Yecla
ha amanecido esta mañana a 5º bajo cero, la temperatura más baja
desde que vivo aquí, que yo recuerde.
Como
este frio venía anunciándose con bastante antelación, Samuel se ha marchado
al Instituto bien abrigado y casi una hora después acompañaba yo al cole a Aitana embutidos ambos en bufandas, gorros y guantes.
De
repente se ha producido un momento mágico que me ha hecho sentir
mucho gozo y ha sido cuando han empezado a caer unos minúsculos
copos de nieve e inmediatamente todos los chavales que había en el patio han
armado una buena algarabía.
¡Está
nevando! ¡Está nevando! - se oía gritar a unos y otros.
También
mi hija ha chillado emocionada, ya que todavía no ha vivido una
buena nevada y lo está deseando. De hecho siente cierta envidia
cuando ve el video en el que su hermano se echó un puñado de nieve
a la boca y exclamó aquello de “¡Es agua! ¡Y se come!”
En
el camino de vuelta a mi casa, ese aguanieve se ha intensificado y
durante unos minutos el espectáculo a mi alrededor era tan
atractivo, con miles de copos descendiendo por todas partes, que
me ha parecido un crimen dejar de disfrutar aquello. Así que me he
puesto a caminar.
¡Qué
maravilla de paseo! Todo me parecía nuevo, distinto, con otra
dimensión. El hecho de ver todo el espacio que me rodeaba atestado
de blancos puntos oscilantes parecia transformar las distancias. El
cielo era muchísimo más alto y las calles parecían no acabar
nunca.
Siguiendo
la calle Colón he llegado hasta la calle San Francisco, donde desde hace años vengo observando un curioso fenómeno: siempre, (repito:
siempre) sea verano o invierno, corre por esa calle la brisa. Es
como si fuera ese lugar un embudo por el que se cuela el viento.
Quizás se forme en el cerro donde está el Santuario, baje por la
plaza del Ayuntamiento e incapaz de superar la altura de la Basílica
de la Purísima, siga hacia el Parque de las Palomas hasta chocar en
el Instituto Azorín.
¡Y
cómo corre a veces y cómo te hace saltar las lágrimas en
invierno!
Ni
que decir tiene que en un día como el de hoy, por allí no se podía
quedar uno quieto. ¡Era el Polo con la puerta abierta!
He
recordado entonces que el día que escribí sobre mis recuerdos más gélidos en Yecla, me quedé con las ganas de contar algo.
Es
una anécdota relacionada con José Martinez Ruiz, el novelista de la
generación del 98 a quien todos conocemos como “Azorín”. Desde
que supe que su madre nació en Petrel, como la mía, y que su padre
era de Yecla, no pude evitar una inmediata simpatía hacia su
persona.
Recuerdo
que estudiando E.G.B. en Elda, nos explicaron que su seudónimo se debía
a que era muy observador y que, como un azor, examinaba con
detenimiento todo lo que le rodeaba. Con el tiempo he sabido que esto
no es así.
Azorín estudió bachillerato durante ocho años en el
Colegio de los Escolapios de Yecla, ciudad donde el apellido Azorín
es muy corriente. A él le llamó mucho la atención dicho apellido y
en su primera novela La voluntad, ambientada en Yecla, lo utilizó. Y
ese Antonio Azorín, protagonista de la novela, siguió presente en
su vida cuando en adelante decidió firmar con el seudónimo ya por
todos conocido.
Hoy,
en el lugar donde existió el colegio donde estudió, hay un
Instituto de Secundaria que lleva su nombre.
Otro
Instituto de la ciudad se
llama José Luis Castillo Puche que fue otro literato natural de
Yecla nacido en 1919. Castillo Puche tuvo oportunidad de conocer a
Azorín y existe alguna conversación entre ambos. Me apetece mucho
compartir un extracto que me llamó poderosamente la atención.
Castillo
Puche: ¿Qué es lo que más recuerda de Yecla?
Azorín:
El viento. El viento es lo que más recuerdo.
Castillo
Puche: Pero, ¿qué es lo que recuerda del viento?
Azorín:
Su sonido, su fuerza, su frenesí, todo.
Castillo
Puche: Los aires de Yecla son saludables.
Azorín:
No confunda nunca viento con aire.
Castillo
Puche: Por supuesto que no. ¿Cree acaso Azorín que el viento de
Yecla es peligroso?
Azorín:
¿Usted no ha pensado, querido paisano, si la cantidad de suicidas
que da Yecla y su porción de locos no lo serán por el viento
Castillo
Puche: En eso no había pensado. ¿Y usted cree, pues, que los
vientos de Yecla son unos vientos casi escatológicos?
Azorín:
A pies juntillas lo creo.
Ignoro
si realmente es alta la tasa de suicidios en Yecla en relación con
otros lugares y si el viento puede tener algo que ver en todo ello,
pero en cualquier caso me hacen gracia las respuestas de Azorín
porque de algún modo me siento identificado con él.
Cuando empecé a vivir
en Yecla y mis amigos eldenses me preguntaban por esta ciudad, yo
siempre les decía. “Allí hace un frio de morirse. Y si encima
hace viento..."
Y hoy observaba, además, lo chocante que resulta que el viento que corre calle San Francisco abajo, termine encontrándose de lleno con el Instituto Azorín. Es como si fuera a saludarle:
Viento de Yecla: Hola, maestro, ¿se acuerda de mi?
Azorín: ¿Que si me acuerdo? ¿Cómo olvidarte?
Viento de Yecla: ¿Nota lo lozano me he levantado hoy?
Azorín: Hombre, yo ya no te siento, la verdad, pero díselo a JuanRa...
Claro que la experiencia de los años curten a cualquiera y hoy me englobo en
ese dicho que tanto oigo decir en Villena, ese de “¡Cojones con los yeclanos, que al
frío lo llaman fresco!”
Y como estoy "locamente" enamorado de Yecla, me despido con algunas fotos curiosas relacionadas con esta ciudad en la que mañana, según dicen los metereólogos podría nevar mucho. Ojalá.
Billete de la Segunda República
Vinos con etiqueta de YECLA. Este último decorando mi librería.
Folleto informativo de los tiempos en los que en Yecla habia un tren: el Chicharra
"Flor de Yecla", marca de gaseosa que se fabricaba en esta ciudad.
Dicen que era invencible e insuRerable.
Esta me encanta. Libreta de caligrafía.
SEVILLA JAEN YECLA
(¡Toma importancia! Y es que es fundamental aprender a hacer una bonita Y griega)
Teléfono 82, pesetas, duros, arrobas... Dios mio, ¡es casi la prehistoria!