23 de diciembre de 2014

CANTANDO CON AITANA

Mi hija está loca con la película Frozen.

No es solo que la ha  visto infinidad de veces, es que la canta, la baila y la imita a la menor ocasión. 
Al verla actuar, cualquiera diría que es un personaje de la historia que en alguna de las piruetas se ha salido de la pantalla.
Como  soy un enamorado de los musicales, no me importan en absoluto estas representaciones continuas en el salón de casa. Soy espectador en los ensayos, en los preestrenos, en las funciones generales  y en las actuaciones privadas. ¡Y gratis!
Lo que más me fascina es que se aprenda con tanta facilidad las letras de las canciones, ¡y que no se equivoque nunca! A mí estos ejercicios de la memoria nunca se me han dado bien.
Lo segundo que más me llama la atención es la constancia. ¿Es que no se cansa nunca esta niña?

El otro día le propuse que grabáramos juntos una de las canciones de la película, la que cantan Hans y Anna (la protagonista) 
Claro está, accedió encantada.

La cosa no resultó nada fácil. Primero porque al saberse tan de corrido todas las letras,  se lanzaba a cantar también las estrofas del chico, y en cada intento, a poco que  se despistara,  se colaba en mis intervenciones.
La cosa se solucionó cuando reescribimos en un folio toda la letra. En color azul su parte, en rojo la mía y en negro la que cantábamos a dúo. Solo había que tener presentes los colores en el papel.

El segundo problema llegó al ponerle música al invento. Encontré la versión instrumental en internet, pero no lográbamos acompasarnos a ella. La rabia que nos daba creer que íbamos bien y terminar admitiendo que la cosa hacia aguas por todas partes. Y no me quedó muy claro si nosotros corríamos más que la música o  al revés.

A punto estaba de tirar la toalla (hablo de mí, que ella quería conseguirlo a toda costa) cuando se me ocurrió una cosa. Si hacía sonar la versión original a muy bajo volumen, no era tan difícil cantar encima de las voces afinando el oído. Eso es lo que hicimos, y cuando finalmente lo conseguimos (después de varias “tomas falsas” en las que nos reímos mucho) en la grabación solo se escuchaban  nuestras voces, sin música.

La segunda parte era el truco: añadir a esa grabación la música instrumental.
Esta última parte tampoco fue cosa fácil  porque no había manera de sincronizar las dos pistas. Pero, erre que erre,  llegó un momento en que lo di por concluido. No estamos del todo “sincronizados, a tiempo y armonizados” ni se oye como me gustaría, pero tampoco pretendía hacer algo perfecto, que a mí lo que me hacía ilusión es que quedara grabada para la posteridad una canción con mi hija. Y no se me olvidarán  las agradables horas que pasamos juntos en este proyecto en común.

Aprovechando estas fechas navideñas,  voy a presentar el resultado  a modo de felicitación musical para todos los familiares y amigos que soléis pasar por este blog. 
Con mis mejores deseos (y los de Aitana) para todos,  que os sean días muy especiales en los que no dejéis de abrir puertas al amor.
Y aquellos que en estos días tengáis el interior algo “frozen”, os envío el calorcillo de este infierno que, ya sabéis, siempre será vuestra casa.


¡Felices fiestas! ¡Y hasta el año que viene!

16 de diciembre de 2014

EL RELOJ DE CUCO

Don Braulio observaba con orgullo su reloj de pared. Era un antiguo reloj de cuco heredado de su bisabuelo, que lucía en un lugar destacado del salón.

A Don Braulio le fascinaba su color, su tallado y la elegancia de sus formas. El aspecto apergaminado de la esfera y el relieve de los números romanos le hacían suspirar de satisfacción.

Consideraba Don Braulio que el tic tac que emergía de su interior daba paz a su hogar.
Pero, por supuesto, lo mejor de esa bella máquina de contar el tiempo era el diminuto cuco que guardaba en su alma de madera.

Y allí teníamos al hombre, frente al reloj cada mediodía, para verle salir puntual de su ventanuco y cantarle en sus narices hasta doce veces cu-cú.
Se le quedaba entonces a Don Braulio una sonrisa  de bobo que hacía reír a Carmen, su mujer, cada vez que al pasar le veía como una estatua mirando a la pared.

Un día, mientras escribía unas cartas en el salón, escuchó cómo algo empezaba a crujir cerca de él, y acabó por descubrir que el ruidito provenía del reloj de la pared. Cuando se acercó para asegurarse, el sonido cesó, y Don Braulio no quiso darle mayor importancia.

Al día siguiente, Don Braulio y Doña Carmen tomaban juntos un chocolate en el salón cuando el ruido comenzó de nuevo.

- ¿Qué es eso? - preguntó su mujer.
- No lo sé, pero creo que viene del reloj.
- Ay, no se estará estropeando, ¿no?

