26 de octubre de 2010

LA ERÓTICA DEL VINO


Un buen día, uno lee la etiqueta de una botella de vino y su vida cambia para siempre.
.No ocultaré que ese "uno" soy yo, y no exagero cuando digo que hay determinadas lecturas que, si se saborean pausadamente, magnetizan de tal manera los sentidos que pueden trastornar peligrosamente, atrapándote para siempre.
.Desde aquella etiqueta de la botella de vino, que casualmente se cruzó ante mis ojos, soy esclavo de una literatura breve pero intensa, que no se puede catalogar como poesía pero que es el amanecer de la más bella lírica, que no contiene humor y sin embargo me hace reír, que es directa y sencilla pero a la vez esconde complicados tesoros enterrados y que, además, no pretendiendo ser erótica, contiene una sensualidad abrumadora que estremece los más secretos instintos.
.De acuerdo, amigos, yo estaba algo borracho cuando leí aquello, y en ese estado todo se magnifica, pero podría hacer la prueba de mostraros ahora aquella etiqueta a vosotros que, imagino, me estáis leyendo en total estado ebrio y esperar a que me deis o quitéis la razón a lo que afirmo.
.Retomo el día de actos. Seguidme, por favor.
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Me encuentro en la cena mensual entre amigos (somos 5 y nos hacemos llamar La Panxa Plena)
Noche fría, restaurante acogedor, unos troncos arden en la chimenea y unas copas de vino de una botella de tinto que permanece sobre la mesa.
En una etiqueta que pretende ser un antiguo pergamino leo:
."En tierras donde el sol perfora los campos y las heladas congelan su tierra, nace un vino enérgico, vivo y elegante que enorgullece su linaje. De color rojo cereza, de reflejos violáceos, goloso y afrutado, con recuerdos de melocotón, de nogal y tierra mojada, el travieso vino invade el paladar y se entrega con la placentera persistencia de la tierra que durante siglos ha insistido en demostrar su inmortalidad".- ¡Oh, Dios mío!
- ¿Qué pasa? - me preguntan
- Esto es... esto es...¡ inmenso!, ¡glorioso!...¡ insuperable!
- ¿Qué dices? Ya estás pedo, ¿no?
- ¡Noo!, bueno, sí, pero escuchad - y les leo la etiqueta – En tierras donde el sol perfora los campos..., …que durante siglos ha insistido en demostrar su inmortalidad.- Joder, ¿quién lo firma? ¿Garcilaso de la Vega?
- No, - les contesto - esto sólo lo ha podido escribir un poeta enamorado hasta las cejas y a punto de suicidarse. ¡Qué digo, suicidado ya!
- Oye, pues el vino está bueno, pero lo voy a paladear a ver si le encuentro todo eso.
- Eso, eso, padaleemos, paladeremos, pala... vamos a probarlo, coño.
Bebemos todos.
- Afrutado sí que es
- Hombre, lo sacan de la uva y la uva es fruta.
- Ya, pero el melocotón se nota también.
- Y una mierda, tú no notas el melocotón...
- Que sí que lo noto.
- No se nota ni de coña.
- Porque no tienes educado el paladar.
- ¡Anda ya! ¿Y el nogal? ¿Y la tierra mojada? ¿Se notan también?
- Pero digo yo, ¿eso se lo inventan o lo sienten así de verdad?
- No lo sé, pero yo quiero leer otra botella. Y la quiero ya.
- No, tú ya no bebes más, que te conocemos.
- He dicho leer, no beber, quiero leer más etiquetas de estas, ¡quiero más...!
.Así que en otra ocasión en que pasaba caminando junto a una tienda de Delicatessen de Yecla, descubrí en su escaparate unas botellas de vino presentadas sobre hojas de parra, me acordé del episodio del poeta suicida y entré a curiosear.
Con una carísima botella de vino entre las manos, elegida al azar, empecé a leer su etiqueta.
De nuevo me pareció sublime:
.... recuerdos de canela, de arándanos, cereales y pan de higos... (¿y pan de higos? La madre del cordero, con un sorbo de este vino ya has merendao y todo) ...elegante, bien estructurado… con alta expresividad ... (Puaa, me encanta, es que le ponen patas y se va solito a la pasarela Cibeles)
Luego leí otra:

