La
segunda vez que visitamos Ayna fue en 1981.
Mi
hermana tenía entonces casi 7 años y con esa edad ya no hubo
trabas para que pudiéramos disfrutar de unos días de vacaciones. De
hecho fue capaz de algo que me parece de muchísmo mérito para tan
corta edad. Luego os lo cuento.
Recuerdo
que esa vez nos alojamos en casa de una señora que se llamaba
Maruja, que alquilaba habitaciones. Entonces en Ayna no había tanto
turismo y no existía el hotel que tiene hoy, ni los hostales ni
casas rurales que ahora pueden encontrarse.
Una
vez instalados salimos a dar una vuelta.
Las
impresiones que siempre me ha despertado este pueblo al recorrerlo
se me hacen difíciles de describir, tal es la cantidad de plácidas
sensaciones que me embargan.
Me
basta con cerrar los ojos...
...y
levanto de nuevo la cabeza para descubrir un cielo luminoso entre
la penumbra de sus callejuelas, con los aleros de antiguas tejas
recortados en el intenso azul.
Un
pueblo sumamente tranquilo rodeado de montañas pobladas de frondosos
pinos, destacando la mole que surge desde el valle: los Picarzos.
Los
Picarzos es una obra de arte de la Naturaleza. Sus acantilados y
picos parecen estar allí para extasiar a todo el que los contemple,
pues varían tanto conforme la luz del sol los sobrepasa que parecen
un macizo distinto cada vez, como un guardían de piedra que se
transformara con el paso de las horas.
Su
cumbre está rematada por escarpadas rocas que forman pequeños y
grandes torreones. A mí siempre me han recordado a las filigranas
que de niños construimos en la playa, cuando dejamos escurrir del
puño el agua y la arena sobre nuestros castillos..
Y
a los mismos pies de esa mole pasa sereno el río Mundo, entre altas
cañas y extensas raíces. Es un gozo contemplar sus recodos de agua
cristalina y escuchar su discurrir sonoro sobre cantos rodados, esa
sinfonía que se vuelve más alegre en los saltos o al atravesar los
ojos de los puentes de piedra.
Entre
el pueblo en lo alto y el río en lo hondo, el extenso huerto en
escalones a la sombra de higueras y nogales. Se puede recorrer por
caminos empedrados en los que abundan las chumberas, y huele a
humedad y abunda el verdor. Y cuando el sol aprieta, la tierra
desprende densos aromas de fertilidad.
Es
en este “Mundo de agua” donde empieza la aventura que voy a
contar y que sigue siendo hoy uno de los mejores recuerdos de mi
juventud y la de mis hermanos.
Hacía
mucho calor y bajamos a refrescarnos al río. Buscando el mejor lugar
donde poder bañarnos empezamos a caminar desde dentro. El agua
estaba fría como el hielo pero uno terminaba acostumbrándose
después de un buen rato en remojo.
Como
avanzar entre tantas piedras era complicado y hacia daño en la
planta de los pies, mi madre nos permitió que nos pusiéramos las
sandalias, que no eran en absoluto apropiadas para la ocasión, pero,
una vez más, ella prefirió ser práctica y que disfrutáramos.
Entonces
mi padre, aventurero por excelencia, propuso que siguiéramos
adelante. Y así fue como una pareja con cuatro hijos comenzaron a
adentrarse en el río Mundo.
En
muchos de los tramos el agua llegaba por las rodillas, pero había
ciertas zonas en las que la profundidad era mayor y se podía nadar,
y también aparecía alguna poza en la que era posible bucear
incluso.
Recuerdo
que mi hermano Tomás y yo ahuyentábamos primero a todos aquellos
grupos de chinches que flotaban en las aguas más tranquilas y que al
acercarnos eran capaces de saltar sobre la superficie sin hundirse.
Los
paisajes iban cambiando conforme avanzábamos, haciendo de aquella
excursión una aventura asombrosa.
Alguna
rama enorme caída sobre el río que había que sortear, túneles de
vegetación en los que apenas entraba el sol, grandes mantos de ova
verde meciéndose en la corriente que hacian cosquillas al pasar,
una roca lisa que parecia el caparazón de una tortuga gigante,
selvas de cañizo de las que surgían alborotados ruidos que siempre
nos sobrecogían y disparaban nuestra imaginación...
Y
ese encantador rumor del agua acompañando siempre.
Vimos
multitud de peces, algunos muy grandes. Ranas y sapos que desde
algún saliente saltaban a esconderse en el fondo cuando nos oían
llegar. Multitud de libélulas de vivos colores que besaban la
superficie del agua y se perdían entre la fronda. Incluso una
culebra de agua que a todos nos dio repelús.
