31 de octubre de 2012

UNA HISTORIA DE MIEDO QUE MI ABUELO CONTABA


Aquellas vivencias de las que más gratos recuerdos guardo y  que más me ilusionaría compartir, suelen ser  las que más se me resisten a la hora de plasmarlas  por escrito.
Por más que me esfuerce, nunca logro transmitir todas aquellas sensaciones especiales que me produjeron.

Aún así, cualquier ocasión que me sirva para hablar de mis abuelos siempre merece la pena, aún cuando las palabras no fluyan como me gustaría.
Rememorar sus historias es, en cierta forma, hacerles revivir.

La primera imagen que se me dibuja al pensar en mi abuelo Conrado es la de su habitual presencia en el salón de su casa, sentado en uno de aquellos dos sillones verdes de escay. El transistor a su derecha, al alcance de la mano, y el grave tic tac del reloj de pared acompañando sus plácidas horas, tan sonoro como invisible a nuestros oídos.

No tenía sentido pasar un día con nuestro abuelo sin pedirle que nos contara algún cuento. Lo hizo durante años con mi hermano y conmigo, y seguiría haciéndolo años después con nuestros hermanos más pequeños, sin que yo me desvinculara nunca, pues prestarle atención era siempre uno de esos mágicos momentos en los que el tiempo se detenía y era  sumamente sencillo dejarse llevar por sus historias, que unas veces eran de ficción y otras veces experiencias propias, o casos que conoció en su extensa vida.

En una ocasión le pedimos que nos contara un cuento de miedo y, tras cavilar durante unos segundos, nos dijo.

- ¿Un cuento de miedo? Pues mejor que un cuento os voy a contar una historia que le pasó a uno de Petrel hace muchos años.
- ¿Le pasó de verdad? - preguntamos expectantes.
- Sí, ya lo creo.
- ¿Y es de mucho miedo?
- Pues para vosotros no lo sé, pero él casi se muere del susto.

Y entonces, presurosos a escucharle, guardábamos  silencio. Nos sentábamos en la alfombra, a sus pies, y él, desde su sillón, con el pensamiento vuelto hacia el pasado, carraspeaba un poco antes de empezar a hablar. Debía intuirnos muy atentos ya que no podía vernos, pues con los años nuestro abuelo fue perdiendo la vista progresivamente hasta quedar totalmente ciego.

 - Pues esto ocurrió hace mucho, cuando aún no había electricidad en las casas y la gente se alumbraba por las noches con lámparas de aceite o con algún candil. Fue en un domingo de invierno, que uno que se llamaba Vicente había ido a hacer una visita a la casa de campo de un amigo, que estaba lejos del pueblo, por allá por los campos de Salinas.
Había pasado el día con él y con otros invitados que allí estaban.  
Como al caer el sol se había echao frío, encendieron la chimenea y se arrimaron todos a la lumbre a charlar. Y resulta que estuvieron hablando de muchas cosas, pero de repente les dio por contar historias de misterio, cosas extrañas que les habían pasado alguna vez o que habían oído.

Pese a que ya han pasado décadas desde la última vez que le escuché esta historia, aún la recuerdo bien, pero no sabría reproducirla de aquella forma en que lo hacía mi abuelo, tan suya.

Transcurría la anécdota del tal Vicente hablando del miedo que empezó a sentir, a pesar de ser un hombre acostumbrado a vivir solo sin que ello le amedrentara, pero que en aquella ocasión, por lo que fuere, se sintió incómodo escuchando a aquella gente.
Había oscurecido por completo y pensaba que  tendría que volver solo a su casa y  tanta historia siniestra le había inquietado, por lo que procuró no sugestionarse.   Pero lo que más le angustiaba  era recordar que en el camino de vuelta a casa tendría que pasar necesariamente junto al cementerio.

 - Solo de pensarlo se le ponían los pelos de punta.
Total, que Vicente hacía tiempo que tenía ganas de irse de allí, pero le había entrao tanto miedo que esperó a ver si algún otro se marchaba para no tener que volver solo a su casa, y que al menos pudiera llegar hasta el pueblo en compañía. Pero así fue que el tiempo pasaba y como de allí no se movía nadie y se había hecho muy tarde, se armó de valor para despedirse de todos y marcharse.

Después de haber estao arrimao a la luz del  fuego, lo encontró todo oscuro como  boca de lobo. No había salido la luna , y se había echao mucho aire que hacía que los árboles se movieran, así que por poco no se dio la vuelta para meterse otra vez en la casa, pero le dio vergüenza de imaginar que se reirían de él, y no lo pensó más  y tiró p'al pueblo.

Caminó a buen ritmo Vicente, sin permitirse el pensar demasiado en nada que le asustara, concentrado en dar paso tras paso, con la sola idea de llegar cuanto antes a su hogar. Pero al aproximarse al cementerio se tuvo que detener. La visión de las copas de los cipreses como lanzas negras hacia el oscuro cielo, y que el viento hacía balancear, le aceleró los latidos del corazón. Desde la distancia escuchó el silbar del viento entre el denso ramaje de los árboles y su mente jugó a atormentarle,  haciéndole imaginar que eran las voces de los espíritus del camposanto que le llamaban.