Vino de nariz intensa, bien perfumada. Persisten largo tiempo sus notas de maderas nuevas, algunas vainillas y toques tostados.... (no me digáis que no es hermoso hasta decir basta) atisbos de ligero verdor... avisos frescos acompañados de fruta tropical (piña), piel de limón confitado y una atractiva mineralidad.(si es que compraría este vino sólo para ducharme con él)
.Cada etiqueta parecía superar a la anterior en estilo y originalidad.
Hubo una que casi me hace salir a comprobar si me había metido en una Delicatessen o en un Sex-shop. Decía:
.Cuerpo largo y redondeado que entra suave y se deja querer en boca; aterciopelado y juguetón, afrutado a uva, higo y melón..(Por todos los demonios, o yo tengo el paladar más frígido sobre la faz de la tierra y me estoy perdiendo placeres inimaginables o hay tipos que se lo pasan pipa jugando con la retórica. ¡¡Esto no puede ser tan bonito!!¡¡Yo quiero sentir eso!!)
.Salí de aquella tienda sudando sin haber catado una gota...
.Y no os engaño, juro por Baco que esto es así de excelso y rimbombante. Podéis como yo aficionaros a leer críticas de entendidos y descubrir que dicen cosas como:
.Un vino que aparece de puntillas, sin molestar (todo un detalle si te duele la cabeza, por ejemplo)
...más goloso que sus hermanos... ( le esconderán el chocolate, imagino)
...con aromas de flores blancas: azahar , dama de noche , nardos (¿en serio? ¿tantas? ¿Servirá como ambientador?)
Tengo anotada una crítica a uno de tantos vinos que dice:
En boca es untuoso, con toques de albaricoque y mielosos, mantequilla, pastelería, hierbas (flores secas) y minerales. Para mi gusto le falta un poco de alcohol.(¿no le va a faltar? ¡si con tantas cosas que tiene dentro no le puede caber nada más !)
.Así que en esas ando. He caído en las suaves garras de esta literatura tan carnal como etérea que se ríe de mí pero me llama desde lejos mostrando una nalga para que no deje de seguirla.
Parece burlarse y me obliga a ser incrédulo, pero su suprema belleza me convierte poco a poco a su religión y la sigo para beber de ella una y otra vez, pues nunca me sacia.
.Sueño con ser un enólogo sibarita algún día, un avezado catador que sepa destilar cada gota de vino en mis papilas y así traducirlas de esa forma prodigiosa en que lo hacen ellos. Quiero beber esa sangre de viñas viejas y que me posean de golpe todos los poetas de la antigüedad.
Casi me veo ya expresando ese placer infinito:
."Este vino corretea descalzo entre la lengua y el paladar. Valiente, escurridizo, te planta cara y luego huye bribón. Aromas a otoño tardío, a setas que rompen el húmedo musgo del bosque un jueves de madrugada. Con recuerdos a remolacha, fresas, ciruelas y alguna manzana pocha; a tabaco sin cafeína, a suspiro de doncella inexplorada y a poleo menta con madalenas.
Con un retrogusto tan almibarado que bizquea en los ojos para terminar fluyendo laringe arriba en una explosión de norias de viento, de sábanas calientes y de orgasmos de leche y miel."
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Hasta mañana, amigos. Estoy exhausto.

20 de octubre de 2010

LA RIADA DEL 82 (Continuación)


