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Pudo haber sido de cualquier otro modo, pero fue de ese.
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En semejante aventura, tan excitante, tan novedosa, jamás me ví empujando una barca hacia el mar, más inmenso y misterioso que cualquier costa arenosa; muy al contrario, siempre me supuse arribando a una vasta y desierta playa, a pesar de haber oído siempre que por estos espacios adimensionales se viaja de un lugar a otro navegando.
Pero en mi mente era más atractiva la posibilidad de empezar a escribir sobre la húmeda arena y necesitaba intuir a otras presencias en ese mundo recién estrenado, por lo que pronto visualicé la opulenta vegetación del litoral, desde donde algunos ojos ya podían estar observando mi llegada.
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Aquel primer día anduve unos pasos, miré a mi alrededor, alcé la voz en una llamada sin respuesta y, sin embargo, me sentí satisfecho. Sabía que absolutamente nadie en ese instante me haría señal alguna de bienvenida, pero que tarde o temprano se produciría la comunicación.
Sobre la tersa arena dejé un mensaje que constatara mi presencia.
Al concluirlo me incorporé, lo releí y me marché de allí sospechando que tal vez no existiera cuando regresara, probablemente borrado por los vaivenes de las olas.
Pero volví al día siguiente y allí permanecía.
¿Se habría acercado alguien a leerlo en mi ausencia?, me pregunté.
No hallé posibilidad de saberlo.
Pero en mi mente era más atractiva la posibilidad de empezar a escribir sobre la húmeda arena y necesitaba intuir a otras presencias en ese mundo recién estrenado, por lo que pronto visualicé la opulenta vegetación del litoral, desde donde algunos ojos ya podían estar observando mi llegada.
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Aquel primer día anduve unos pasos, miré a mi alrededor, alcé la voz en una llamada sin respuesta y, sin embargo, me sentí satisfecho. Sabía que absolutamente nadie en ese instante me haría señal alguna de bienvenida, pero que tarde o temprano se produciría la comunicación.
Sobre la tersa arena dejé un mensaje que constatara mi presencia.
Al concluirlo me incorporé, lo releí y me marché de allí sospechando que tal vez no existiera cuando regresara, probablemente borrado por los vaivenes de las olas.
Pero volví al día siguiente y allí permanecía.
¿Se habría acercado alguien a leerlo en mi ausencia?, me pregunté.
No hallé posibilidad de saberlo.
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En el segundo día decidí construir una estancia en la que guardar mis escritos y en la que fui colocando algunos objetos personales que me identificaran y, una vez concluido el trabajo, partí hacia la densa arboleda en busca de otras señales de vida.
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Las encontré enseguida; estancias de puertas abiertas que invitaban a entrar; construcciones de mejor o peor consistencia, de mayor o menor antigüedad, en cuyos interiores nunca había seres vivos pero sí mensajes escritos por los dueños de aquellos lugares, plasmados sobre sus paredes en letras de diferentes tamaños y colores en textos redactados con cuidadoso mimo.
Pasé horas de un lugar a otro, interesado por las cosas que me contaban y por la decoración que utilizaban para hacer agradables aquellos espacios. En muchos de ellos me atreví a dejar un mensaje en sus paredes, haciendo alusión a experiencias similares a las que había leído o felicitando por la elegancia o el humor empleado en contarlas.
Cuando me cansé, volví a mi refugio y al entrar enseguida noté que alguien había estado allí. Pleno de emoción me afané en encontrar una señal y pronto la descubrí sobre una de las paredes. Efectivamente el primer visitante había llegado y había dejado escrito un comentario con su firma.
Sonreí pletórico.
El mágico juego acababa de comenzar.
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Desde entonces, a través de millones de olas lamiendo la arena de la playa, han ido transcurriendo las semanas, los meses, los años...
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Mis paredes albergan hoy montones de vivencias del pasado y del presente y junto a ellas centenares de escritos de gente sin rostro que con mayor o menor frecuencia han seguido visitando mi hogar de palabras. También yo me introduzco en los suyos siempre que puedo.
No todos son seres sin rostro, algunos han dejado ver en sus paredes las fotos de su existencia en el otro mundo al que todos pertenecemos, si bien a cada cual le he construido una imagen mental porque su presencia me resulta ya tan cercana como si de seres realmente conocidos se tratara. Y he de decir que, a fuerza de ir compartiendo el día a día de sus vidas y sus pensamientos, siento que de alguna manera forman parte también de los míos.
Y es una sensación realmente extraña ésta, pues existen determinados momentos en los que soy consciente de que jamás conoceré físicamente a esas personas, ni sabré nunca cómo suenan sus voces a pesar de la sensación de proximidad real que me produce leer sus mensajes. Sé que hoy están ahí pero que un día serán solo parte de la memoria. Tan sólo un bonito recuerdo de aquel otro mundo tan amable y tan perfecto que compartimos.
Y esa sensación logra abrumarme.