 - Así que Vicente tuvo que arrodear atravesando muchos  bancales para no seguir el camino, porque prefirió tardar más en llegar en tal de no pasar por allí.
Pero cuando por fin llegó al pueblo y abrió la puerta de su casa, el miedo no se le había pasao.

Tan sugestionado estaba que hasta su casa le pareció más silenciosa que de costumbre, y sintiéndose como un advenedizo que hubiera entrado a interrumpir su quietud, se apresuró a encender una lámpara de aceite para dirigirse a su habitación, en donde se encerraría para pasar la noche.

- Echó el pasador de la puerta, se metió en la cama y se dijo: Nada, Vicente, ya ha pasao todo. Ahora a dormir y mañana será otro día.

Pero no le resultaba nada fácil relajarse después de lo escuchado aquella tarde y del desasosiego  acumulado en el trayecto. Por si fuera poco, en la quietud de la noche le llegaban ruidos de todo tipo, que se esforzaba en identificar para despojarlos de su misterio. El sonido del viento en el exterior, los crujidos de las vigas al enfriarse, el de algún cristal que retemblaba en una ventana...

Sin embargo le llegaba esporádicamente otro sonido que no lograba identificar y que parecía llegar de la planta superior. Eran unos golpes semejantes a los de unos grandes nudillos golpeando sobre madera. Llegaban hasta él  tres toques nítidamente, siempre fuerte el primero y más suaves los otros dos.

Por más que intentó relajarse no lo conseguía y cansado de estar pasando tanto miedo cuando él no había sido miedoso nunca, se armó de valor y decidió que saldría a averiguar de dónde procedía ese ruido que tan nervioso le estaba poniendo.

- Se levantó de la cama, volvió a encender la lámpara, abrió el pasador y se acercó al principio de la escalera que subía al trastero. Escuchó con atención,  y al poco lo volvió a sentir: un golpe fuerte, POM,  y otros más flojos, pom-pom.
¿Quién anda ahí?- gritó. Y como no volvió a escuchar nada, pensó que a lo mejor había un hombre escondido allá arriba, o un animal que al oírle se había asustado. Pero cuando se iba a volver a la habitación volvió a escucharlo. POM… pom pom.

Y como ya no aguantaba más, buscó un palo que por allí tenía y  tiró p’arriba, más rabioso que asustado, pero, ay, que justo en ese momento sintió un golpe más fuerte y después unos pasos de alguien que se acercaba bajando las escaleras hacia él. Y venía muy deprisa. Pam-pam-pam-pam-pam….

En ese instante, como es natural,  estábamos cautivados a sus pies , hipnotizados por sus palabras, deseando que llegara el desenlace.

- ¿¿Y qué era?? ¿¿Qué pasó??

- Pues el susto que se dio, ya no se le olvidó en la vida,  pero le ayudó a no volver a tener miedo nunca más, porque los miedos solo están en nuestra cabeza,  y hay que aprender a buscarles la lógica. Todo lo que nos parece un misterio siempre tiene una explicación.

Por las escaleras bajó rodando hasta sus pies un cedazo circular de los que se utilizaban para cribar el grano.

Había estado colgado de un largo clavo en la pared y descansaba sobre una ventana cerrada que el viento sacudía desde afuera. El empujón del viento sobre la ventana y la corriente que se filtraba lograba  separar el cedazo de la pared para hacerlo volver contra la ventana (POM) y rebotar (pom-pom)

Fue una simple casualidad la que hizo que, justo en el momento en que Vicente se decidiera a subir, el cedazo se descolgara finalmente de la pared golpeando en el suelo y rodando precisamente hacia las escaleras para ir al encuentro de  aquel hombre que, a aquellas alturas de la noche, ya  tenía los nervios rotos.

Mi hermano Fran, la memoria andante de la familia, cree recordar que el protagonista fue un antepasado de nuestra abuela Anita, y  que tal vez fuera Manuel y no Vicente. En cualquier caso, la historia y su enseñanza no varían mucho.

Imagino que nos despediríamos aquel día de nuestros abuelos, y que cuando el reloj hiciera sonar sus campanadas, Conrado, como siempre,  alcanzaría el aparato de radio para escuchar las noticias. 
Y las horas pasarían mansamente. 
Y que cualquier otra tarde nos oiría llegar para acercarnos  a su lado y oírnos decir:

 - Abuelito, cuéntanos un cuento
- ¿Un cuento? ¿Y de qué queréis que os lo cuente?
.............................................

Mi abuelo murió en 1986 a los 88 años, cuando yo me encontraba lejos de Petrel, haciendo la mili.
Nadie me contó cuentos como él lo hacía.
Le echo mucho de menos.


26 de octubre de 2012

SAMUELADAS Y AITANERÍAS 4


Mediodía de un sábado.

He de preparar la comida, pero por una vez, y sin que sirva de precedente, propongo ir a comer a un turco.

Lo hago porque sé que  Samuel y Aitana se pirran por los kebabs (aunque el  motivo principal -y que quede entre nosotros-  es que Apamen saldría tarde de trabajar y comería en la tienda.  Y malditas las ganas que tenía yo de enfrascarme en la cocina)

Saltan los dos peques, locos de contento, (estas cosas cuentan, ¿no?)