Este majestuoso macizo montañoso se llama Silla de El Cid (1204 m) y domina un extenso valle en el que se encuentran las localidades de Elda, Petrel y Monóvar.
La foto, encontrada en la red aquí, está tomada desde una zona muy próxima a nuestra casa de campo.
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Tal día como hoy de hace 28 años se vivió en la zona lo que los periódicos llamarían “la noche de los infiernos”.
Cito textualmente un fragmento de uno de ellos:
“Desde las 3 de la madrugada hasta las 7 de la mañana, el cielo se hizo resplandor de rayos y relámpagos y durante esas cuatro horas el valle se convirtió en una gigantesca fragua. Ni un solo minuto quedó a oscuras el cielo. Toda la tierra durante ese tiempo no dejó de ser sacudida por truenos y rayos como si por encima de nuestras cabezas cabalgasen millones de caballos desbocados y el cielo se hubiera abierto para ahogarnos en el agua que estuvo negándonos durante cinco meses”
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No es difícil imaginar, cuando según datos se contabilizaron hasta 300 litros por metro cuadrado, cómo bajaba el agua en torrentes por las laderas de ese monte buscando un cauce natural por el que correr hacia el valle.
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Amanecía cuando el agua empezó a llegar en continua crecida por el lugar que siempre había sido su paso, tropezando con muros, construcciones, árboles y bancales que en mayor o menor medida fue destruyendo, volcando y erosionando.
Las casas de campo a nuestras espaldas no sufrieron inundaciones, tampoco las que se encontraban algunos metros por delante, pero la nuestra, ay fatalidad, fue pasto del feroz río, con todo su séquito de barro, piedras y maleza. Por fortuna, el bancal de almendros del vecino de enfrente, de unos 20 metros de ancho, estaba más bajo que nuestro terreno y el agua se lanzó furiosa por él creando en pocos minutos un cauce por el que escuchábamos bramar el agua en un sonido sobrecogedor. De haber sido más alto que el nuestro o haber tenido algún obstáculo que desviara la riada hacia la derecha, puedo asegurar que el agua nos hubiera llegado al cuello y los destrozos hubieran sido cuantiosos.
Pero tras aquella primera embestida el nivel del agua que rodeaba la casa empezó a decrecer poco a poco.
Cuando nos atrevimos a salir al exterior sólo se oía el estruendo de la riada pasando por el bancal del vecino de enfrente. Causaba pánico con sólo escucharlo.
El barro lo impregnaba todo a nuestro alrededor y había charcos inmensos por todas partes. Todo se veía tan apagado, tan sucio, tan destartalado que no acertábamos a pronunciar palabra.
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De repente hubo un rayo de alegría en ese mar de pesadumbre. Nos oyó y empezó a gemir desde las alturas y al mirar le vimos en lo alto del tejado. El muy astuto Tranquilo no se conformó con subir por las escaleras hasta la terraza, sino que aún saltó el muro para encaramarse al tejado. Sabiendo del sexto sentido de los animales, seguro que intuyó lo que se aproximaba mucho antes de que llegara.
Le llamamos contentos y al bajar todos le abrazamos y le felicitábamos por lo inteligente que había sido. Y recuerdo cómo nos miraba como preguntando: ¿Me puede explicar alguien qué ha pasado aquí?
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La siguiente gran emoción nos llegó con una quebrada voz desde la carretera.
- ¡Anita… Anita! - llamaba
- ¿Es la abuelita? – nos preguntamos sorprendidos.
- Anita, - llamaba a mi madre - ¿esteu tots bé?
- ¡¡Sí – le gritamos – estamos todos bien!!
Y entonces la pobre rompió a llorar.
Había venido andando desde su casa del pueblo, a 2 kms de allí, sorteando riachuelos, grandes piedras y montones de lodo, con el corazón encogido por la incertidumbre de no saber con lo que se encontraría.
Y ni siquiera pudo entrar a abrazarnos pues la riada había empujado las puertas del camino, cerrándolas y acumulando sobre ella tal cantidad de barro, raíces, piedras y ramas que tuvimos que emplear varias horas para poder abrirlas de nuevo. Mi padre, de tanto caminar con el barro hasta las rodillas, no se pudo mover en todo el siguiente día.
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La casa estaba sucísima. Hubo que sacar muchas cosas a secar al sol (incluidos mi colchón y el de mi hermano) y limpiar con agua otras tantas. Otras quedaron inservibles.
El polvillo que dejó el lodo sobre el suelo y muebles tardó años – repito y no exagero, años- en poder eliminarse del todo. Pero mi madre, lejos de desanimarse, nos alentaba ante el incuestionable hecho de que podía haber sido mucho peor y que debíamos estar contentos de encontrarnos todos sanos y salvos.
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Aquella misma tarde, hartos ya de tanto limpiar, me propuso una excursión que no olvidaré en mi vida. Nos pusimos unas botas de agua y seguimos el recorrido inverso que hizo la riada desde nuestra casa hasta el mismo monte de El Cid.
Cómo lamento no haber tenido una cámara de fotos aquel día para plasmar lo que a ambos nos pareció el paisaje del fin del mundo, el decorado de una película futurista.
Enormes superficies de agua como lagunas fantásticas brillando al sol, grandes y pequeñas piedras por todas partes, ribazos destruidos por los que todavía saltaban hilos de agua, caminos cortados, profundos huecos en la tierra que dejaban a la vista gruesas raíces, pequeños puentes con sus ojos embozados de ramas, una casa en el filo de un barranco erosionado por la corriente hasta el punto de hacerla peligrar, gallinas sumergidas en un charco, tersos montículos de lodo como caparazones de tortugas gigantes en un mar cobrizo, bolsas de plástico y restos de ropa en las copas de algunos árboles indicando hasta dónde había subido el nivel del agua…
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Más tarde nos llegarían las noticias de lo que había sido una catástrofe en gran parte de la Comunidad Valenciana y algunas poblaciones de Murcia y Albacete.
Sin duda la más impactante y que permanece en la memoria de miles de valencianos fue la Pantanada de Tous.
Un fallo eléctrico a la hora de desalojar tanta agua contenida provocó que las paredes se quebraran y finalmente la presa de Tous se vino abajo originando una crecida de 16.000 m³/s (la mayor registrada en España), arrasando las comarcas que la rodeaban. En las poblaciones más inmediatas el agua llegó al segundo piso de altura y en ciudades como Carcagente o Alcira se superaron los 2 metros. Aunque hubo tiempo para desalojar a mucha gente, los muertos superaron los 30 y los daños materiales fueron muy cuantiosos, con más de 5000 damnificados en 32 poblaciones distintas.
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He encontrado en internet algunas fotos de aquellos días y por lo mucho que dejan ver lo que fue aquella nefasta noche en la que los cielos se desataron, quería añadirlas a continuación pero para no hacer tan larga la entrada las he montado en un video.
Creo que os resultará tan sobrecogedor como a mí.
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Tras ver esto, uno queda convencido de que en cualquier cara a cara con la Humanidad, la Naturaleza siempre tendrá la última palabra.



