Mi duda está en cómo llamar a “aquello” y aún hoy me pregunto a qué se debió aquel curioso fenómeno.
Fui testigo de una moda que se expandió como un contagioso virus y fue sorprendente el alto índice de popularidad que consiguió (nada predecible) para, inexplicablemente también, terminar desapareciendo por completo sin un motivo concreto que augurara tan fulminante final.
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Me explico. Parece ser que a mediados de los años ochenta un grupo de amigos tuvo la socarrona idea de escenificar un simulacro de boda por las calles de Elda. Un tipo se vistió de novia, con traje blanco y larga cola, le cogía del brazo otro con frac y les seguía una comitiva de invitados (hombres y mujeres) que iban lanzando flores al grito de Viva los novios.
La gente se les quedaba mirando entre asombrada y divertida y ellos lo debieron pasar tan bien que decidieron repetir el acto la misma noche del siguiente año. De haber elegido algún día de febrero nadie se hubiera extrañado al ver pasear a tanta gente de esa guisa, pero el que se hiciera en Nochebuena rompía todos los esquemas.
El siguiente año la comitiva había crecido de forma considerable y alrededor de los “novios” ya había tanta gente representando su papel que la juventud debió tomar aquello como una invitación para unirse a tal diversión. Y así, al tercer año, la famosa boda ya era lo de menos, la coña estaba en salir esa noche caracterizado y pasarlo bien.
Como digo, aquello fue muy contagioso y mis hermanos y yo terminamos apuntándonos a lo que ya era una auténtica fiebre por salir disfrazados. Mi primer atuendo fue sencillo: un abrigo de piel marrón, una peluca larga, una guitarra, unas gafas redondas… y el mismísimo John Lennon salió a codearse con vampiresas de largos colmillos, cirujanos con ganas de hincar bisturí, jeques árabes forrados de billetes o sioux con piel de gallina en las pantorrillas.
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Llegó un momento en que era raro encontrar a alguien no disfrazado. Todo el mundo salía con disfraz para no sentirse la excepción. Los pubs se llenaban a rebosar de todos los personajes imaginables y lo mismo te podía servir una copa un hombre lobo que una troglodita o descubrir que el pinchadiscos era el mismísimo Indiana Jones.

Mi hermana Ana fue una vez Pippi Calzaslargas, haciendo la zángana como ésta o más. El Dalai Lama se vino del Tibet a Elda reencarnado en Tomás.
Las bellísimas Juanova, Franciskova y Tomasova bailaron una de aquellas noches El estanque de los patos. Para no dar tanto la nota, un año fui Mozart. Algo más descompuesto que aquel, eso sí. Ana como geisha japonesa, sin polvos de aloz en la cala ni ná.
Como sambero brasileiro no tenía precio yo... Tomás de golfa (por no llamarla puta), yo de un Mortadelo a quien nadie quería besar y Fran de Amenofis 4º B. Tomás se arrepintió de ser tan mala y se metió a monja al año siguiente, Ana se transformó en bruja, Fran probó como rabino judío y yo quise ser diferente al resto del mundo y me convertí… en el monstruo de la laguna!! (Lo de la cara y el pelo es arcilla. En mi vida fui tan incómodo y acalorado. Pero la gente flipaba en colores al verme. Por desgracia yo no me podía reír; se me agrietaba la cara y me estiraba la piel)
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De repente un año el nivel de participación descendió considerablemente. En el siguiente poca gente se disfrazó ya y finalmente aquel boom desapareció con la misma rapidez con que había nacido.

Aquella diversión duró 9 ó 10 años aproximadamente.
Desde entonces nunca más.
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¿No hay carnavales en Elda? – me han preguntado alguna vez.
Bueno, algo hubo, …pero es una larga y extraña historia.

10 de febrero de 2010

¡ES POESÍA! ¡¡Y SE COME!!


Hacía mucho tiempo que un texto no me embriagaba de tanto placer.

No resulta fácil encontrar la palabra al servicio de los cinco sentidos, embelesándolos con su lectura a cada paso.

Ni los sonetos de Shakespeare, ni las Rimas de Becquer, ni las máximas de Tagore me habían transportado tan alto ni tan lejos ni tan hondo.

Queda harto ridículo, por lo prosaico de su naturaleza, descubriros que ese texto sublime lo he encontrado… ¡ en el menú de un restaurante!
Un amigo estuvo en uno de los más preciados restaurantes de España, haciendo acopio de una gran variedad de platos en una degustación que le hizo sumamente feliz (el momento de echar mano de la cartera no debió ser tan ufano)
Pero sin más dilación os quiero presentar ese menú que tuvo a bien regalarme, escrito en un pliego de aspecto antiguo, como si hubiera sido elaborado por todos los grandes poetas muertos de la Historia. Me perdonaréis si no me contengo a la hora de comentar mis impresiones; dejar de hacerlo me reventaría la hiel.

Por favor, léase con la mano en el pecho como si recitara el mismísimo Horacio.

Ensayo de ensaladas: cogollo tibio embebido en salmuera de vainilla aliñado con vinagre balsámico y piel de leche de caserío.


