Don Braulio observaba con orgullo su reloj de pared. Era un antiguo reloj de cuco heredado de su bisabuelo, que lucía en un lugar destacado del salón.
A Don Braulio le fascinaba su color, su tallado y la elegancia de sus formas. El aspecto apergaminado de la esfera y el relieve de los números romanos le hacían suspirar de satisfacción.
Consideraba Don Braulio que el tic tac que emergía de su interior daba paz a su hogar.
Pero, por supuesto, lo mejor de esa bella máquina de contar el tiempo era el diminuto cuco que guardaba en su alma de madera.
Y allí teníamos al hombre, frente al reloj cada mediodía, para verle salir puntual de su ventanuco y cantarle en sus narices hasta doce veces cu-cú.
Se le quedaba entonces a Don Braulio una sonrisa de bobo que hacía reír a Carmen, su mujer, cada vez que al pasar le veía como una estatua mirando a la pared.
Un día, mientras escribía unas cartas en el salón, escuchó cómo algo empezaba a crujir cerca de él, y acabó por descubrir que el ruidito provenía del reloj de la pared. Cuando se acercó para asegurarse, el sonido cesó, y Don Braulio no quiso darle mayor importancia.
Al día siguiente, Don Braulio y Doña Carmen tomaban juntos un chocolate en el salón cuando el ruido comenzó de nuevo.
- ¿Qué es eso? - preguntó su mujer.
- No lo sé, pero creo que viene del reloj.
- Ay, no se estará estropeando, ¿no?
Don Braulio se subió a una silla para acercar la oreja al reloj. No se percató de que en ese momento eran las seis de la tarde y el cuco salió de repente y tan de sorpresa que el buen hombre perdió el equilibrió y cayó de la silla.
- ¡Ay, Braulio!, - gritó su esposa abalanzándose hacia él - ¿te has hecho daño?
Fue entonces cuando Don Braulio averiguó, alarmado, el origen de ese recalcitrante sonido.
- ¡Tiene una carcoma! ¡¡Maldita sea, mi reloj tiene carcoma!!
- ¿Cómo lo sabes? - le preguntó su mujer mientras le ayudaba a levantarse.
- ¡Mira ese polvo de la alfombra! ¡Es madera triturada! ¡Hay que acabar con ese bicho inmediatamente!
- No te alteres, querido, y descuida, que mañana mismo llamo para que vengan a fumigarlo.
Eran cerca de las tres de la madrugada cuando la carcoma asomó la cabeza por un minúsculo agujero. Era un gusano blancuzco y mantecoso que parecía satisfecho por el banquete de madera de calidad que estaba disfrutando.
Llegaron en esos instantes las tres en punto.
Cu-cú (lo vió)
Cu-cú (no se lo pensó)
cu-cú (un giro oblicuo)
Don Braulio nunca llegó a saber por qué aquel crujir dejó de escucharse. Siempre pensó que su mujer había avisado a algún fumigador, y respiraba aliviado al comprobar que todo funcionaba a la perfección y que, sin retraso, el cuco salía a cantar alegre las horas.
Aquella tarde le dijo a su mujer:
- ¡Qué curioso, Carmen, tantos años admirando el reloj y nunca me había percatado de que cada vez que sale el cuco, se relame el pico despúes de cantar.
(Cuentos para Apamen. Año 1991)
¡Qué delicia de cuentoooo! (y no lo digo por la delicatessen de gusanito de carcoma.
ResponderEliminarME ha gustado:
-el propio reloj de cuco. A mí me habría gustado tener uno y también uno de esos en que salen los personajes por un extremo y desaparecen por el otro. O de esos barométricos que predicen o te informan del tiempo que hace, en el que el personaje que aparece es el adecuado a la situación meteorológica.
- las maniobras del cuco (lo vio, no se lo pensó...aunque la tercera fase debería haber rimado, je,je,je)
-la autosuficiencia del pájaro.
-el embalesamiento de Don Braulio.
- Y sobre todo, que fuera un cuento dedicado a Apamen. ¿Se lo regalaste por su santo o tal vez por San Valentín?
carlos
No, si cuando estaba orgulloso el hombre de su reloj de cuco, era por algo...
ResponderEliminarMuy bueno, e impecablemente escrito, deberías animarte a hacer un libro de cuentos y relatos, tienes madera... ¡pero sin carcoma!