18 de octubre de 2010

LA RIADA DEL 82

Este titular que aquí muestro, y que tan acorde queda con el título del blog, pertenece a un recorte del periódico INFORMACIÓN del 21 de octubre de 1982 que guardo en un álbum de recuerdos.
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Creo que a la mayoría de nosotros, con tan solo leer España 1982, nos vendrá a la cabeza el Mundial de futbol, aquel que con más pena que gloria se jugó en nuestro país y que tuvo como mascota representativa a un risueño cítrico: Naranjito (qué ridículo me pareció entonces y qué nostalgia me produce verlo hoy)
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La actuación de la selección de España en aquel Mundial no tuvo excesiva repercusión, sin embargo la Comunidad Valenciana, una de las zonas de mayor producción de naranjas del país, sí tuvo un lamentable protagonismo cuatro meses después de finalizado aquel acontecimiento. Nadie podía presagiar el caos en el que se sumirían tantas localidades de esta comunidad en la tercera semana del mes de octubre.
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Fue una semana de abundantes lluvias con algunas tormentas importantes pero ninguna como la gran tormenta que se desató en aquella trágica madrugada del día 20 al 21 que ocasionaría graves inundaciones, víctimas mortales y unas pérdidas materiales incalculables.
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Hoy quiero rememorar aquel impresionante día tal y como yo lo viví. No me será difícil pues las imágenes de las que fui testigo fueron tan impactantes que aún parece que las estoy viendo hoy.
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Tenía entonces 16 años y era estudiante de 2º de BUP.
Aquella noche me acosté con el sonido de la lluvia sonando en el exterior de la casa de campo, ese rumor de agua continua acompañada de los destellos de algún relámpago y el consiguiente bramar de los truenos.
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Siempre me ha encantado oír llover y aún más con el sonido de una tormenta (amortiguado por la distancia, eso sí) por lo que me dormí pronto, arropado por esa maravillosa banda sonora natural de fondo. En esos intervalos entre el sueño y la consciencia llegaba a mis oídos el murmullo de agua cayendo sin parar y pensaba “¡Qué gusto! ¡No para de llover!”
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Amaneció y continuaba lloviendo. Cuando entró mi madre en la habitación para despertarnos a mi hermano y a mí, subió la persiana y la oímos exclamar:
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- ¡¡Ay, mare meua, pero… pero si está pasando un río por delante de la casa!!
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Saltamos como un resorte de las camas y nos abalanzamos al cristal para comprobar que efectivamente un auténtico rio de agua veloz circulaba ante nuestros ojos. Fue una imagen impactante. Se levantaron también mi padre y los hermanos pequeños y los seis quedamos expectantes ante las ventanas tratando de encajar una imagen nunca imaginada. Era un agua de color marrón oscuro que saltaba del bancal superior de los naranjos en una corta pero abundante cascada y circulaba por delante de la casa bajando por el camino que lleva a la carretera. Por suerte el agua no tenía altura suficiente como para subir el escalón de la marquesina de la entrada a la casa.
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Pero continuaba lloviendo.
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Una lluvia que llegaba de un cielo cerrado, oscuro, pesado, que dejaba en el ambiente la sensación de un mal presagio en los ánimos.
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Mi padre salió al exterior unos segundos y yo le acompañé. Pude escuchar en la distancia el estruendo de aguas en cascada, de ríos tropezando contra rocas, chocando contra paredes y quedé sobrecogido por el miedo.

Unos minutos después, la crecida empezó a intensificarse y de repente –no lo olvidaré porque lo vi ocurrir- se oyó un sonido fuerte, un estallido muy cercano.
El muro construido delante del bancal de los naranjos acababa de reventar. Entonces toda el agua en aquella parcela contenida se precipitó por esa abertura y llegó para inundarnos.
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La puerta cerrada no fue suficiente para evitar que empezara a colarse el agua dentro de la casa. Recuerdo a mi madre moverse apresurada mientras decía “Ay Señor, ay Señor” y a mi padre colocando mantas viejas y trapos en las rendijas inferiores para evitar que entrara con tanta fuerza. Empecé a imaginar la casa inundada y sentí mucho miedo pero no sabía reaccionar. Recuerdo que me metí en mi habitación y empecé a colocar libros y cosas de valor en las partes altas de los muebles y haciendo esto me percaté de que ya el agua estaba entrando en la habitación como una líquida serpiente que quería estropear mis preciadas pertenencias.
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Oía a mi madre recoger agua en un cubo y a mi padre afanándose en que no entrara más por debajo de la puerta. En mi desesperación quise evitar que se mojaran las mantas y colchones y cometí un error: teníamos camas plegables de las que se doblan por la mitad y se guardan en un hueco del mueble y las guardé sin percatarme de que al hacerlo colocaba un extremo de los colchones más cerca del suelo. Más tarde comprobaríamos que se habían empapado.
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El suelo de la casa era un charco creciente de agua y barro que se metía debajo de los muebles e iba llegando lentamente a todas partes.
Mientras tanto el exterior era un espectáculo desolador: vimos cómo el agua arrancó los rosales y los arrastraba por delante de nuestras ventanas en un visto y no visto así como troncos, maderas, ramas, que pasaban como veloces barcos. Comprobamos asombrados la fuerza de la corriente al ver cómo iba arrastrando el gran trozo de muro que la riada había quebrado.
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Fran preguntó de repente por Tranquilo
- Eh, es verdad ¿y Tranquilo? ¿Dónde está?
Tranquilo era nuestro perro y no se le veía por ninguna parte. No pudimos evitar afligirnos pensando que la riada se lo había llevado.
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Uno de los pinos se torció amenazando con caer sobre el tejado y toda la casa estaba ya rodeada de un mar oscuro de fango licuado que empezaba a alcanzar el nivel de las ventanas.
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La sensación de impotencia era terrible.
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(Continuará)
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(En la foto el río Vinalopó a su paso por el Puente de la Estación de Elda, el 21 de octubre de 1982.
Teniendo en cuenta que es un rio cuyo caudal no llega ni a las rodillas, impresiona ver esa tremenda masa de agua que se produjo tras el diluvio. Escucharla fue aún más impactante.)

