Todo mi viaje a Inglaterra quedó escrito noche a noche en mi habitación del “pequeño granero” en un diario que también atesoro y que llamé “Postcards from Saltdean” (Postales desde Saltdean)
27 de septiembre de 2008
POSTALES DESDE SALTDEAN
Todo mi viaje a Inglaterra quedó escrito noche a noche en mi habitación del “pequeño granero” en un diario que también atesoro y que llamé “Postcards from Saltdean” (Postales desde Saltdean)
23 de septiembre de 2008
BLOG CREADO, TOCADO, HUNDIDO... SALVADO!!!

La primera vez que escuché la palabra blog (que me sigue sonando fea y que no recogen todavía los diccionarios de inglés) fue a él.
- He creado un blog en internet. Os voy a dar la dirección para que lo visitéis.
- ¿Qué has hecho qué?
- Un blog, un lugar para escribir lo que quieras y que la gente te lea.
Cuando accedí a él me pareció que era algo muy interesante y atractivo pero que debía ser muy complicado de llevar a cabo. Tardé mucho en embarcarme hacia ese mundo.
Ahora lo más difícil es plantar ese árbol o por lo menos plantarlo y que sobreviva, con lo que, tiempo al tiempo, veréis como en unos años se sustituirá por instalar una antena parabólica.
Sólo tiene tres meses de vida y yo lo mimaba y lo quería y me lo pasaba bomba con él. ¿Cómo había podido vivir yo antes sin un blog en mi vida?
El problema surgió cuando empecé a comparar a mi “hijo” con los “hijos” de otros "padres".
Veía esos blogs tan guapos, con visores de fotos, con atractivas pantallas para ver videos, con relojes, con música, etc… que cuando volvía a verle la cara al mío me parecía soso y esmirriado.
Entonces quise hacerle una cirugía estética sin ser yo cirujano.
Mirándole las entrañas hallé hasta su HTML, que viene a ser como su código genético, y me relamía pensando que si yo supiera descifrar todo eso y manipularlo tendría un blog alucinante, que dejaría a todos boquiabiertos y enganchados a él para siempre.
Pero lejos de acercarme a un simple lavado de legañas, no sé ni qué tecla toqué que lo dejé disléxico, asmático y tullidito.
Me asusté mucho, quise volver atrás, pero ya no sabía cómo deshacer el entuerto. Me afané, puse parches, pinté borrones, lancé mil y un S.O.S., pero mi blog me miraba con cara de lelo como diciéndome “Papá, ¿qué me has hecho?”
Como dice mi hermano Tomás sobre los los "ciberbobos" en su último artículo, (por favor, no los llaméis posts, que también suena horrible) los ordenadores no respetan a los ignorantes y se ríen de nuestra desesperación, por lo que no tuve más remedio que convencerme de que tendría que olvidar este blog y crear otro con todo el dolor de mi corazón.
Iván, que tiene magia en los dedos casi desde que nació, me animó diciendo que el desaguisado tendría arreglo.
Y así fue. Hoy, gracias a su ayuda, puedo decir que el blog ha salido de la UCI y ya se encuentra en planta, dispuesto a una última operación que le devuelva sus columnas al lugar que le corresponden.
Así que aprovecho esta nueva entrada en este mi querido blog - que es más guapo que ninguno - para agradecer efusivamente a mi cuñado su ayuda con ese bisturí mágico con que me lo operó.
¡ Gracias Iván ! ¡Vuelvo a ser feliz!
18 de septiembre de 2008
COMEDIA A MI MEDIDA

.............Supongo que todos vosotros habréis pasado alguna vez por el número 13 de la Calle (Rue) del Percebe.
¡ Imaginación al poder !
En la estrecha buhardilla de un edificio vive camuflado un peculiar espía bielorruso (Peter Sellers) al que seguirán de cerca los agentes de la T.I.A. Mortadelo y Filemón. 14 de septiembre de 2008
CALLEJEANDO EN BUSCA DE UN CROMO
PD: Tan sólo 2 semanas después, Palmira e Iván lo conseguían !!!!
11 de septiembre de 2008
"JUANITO, CANTA EL LA LA LA !!"
Todos los días, salvo raras
excepciones, entro a través de mi ordenador en Al borde del abismo, el
blog que escribe mi padre desde el otro lado del océano.
Nos cuenta cosas realmente
interesantes en él (al menos para mí lo son).
Descubrí hace dos días un
texto que ha titulado Mi aventura madrileña, en el que narra las
vicisitudes que tuvo que atravesar buscando un porvenir en Madrid para él y su
familia. Son cosas que en su día nos contó, pero que, al leerlas ahora con más
detalles, me parecen nuevas, entrañables y sorprendentes.