Don Braulio se subió a una silla para acercar la oreja al reloj. No se percató de que en ese momento eran las seis de la tarde y el cuco salió de repente y tan de sorpresa que el buen hombre perdió el equilibrió y cayó de la silla.
- ¡Ay, Braulio!, - gritó su esposa abalanzándose hacia él - ¿te has hecho daño?

Fue entonces cuando Don Braulio averiguó, alarmado, el origen de ese recalcitrante sonido.
- ¡Tiene una carcoma! ¡¡Maldita sea, mi reloj tiene carcoma!!
- ¿Cómo lo sabes? - le preguntó su mujer mientras le ayudaba a levantarse.
- ¡Mira ese polvo de la alfombra! ¡Es madera triturada! ¡Hay que acabar con ese bicho inmediatamente!
- No te alteres, querido, y descuida, que mañana mismo llamo para que vengan a fumigarlo.

Eran cerca de las tres de la madrugada cuando la carcoma asomó la cabeza por un minúsculo agujero. Era un gusano blancuzco y mantecoso que parecía satisfecho por el banquete de madera de calidad que estaba disfrutando.

Llegaron en esos instantes las tres en punto.

Cu-cú (lo vió)
Cu-cú (no se lo pensó)
cu-cú (un giro oblicuo)

Don Braulio nunca llegó a saber por qué aquel crujir dejó de escucharse. Siempre pensó que su mujer había avisado a algún fumigador, y respiraba aliviado al comprobar que todo funcionaba a la perfección y que, sin retraso, el cuco salía a cantar alegre las horas.

Aquella tarde le dijo a su mujer:

- ¡Qué curioso, Carmen, tantos años admirando el reloj y nunca me había percatado de que cada vez que sale el cuco, se relame el pico despúes de cantar.

 (Cuentos para Apamen. Año 1991)

10 de diciembre de 2014

MADAME PARRÚS VIVE EN MÍ

Muchas veces, cuando miro la portada de un libro de memorias, he imaginado al autor escribiendo ese montón de páginas sobre su vida y siempre me queda la sensación de que debe ser una labor tremendamente compleja.
Porque ¿cómo se hace para recordar tantos años, traspasarlos al papel en orden cronológico,  hilvanarlo todo con soltura  y  redactarlo bien? ¡Eso debe llevar toda una vida! (otra)

También me da en ocasiones por pensar cómo luciría un libro en cuya portada se leyera: Memorias de JuanRa Diablo.

No, no es que quiera escribir ese libro, (entre otras cosas porque aún soy demasiado, muy joven) pero sí me apetece mucho  la idea de verlo publicado. Es decir, que alguno de mis futuros biógrafos hiciera el trabajo por mí, y un buen día de frío invierno me lo regalaran y yo lo leyera frente a una chimenea, con un perro San Bernardo a mis pies.

Claro que quizás sólo a mí podría interesar la vida de un tipo medio murciano, medio alicantino, que decía escribir desde el infierno.
 (Bueno, un momento, dicho así no ha sonado del todo mal, ¿eh?  Con un buen publicista, a lo mejor...)

No, no creo que mi vida llegue a  despertar ningún interés futuro, pero, eso sí,  me fastidia saber que mi biógrafo no escribirá jamás sobre una parte fundamental  de mí mismo, y sé que no lo hará por dos razones:  

porque es una parte casi desconocida y porque es tremendamente difícil de creer.

Sí, es difícil de creer incluso para mí, pero, repito, me disgusta que esa parte no llegue a aparecer en la historia de mi vida, siendo la auténtica sal y pimienta que haría que ese libro se vendiera como rosquillas, que los lectores no dejaran de hablar de él, y que yo pasara a la posteridad como aquel yeclano entreverao, que escribía un blog desde el infierno y que estaba poseído por un espíritu llamado Mikacheva, más conocido como Madame Parrús.

De nada sirve que yo lo proclame a los cuatro vientos una vez más. Lo he contado a mis amigos y no me creen. No es que me digan “No te creemos”, es que cambian pronto de tema de conversación, como si no les importara lo más mínimo lo que les cuento, como si el tener un espíritu femenino perverso torturándote por dentro fuera de lo más común.
A alguna amiga también se lo he dicho, y quizás por aquello de que las mujeres tienen una sensibilidad diferente, me han escuchado al menos. Y además con atención.  A una se le saltaron las lágrimas, de tanto reír.  “¡Y lo dices tan serio!”, dijo la otra,  “¡No cambies nunca, Juan!”
No puedo proseguir con esas respuestas. No alivian nada.

Mi padre, que cuidado con inventar historias de este tipo, mi madre que qué imaginación la mía, y en mis hermanos esa mirada de “¡A otros con esa, que ya te conocemos!
A mi mujer no se lo he dicho nunca. Intuyo que decirle que tengo a otra mujer dentro no le haría mucha gracia. A lo mejor un día lee por fin el blog y lo descubre.

Porque en el blog ya lo conté.