Después
de mucho caminar, nos adentramos en un tramo umbrío flanqueado por
altas choperas. De repente apareció un grupo de casas muy viejas
próximas a la orilla.
Un
hombre joven que estaba trabajando en la huerta se quedó asombrado
al ver llegar por el río a una “familia acuática”
- Buenos
días – saludó mi padre
- Buenos
días – le respondió - ¿de dónde vienen ustedes?
- De
Ayna
- ¿Por
el río?
- Así
es.
- Pues
llevarán más de una hora andando, ¿no?
- Seguramente,
aunque no sé ni la hora que es.
Su
mujer escuchó voces y salió a saludarnos.
Si
para nosotros llegar hasta allí había sido una gran aventura, lo
que nos contó aquella pareja era otra aún mayor.
Eran
de Madrid y tan quemados estaban de su trabajo como profesores y de
su estrés de vida en la ciudad que habían querido dar un cambio
radical a su existencia. Decidieron abandonarlo todo para marcharse
con su pequeño hijo a vivir un lugar perdido.
Y
lo encontraron.
Aquella
aldea se llamaba (y se llama) Alcadima y en aquel entonces ya
llevaba algunos años abandonada. Ocuparon una de sus casas,
cultivaron una huerta, compraron gallo y gallinas y ahora vivían en
total armonía con la Naturaleza.
Nos
contaron que su idea era instruir a su hijo ellos mismos conforme
creciera.
El
hombre nos enseñó su querido pueblo.
Nos
divirtió comprobar que se había dedicado a nombrar cada casa
escribiendo en una tabla el servicio que desempeñaba. Había así un
“JUZGADO”, un “COLEGIO”, una “FARMACIA”... Y la tabla que
había colocado en el corral decía “AYUNTAMIENTO”.
- Sí,
- nos explicaba divertido – ahí está el señor alcalde (el gallo)
y los concejales (las gallinas)
Después
de la visita a aquel reino de solo tres súbditos, volvimos a Ayna,
piernas en remojo de nuevo, remontando otra vez lo andado.
Y
todo esto con Fran y Ana, siete y ocho años respectivamente, que
aguantaron como jabatos.
Imaginad
cómo se nos despertó el apetito aquel día. Y lo bien que comimos
en Casa Segunda, en aquella redonda terraza que asoma a la huerta,
al río y a los Picarzos que todo lo vigilan.
Con
aquellas ensaladas de pepino, tomate y cebolla de un sabor inigualable,
y su cordero a la brasa, y sus patatas al montón y sus huevos
fritos...
Para
comer y cenar íbamos siempre allí. Tengo grabados en la memoria el
aroma a macetas regadas al atardecer y el majestuoso aspecto de las montañas cuando se escondía el sol.
Segunda
cocinaba y su hija Adelita, un bombón de chiquilla de 12 años, ayudaba a
servir las mesas.
Entonces
mi hermano Tomás y yo no imaginábamos lo muy amigos que nos
haríamos de Adelita y, poco después, de todas sus amigas.
Ni lo mucho que duraría esa amistad.
(CONTINUARÁ)
Nota 1: No recuerdo los nombres de aquella pareja de Alcadima, aunque hoy sé que ya no viven allí, por lo que es un lugar completamente abandonado.
Para
saber más de Alcadima: AQUÍ
Nota 2: Lo que son las cosas, volví a saber de aquella mujer algunos años después, pues tendría un corto papel en una película. Pero de eso ya hablaré en su momento.
Ríome de mi admirado Camilo J.Cela y su "Viaje a la Alcarria".
ResponderEliminarPreciosa y precisa descripción.
Hállome impaciente de próxima entrega.
Txema Rico
JuanRa, esto es maravilloso. Es maravilloso el río, la pareja de la aldea, la comida... y es maravillosa la manera en que lo cuentas.
ResponderEliminarMe quito el sombrero, y te felicito por conservar esos recuerdos tan emocionantes y conmovedores y por ese don que tienes para reflejarlo por escrito.
¡Menudos recuerdos! Propiamente de Orellana explorando el Amazonas con sus hombres... ¡Ostras, qué padres tan aguerridos e imaginativos has tenido! Yo no me quejo pero desde luego nuestras exursiones eran más convencionales: en aquella época, las familias de la clase media baja no tenían tantos chalets construidos en sus huertas y salíamos a comer al monte, a explorar arriba y abajo los cabezos esteparios; alguna vez a comer al Moncayo, donde se estaba más fresco pero se te comían los mosquitos y las más de las veces a un embalse donde nos bañábamos y navegábamos con balsas de neumático de tractor o flotadores que eran unas meras cámaras de neumático de coche...aquello sí que era libertad. Después llegaron las normas de seguridad, el control y el velar por la seguridad ciudadana...y desaparecieron todos aquellos derechos elementales. ¡Qué asco de progreso! ¡Bah!
