Conocí a la actriz Lola Herrera hace algún tiempo.
Cuando digo "algún tiempo" quiero decir bastantes años, y al decir que la conocí, me refiero a que estuve frente a ella un par de minutos, mientras me firmaba un autógrafo e intercambiábamos unas palabras. Un instante efímero para ella y sin embargo muy duradero para mí.
A Lola Herrera me la presentó Miguel Delibes, y esto lo he dicho con toda la intención de causar asombro porque, claro está, no me la presentó el escritor sino su obra, concretamente Cinco horas con Mario.
La trama de esta novela es por todos bien conocida: una mujer joven enviuda de repente y pasa toda una noche velando a su difunto esposo, "dialogando" con él.
Yo era demasiado joven e inexperto lector para adentrarme en una novela de estas características, pero después de haberme emocionado con el pequeño Daniel el mochuelo en El camino y quedar impactado con la hiperrealista pelea a muerte entre dos hombres en Las ratas, me aficioné a Delibes con tal pasión que en los sucesivos años leí gran parte de sus novelas y relatos.
Tiempo después de vivir ese intenso soliloquio de Menchu ante su difunto marido, vi anunciada la obra Cinco horas con Mario para representarse en el teatro de Elda. Lo comenté en casa, y mi madre, admiradora de Lola Herrera como yo, propuso que fuéramos juntos.
Aquella función tuvo una anécdota que ambos recordamos con nitidez.
Antes de que se levantara el telón, el patio de butacas era un hervidero de toses. No recuerdo quién dijo aquello de "La tos es el deporte nacional que se practica en los teatros", pero es una verdad como un templo. No solo es que se oían toses que llegaban de todas partes, roncas, estridentes, graves, explosivas..., es que además, a escasos instantes de comenzar la función, la gente seguía entrando y armando mucho jaleo para sentarse.
Pensé que aquello terminaría en el preciso instante en que la actriz comenzara a hablar, pero me equivoqué. La intensidad de las toses decreció, pero solo un poco, y aún continuaron los murmullos de la gente que no terminaba de ubicarse.
La representación llevaba cerca de veinte minutos y mi madre y yo estábamos indignados por el poco respeto que mostraba aquella gente tosedora y charlatana.
Cómo sería la cosa que de repente Lola Herrera dejó de hablar. Su silencio fue tan prolongado que todos los espectadores terminaron por percatarse de que algo sucedía y empezaron a callar y quedar atentos al escenario. Entonces la Herrera, con su característico timbre de voz cristalina, dijo (y me acercaré mucho a sus palabras exactas porque aún recuerdo bien aquel bochornoso momento) :
"Estoy oyendo una serie de murmullos, toses y ruidos desde que empecé, que me están resultando muy molestos y no me dejan concentrarme, y yo así no puedo trabajar. Si es que han descubierto que esta no es la obra que esperaban, les ruego se dirijan ahora mismo a la taquilla y pidan que les devuelvan el importe de la entrada, pero si desean continuar aquí, por favor, guarden el mayor silencio posible"
Después volvió a sentarse en la silla, junto al féretro, y dijo: "Y ahora voy a continuar"
Pero se dio cuenta de que era incapaz de proseguir con normalidad tras una interrupción tan brusca y exclamó con rabia: "¡¡No, empiezo desde el principio!! ¡¡Telón!!"
Creo recordar que se oyeron algunos aplausos que apoyaron esa decisión, que a mí me pareció perfecta, aunque me costó mucho que se me pasara la indignación ante la poca consideración de la gente. ¿Dónde pensaban que estaban? ¿En un bar?
¿Y queréis saber algo irritante? A partir de ese instante ya no se oyó ni la más leve tos, ni un tímido cuchicheo, ni respirar se oía, ¡silencio sepulcral! , con lo que uno se pregunta ¿cómo lo hicieron los tosedores para dejar de toser? ¿se les alivió la garganta de repente? ¡Qué poca vergüenza tienen algunos!
Ni que decir tiene que la actriz estuvo colosal, que se metió de lleno en su papel, riendo, llorando, transmitiendo sentimientos con una fuerza admirable y que la ovación al terminar palió el malestar del comienzo.
Fue entonces cuando mi madre decidió ir a felicitar a la Herrera. Yo fui reacio al principio pero ella iba tan decidida que me dejé llevar por la idea. Y sí, la encontramos a la puerta de su camerino y la felicitamos, no solo por el impresionante papel sino por esa soberana decisión de interrumpir la obra, dar un toque de atención al personal irrespetuoso y comenzar de nuevo.
- Hay veces que no queda más remedio que actuar así - nos dijo- Y créanse que no es plato de buen gusto.
- Ha sido vergonzoso - le dijo mi madre- pero ha actuado como una gran profesional.
Pues bien, doy un salto al presente año porque una mañana del pasado mes de enero, caminaba yo por la calle cuando vi unos carteles anunciando En el estanque dorado, con Lola Herrera y Héctor Alterio en el Teatro Concha Segura de Yecla.
Fue inevitable rememorar aquella noche de teatro en Elda, que a pesar de la impecable actuación de la Herrera, la recuerdo mucho más por su breve pero intenso discurso a los tosedores.