12 de octubre de 2010

UNA DE MIEDO

Ocurrió en los tiempos en que los cuatro hermanos vivíamos con nuestros padres en el campo de Petrel (el Hotel Cabrerator)
A través de los años, hubo momentos puntuales en los que por cualquier circunstancia uno de nosotros estuvo solo en casa esperando a que fuera llegando el resto de la familia.
Ninguno sentimos nunca miedo alguno en aquellas raras situaciones, a excepción del año en que una vecina muy mayor tuvo la triste idea de quitarse la vida ahorcándose en el corral de su casa.
Pasábamos junto a ese corral cada vez que nos íbamos andando al colegio y aquella fatal noticia, - particularmente a mí - me impresionó tanto que durante una semana me costó horrores conciliar el sueño.

Por lo demás, ningún episodio terrorífico a reseñar, si dejamos de lado, claro está, los sustos que de vez en cuando nos daba Fran con sus caretas y con esos altares macabros que montaba a oscuras para divertirse a nuestra costa, algo que ya contaré en otra ocasión.

Pero sí que existe una anécdota inquietante que solemos recordar cuando nos da por contar historias de miedo y que tiene por protagonista a un gato.

Aquel gato apareció un día por nuestra casa y comenzó a pasearse por los alrededores regularmente. A diferencia del común de los felinos, que dedican mucho tiempo a acicalarse y lamer su pelaje para mantenerlo limpio, éste no se ocupaba nunca en esos menesteres y tenía un aspecto muy descuidado, con dudosas manchas en su ya de por sí gris piel que le hacían muy desagradable a la vista.
Pero probablemente todo ello nos hubiera pasado desapercibido si no fuera por el hecho de que aquel gato estaba tuerto.
Desconozco si habría perdido un ojo en alguna pelea o por alguna enfermedad o tras haber sufrido una infección pero el caso es que había una horrible cavidad al lado de su ojo sano que le confería un aspecto terrible cuando su cabeza se volvía hacia nosotros y se nos quedaba mirando.
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Durante un tiempo el animal tuvo la costumbre de saltar a los salientes de las ventanas desde las que podía vernos pasar. Si nos encontrábamos cenando en la cocina allí que aparecía él tras los cristales para dirigir su tuerta mirada hacia nosotros.
Cuando alguien se levantaba para dirigirse a otro rincón, el gato giraba la cabeza para no perder detalle.
Si pasábamos al salón, daba la vuelta por el exterior y se dirigía a la ventana desde la que pudiera vernos y allí se quedaba.
Pero su sola presencia se nos hacía incómoda y en ocasiones golpeábamos en el cristal para que se fuera de allí, cosa que hacía momentáneamente para volver poco después, con lo que terminábamos por bajar la persiana para perderle de vista.

Esa forma de actuar se repitió intermitentemente durante algún tiempo durante el cual siempre se le vio un animal tranquilo cuya única maldad era sólo fruto de nuestros prejuicios, por la desazón que nos causaba, pues en las veces que, aun sin pretenderlo, se cruzaban las miradas, no era posible dirigir la vista al ojo sano; aquella cuenca vacía predominaba siempre y eso desasosegaba a cualquiera.
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Recuerdo especialmente una de esas veces en las que me encontraba solo en casa viendo la tele cuando tuve la extraña sensación de que alguien me observaba. Giré la cabeza hacia la ventana y allí encontré al gato con aquel agujero siniestro en la cara que te hipnotizaba. Sentí un escalofrío en la piel, no tanto por encontrarme con su inquietante presencia como por haber intuido que estaría allí.
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Y de repente una noche, ignoramos por qué, el tuerto felino saltó a la ventana maullando muy inquieto y moviéndose de un lado al otro del saliente mientras miraba con insistencia hacia el interior. Al acercarme al cristal para espantarlo dio un maullido prolongado que interpreté como una llamada desesperada.