ResponderEliminar:D
Un cuento extraordinario y muy cuco. Me gusta imaginarme al pajarillo relamiéndose, jeje y a Don Braulio en la inopia ¡tan contento el hombre con su reloj!
ResponderEliminarComo dice Ana y como te he dicho un montón de veces, deberías hacer un libro con todos estos relatos tan chulos ¡y se lo regalas a Apamen después!
Muchos besos.
Qué historia más rebonita. Qué entrañable el personaje de don Braulio, tan feliz él con su reloj, y qué intríngulis más intringulosa tiene el asunto del pajarito. Me encanta cómo has introducido lo extraño, lo inexplicable, en la vida cotidiana, al estilo de Poe o de Horacio Quiroga, pero sin explicación racional y además sin desgracias.
ResponderEliminarPero también he de decirte que hay algo que no está bien: no está bien que hayas tenido este cuento guardado tanto tiempo ;)
Carlos:
ResponderEliminarCelebro que te haya gustado este minueto de tic tacs, cri cris y cu cús. Y estoy muy de acuerdo, a esa tercera salida del cuco le hubiera venido bien otra rima, algo así como:
Lo vio
No se lo pensó
Su vuelo varió
¿No te imaginas a ese Don Braulio con su batín grueso y sus zapatillas de andar por casa? (Un poco como Don Pantuflo, jeje)
Se lo regalé en su cumpleaños, y no fue solo este, era un cuaderno con 9 más. Quizás más adelante presente otros :)
loque:
Es que no todo el mundo tiene un reloj de cuco con un cuco tan cuco :D
Eres muy amable, Ana
¿Qué tal si en ese libro de cuentos apareciera uno de un gato que volaba en globo? ;p
Montse:
Gracias por esos halagos, Monste. Quizás algún día me dé por hacerme cuentista y escriba Cuentos Cucos. Oye, no suena mal, ¿no? :D
Ángeles:
Tan feliz veían al hombre que de ahí nació el dicho de “Tan ufano como Don Braulio oyendo el cucú”
Ah, ¿qué nunca habías oído ese dicho? ¿Cómo que no? Bueno, igual es porque me lo acabo de inventar xD
De Horacio Quiroga leí un cuento de una tortuga que supo atarse a un moribundo a su caparazón para llevarlo desde la selva hasta Buenos Aires y que allí lo curaran. Si una tortuga pudo hacer eso, ¿cómo no iba un simple cuco a zamparse una larva? :p
PD. Eso de tener documentos guardados es de gente muy ruin, me parece a mí :D
¡Sííí!¡Sí a todo! a lo de Don Pantuflo y a lo de publicar aquí los demás cuentos...Bueno, pero calla...que tendrás que pedir permiso a Apamen; que son suyos, caramba.
ResponderEliminarcarlos
Precisamente he estado en La Selva Negra hace unas semanas, en un paraje impresionante llamado Schwarzwald donde había un montón (y con esta expresión me quedo corto) de relojes de cuco...
ResponderEliminarFeliz Navidad!!!
Carlos:
ResponderEliminarPor supuesto, con el visto bueno de Apamen siempre. :)
Borja F. Caamaño:
¡Qué agradable sorpresa volver a verte por aquí, Borja! Y más con esto de que llegues de La Selva Negra y de un lugar lleno de relojes de cuco.
Feliz Navidad
Buen relato. También los cucos tienen que comer. XD
ResponderEliminarComo siempre derrochas imaginación, y me alegro. Por un momento pensé que el cuco le iba a sacar un ojo al señor cuando se subió a la silla. Me gusta más tu final.
Hace unos 5 años compramos un mueble, un aparador, y por las noches escuchábamos un ruido. Hasta que descubrimos que era del mueble pasó un tiempo. Finalmente se tuvo que llevar el mueble una empresa, que lo metió en una cámara de frío, lo congeló y mató el bicho. Como si fuera un anisakis cualquiera. Es real.
Tu relato tiene tintes de que sabes como suena la carcoma, porque yo recuerdo ese sonido cuando la casa estaba en silencio.
Genial y vívido cuento JuanRa.
Gracias, Hitlodeo, celebro que te guste :)
ResponderEliminar¿Te has parado a pensar en lo incómoda que debió sentirse tu cómoda al congelarla? ¿Y qué pensaría aquella carcoma al sentir los frios de Siberia?
De ahí podría salir otro cuento, jeje
Un abrazo