En el restaurante observo lo a gusto que comen. Aitana tiene la mirada fija en los dueños del local, que hablan entre ellos a un ritmo vertiginoso (en turco, naturalmente)

Ya en la calle, me dice:

 - Pero qué raro hablaban esos chinos. No he entendido nada de nada. Era como... como mejicano o algo así.

Me entran muchas ganas de reír, pero me contengo, pues Aitana aún se pierde en la frontera entre lo que significa reírse de ella y reírse con ella.
Lo que no puedo evitar es la respuesta inmediata de Samuel, que se vuelve y le suelta:

- ¿Chinos hablando en mejicano? ¡No has dao ni una, hija!

Nota para cuando algún día Aitana lea esto:
¡¡Pelo que viva la fusión entle pueblos, cuate!!

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 A Aitana le dieron en el cole un CD con canciones infantiles. Siempre que viajamos quiere escuchar música en el coche. Como es la única que en ocasiones se marea, me dice:

- Papá, ponme canciones que yo me sepa, porfi.
- Vale, pero no todo el tiempo, ¿eh? Déjame poner también de las mías.

Y entonces responde con firmes argumentos:

- Tus canciones no me las sé, y si no canto me mareo.

Si esto no es chantaje emocional, no sé lo que es.

Y bueno, su CD tiene algunas cancioncillas que no están del todo mal. La de Pepino el pingüino es mi favorita. Y es que a fuerza de escucharlas una y otra vez resulta que... en fin, a lo que iba.
Una de esas canciones dice en su estribillo:

El universo
es el cielo y algo más,
algo que no puede verse
pero sabemos que está.

Tras muchas vueltas espaciales en repetidos viajes,   un día exclama  Aitana:

- ¡Ya lo entiendo!
- ¿El qué?
- ¡Es una adivinanza y ya sé lo que es!
- ¿A qué te refieres?
- Dice que el universo es el cielo y algo más. "Algo más" es el Sol, ¿sabéis por qué?
- ¿Por qué?
- Porque es algo que no puede verse, porque si lo miras te quedas ciego, pero sabemos que está, porque notamos que nos calienta.

Tiempo tendrá de averiguar que no iban por ahí los tiros, y que el Universo es mucho más que el cielo y el sol, pero ese no era el momento de corregirla y la felicitamos por ser tan lista y resolver la adivinanza antes que nadie.

Le vi una expresión de satisfacción que llegaba más allá de las estrellas.


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 Muchos de nosotros hemos debido tener una o más palabras que siendo niños se nos resistían a la hora de pronunciarlas (¿recordáis alguna?)
Y digo de niños cuando  aún hoy me tengo que parar a pensar si se dice croquetas,  cocretas o crocretas. ¿Y es vicisitudes o visicitudes? (Ahora lo negaréis, pero seguro que os he hecho dudar)

Tenía mi hermano Tomás tres o cuatro años y no sabía decir Villajoyosa (una ciudad próxima a Benidorm, donde vivíamos)
Él decía algo así como Vijayososa o Vijajoyosa, y a mis padres y a mí nos hacía mucha gracia, todo lo contrario que a él, que le disgustaba no conseguir pronunciarlo bien, y nuestras risas - como hoy a Aitana - herían su amor propio.

Un día, viajando en coche también, observé que estaba muy callado, como concentrado en algo.
De repente gritó:

 - ¡¡VI-LLA-JO-YO-SAAA!!

Y le aplaudimos, claro. Y todavía recuerda la satisfacción que le produjo conseguirlo.

Cuando veo el siguiente video siempre me acuerdo de aquella escena, pues tenía mi hijo más o menos la misma edad que mi hermano entonces. Parece que las historias se repiten en la vida una y otra vez.

Pronto sabréis cuál era la palabra que se le resistía a Samuel antes de que naciera su hermana.

Solo los que lleguen hasta los últimos segundos, descubrirán si finalmente lo consiguió  o no.

http://www.youtube.com/watch?v=gSTZMN5Z2uY&list=UURudn3XFd9XrEyYKrK_iNtQ&index=3&feature=plcp

21 de octubre de 2012

GRAFFITIS MADE IN YECLA


¡Me han dañado a mis leones! ¡Alguien lo ha de pagar!

En la plaza del Ayuntamiento de Yecla se podía ver hace unos años una atractiva fuente de piedra de tan fiero aspecto como bello estilo: cuatro majestuosos leones expulsando chorros de agua por sus fauces. 
Me llamó la atención desde la primera vez que la vi, recordándome de inmediato, salvando las distancias, al famoso Patio de los Leones de la Alhambra.
Un buen día, para mi disgusto,  la fuente desapareció.

A mis oídos llegó la noticia de que el Ayuntamiento la había retirado porque rompía con la estética de la plaza, y algún erudito declararía que no era apropiada para lucir en dicho lugar, además de que no había fuentes con leones frente a  ninguna Casa  Consistorial de España.