- Parece como si quisiera decirnos algo – comenté
- Pero ¿qué le pasa? – preguntó Tomás – Oye, está claro que quiere entrar. Mirad cómo se mueve.
- Calla – exclamó Ana - Por nada del mundo, que me da mucho repelús el gato ese. Que se vaya, que se vaya.

Hasta que el gato finalmente saltó de allí y se marchó.
Y pasaron muchos días sin verle.

Después de aquello, entró un día Fran en casa diciendo que había un gato muerto, atropellado en la carretera, casi en la misma puerta del campo. Todos pensamos lo mismo.
- ¿¿No será el tuerto??
Salimos a comprobarlo y efectivamente lo era.
Fran se encargó de enterrarlo en un bancal, con lástima después de todo, pues el bicho era feo con ganas pero una inocente criatura al fin y al cabo.

Algún tiempo después fue mi hermana Ana la que estaba sola en casa.
Era una tarde de invierno y hacía rato que había oscurecido. Como tenía deberes de matemáticas pendientes decidió hacerlos en el salón viendo al mismo tiempo alguna película de video. De entre todas las cintas que había para elegir se decantó por ésta.
Nota:
Para entender esta valiente decisión he de decir que a mi hermana le encantaban las películas de miedo; de hecho siempre ha dicho que el miedo le atrae y le repele a partes iguales. Yo en parte la comprendo, dicen que pasar un poco de miedo es una forma de liberar endorfinas y siempre he encontrado algo placentero en ello. Claro que depende de a qué miedo nos enfrentemos. Yo sería incapaz de hacer puenting o paracaidismo por ejemplo, pues eso no es miedo para mí, eso es horror. También preferiré mil veces entrar a un castillo del terror, aún siguiéndome de cerca Freddy Krueger o con unos cuantos zombies pisándome los talones antes que viajar en avión. Muchísimo más terrorífico que oír la sierra eléctrica de La matanza de Texas es escuchar la voz del comandante de vuelo decir: “Señores pasajeros, abróchense los cinturones pues vamos a atravesar una zona de turbulencias”. Esto sí es terror mortal, no las otras bobadas.
Fin de Nota.
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Pues como decía, Ana estaba viendo El exorcista sola en casa cuando escuchó un ruido por las habitaciones interiores. Se extrañó un poco pero se sentía segura pues la puerta de la cocina y la del salón estaban cerradas con llave. Nadie podía entrar.

Siguió viendo peli/haciendo deberes cuando volvió a parecerle que algo se oía por el interior de la casa y entonces, alarmada, bajó el volumen del televisor, dejando sobre la pantalla a la poseída dando tumbos en la cama en silencio.
Efectivamente pudo percibir lo que parecía el amortiguado llanto de un niño.
Su mente se disparó a toda velocidad buscando una lógica a aquel sonido pero no conseguía hallar una explicación que la aliviara. Y todavía menos cuando ese lamento infantil empezó a intensificarse, como si de repente ese ¿bebé? hubiera saltado de alguna cuna y ahora se acercara por el pasillo reptando hacia el salón con ahogados sonidos de súplica en cada paso.
Ana se levantó de la mesa pálida de terror esperando un desenlace a ese sonido que se acercaba y se abalanzó hacia la llave de la puerta. Su intención era salir disparada hasta casa del vecino más próximo. Pero quedó junto a la puerta expectante a que apareciera el dueño de ese taciturno llanto que ya se oía al final del pasillo.
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Y de repente… apareció un gato, y Ana respiró aliviada a pesar de que el corazón le latía con fuerza porque en ningún momento pudo imaginar que se tratara de un simple gato, que aquel lamento tan humano perteneciera a ese animal.
Sin embargo el gato hizo un giro con la cabeza para mirarla y, horror, ¡le faltaba un ojo!
Se trataba de un gato gris, sucio y tuerto que la miraba y maullaba, siendo el único sonido que acompañaba a la muda imagen de una niña endemoniada que miraba al infinito a través de la pantalla.
Ana no recuerda bien qué hizo después. Probablemente gritó con fuerza al gato y éste huyó despavorido por la abierta ventana de la habitación por la que había entrado.
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Nos lo contó una y mil veces y aquello quedó como "la noche del gato y el exorcista" que hemos recordado en infinidad de ocasiones.

Y si pretendéis que explique lo que ocurrió, la lleváis clara.
¿Creéis que lo sé?
¿Fue aquello una aparición fantasmagórica? ¿Es que había otro gato igual que el muerto? ¿Es que el muerto no era el que pensábamos? ¿Seguiría enterrado aquel que fue atropellado? Y también me preguntó ¿pasaría miedo también la niña de El Exorcista viendo lo que vio?
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A mí me gusta pensar que como buen gato que ha de hacer honor a su leyenda, el Tuerto aún no había consumido sus siete vidas y antes de que le tocara su hora definitiva no podía morirse sin entrar a curiosear un rato por el Hotel Cabrerator. Y eso hizo.
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Sí, eso es. Eso debió ser.