Este fragmento:
“...mi hijo, con dos
añitos recién cumplidos, me cantó de principio a fin la canción La, la, la de
Massiel y, a partir de entonces, no hubo vecino que no le pidiese que la
cantara.”
me ha hecho imaginar con
emoción la escena en la que, después de muchos meses sin vernos, yo cantaría la
canción para mi padre.
Puedo hacerme una idea de su
satisfacción (todos los pequeños avances de mis hijos me hacen babear), máxime
cuando, con toda probabilidad, cuando él se marchó yo apenas balbucearía y, en
el reencuentro, me encontraba cantando.
Todo esto me hizo recordar
que yo ya había escrito sobre este hecho. Hace unos años, en mi afán por
escribir y contar historias —que siempre he tenido innato—, empecé a redactar
recuerdos sobre mí y mi familia y los recopilé en un cuaderno que bauticé como Los
Cabrerator y otros duendes.
Hoy me viene muy a propósito
reescribir aquel capítulo, que dice así:
Posiblemente sea este uno de
los recuerdos más antiguos que guardo en la memoria, aunque no me atrevería a
asegurar que haya persistido hasta hoy como verdadero recuerdo o sea más bien
el poso que me ha quedado tras las muchas veces que mis padres me lo contaron.
Vivíamos en Madrid, en el
barrio de Cuatro Caminos. Era el año 1968, por lo tanto yo solo tenía dos años.
España había ganado el Festival de Eurovisión y la canción de Massiel sonaba
con frecuencia en la radio. Yo también la cantaba y, según me aseguran, no lo
hacía nada mal.
No me limitaba a canturrear
el sencillo estribillo, sino que la interpretaba entera, de principio a fin:
Yo canto a la mañana
que ve mi juventud,
y al sol que día a día
nos trae nueva inquietud.
Todo en la vida es
como una canción:
te cantan cuando naces
y también en el adiós.
LA, LA, LA, LA...
Debía de ser muy chocante
ver a un niño tan pequeño entonar la letra de memoria. Dice mi madre que la
pronunciaba muy bien (en general, aprendí a hablar y a leer con soltura desde
corta edad). Recuerdo con regocijo haberla oído decirme: “No te comías ni un
LA”.
Alguna vecina que me había
oído cantar me pedía de vez en cuando que saliera al balcón que daba al patio
vecinal.
—Juanito —llamaba—, ¡¡canta
el La, la, la!!
Y aquí viene la imagen que
puedo ver si cierro los ojos: yo salía al pequeño balcón que daba a un patio
vecinal —la memoria me lo dibuja algo oscuro; no sé si lo sería realmente—, me
agarraba con las dos manos a los barrotes y empezaba a cantar, seguramente
mirando hacia el fondo. No tenía yo tanto desparpajo como para hacerlo
mirándola a la cara.
Le canto a mi madre,
que dio vida a mi ser,
le canto a la tierra,
que me ha visto crecer,
y canto al día en que
sentí el amor.
Andando por la vida,
aprendí esta canción.
LA, LA, LA, LA...
Y algo de lo que no tengo
ninguna duda, y que recuerdo perfectamente, es que a través de ese patio me
llegaban a veces los sonidos de algunas canciones que provenían de los aparatos
de radio con que las amas de casa acompañaban sus quehaceres. Una en concreto, Mammy
Blue, me desazonaba, me ponía nostálgico. ¿Puede un niño de tan corta edad
sentir nostalgia?
Yo no sabía qué podía decir
la letra de aquella canción, pero la música y el cantante tenían un tono tan
apenado que no me cabía duda de que la cantaba alguien que echaba de menos a su
madre, y por eso la llamaba de aquella forma tan triste.
Cosas de una mente que
empezaba a descubrir la vida.
8 de septiembre de 2008
EL FINAL DEL VERANO
A menudo, echando la vista atrás, me percataba de que ya no existían aquellos veranos que yo guardo en la memoria. Aquellos felices veranos de mi niñez.
Sólo he de mirar a través de otro prisma.
4 de septiembre de 2008
MI RELACIÓN CON LOS COCHES

Los que me conocen ya lo saben.
A los que no, no tengo ningún reparo en darles un dato más sobre mi personalidad: pocas cosas me aburren tanto y me dejan tan indiferente como el mundo de los coches.
Yo he tenido siempre una máxima al respecto, heredada de mi padre, que en palabras vendría a ser: "El coche al servicio del hombre y no el hombre al servicio del coche".
Qué lejos estoy por tanto de aquellos que se desviven por sus autos: los lavan a menudo, les sacan brillo y los acicalan como si fueran a pasar revista. Esos que maldicen a cualquier ave que ose a soltarles un alivio sobre la inmaculada carrocería.