Nunca me convencieron tales argumentos,  y el hecho de que no hubiera otra en todo el país, era precisamente lo que la revestía de exclusividad. ¿Por qué iba a ser Yecla la excepción? Pues porque somos más chulos que un ocho. ¡Y punto!

Pero en su lugar se colocó una farola, cuya función de iluminar por la noche la tiene, sí, pero es totalmente impersonal, silenciosa, aburrida e idéntica a millones de farolas.

Pues bien, al menos la fuente no se retiró para no volverse a ver más; la trasladaron a unos kilómetros de allí, a un minúsculo pero frondoso parque junto a la carretera de circunvalación ( aquella en la que me hicieron dos controles en un mismo día)

La mañana en la que dando un paseo casual por la zona  la redescubrí, me llevé una gran alegría y me acerqué a saludar a mis leones.
He de reconocer que, alejados del bullicio del centro, el sonido del agua que mana de ellos era más sonoro en aquella nueva ubicación y me complació su nuevo hogar, al abrigo de la vegetación de los árboles que los protegen.

Las pocas veces que he pasado por allí, siempre veo a personas mayores sentadas en los bancos, conversando tranquilamente, con el cantarín sonido del agua de fondo.

Pero la última vez que me acerqué, los leones tenían una mirada distinta porque... ¡maldición!, algún "artista" de los del bote de spray en mano les había pintado los ojos de un amarillo fluorescente, de manera que ahora parecen cíborgs a punto de lanzar un rayo laser. También habían pintarrajeado firmas por los alrededores.
Me quedé mirándolos indignado. Y triste.

Parece que nos hemos acostumbrado, pero cuánto mal están haciendo algunos grafiteros con sus continuas "cagadas de pavo".

Desde el episodio de los leones heridos, me he fijado en la cantidad de pintadas y letreros que afean la ciudad. Basta andar unos pasos para encontrarlos sobre paredes,  sobre señales, en algún banco, en los buzones, persianas de comercios, estropeando fachadas sin importar si son viejas o nuevas, de mármol, de piedra o de madera. Hasta en los cristales de una cabina de teléfono los he llegado a ver. Los detesto todos, pero los más indignantes son, lógicamente,  aquellos que se hacen sobre monumentos, esculturas, despreciando la belleza de muchas obras de arte.

Quizás haya quien sea capaz de decirme que los graffittis son también manifestaciones artísticas, y no lo voy a negar, pero jamás aceptaré que sirva cualquier lugar para exponerlos. No confundamos las ganas de expresar con la falta de civismo y educación; que el espíritu de la juventud puede y debe ser rebelde, e incluso transgresor, sí,  pero eso nunca ha de ser excusa para el todo vale, no justifica semejantes atentados.

¿No os habéis regocijado  alguna vez imaginando que cada vez que  esos pintureros del dedito alegre  fueran a manchar un lugar no apropiado, les estallara el bote en la cara? ¿No? ¿Me he pasado? Bueno, será por mi condición de Señor del Mal entonces.

Pero no quiero dar a entender que rechazo todos los graffitis,  acepto e incluso aplaudo aquellos que se hacen sobre lugares permitidos para tan loable afición o, si no permitidos legalmente, que no invadan una propiedad privada ni un bien común.

 Letreros,  nombres y firmas no suelen decirme  nada, en cambio hay auténticas obras de arte que le dejan a uno boquiabierto, sin terminar de creer que puedan hacerse dibujos tan bien hechos manejando unos simples botes de spray.

He fotografiado algunas de las manifestaciones callejeras de las que he ido encontrando 
por mi ciudad. 
Coincidiréis conmigo en que algunas son una auténtica maravilla.












Pero, eso sí,  mis leones siguen rugiendo venganza.


16 de octubre de 2012

VISITA GUIADA AL INFIERNO

(El título del post es de Lillu)

¡¡Rápido, coge la brocha y píntate todo el cuerpo de rojo!! ... ¡¡Vamos!!

No lo hagas muy a lo loco o se te meterá pintura en los ojos, y eso escuece mucho... ¡¡Pero no te lo pienses tanto!!

¿Ya está? ¡Pues ahora sube a toda prisa al autobús!

¿Ya has subido? Bien, siéntate, todavía quedan asientos libres.

¡No pongas esa cara de susto! Todos van de rojo como tú porque vais a una visita guiada al infierno.

¿¡Qué pasa que no reaccionas!?... ¡¡Al infierno, sí, al de toda la vida!! ¡A conocer al diablo!

Venga, no te me rajes ahora, que el autobús ya ha se ha puesto en marcha... No, ya no se puede bajar,  tú respira hondo... ¡¡Tanto no, que te va a entrar pintura por la nariz!!

Relájate... Coge aire, así...  ¿Mejor?... Vale

¡Escuchad, el autobús parará un poco más adelante, en la Calle Fumarolas, frente al bar  La Gruta Grata!

Ahora iréis bajando en  grupos de seis.
Vamos, entrad en el bar y os conducirán a la trastienda del local. Es un antro muy oscuro y apestoso, sí, pero se pude pasar por alto, que lo que importa es la visita. 
¿Qué? No, no  pidáis café,  ni agua ni nada, que es todo de procedencia dudosa. Si acaso a la vuelta os sirvo algo yo mismo.