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Con los años me parece haber conectado mentalmente con muchos de ellos, traspasando lo que hay detrás de cientos de escritos en los que he visto reflejada con tanta autenticidad la risa, el miedo, la duda, la ironía, la belleza, el optimismo, la nostalgia, el asombro, la desesperación, el entusiasmo, la rabia, la tristeza...
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Este mundo paralelo me sigue maravillando y todavía la magia no ha perdido ni un ápice su chispa y quisiera que no se perdiera nunca. Pero hoy sé que no para todos debió ser así.
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Es por eso que hoy quería, con un nuevo escrito en mis paredes, dedicar mi mensaje a todos aquellos que construyeron con ilusión sus casas en nuestra mágica playa, especialmente a aquellos que tuve la suerte de visitar, conocer y disfrutar, y que, quién sabe por qué razón, las abandonaron para siempre.
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Mi recuerdo para aquel que regentaba una madrileña muy alegre. Allí se bebía cerveza y se cantaba y se contaban sucesos divertidos ocurridos en el otro mundo, el real. En aquel sencillo rincón hasta los episodios más triviales resultaban amenos de escuchar y quizás por eso el local tenía siempre señales de visitas por todas partes y tan asiduas que casi se producían chispazos por tanto encuentro que desde las diferentes dimensiones allí concurrían.
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Las encontré enseguida; estancias de puertas abiertas que invitaban a entrar; construcciones de mejor o peor consistencia, de mayor o menor antigüedad, en cuyos interiores nunca había seres vivos pero sí mensajes escritos por los dueños de aquellos lugares, plasmados sobre sus paredes en letras de diferentes tamaños y colores en textos redactados con cuidadoso mimo.
Pasé horas de un lugar a otro, interesado por las cosas que me contaban y por la decoración que utilizaban para hacer agradables aquellos espacios. En muchos de ellos me atreví a dejar un mensaje en sus paredes, haciendo alusión a experiencias similares a las que había leído o felicitando por la elegancia o el humor empleado en contarlas.
Cuando me cansé, volví a mi refugio y al entrar enseguida noté que alguien había estado allí. Pleno de emoción me afané en encontrar una señal y pronto la descubrí sobre una de las paredes. Efectivamente el primer visitante había llegado y había dejado escrito un comentario con su firma.
Sonreí pletórico.
El mágico juego acababa de comenzar.
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Desde entonces, a través de millones de olas lamiendo la arena de la playa, han ido transcurriendo las semanas, los meses, los años...
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Mis paredes albergan hoy montones de vivencias del pasado y del presente y junto a ellas centenares de escritos de gente sin rostro que con mayor o menor frecuencia han seguido visitando mi hogar de palabras. También yo me introduzco en los suyos siempre que puedo.
No todos son seres sin rostro, algunos han dejado ver en sus paredes las fotos de su existencia en el otro mundo al que todos pertenecemos, si bien a cada cual le he construido una imagen mental porque su presencia me resulta ya tan cercana como si de seres realmente conocidos se tratara. Y he de decir que, a fuerza de ir compartiendo el día a día de sus vidas y sus pensamientos, siento que de alguna manera forman parte también de los míos.
Y es una sensación realmente extraña ésta, pues existen determinados momentos en los que soy consciente de que jamás conoceré físicamente a esas personas, ni sabré nunca cómo suenan sus voces a pesar de la sensación de proximidad real que me produce leer sus mensajes. Sé que hoy están ahí pero que un día serán solo parte de la memoria. Tan sólo un bonito recuerdo de aquel otro mundo tan amable y tan perfecto que compartimos.
Y esa sensación logra abrumarme.
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Con los años me parece haber conectado mentalmente con muchos de ellos, traspasando lo que hay detrás de cientos de escritos en los que he visto reflejada con tanta autenticidad la risa, el miedo, la duda, la ironía, la belleza, el optimismo, la nostalgia, el asombro, la desesperación, el entusiasmo, la rabia, la tristeza...
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Este mundo paralelo me sigue maravillando y todavía la magia no ha perdido ni un ápice su chispa y quisiera que no se perdiera nunca. Pero hoy sé que no para todos debió ser así.
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Es por eso que hoy quería, con un nuevo escrito en mis paredes, dedicar mi mensaje a todos aquellos que construyeron con ilusión sus casas en nuestra mágica playa, especialmente a aquellos que tuve la suerte de visitar, conocer y disfrutar, y que, quién sabe por qué razón, las abandonaron para siempre.
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Mi recuerdo para aquel que regentaba una madrileña muy alegre. Allí se bebía cerveza y se cantaba y se contaban sucesos divertidos ocurridos en el otro mundo, el real. En aquel sencillo rincón hasta los episodios más triviales resultaban amenos de escuchar y quizás por eso el local tenía siempre señales de visitas por todas partes y tan asiduas que casi se producían chispazos por tanto encuentro que desde las diferentes dimensiones allí concurrían.