A años luz me encuentro también de los que serían incapaces de dejar sus coches a la intemperie (no sea que se vayan a constipar) y los guardan bien guardaditos en sus cocheras y garajes. Así, máquina y humano duermen más tranquilos.
Semejante indiferencia hacia los coches me ha llevado a una ignorancia tal que, reconozco -pero no me avergüenza - raya en lo inadmisible.
Mucha gente cree que bromeo cuando me dicen la marca que conducen y yo ignoro su forma.
- Me he comprado un coche
- ¿Ah, si? ¿Cuál? - pregunto por cortesía
- Un Seat Toledo
- Ah, muy bien - y me quedo igual, preguntándome por qué sigo haciendo esas preguntas si no distingo a un Seat de un Ford ni de un Simca ni de un Land Rover
Yo a los coches no los agrupo por marcas, yo los agrupo por colores.
- Mira papá, el coche de delante es como el tuyo
Yo me quedé mirándolo unos segundos y llegué a la conclusión de que estaba equivocado. El coche que me precedía no se parecía en absoluto al mío. No sé nada de marcas pero por lo menos sí que reconozco mi coche, un Citroen Xsara gris. Sólo faltaba eso, que no reconociera a un igual. Pues cuando me pude acercar un poco más, acerté a leer en su parte trasera "Citroen Xsara". ¡Madre mía! Pues claro que era igual que el mío, lo que pasa es que era de otro color y sólo ese detalle me los hacía completamente diferentes. Ahí me dí cuenta de que lo mio es grave, ¡hasta un niño tiene más percepción de lo evidente que yo!
Y eso que a veces he pasado apuros vergonzosos como aquella vez en que fui a pasar la I.T.V. a Jumilla y me echaron para atrás porque al coche le faltaba no se qué (no me acuerdo tampoco, como es natural) Llevé el coche a un taller, lo dejé aparcado en la calle y entré. Tuvieron la desfachatez de preguntarme cuál era la marca de mi coche (por aquel entonces un Ford Orion)
- ¿La marca? Ah, si, es un... un Citroen... no, un Ford, no, si, un Citroen... Un momento que salgo a ver - salí, lo miré y entré de nuevo - Un Ford Orion"
Los mecánicos se me quedaron mirando con unas caras en las que se podía leer "de qué planeta llega este que no sabe la marca de su propio coche?".
- Lo siento - me dijo uno finalmente - es que esto es un concesionario Citroen.
Y ni contar las veces que al salir del trabajo he intentado abrir un coche ajeno simplemente porque era de un gris plateado como el mío, y así, a ojo, eran como dos gotas de agua.
Pero ahí me tenéis a mí, apretando el botón del mando a distancia para poder entrar y escuchando el clac de una puerta que se abre a varios metros a mis espaldas.
En esos momentos sí que miro de reojo para cerciorarme de que nadie se ha percatado de mi torpeza.
Lo de la conducción es capítulo aparte.
A ese anuncio de la tele que pregunta "¿Te gusta conducir?" yo le diría "Pues hombre, si no hay más remedio..."
No me considero mal conductor pero eso sí, no me gusta nada correr. Prudencia ante todo. Para mí todo el que pasa de 120 es un suicida.
Nunca querían venirse a ninguna población cercana conmigo, preferían ir en otros coches. Excepto Ramón, pues le gustaba mucho la música y conmigo daba tiempo a escuchar muchas más canciones en la radio.
Imaginaos la conmoción que supuso entre mi peña la noticia de que a mí, a Juan "el rápido", le habían multado por exceso de velocidad. No lo creyeron hasta que les mostré no sólo la multa sino la foto adjunta que había captado la cámara del radar.
Todo lo contrario a mí es mi amigo Juan Luis, que conoce todas las marcas y modelos de coches, ha tenido muchos y ha recorrido España de cabo a rabo con ellos. El siempre me dice:
- Si alguna vez te tocaran muchos millones en la lotería no sé lo que te comprarías. Lo que no te comprarías sí lo sé: un coche.
Y tiene razón. Si el que tengo me lleva a todas partes ¿para qué quiero otro?
Pues bien, Juan Luis, que lleva comprando revistas sobre el tema desde hace décadas y que es un apasionado de los rallies, se empeñó en que yo memorizara una marca y un modelo completo sólo para divertirse comprobando lo surrealista que resulta oírmelo decir con soltura.
Y asi, en algunas ocasiones, sí que me he permitido el lujo de decirle a alguien con aires de suficiencia:
- A mí, el coche que realmente me gusta es el BMW M 635 CSI ALPINA B7 TURBO COUPÊ
(Que me aspen sí sé cómo es el cochecito de marras)
Nota: Del coche de la foto sólo me llama la atención su matrícula. Lo demás me la repanpinfla.