 ¿Veis la cortina roja del fondo? Detrás hay una escalera estrecha que huele a gasoil,  ¡¡no se os ocurra fumar en el descenso!!  ¡Rápido, id pasando!
Hay una entrada mucho mejor,  pero está en obras desde 1904.

Empezad a descender, que no tiene pérdida la cosa. Es bajar y bajar y bajar  hasta que no haya más escalones.
¿Calor? Pues sí, pero como muchos días de este verano, que no os vaya a entrar la neura ahora por sudar un poco.

No, a ese paso no vais a llegar nunca. ¡Venga, a galope si hace falta!

¿Que si merece la pena? ¡¡Pero que estamos hablando de conocer al diablo!! ¡Una experiencia única!  ¡Algún día lo podréis contar a los nietos!

¿Lo veis? Ya hemos llegado. ¡No era para tanto!  ¿Un descanso para coger aire? Vale, rapidito. 
¡Muy bien, acercaos todos los grupos! ¡Ehh, miraos unos a otros! No me digáis que no os favorece ese rojo brillante. El diablo se va a sentir muy cómodo con todos vosotros, ya lo creo.
Ah, mirad, en este buzón podéis dejar sugerencias, si alguno tiene alguna. No sé si las leen, pero bueno…

Y nada más por mi parte, la visita guiada llega hasta aquí, que me parece que el diablo ya se acerca por aquel pasadizo, así que yo me voy y luego paso a recogeros, ¿de acuerdo?... ¡¡Chiist!! ¡¡Silencio!! ¡Calma! ¡¡Silencio!! ¡Va a salir todo bien!

¡¡Pero cómo que qué tenéis que hacer?? Presentaros, hablarle, yo qué sé... ¡lo que surja! ¡Imaginad que sois periodistas, por ejemplo!... ¡Ciao!

...

El grupo se une en una apretada piña al escuchar los pasos del diablo acercándose hacia ellos. Hay terror en sus miradas. En la tuya también, no lo niegues.

Eyy, ¿y esta gente? ¿qué hacéis aquí? ¿quiénes sois? Yo me llamo JuanRa, ¿buscáis a alguien?
¿Se puede saber por qué vais pintados…? Uff, esto es cosa de mi Jefe, ¡¡el muy cabrón!!
 Hace un rato le decía que me apetecía publicar algo en el blog, pero que no tenía ni idea de qué, que no se me ocurría nada.  Y va y me dice: “Espera, a ver si te traigo a alguien que te ayude” ¡Y el muy bestia ha salido a reclutaros!

Bueno, pues ya que estáis aquí… ¿de qué hablo? ¿qué queréis que os cuente? ¿qué título le pongo a este post?
Ya podéis respirar, ¿eh?



10 de octubre de 2012

EL BUSCANOVIA


Hace tiempo que no os cuento cómo van las cosas en el trabajo, y es que continúan en su línea habitual.

Los mayores  llegan al centro después de comer y se acomodan en sus lugares acostumbrados para echar esa partida de cartas o de dominó que les mantendrá entretenidos durante unas horas.

Todavía Billy y Garret son los primeros en asomar, pero se las apañan para no coincidir en la entrada, pues ya se sabe que, como buenos enemigos, se repelen mutuamente.

Hay semanas en las que Garret no aparece, y entonces Billy me pregunta por él:

- ¿Hoy no viene el hijoputa?
- ¿Quién? - pregunto invariablemente, aun sabiendo a quién se refiere. Y cuando me dice su nombre, contesto.
- Ah, no, se ha ido a Altea (Calpe / Benidorm…) a pasar unos días en un hotel con su mujer.

Y noto cómo se le tuerce el gesto y se aleja hacia su silla mascando juramentos.

Después del verano las señoras se apuntan a muchas actividades. La última novedad es hacer pilates, algo que ha tenido tanto éxito que se han tenido que dividir en varios grupos. Al final de cada jornada me encargo de recoger los objetos perdidos, porque no hay día en que no se dejen una toalla, unas gafas o algún abanico.

Los lunes se reúnen en la biblioteca los del taller de lectura, tan silenciosos ellos que a veces he olvidado que estaban dentro y he abierto la puerta con ímpetu para encontrar algo así como los doce apóstoles con las cabezas inclinadas hacia sus libros. Y cierro entonces la puerta muy despacio, lamentando haber interrumpido semejante comunión espiricultural.

A los marchosos, el monitor de baile les pega unas sesiones de lambada y chachachá que me hacen alucinar. Está claro que se apuntan los más rumbosos, pero es que no entiendo cómo no se descoyuntan con tanto meneo. Bailan en el gimnasio de la segunda planta, desde donde me llegan los compases del Dile que la quiero o La vida loca a todo trapo. Y a veces los pasos suenan tan fuertes que parece que estén bajando a invadirnos las tropas rusas en desfile marcial.

La peluquera tiene su tradicional y fiel clientela. Veo llegar a esas señoras con su pelo plateado impecable para marcharse al rato con su impecable pelo plateado. No logro percibir  cambio alguno. ¿A qué vienen realmente? Está claro: a ponerse al día en los famosos corros de peluquería, donde hacen un exhaustivo repaso a la crónica social de Villena y,  ya puestas, revisan el memorándum de  Leticias y Paquirrines.