6 de octubre de 2010

YO NO ME RIO, RAE

Aún estoy asimilando algo que ayer me dejó perplejo. No consigo salir de mi asombro.

Me encontraba preparando una nueva entrada para el blog cuando en un momento dado necesité consultar una palabra en el diccionario. Lógicamente hice lo más cómodo: ir a la página que la Real Academia de la Lengua tiene en la red.

Cuando se abrió, en su barra de búsqueda escribí por equivocación la palabra diablo (al subconsciente le debe gustar jugar al Quién es quién o algo así)

Entonces apareció esto sobre mi pantalla.
Pinchad la imagen para agrandarla y leed atentamente las 10 acepciones.
















¿Os ha sorprendido algún punto?... ¿¿Verdad que sí?? ¡¡Es increíble!!

¡¡El punto 4 es mentira!! ¿Desde cuándo el diablo es una persona muy fea? ¿A alguien cuando oye nombrar al diablo le viene a la cabeza una persona fea? Uno sólo se imagina a un tipo muy malo, más malo que un lunes con resaca, más malo que un dolor de muelas pariendo, más malo que un canapé de Whiskas, pero... ¿feo?

Estoy indignado porque estos señores académicos jamás me han visto ni de lejos y no hablan con conocimiento de causa. ¿Van de choteo o qué? ¿No saben que cuando me planto tengo un sex appeal que ni yo me aguanto? ¿Acaso han admirado mi perfil a contraluz con la luna llena a mis espaldas? ¡Si ahí estoy irresisitible!

Tan furioso me he puesto que, aprovechando que en internet está todo todito todo, he buscado inmediatamente el teléfono de la R.A.E.
Y sí, allí estaba el aparato, que por cierto pensé que sería un móvil pero resulta que no, que es un fijo y limpia y da esplendor.

Aún me tiemblan las piernas de puro coraje porque, según las instrucciones, con tan sólo apretar la almohadilla del mismo (#) te conectaba directamente con la sección "Propuestas, quejas y sabiduría popular" de la RAE, pero mi cursor casi le saca hasta las plumas a la jodida almohadilla y no me ha dado puta señal.

Probad, probad vosotros y veréis como no hay manera.
.Claro, los académicos, en vez de trabajar duro dando lustre al idioma, se pasarán el rato tomando cafeses en el bar. Seguro que sí.

Si al menos se pusieran a mirar a contraluz la luna llena...
¡Qué jodido estoy!

Por suerte he conseguido dar finalmente con una página en www. dejalpornoybuscaloquestabasbuscando. com que me ha facilitado un contestador automático estupendo que parece que enlaza cualquier mensaje que dejes con el facebook de los académicos que se sientan en los sillones B, M y W.

¡Aún hay esperanza! ¡Me van a oir! ¡Se van a reir de Rita! ¿Feo yo? ¡¡Feo su padre!! Mañana mismo están borrando ese punto. ¡Y punto!

Aprovechad y poned una queja si queréis. Cualquier queja.
Un contestador tan majo no se encuentra todos los días.













1 de octubre de 2010

CUANDO TU HIJA ES MASTER DEL UNIVERSO


No creo que me discuta nadie que los niños de hoy nacen sabiendo latín.
Esto es un axioma y no admite réplica.
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Otra cosa es que nos terminemos de acostumbrar a semejante prodigio; yo desde luego no me acostumbro.
Pero es que si además entramos en materia y analizamos los casos extremos, podríamos quedar estupefactos.
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Pongamos por ejemplo el caso de una niña que se llama Aitana (que no voy a decir que es hija mía para que nadie diga que mi visión no es objetiva) que sabe más que las ratas colorás.
A la pruebas me remito, sólo hay que echar un vistazo a su extraordinario curriculum vitae.
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Con tan solo 3 años ya ha terminado sus estudios en la Escuela Infantil y ya ha accedido al primero de los dos cursos de iniciación a la Educación Primaria. Impresionante.
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En la Escuela Infantil (no confundir con Guardería, que es lo mismo pero no es igual) cursó dos años sin decir esta boca es mía. No le hizo falta pronunciar palabra. Se limitó a arduas labores de observación, asimilación y posterior puesta en práctica, o lo que es lo mismo, miraba todo como un buho, lo absorbía como una esponja y nos lo contaba después en casa como una cotorra. Y todo ello, como digo, sin decir ni mu en la Guard Escuela infantil.
A pesar de ello, los informes de su maestra educadora fueron excelentes.
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- Vuestra hija es lista, listísima...
- Pero si no la has oído hablar...
- Sí, una lástima, pero es que eso se percibe de todas formas.
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Por suerte lo pudo constatar cuando en una ocasión, al ir a recogerla, escuchamos decir a un compañero de su aula:
- Mamá, me caío y mecho buba en la penna.
Y a continuación, Aitana:
- Ay, yo también me caí ayer y me hice una herida en la pierna que me dolió una barbaridad (así, tal cual, con pronunciación de Valladolid)
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La niña en cuestión posee una precoz cultura matemática. Es mítica en la historia de la familia aquella vez en que coincidimos en la frutería con una vecina que se vanagloriaba de los progresos de su nieta Andreíta. (Tanto Andreíta como Aitana tenían entonces 20 meses de edad)
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- Es que es de lista mi Andreíta...- decía la mujer mirando a su nieta - ¡Sabe más...! Andreíta, cielo... una, dos y...
- ¡Tes! - dijo Andreíta
- Ay, si es que tiene una gracia...
Y Aitana, mirando la escena, continuó de forma natural
- Cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve... ¡ y diez!
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Fue un alivio que la abuela del portento no oyera la respuesta de Aitana. Hubiera sido demasiado frustrante. Lo que sí se oyó y bien fuerte fue la carcajada de la dependienta que desde entonces nos recuerda aquella escena cuando nos ve.
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En el curso al que Aitana acude actualmente - que ella en una inteligente alegoría llama "el cole de los mayores"- la estudiante ha decidido continuar sin hablar. Se presenta decidida y feliz, pero una vez allí... punto en boca. He sido testigo de los intentos de su maestra por conseguir que diga tan sólo una palabra y en los enormes y serios ojos con los que la niña la mira se lee perfectamente:
- Señora, no insista, no me haga pasar por este momento embarazoso y limítese a hacer su labor que yo ya la observo y luego la imitaré en mi casa.