ResponderEliminarDesde luego, imagino la cara que se les quedaría a esa pareja de maestros creyendo estar a salvo de la civilización y descubriendo a esa familia de "turistas" llegando por el río...¡ja,ja,ja!
Por cierto, Alcadima es una maravilla de pueblo abandonado, según veo en la web que nos recomiendas; aparentemente parece que sus habitantes estén durmiendo o en la iglesia.
¿Cuánto aguantarían esos "ocupas" intelectuales? ¿se verían forzados a marcharse por la cruel realidad de la supervivencia, por las exigencias de formar a un niño o porque a los legítimos propietarios no les parecía bien esa ocupación, aunque fuera responsable? Habría sido interesante saber de ellos...aunque en la nota 2 te refieres a la mujer del maestro ¿no?, a la "ocupanta", ¿no es eso?. Asombroso.
Genial, amigo... me están encantando esta especie de vacaciones virtuales retrospectivas.
carlos
Gracias por la visita, es como si yo mismo hubiese estado allí.
ResponderEliminarTengo que admitir que estoy totalmente enganchada a esta historia. Al leer este capítulo por un segundo es cómo si hubiera estado allí, andando por el río, sintiendo el agua fresca en las piernas, oliendo el aroma de los árboles e incluso sintiendo el calor del sol en la piel.
ResponderEliminarTus palabras me han trasmitido esas sensaciones del verano, y hasta he sentido la presencia de esa imponente montaña.
Un saludo JuanRa!
Joe, pues mola un montón. Yo siempre he sido mucho de sitios aislados y medio utópicos... cualquier día e planto allí para visitar el pueblecito. Mientras, voy a echar un vistazo a la web a ver qué encuentro ^^
ResponderEliminar¡Un abrazo diablesco!
Vuelvo para añadir algo que se me olvidó, inexplicablemente, en mi comentario, y que es felicitarte por el Octavo Aniversario de tu blog!
ResponderEliminarNada menos que ocho años repartiendo risas y sonrisas, emociones, diversiones y sorpresas.
Muchas gracias por todo lo que has escrito en este tiempo, que supone un montón de buenos ratos y de buen rollo para quienes te leemos.
¡Felicidades!
Pues es curioso esto del aniversario; por un lado 8 años no son nada, porque el tiempo vuela -y a reacción- y sin embargo, yo te conozco desde hace sólo tres años y me parece que eres un viejo amigo de la infancia.
ResponderEliminar¡Felicidades, pues!
carlos
Tus recuerdos de Ayna son hermosos y entrañables, el paseo por el río y la familia que encontráteis ha sido una delicia, pero es tu manera de contarlo, como describes el momento, eso es fantástico, parece que te hayamos acompañado. Sigue contándonos!!
ResponderEliminarUn beso.
Y muchísimas felicidades por esos ocho años de blog, que se dice pronto, pero son años, gracias por el trabajo que has hecho y lo bien que nos lo haces pasar a todos a pesar de ser un diablillo ¡y que sean muchos más!
Más besos.
Tienes una memoria estupenda y recuerdos geniales, y sabes plasmarlos tan bien, nos metes tanto en esa atmósfera que es como vivirlo, enhorabuena por escribir tan bien y trasmitir tanto, precioso.
ResponderEliminarUn abrazo
:)
Me has recordado mi época infantil y juvenil en los Lobatos y Scouts de Cartagena. Visitamos el nacimiento del río Mundo varias veces. Acampamos en la sierra de Cazorla numerosos veranos, cogiamos ranas y renacuajos, algunos incluso culebras, yo solo después de que alguien las hubiera atrapado primero, nunca he conseguido dstinguirlas de las víboras, las dos ponen la cabeza triangular cuando se asustan. Y a las chinches las llamabamos zapateros, y corrían que se las pelaban.
ResponderEliminarCuriosa la historia de la familia, aunque más de una vez dan ganas de hacer lo mismo.
El recuerdo que más presente tengo, es cuando hablas de vuestra vuelta a comer y mencionas la ensalada. Ahora vienen siempre sin aliñar con el aceite y el vinagre en tarrinas o botes asépticos e irrellenables, y en aquella época venía perfectamente aliñada y allgusto de todos. ¡Qué cosas!