Mucha más parroquia que la peluquera tiene la podóloga. Es curioso, pero en cinco años que llevo aquí, aún no he oído a nadie llamarla podóloga. Me preguntan por "la de los pies" "la de las uñas", "la que arregla los callos", "la callista". Y para una vez que hicieron el esfuerzo de nombrar su profesión, me preguntaron por “la pediatra”. En fin, que se quedará como  “la que arregla los pies” in secula seculorum.

Pero si me he puesto a escribir sobre todo esto es porque sí hay una novedad que merece la pena destacar.

Hace unos días asomó por la puerta un anciano varón al que no había visto nunca antes. Vestido con elegante chaqueta y sombrero blanco se fue acercando al mostrador de información con aire perdido. Antes de llegar él, me llegó su perfume. Venía bañado en ese tipo de colonia que se queda flotando en el ambiente durante mucho tiempo y termina por acampar en tus fosas nasales.
 Como parecía que iba buscando a alguien, le pregunté si podía ayudarle, y su respuesta fue de lo más inesperada.

- Pues… Yo es que venía por si… He entrado a ver si…
- Sí, dígame
- Aquí… ¿aquí vienen mujeres?

No me hizo falta más. Con esa planta de galán de otros tiempos (solo le faltaba un clavel sangrando en la solapa) supe que venía buscando dama a la que cortejar.
- Claro – le dije- cómo no van a venir mujeres. Muchas.
- ¿Y me pude decir dónde están? – preguntó mirando hacia las mesas donde solo se veía abuelos jugando al dominó.
- Aquí no. Ellas se van al local que hay a la entrada. ¿Quiere que le indique dónde?
- Si me hace el favor…

Y allá que se fue el hombre. Al sagrado local de las bingueras.
En realidad ahora son las parchiseras. Al prohibirse el bingo se reciclaron en jugadoras de parchís y se pegan allí tantas sesiones que  dados y cubiletes están ya  erosionados (y no exagero)

Lo que allí ocurrió no podría haberlo yo sabido y trasladado hoy aquí sin la inestimable colaboración de mi gran favorita: Doña Josefina, la capo Corleone.

Yo reconozco mi devoción y sumisión por esta gran señora que todo lo observa, dirige y controla desde su silla. Sé que soy su esclavo, pero también su protegido y no olvido que  una mirada suya bastaría para enviarme una horda de jubiladas enfurecidas que me destrozara a garrotazos.

 Pero su sentido del humor me tiene ganado.

 - Juanico- me dice – este año ya no sé si pedirle a los Reyes Magos que me traigan a  Bertín Osborne.
- ¿Ah, no?
- Es que no me lo traen nunca. Claro que yo comprendo que somos muchas las que lo queremos y no puede ser para todas. Pero es que el día que me toque, me va a llegar más sobao que los billetes.

Y lo dice tan seria.

Así que a los pocos días del episodio del viejo galán me encontré con Doña Josefina sentada a la puerta de la peluquería, esperando a que la abrieran.

- Juan, ven que te cuente algo.
- Dígame, -y me acerco mucho, como a ella le gusta, para hablar como dos confidentes.
- ¿Sabes que el otro día nos entró allí a la Pajarera un forastero buscando novia?
- Jajajaja ¡Ya sé quién me dice!  Vino preguntando si aquí había mujeres.
- ¿Ah, sí? Haberle dicho, “espere que mire en el almacén, que algún capazo me debe quedar”.
- Jajajajaaja ¿Y qué pasó?
- Pues el hombre, que no era tonto, miró primero el ganao que allí había y, claro, se acercó a la mesa en las que estaban las de mejor ver, ya sabes, la Cloti, la Nati… A las de mi mesa no nos hizo mucho caso,  así de primeras. Ya te digo que no era tonto.

Yo la escuchaba con ganas. La peluquería debe desprender radiaciones de cotilleismo porque yo quería saberlo todo.

- ¿Pero qué dijo? ¿Qué le contestaron?
- Pues con mucha educación les dio las buenas tardes, se presentó y preguntó si había alguna viuda en el grupo. Si vieras las caras… Yo pensaba, “ay, el hombrecico que ha ido a dar con las “arrejuntás”, ¡que esas ya tienen pareja! El hombre dijo  que buscaba a una mujer soltera o viuda que quisiera salir a pasear, ir a bailar… vamos, alguien que quisiera compartir su vida con él.
- ¡Vaya, que lo tenía muy claro! ¿Y ellas, qué dijeron?
- Pues que no, que no eran viudas, pero estaban todas sofocás porque viudas sí que son, pero ya van con otros. Así que el hombre fue yendo de mesa en mesa hasta que llegó a la mía, ya ves, para no hacernos el feo de irse sin mirarnos siquiera, digo yo. Y otra vez lo mismo, que si había alguna viuda.
- ¿Y qué le dijo?
- ¿Qué qué le dije? Le dije “Pues sí, mire usted, en esta mesa somos todas viudas viudísimas” Y él, que si alguna buscaba pareja, que iba con buenas intenciones… porque eso sí, era educao el hombre, y oye, que no estaba mal del todo… Pero yo se lo tenía que decir, Juanico.
- ¿Decirle el qué?
- Pues que a mí no me importaría si no fuera porque estoy esperando a Bertín Osborne…
 - ¿En serio le dijo eso?
- Claro, tú imagina que al final me traen a Bertín y me ve con otro. ¿Tanto esperar para echarlo todo a perder? No. Pero bueno, me cayó bien el hombre y le dije que no había ido al lugar más apropiao, que se acercara los domingos al baile que hay en la asociación de mayores de allá abajo, ya sabes dónde, ¿no?, que allí va mucha viuda a bailar. Le dije dónde era porque el hombre era forastero y no sabía  nada. Y se fue agradecido.