(No me he enterado bien, pero debe ser un sacrilegio masticar tanta belleza)


Relleno de raviolis de Txangurro y castañas frescas en un consomé traslúcido de hojas y tallos alimonados.


(¿No es para conceder el Premio Nacional de Poesía de ipso facto?)


Taco de lubina reposado sobre un lecho perlado de semillas de calabacín a la parrillla.


(Yo suspiro... ¿Suspirais vos?)


Carpaccio acompañado de un aliño agridulce, lascas de queso Idiazabal y briznas vegetales


(¿...tal vez mecidas al vaivén de los vientos alisios? Me emociono mucho)


Salsifí fosilizado aliñado con huevas y acentos marinos


(¡acentos marinos! Dios, qué belleza sin par. Serán esdrújulos con toda seguridad)


Escalope de foie gras de pato sahumado a la parrilla, sobre un lecho hilado de pulpa de calabaza casera en un majado aromático, cálido.


(Esto se copia tal cual en una carta de amor y la dama cae rendida, derretidita sobre un charco)


Salmonete deshuesado y salteado, apoyado sobre un guiso de carnes de cerdo ibérico y verduras ligado con sus hígados.


(Virginia Woolf me ha besado en los párpados mientras Lord Byron me hacía cosquillas con su pluma. Romántico, erótico, sublime…)


Pieza de ternera de leche asada y perfumada entre brasas de sarmiento, briznas de tomillo, cenizas, sales y rábanos crocantes.


(No me podéis ver, pero estoy llorando…)


Solomillo de pato reposado entre complementos iodados, virutas y lascas de trufa.
Varias cucharadas de contrastes afines: crema de leche, hojas y dulces.
Pastilla artesana caliente y agua batida de miel con avena.


(Pero cómo no va a costar un ojo de la cara comer en lugares así. No sólo hay que desenterrar a Quevedo, hay que resucitarlo y ponerle a cocinar!!!)


Cuando terminé de leer esto llegué a la conclusión de que la poesía vive y que se dedica a la gastronomía de alto paladar.
Estuve pensando que cualquiera puede comerse un plato de patatas fritas en aceite y pagar un par de euros por ellas, pero si en cambio te sirven láminas de tubérculo soterradas en óleo jienense, aunque te comes lo mismo se te pueden exigir varios billetes por ello sin rubor alguno pues la belleza se paga.


De igual forma no es lo mismo tomar sustento materno vacuno de prado pirenaico que beberse la pura leche de vaca de toda la vida. Es que no hay color.

Os propongo que creemos juntos una carta excelsa. Olvidaos de la materia prima vulgar y buscad lo sublime de un simple garbanzo. Que nadie diga que son malos tiempos para la lirica.

5 de febrero de 2010

¡ESCARAMUUUCH!

Cuentan que un anciano, sabiéndose en los últimos días de su vida, reunió a los tres hijos que con él vivían para repartirles sus bienes.
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- A ti, Rodrigo, te dejo esta casa y las tierras que la rodean. Para ti, Dámaso, son el molino de la colina y el campo de trigo. Y para ti, Alonso, toma, el mando de la tele.
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Quedaron los tres muy asombrados y confusos por este último legado, pero semanas más tarde, faltando ya el padre, mientras los tres varones veían la televisión, los dos hermanos mayores empezaban a impacientarse ante la imposibilidad de no poder ver más programas que los que Alonso quería.
Entonces comprendieron que la herencia no estaba descompensada: los dos primeros habían recibido las riquezas, y el tercero, el poder.
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Este famoso cuento que me acabo de inventar me viene de perlas para hablar del mando de la tele, ese invento entre inventos que tantos quebraderos ha dado siempre en Casa Cabrerator's. Yo no sé en las vuestras, pero en la mía SIEMPRE se extraviaba. ¡SIEMPRE!
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¿Alguien ha visto el mando de la tele?
Pero si lo tenía yo en la mano hace 5 minutos!!
Ayudadme a buscarlo, anda...
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Y cuando estábamos a punto de asesinar, se dignaba a aparecer en la despensa, al lado del jamón serrano o tenía la caradura de asomar por debajo de un cojín del sofá que habíamos levantado ochocientas veces.
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Yo considero imprescindible el mando a distancia porque hace muchos años que la tele ya no me emociona como lo hacía antaño. Ha perdido toda su originalidad, todo su mágico candor y se ha convertido en una aburrida vieja prostituida. Sólo me divierte acosarla con el botón de los canales. Plink, plink, plink, canales hacia arriba, plink, plink, plink, canales hacia abajo. Si en cinco segundos la imagen que veo no me atrapa, plink, otro. Si después de un barrido no me he enganchado a nada, me voy al ordenador.
Siempre acabo en el ordenador.