Qué vergüenza me da ver cómo has seguido con tu blog y el nivel que ha alcanzado. He sentido el agua fresca que su padre prescribía. He entendido perfectamente el orgullo del entrar en aquel coche rojo. Lo que se percibe con claridad es el amor sincero con el que vuelves a ese pueblo y la motivación que tienes para llegar a hacer tan buenas crónicas.
ResponderEliminarMe alegra conservar su feed. Un abrazo.
Nos ha encantado volver a leerte, escribes genial!
ResponderEliminarEsperamos que publiques pronto el siguiente capítulo de Recuerdos de Ayna. Saludos
Lucía y Pedro
Ya ves, Txema, justo cuando venía el capítulo en el que hablaría de nuestras amigas, nos llega la triste noticia de Toñy. No imaginaba que lo dedicaría a ella en especial.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ángeles:
Ay, Ángeles, cómo me satisface saber lo mucho que te ha gustado. Creo que ha salido tan bonito por el simple hecho de dejarme llevar por las emociones. Y es que yo diría que cuanto más mayor me hago más enamorado estoy de Ayna y de todo lo que para mí representa.
Gracias.
PD. Qué alegría me dan estos confetti que lanzas por los ocho años. Ahora escribo a un ritmo más pausado pero todavía me encanta ser blogger. Muchas gracias por estar ahí, querida compañera de posteos.
Carlos:
Nombras a Orellana, y quizás no sepas que a quien conoció mi padre fue a Cristobal Colón ¿Que no te lo crees? Pues mira aquí:
https://miescribania.blogspot.com.es/2009/04/dialogos-interceptados.html
Me gustaría muchísimo volver a Alcadima siguiendo el río, es una de las propuestas que tenemos en mente los cuatro hermanos para hacer con nuestros hijos. Según tengo entendido ya no vive nadie allí e imagino que estará algo más deteriorado que en esas fotos.
Aquella pareja se marchó. Supongo que una cosa es la teoría y otra muy distinta la práctica. Me dice una de las amigas de Ayna que la mujer de la que hablo se llama Amada y sí, me refiero a ella cuando digo que apareció en una película, concretamente en Amanece, que no es poco ¿Cuál iba a ser si no? :p
Encantado de que me acompañes en estas vacaciones retrospectivas, Carlos.
PD. ¿¡Cómo que “parece” que soy un viejo amigo de la infancia!? Tú sabes que lo soy :)
Papa Cangrejo :
Cuando vayas, porque habrás de ir algún día, quizás sientas que ya estuviste allí ;)
Raquel :
Y yo tengo que admitir que me he muerto un poco de gusto al leerte, pues nada puede agradar más a los que nos gusta escribir que ser capaces de transmitir emociones.
Un abrazo, Raquel
ResponderEliminarHolden
Me atrevo a recomendarte Ayna sin miedo a equivocarme. Y si bajas al río y te adentras por él... ya ni te cuento. Que sí, hombre, que es muy especial aquello.
Montse:
¿Cómo puedo dejar de contarte cosas si siempre las recibes con tanto agrado y buenas palabras? Gracias, Montse, una vez más.
Y también te agradezco la felicitación por el octavo año de blog. Ocho son un buen puñado, ¿eh?
Para mi es una delicia seguir compartiendo este blog con gente tan amigable como tú.
Besos mil.
Ana Bohemia:
Eres un sol, Anita. Me halaga mucho que lo hayas vivido casi como una experiencia real.
Ya ves, y yo que considero que mi memoria es bastante mala... pero, claro, siempre hay vivencias inolvidables, como estas que he contado hoy.
Gracias.
Un beso.
hitlodeo:
Parece que los recuerdos calan más hondo si hay rios de por medio, ¿verdad, Hit?
También yo remonté parte del rio Cerezuelo de Cazorla y también vi llegar alguna culebra por el agua que me hacía apartarme para dejarla pasar con mil respetos (que una cosa es ser diablo y otra fiarse de ellas)
Posiblemente se llamen zapateros esos chinches, reconozco que no lo sé.
Y qué ensaladas las de los pueblos, ¿eh? Todo fresco, todo natural... ¡y con hambre son manjares sin igual!
Iván :
Celebro este reencuentro, Iván, pues me doy cuenta de que también yo seguí tu blog durante un tiempo y por alguna razón te perdí la pista.
Ya ves que ambos seguimos en la brecha y que hoy yo cuento historias junto a un rio y tú junto a un pozo resbaladizo ;)
Un abrazo, Iván
Lucía y Pedro:
Muchas gracias. Si el “ganduleo vacacional” me deja, seguiré pronto ;)