La chica de aquel pub virtual nos recibía a todos con sonrisas y abrazos no visibles pero reales, casi tangibles. Siempre me sentí bien allí y por ello anoté las coordenadas exactas para seguir acudiendo en el futuro.
Un día, inexplicablemete, no encontré aquel lugar. Había desaparecido. Indagué para volver a hallar a aquella chica alegre y por fortuna pude dar con ella. Supe entonces que una gran decepción personal la había hecho dar aquel paso que tanto sentí.
Un día, inexplicablemete, no encontré aquel lugar. Había desaparecido. Indagué para volver a hallar a aquella chica alegre y por fortuna pude dar con ella. Supe entonces que una gran decepción personal la había hecho dar aquel paso que tanto sentí.
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Mi recuerdo a aquel rincón en el que se respiraba elegancia e inteligencia y que recorrí encantado, indagando por todos los vericuetos del mismo. Crucigramas por sus paredes, textos agudos, guiños y juegos de doble intención. Aunque su creador, barcelonés, lo abandonó para siempre, el lugar no ha desaparecido y siento una extraña sensación al visitarlo hoy, cuando al entrar se sigue escuchando música de jazz con el sonido de un viejo gramófono camuflado. Y entonces pienso "Qué grandes momentos pasé aquí"
.
Mi recuerdo para aquella madre de origen australiano que vivía en Croacia cuyo gran sueño fue siempre cantar. Escribía en inglés y en sus visitas a mi estancia se tomaba la molestia de traducirme y comentar en su lengua materna. Enamorada de la belleza de la música y las artes en general tuvo un día la oportunidad de registrar su voz cantando en un estudio de grabación. E ilusionada me lo hizo saber y emocionado la pude escuchar.
.
No he vuelto a saber de ella por más que le he dejado mensajes en sus paredes, misteriosamente abandonadas. ¿Dónde estás, pájaro cantor? ¿Qué fue de aquel knitting songbird?
.
¿Y qué fue del dibujante de comics con seudónimo de roedor que tanto me divertía y que un día derribó su estudio sin avisar? ¿Y qué fue de aquella chica que dejaba la bicicleta apoyada en la puerta de su cabaña? ¿Por qué un día enterró en la arena todos sus escritos y construyó una nueva casa sobre los mismos cimientos de la anterior? Hoy la ha llenado de música, pero no queda nada de la sencilla chica que tanto me gustaba.
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¿Y que ocurrió con tantos y tantos otros? ¿Por qué abandonaron sus templos un día para siempre?
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Hoy continúo caminando por esta playa infinita. A veces vuelvo la vista atrás y compruebo cómo algunos de mis pasos están casi diluidos por el mar del tiempo. Otros en cambio permanecen bien visibles todavía. Sonrío anhelando que quede siempre alguna señal visible para los demás, que alguna pueda dejar todavía una tibia huella en sus almas.
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¿No es acaso lo que todos deseamos?
Mi recuerdo a aquel rincón en el que se respiraba elegancia e inteligencia y que recorrí encantado, indagando por todos los vericuetos del mismo. Crucigramas por sus paredes, textos agudos, guiños y juegos de doble intención. Aunque su creador, barcelonés, lo abandonó para siempre, el lugar no ha desaparecido y siento una extraña sensación al visitarlo hoy, cuando al entrar se sigue escuchando música de jazz con el sonido de un viejo gramófono camuflado. Y entonces pienso "Qué grandes momentos pasé aquí"
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Mi recuerdo para aquella madre de origen australiano que vivía en Croacia cuyo gran sueño fue siempre cantar. Escribía en inglés y en sus visitas a mi estancia se tomaba la molestia de traducirme y comentar en su lengua materna. Enamorada de la belleza de la música y las artes en general tuvo un día la oportunidad de registrar su voz cantando en un estudio de grabación. E ilusionada me lo hizo saber y emocionado la pude escuchar.
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No he vuelto a saber de ella por más que le he dejado mensajes en sus paredes, misteriosamente abandonadas. ¿Dónde estás, pájaro cantor? ¿Qué fue de aquel knitting songbird?
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¿Y qué fue del dibujante de comics con seudónimo de roedor que tanto me divertía y que un día derribó su estudio sin avisar? ¿Y qué fue de aquella chica que dejaba la bicicleta apoyada en la puerta de su cabaña? ¿Por qué un día enterró en la arena todos sus escritos y construyó una nueva casa sobre los mismos cimientos de la anterior? Hoy la ha llenado de música, pero no queda nada de la sencilla chica que tanto me gustaba.
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¿Y que ocurrió con tantos y tantos otros? ¿Por qué abandonaron sus templos un día para siempre?
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Hoy continúo caminando por esta playa infinita. A veces vuelvo la vista atrás y compruebo cómo algunos de mis pasos están casi diluidos por el mar del tiempo. Otros en cambio permanecen bien visibles todavía. Sonrío anhelando que quede siempre alguna señal visible para los demás, que alguna pueda dejar todavía una tibia huella en sus almas.
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¿No es acaso lo que todos deseamos?