De alguna forma, escribir un blog personal es ir dejando buena información de uno mismo al alcance de todo el mundo, pero lo malo de los blogs es que lo que uno escribe en ellos, se queda en ellos, y apenas trasciende. Todo se lee y se va olvidando, y con el tiempo desaparece de la mente como las burbujas de la gaseosa. No importa la rotundidad con que digas algo, no va a pasar a formar parte de tu biografía, y mucho menos si, como ha sido mi caso, no he sabido exponer las cosas serias con verdadera seriedad.  Incluso ahora mismo diría que  más de uno estará tomando esto en broma.

Si al menos hubiera tenido la mirada de Dickens o el bigote de  Mark Twain...  

Pero aunque estoy resignado a no ser creído, seguiré contándolo una y mil veces, pues no pierdo la esperanza de que alguien me escuche algún día y acepte la historia como una verdad. Si además ese alguien es mi biógrafo, podré morir feliz.

Me limitaré a exponer lo que sobre ella sé y siento. Léalo todo aquel que quiera, y háganseme todas las preguntas que al respecto sean necesarias, si con ello puedo convencer de que lo que digo es cierto.

Mikacheva fue una famosa clarividente rusa, más conocida como Madame Parrús (que nadie empiece diciendo "¿Y por qué no aparece en la Wikipedia?" Un poco menos de escepticismo nada más empezar, por favor)

No sé su año de nacimiento, todo apunta a que fue entre 1868 y 1920 (y como ella es muy presumida, no quiere decírmelo)

Aunque sus dotes adivinatorias la hicieron bien conocida en toda Rusia, la fama de Mikacheva se fraguó en París, donde fue la gran  Madame Parrús y donde se hizo rica.

Parece ser que fue una de las pocas novias formales que tuvo Satán (¡¡la única, la única!!, me corrige)

Por algún motivo que desconozco, (quizás mi naturaleza maligna, que viene dada por circunstancias de nacimiento) Mikacheva entró dentro de mí hace muchos años. Y aquí sigue. Estoy cansado de repetirle que debe haber un error, que no soy quien ella cree.

No está despierta las 24 horas del día, pero sí la noto a diario. Cuando he empezado a escribir  este post estaba en mi nuca. Ahora ha bajado a los ganglios inguinales.

A Mikacheva no le molesta que hable de ella, pero sí se enfada en cuanto nota un tono de hartazgo en mí. Cuando empieza a susurrarme cosas en ruso me pongo a sudar.

Actúa como una enamorada excéntrica,  y me quiere más los meses fríos que los calurosos.

La he llegado a notar en  varias partes de mi cuerpo a la vez. A veces se esconde dentro de ella misma, jugando a ser una matrioska. Cuando hace esto me da flato.

No aparece en análisis ni radiografías, pese a que muchas de mis dolencias se deben a su invasión, como ella misma reconoce. A veces, de forma cruel, entre risitas.

Los días que se enfada conmigo son un suplicio. Mordiscos, arañazos, pinchazos, canturreos  en el hipotálamo hasta el amanecer... y en ruso, que es peor.

Los días en que me quiere mucho, me hace masajes de pies, me acaricia la columna y me llama  Gorrión, y si le digo que se calle un poco se calla y se acurruca entre el bazo y el hígado.

Una noche la oí roncar tan fuerte que temí que la oyera también mi mujer.

No me permite comer huevos revueltos ni pistachos. Por alguna extraña razón la incomodan y empeoran su mal humor. En cambio se relaja mucho con el café licor y con  el melocotón en almíbar. Entonces  la oigo murmurar algo así como shodobre!, shodobre!

Hace mucho tiempo que insiste en colaborar en el blog, dictándome alguna entrada sobre predicciones y horóscopos, algo que me resisto a concederle.

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¿Y bien? ¿Es posible inventar algo así? ¿Y qué ganaría yo construyendo una historia que me haga parecer un loco?
Aún así puedo aceptar el que haya dudas y cierta incredulidad, por eso doy paso  al turno de impresiones y preguntas por vuestra parte.

Seguiré contestando la verdad,  toda la verdad y nada más que la verdad.

2 de diciembre de 2014

SE VENDE INFIERNO EN BUEN ESTADO

Se vende infierno en buen estado
con mil sótanos y escalera,
cocina grande (sin nevera)
y el techo de almas forrado.

Las calderas... algo ajadas.
Facturas del gas al corriente.
De regalo algún tridente.
Clientela asegurada.

No funciona el termostato,
se fundió en el año trece
pero el calor no decrece,
lo aseguro en el contrato.

No hay vecinos que protesten,
nadie vive más abajo,
y aquí con cualquier andrajo
se hace un trabajo excelente.

Gratificantes labores
de relaciones sociales:
saunas ministeriales,
barbacoas, asadores...

Los sudores siempre brillan
pero existe un aliciente:
preparar en este ambiente
“Gobernante a la parrilla”.

También dejo en el estante
azufre, carbón y tabaco,
y de  poesía un libraco
que está firmado por Dante.

Hablar de  precio no hablo
pues se puede negociar,
y a quien pueda interesar,
preguntar por JuanRa Diablo.