Seguí caminando y pensé ¿Y si fuera a verla otra vez? Y conforme avanzaba el día más me apetecía.
Al llegar a mi casa busqué el autógrafo en un álbum de recuerdos. Encontré aquel folleto enseguida.
TEATRO CASTELAR - ELDA
Jueves, 9 de marzo de 1989
ACONTECIMIENTO TEATRAL
Casi caí de espaldas al hacer la cuenta y descubrir ¡que han pasado 25 años desde aquello!
De golpe me entraron unas ganas enormes de volver a verla actuar y pensé que era una buena idea llevarme aquel folleto y tratar de ver a la actriz para mostrárselo. ¿Me atrevería a hacerlo?
No fue posible que nadie me acompañara esta vez, pero no me importó, y el viernes 17 de enero acudí a ver En el estanque dorado.
Yo había visto la película el mismo año en que leí Cinco horas con Mario. Quizás muchos la recordéis (o no, porque siendo del año 1981... uff, qué viejuno me estoy haciendo)
La pareja que la interpretó en el cine fueron Henry Fonda y Katherine Hepburn, él en un papel gruñón, pesimista y con un irónico sentido del humor, y ella todo lo contrario, alegre, jovial y vitalista.
Me senté muy cerca del escenario y minutos antes de empezar... ¡la gente tosía! ¡y mucho! Pero no, por suerte la historia no se repitió, pues cuando la función comenzó se produjo un respetuoso silencio (los yeclanos no me podían decepcionar)
Y qué decir de la obra..., pues que me resultó encantadora, sobre todo por los papeles de Héctor Alterio y, cómo no, la Herrera, con esa voz diáfana, cantarina, tan bien modulada. Una obra que precisamente habla del paso del tiempo, de la gente mayor, de la compañía...
Es curioso, la Lola Herrera que vi por última vez era 25 años más joven y sin embargo... ¡está más guapa hoy! Esto hace que aún la quiera y admire más, pues viéndola sonreír tiene uno la total certidumbre de que con los años se puede seguir creciendo en hermosura. ¡Yo quiero ser herreriano!
Al terminar hubo gran ovación y salieron varias veces a recibir los aplausos que no cesaban. Cuando por fin dejó de abrirse el telón, me puse manos a la obra... en busca de Lola Herrera.
Subí escaleras, recorrí pasillos enmoquetados en rojo, bajé a la planta baja, volví a dar vueltas en otra dirección, cruzándome con bustos y columnas de otras épocas... Arriba, abajo... No sé quién diseñó el teatro de Yecla pero lo hizo con toda la mala idea de que no se pudieran encontrar los camerinos. ¡Son invisibles!
Finalmente hablé con el ordenanza para preguntarle qué había que hacer para ver a los actores y me dijo que no era posible, que tenían prisa y no podían recibir a nadie.
- Vaya, - lamenté - es que hace 25 años Lola Herrera me firmó un autógrafo- le dije mientras se lo enseñaba- y me hacía ilusión hablar con ella otra vez.
Y se ve que mi cara de decepción le conmovió porque me echó un cable
- Mira, ve por la parte del jardín y busca una puerta estrecha. Por allí saldrán. ¡Pero yo no te he dicho nada!, ¿eh?
Con nuevas esperanzas, hice lo que me dijo y encontré a ocho personas esperando en el lugar. Hacía un frío terrible, de esos fríos árticos que Yecla nos regala en invierno. Pensé que esto era un gran inconveniente porque con esa helada nocturna no tendría ganas de quedarse ni un minuto.
Me percaté de que los que esperaban como yo, no estaban junto a la puerta, parecía que les daba corte enfrentarse en primer lugar, así que, más espabilado que ellos, me puse el primero sin miedo. Entonces caí en la cuenta de que, tonto de mí, no había llevado un bolígrafo.
Comenté mi olvido a la pareja que más cerca tenía y me dijeron que ellos se pondrían primero y me lo prestarían después.
Cuando nuestras narices estaban a punto de convertirse en hielo se abrió la puerta y asomó Lola Herrera, que al ver a nueve personas allí exclamó: "Ay, por Dios, con el frío que hace, vámonos a casa todos"
La gente se acercó y ella, cerrándose el abrigo hasta el cuello, se dispuso amablemente a atendernos. Qué remedio...
Fui el segundo, y después de felicitarla y enfatizar lo bien que había estado todo, le dije:
- Mira, Lola, he traído algo que todavía guardaba.
Al verse en aquella foto exclamó: "¡Ay, madre míaa!"
- Hace justo 25 años te vi en Cinco horas con Mario.
- ¿Hace 25? Pues serías muy joven entonces.
- ¡Y tanto, 22 años!
- Ay, cómo pasa el tiempo. Me sorprende que aún lo conserves.
- Ahora conservaré los dos juntos.
- Dime tu nombre.
Pasé más frío que un tonto, pero mereció la pena. Ahora puedo decir que tengo nueva cita con la actriz dentro de otros 25 años en a saber qué obra.
Sí, bueno, el tiempo pasa y no perdona, pero todos sabemos que algunas personas tienen simpatía por el diablo. Y hacen tratos... y pactan con él.
"Yo te buscaré, Lola. ¡Vaya si te buscaré!"