Era muy educao - continuó diciendo cuando ya me levantaba para irme -  Y se le veía aseao. Esto me pilla a mí menos estropeada, y oye, a lo mejor… pero quería bailar. ¡Bailar… si casi ni andar puedo…!  Yo ahora necesito un mocetón que me sostenga. 
Por eso, Bertín Osborne, Bertín Osborne…

Como decía, salvo alguna excepción, las cosas por este centro siguen en su línea habitual.
 

5 de octubre de 2012

RECORD GUINESS (O CASI)


A lo mejor mi nombre podría figurar en el Guiness de los Records. Solo haría falta llamar a esos señores que se encargan de comprobar la plusmarca, y que me inscribieran en el libro, dándome palmaditas en la espalda.

O tal vez no, quizás mi rareza sea más común de lo que yo creo y haya muchas personas que la compartan, no sé.

El caso es que cada vez que digo que tardé 24 años en renovar el carnet de conducir, no se lo cree nadie. 
Y no fue porque se me olvidara o porque buscara la forma de escaquearme de  hacerlo, simplemente  mi documento indicaba claramente que la renovación había de hacerse casi dos décadas y media después. ¿Un error administrativo? Lo desconozco, lo único que sé es que los amigos a los que he consultado me dicen que ellos lo renovaron a los 10 años.

Recuerdo muy bien que en 1985 , siendo yo un feliz  jovenzuelo de 19 años,  con su recién sacado permiso de conducir en la mano, me quedé mirando ese año  2009 y pensé que faltaba una eternidad y media para que llegara semejante fecha. ¡2009! ¡Con un dos, con dos ceros...! ¡ Tan futurista! Y hasta recuerdo que hice un cálculo mental de la edad que tendría yo entonces y debí resoplar incrédulo al imaginarme "tan mayor".

Pero la futurista fecha llegó, ¡vaya si llegó! Y no solo eso, es que incluso ya pasó de largo, se convirtió en pasado. Cuando pienso en estas cosas me tengo que sentar.

Así que el momento de renovar aquel permiso, tan sobadito él por los años, me pilló viviendo en Yecla, una ciudad que en aquel entonces jamás había pisado. Me encontró cazado casado y con dos hijos a los que entiendo bien, pese a que hablen en extranjero
Y, tengo que decirlo, ¡¡no me pilló tan mayor como yo había imaginado, leches!!

(...ejem...)

Pero  ya que estamos, ¿sabe alguien si es normal que uno haya de volver a renovar el carnet 24 años después? No a los 10, ni a los 20, ni siquiera a los 25 para redondear, no... ¡a los 24!
Estoy pensando que tal vez fuera una promoción, una oferta de la DGT.

¡Joven, aprovecha esta oportunidad. Sácate ahora tu carnet y olvídate de renovaciones hasta en 24 años. Sin compromiso. Sin intereses. Promoción válida hasta el 31 de diciembre!
O pudiera ser que el encargado de sellar el documento fuera un tipo muy supersticioso, y al mirar mi fecha de nacimiento...

"Uyuyuy, qué sospechoso este con tanto seis. A mi estas cosas diabólicas me dan mucho yuyu. Mejor le pongo que vuelva cuanto más tarde mejor, allá por el siglo que viene, que ya me pilla jubilao".

En 27 años conduciendo  tengo muchas anécdotas al volante, pero me apetece  contar una que no sé si merece un Guiness de los Records, pero sí al menos una mención honorífica, porque ¿habrá otro tonto en el planeta al que haya parado la policía para un control rutinario dos veces en un mismo dia y en el mismo sitio? Y menos mal que no fue la misma pareja de agentes,  porque me habría sentido como Bill Murray en Atrapado en el tiempo, versión yeclana.

Acababa de abrirse al tráfico una circunvalación que yo estaba deseando que se inaugurara, porque me permitiría ir a trabajar a Villena sin tener que atravesar la ciudad, mucho más rápida por tanto. Pero mi gozo en un pozo cuando descubrí que en la hermosa y recién estrenada carretera plantaron tres aburridos semáforos y un radar de control de velocidad con guiños de luz de discoteca, por lo que mis sueños de ahorrar tiempo se pegaron un batacazo.

Bueno, el caso es que aquella mañana iba por allí yo solo (mis paisanos no se habrían enterado de que ya existía tan linda carretera) cuando en la distancia vi a un par de agentes en el arcén haciéndome señas para que detuviera el coche.