Y, efectivamente, luego en casa, Aitana es una versión en miniatura de su maestra.
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- A ver niños, sentaros en círculo... No, Irene, tú ponte aquí... Oliver, ahí no, aquí... Venga chicos, atenciooón.... Hoy vamos a dibujar...
(en la foto, la manera en que dispone fichas y colores jugando a ser maestra mandona)
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Muchos de los méritos de esta observadora y analítica estudiante se deben a las labores de apoyo de Samuel, su hermano mayor.
Si Samuel se sienta en el sofá a leer, ella lo imitará inmediatamente, trayendo uno de sus cuentos. Aitana aún no sabe leer (es decisión suya no aprender todavía), pero con el libro abierto ante sus ojos lo disimula maravillosamente.
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- Yen-ton-ces la chica se fue a comprar y dijo a sus hi-ji-tos: volveré pronto, voy al su-per-mer-cado. Que-da-ros jugando con los ju-gue-tes, ¿eh? Sí, mamá, no tardes mucho le dijeron sus hi-jos con-ten-tos.
- ¡Aitana! - protesta su hermano - ¡cállate!
- ¡Ay, que estoy leyendo!
- Pero si no sabes leer.
- Sí que sé.
- Pues lee sin hablar.
- No se puede leer sin hablar... ¡hombre ya!
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Lo que peor lleva mi hijo es ese papel de madre en funciones que adopta su hermana cuando mi mujer no está.
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- Aitana, vamos a jugar - le propone ilusionado un sábado por la mañana.
- Sí, pero primero ponte a hacer los deberes.
Y veo en él una cara de fastidio, como diciendo "Que este renacuajo me tenga que decir lo que tengo que hacer..."
Y cosas así, muchas...
"Samuel, ponte la chaqueta que nos vamos al cole"
"Samuel, no hables con la boca llena"
"Venga, Samuel, coooome"
Y la más fuerte: "Samuel, cállate cuando los mayores estén hablando" (!!!) (Que alguien revise su partida de nacimiento. ¿¿Cuándo nació realmente??)
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¿Mi opinión al respecto? Basándome en informes familiares, yo me muevo entre la opinión de su tío Fran: "¡Qué graciosa es!" y la de su tío Tomás: "¡Qué miedo da!", aunque la que parece tenerlo más claro es su tía Ana cuando nos dice: "No queréis ver que es una niña, y las niñas son... otra cosa. Siempre a años luz de los niños"
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Pero no todo van a ser buenas calificaciones, que yo en estas cosas soy totalmente imparcial. Reciéntemente la oí hablar con su madre en el aseo:
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- Ay, es que el papá tiene la manía de atarme los zapatos muy fuerte y luego me duelen los pies...Y sabes qué, ¡ayer me puso la falda al revés!
- ¡Ay, el papá, qué desatre! ¡Ahora le vamos a cantar las cuarenta!
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¿¡Conspirando contra mí!? ¡Suspendidas las dos con un cero!
Reconozco que no sé peinar a Aitana, pero en todo lo demás... soy un hacha... ¡hombre ya!
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La última Aitanería ocurrió la otra noche en la que, una vez más, imitaba a Samuel limpiándose los dientes. Le puse un poco de pasta en el cepillo y...
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- Ayy, papá... esto picaaaa.
- ¡Qué va a picar! ¡No pica!
- ¡Que sí que pica!
- Pero si te he puesto pasta de dientes para niños...
- ¿Y para qué me pones pasta de dientes para niños? ¡Que yo soy una chica!
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Que la licencien ya.
¡Yo me rindo!