Pero la anécdota que hoy voy a contar es de los tiempos en los que la tele aún me seducía y nos guiñábamos los ojos con complicidad. Eran aquellos tiempos en los que, después de comer, mi padre solía acaparar el mando a distancia para terminar durmiéndose en su sillón con las manos sobre el vientre, los dedos entrecruzados sobre el mando, bien sujeto como una posesión valiosísima que debía evitar que le robaran. La misión de quitárselo para poder buscar en la tele un programa de nuestro agrado no era nada fácil porque había que esperar a que se durmiera profundamente y se aflojaran un poco las zarpas que lo guardaban.
(En este punto imagino perfectamente a Juana Mari de Sax, mi lectora más crítica, diciéndome: "¡No entiendo nada! ¡Pero si uno puede cambiar los canales de la tele sin necesidad de mando! ¡Que la tele también tiene botones!" Sí, ya lo sé, pero ¿me lo vas a comparar con el inmenso placer de un zappineo en posición horizontal?)

Un día anunciaron en la tele una película, Scaramouche y mi padre dio un brinco emocionado:

- ¡¡Escaramuuuch!! ¡¡Escaramuuuch!! Nenes, esta película es bueníiiiiiisima. ¡Tenéis que verla! La vi siendo yo un crío. ¡Ya veréis qué bonita!

La cosa sonaba a antigualla pero visto su interés nos sentaríamos a verla, por supuesto.
Y una vez colocados y tras quince minutos de emisión se oyó un ruido superior al que producían los espadachines de la tele chocando sus sables. Era profundo como gruñido en caverna y, al volvernos, comprobamos que provenía de la garganta de nuestro progenitor: JJJJJJGGR ZZZZZZZZZ... ¡Se había dormido!
- Pero bueno, ¿tanto interés por Escaramuuuch y se queda roque?
- ¡Quítale el mando!
- ¡Quítaselo tú que te has levantado!
Me acerqué sigilosamente, aferré un extremo y empecé a tirar suavemente de él.
De repente abrió un ojo.
- Ehh, ¿qué haces?
- Dame el mando, queremos cambiar.
- No, que la estoy viendo.
- ¡Pero si te has dormido!
- Pero la estoy oyendo…

Desde entonces, cuando coincidimos los cuatro y alguno se acuerda, grita: "Escaramuuuuch" y los demás exclamamos:
- ¡Bueníiisima!
- ¡Tenéis que verla, nenes!
- JJJJJJGGRRR ZZZZZZZZ

1 de febrero de 2010

FEBRERICO EL CORTO


Recuerdo que al llegar este mes, mi abuela Anita solía decir: “Ya estamos en febrero; ¡febrerico el corto!
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Nunca he estado de acuerdo con que a febrero se le pueda llamar corto simplemente por tener 2 días menos que el resto de meses. No me creo que pueda haber quien diga “Qué pronto se me ha pasado este mes. Claro, como sólo tenía 28 días…
Además cada cuatro años febrero ya hace el encomiable esfuerzo de estirarse un día más, y eso hay que reconocérselo.
Le imagino en los años bisiestos exclamando orgulloso “¡Ehh, que he crecido! para que sus hermanos de 30 y 31 le miren por encima del hombro para decirle “¡Calla, corto!” Es muy injusto. Si yo tuviera dos días menos y por eso me llamaran corto, me sentaría mal.
También me acuerdo de otro dicho de mis abuelos sobre este mes. Me parece que les estoy oyendo decirlo: “Pa’ febrero ya busca la sombra el perro
Este debe ser seguramente un refrán local porque en la provincia de Alicante sí pueden salir en febrero días en los que el sol ya luzca como para que los perros lo eviten. Los perros de Murcia también. Y los almerienses. Por supuesto los perros canarios buscarán la sombra todo el año. Pero no me imagino a un perro de Burgos o de Ávila buscando la sombra en febrero, salvo que sea la sombra de una estufa.
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En cualquier caso yo me quiero solidarizar con el mes de febrero y en su honor he decidido hacer hoy algo extraordinario.
Atención a la noticia, siéntense porque es impactante.
Todas las entradas que publique en este mes de febrero serán…. (Redoble de tambores)
¡CORTAS!
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Si las risas que me parece estar escuchando son de incredulidad las haré callar cuando lo constaten. Si son de alivio será porque lo tengo merecido y nunca vendrá mal, después de haber tenido que tragar tanta longaniza, un mes de bicarbonato.
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Yo soy el primero que me doy cuenta de que algunas de mis entradas son un pelín largas de más. El otro día quise ir al final de una para comprobar si había comentarios. Empecé a bajar, y a bajar, y a bajar, dejé de hacerlo para ir al aseo, continué bajando, y bajando, y bajando, me llamaron para cenar y después de cenar bajé unos metros más y llegué finalmente a eso de Confesiones al diablo. Y secándome el sudor de la frente me dije: Buff, mis lectores merecen un monumento.
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Así que en marzo no lo sé, pero en febrero todas las entradas tendrán un máximo de 500 palabras, que gracias al contador de Word me será fácil cumplir.
Y como me está chivando que ya paso de las 450 no me queda más espacio que para un chiste muy corto que siempre me ha parecido muy bueno.
Dice:
- Tu perro parece un gato.
- ¡Es que es un gato!
- ¡Ah!... Pues tu gato parece un perro.