En situaciones de estas, mis pensamientos se adelantan unos a otros a toda prisa: 
"A ver, tengo todos los papeles ahí en la guantera, ¿no?..., sí, y el carnet en el bolsillo... ¿pasé la ITV? Sí, claro...No iba corriendo, ¿yo corriendo?... no he bebido nada,...¿qué pinta llevo? ¿me he afeitao?"
Y la cosa fue tal que así:

- Buenos días, caballero, ¿documentación, por favor?
- Sí, claro, aquí tiene.
- ¿El seguro?
- ¿El seguro? Ah, sí, por aquí debe estar... sí, creo que es este.
- Muy bien, ¿puede abrir el maletero por favor?
(Yo entendí ¿Puedo abrir el maletero?)
- Sí, por supuesto - Y me quedé dentro del coche esperando a que lo hicieran ellos.
- Caballero...
- ¿Sí?
- ¡Abra el maletero! - me dijo ya sin el por favor
Yo ahora me pregunto por qué no lo hicieron ellos mismos, ¿por si hubiera una trampa de cazar policías confiados? ¿por si había allí una pantera hambrienta? ¿para que me comiera a mí primero?
Abrí el maletero y solo encontraron el desorden propio de los maleteros de coches de padres con hijos ¿Pueden  cubos, palas y demás accesorios playeros vivir allí dentro los 365 días del año? ¡Sí, pueden!
Cuando se cercioraron de que NO tenía allí el cadáver descuartizado de mi suegra, oí la frase liberadora.
Muy bien, caballero, puede continuar.

Hasta aquí todo bien. El no va más vendría unas diez horas después.

En el trabajo habían estado ordenando un almacén y había que tirar unas cajas vacías al contenedor de papel.
- Esta caja- me dijo mi jefa - está llena de chatarra, hierros y candados que no sirven. No la debemos tirar al contenedor.
- Ah, bien, - le dije - de camino a mi casa paso por un Eco-parque donde recogen estas cosas. Yo me la llevo.

Así que al terminar la jornada coloqué la caja en el asiento del copiloto (¡cómo pesaba la condenada!) y me fui para casa. El lugar de recogida ya había cerrado, así que decidí que la llevaría al día siguiente por la mañana.
Estaba anocheciendo y al llegar a la famosa y muy linda carretera de circunvalación, ví las luces de una linterna haciéndome señales para que me detuviera en el arcén. 
Otro control. El mismo lugar. Nadie más que yo conduciendo por allí.

 - Buenas noches, - me dijo el nuevo agente-  es solo un control rutinario.
- Sí, jeje,... ya me han hecho uno esta mañana - dije en tono "déjenlo ya, estoy libre de culpa"
- Documentación, por favor

Debió importarle bien poco lo que le había dicho, de hecho a sus ojos debí convertirme en alguien que intenta evitar que le registren. Eso o que estaban muy aburridos, porque por allí, como digo,  no pasaban ni las águilas.
Cuando se terminó todo el protocolo de dame papel-toma papel, y ya parecía que me iban a dejar marchar, el otro agente alumbró con la linterna al asiento.
- ¿Qué lleva en esa caja?

He de reconocer que a la luz de la linterna, resaltando todo el polvo que llevaba encima, la caja era altamente sospechosa hasta para mí mismo.
- Ah, sí, nada, solo chatarra que iba a tirar, pero como....
- ¡Ábrala, por favor!

Para mi desesperación, mi compañera había precintado bien la caja para que el peso no rompiera el cartón al trasladarla. Y yo, que no sabía por dónde encontrar el extremo que me permitiera despegar para poder abrir, empecé a parecer un tipo en apuros que quisiera  alargar la cosa.
- ¿La abre, por favor?
- Sí, es que está esto muy bien cerrado y... - las linternas enfocando, yo intentando parecer un bendito sabiendo que no lo estaba consiguiendo. Era una mezcla de diversión y apuro bien agitada.
Cuando por fin lo conseguí y abrí la tapa... ¡¡la madre del cordero!!  Aquello era una maraña de cables de colores cruzándose, rodeando piezas metálicas, interruptores...
- ¿¿Qué lleva ahí??


Por un momento pensé que llamarían a los artificieros para desactivar esa bomba que ni yo mismo sabía que tenía. Porque desde luego no era una bomba, pero no podía parecérsele más. (Hoy creo que si en aquellos momentos me hubiera sonado el móvil me habrían fulminado a balazos allí mismo, por terrorista en potencia)
- Pues ya le digo, cosas para tirar... Las iba a dejar donde recogen enseres y... - a todo esto uno de ellos metía bien la linterna y las narices dentro de la caja y tocaba algunas cosas con recelo. 
Solo cuando vieron que allí sólo había picaportes, manivelas y demás morralla inofensiva, me dejaron marchar.

Al día siguiente fui al trabajo atravesando toda la ciudad, con sus atascos, su rotonda del hospital, salida de colegios, pasos de cebra... No me apeteció arriesgarme a la tercera inspección rutinaria. Las tenía ya muy vistas.

Además, los señores que te inscriben en el libro de los records nunca pasan cerca cuando más los necesitas.