Tomé esta foto en el interior de un autobús de Barranquilla.
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"Aquí todo es diferente", decía el cartel.
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Verdaderamente pude comprobar que existen notables diferencias entre España y Colombia en muchos aspectos. Cada país tiene su idiosincrasia que lo hace particular a los ojos de los demás, pero qué difícil es encajar a veces realidades tan distintas, y aun partiendo de la base de que hemos de ver las cosas con amplitud de miras y tener predisposición a observarlas como hechos que se han establecido culturalmente a través de los años e incluso de los siglos, cuesta aceptarlas.
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Reproduzco algunos de los párrafos que escribiera mi padre en sus Anécdotas americanas como ejemplo de una de tantas particularidades:
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"Aquí el 80% de los matrimonios no sigue ningún trámite previo. Son escasos los matrimonios civiles y escasísimos los casamientos eclesiásticos. Lo típico es la unión libre. La mujer se une sentimentalmente al hombre, que se la lleva con él y todos lo ven con absoluta normalidad, siempre que la mantenga. Si él es casado y la nueva mujer se queda en su casa, basta con que la mantenga y sólo está mal visto el que no le compre un juego de dormitorio.
Se comenta: "Fulanita lleva tres meses con Fulanito y él todavía no le ha comprado el juego de cuarto, ni siquiera una cama..."
El juego de cuarto que se regala, da inmunidad al hombre, y si con el tiempo la deja y se lo regala, es incluso considerado generoso. Si el hombre se marcha dejándola embarazada no es una noticia que cause el menor impacto, por lo que hay jovencitas con dos o tres hijos, del mismo o de distintos "maridos", que tienen que sacar adelante a sus hijos, y salvo que sus maridos trabajen y tengan reconocidos a los pequeños - en cuyo caso pueden obtener una pobre pensión - tienen que valerse por sí mismas para subsistir. Si un hombre abandona a una mujer es porque ella no ha sabido hacerlo feliz o no es buena esposa, y éste es el concepto que aquí se tiene de la decisión.
Conozco a hombres que tienen varias esposas. Todo el mundo lo sabe y nadie reclama nada mientras las mantenga a todas y, claro está, les haya puesto un juego de cuarto. Cuando ya no le interesa alguna, deja de visitarla y no pasa nada, pero que no se le ocurra reclamar el preciado juego de cuarto, porque entonces la repudiada sí se sentiría ultrajada".
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Es muy propio de mí que, cuando me hallo en un entorno que no es el habitual y experimentando vivencias fuera de lo común, me haga una autollamada mental para tomar conciencia de la situación ("Eh, abre bien los ojos, empápate de todo lo que ves, porque puede que no vuelvas a vivir un momento como éste")
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En Barranquilla no iba a hacer una excepción.
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En multitud de ocasiones pensaba "¡Madre mía, estoy en Colombia! ¡Esto es Sudamérica! ¡Qué lejos de mi casa! ¡Parece mentira!", e intentaba que todo lo que miraba quedara grabado en mi retina para llevarme aquellas imágenes conmigo.
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De nuevo en España, quiero rememorar en mi blog algunos de aquellos momentos de mi estancia allí, con mis hermanos y nuestro padre.
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Como el viaje en autobús a Santa Marta. Un viaje a través de largas carreteras en las que proliferaban inmensos manglares a derecha e izquierda, seguro refugio de garzas y caimanes.
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O la visión de los míseros poblados a la orilla de la carretera, construidos con láminas de chapa mal ensambladas, chozas destartaladas, y algunas gallinas que picoteaban entre el barro mientras los niños corrían semidesnudos jugando a perseguirlas. Me fijé en ellos y parecían felices.
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O las relajadas horas que pasamos comiendo junto a la playa de Santa Marta y los baños en un mar cuya arena, al ser batida por las olas, parecía convertirse en plateada purpurina.
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Me divierte rememorar nuestro afán por leer las portadas de los periódicos que pudiéramos encontrar, pues algunos traían titulares con expresiones tan distintas como llamativas. No nos divertía la noticia dramática, claro está, sino el lenguaje empleado.
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Cómo recuerdo el viaje en aquel taxi en cuyo interior encontré a un somnoliento niño de la edad de mi hijo (que para colmo también se llamaba Samuel) y la oleada de añoranza que me hizo sentir. A la fuerza se hubo de poner de pie entre los dos asientos delanteros, recostado en el que ocupaba su padre, el taxista. Este hacía tamborilear sus dedos sobre el capó del coche, imitando el sonido de un caballo al trote.
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- ¡Eh, Samuel, ¿oyes?, un caballo! Despierta, Samuel.. Es que le gustan mucho los caballos, ¿saben? - nos decía.
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Pero al niño, aunque se esforzaba por abrir los ojos, el cansancio le vencía y se amodorraba en silencio a la vera de su padre.
Sufrí mucho en ese trayecto porque cualquier frenazo hubiera estampado al pequeño contra el parabrisas (allí nadie parece preocuparse de estas cosas) y porque me enterneció ese niño y de alguna manera, me identifiqué mucho con su padre.
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Atesoro otros muchos momentos, pero dejaré aquí escrito uno en especial, el de una tarde en la biblioteca de mi padre.
La ventana estaba abierta y de la calle llegaba el rumor de una tormenta.
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La biblioteca de mi padre me fascinó desde el mismo momento en que la vi, pues es un lugar acogedor que tiene un aire de camarote de barco, con el techo de madera y dos paredes ocupadas por estanterías con libros de arriba a abajo. A mí se me pueden pasar las horas como un suspiro cuando me encuentro en cualquier librería, rodeado de libros. Sólo el hecho de leer sus títulos y hojear los que me llaman la atención me parece un pasatiempo de lo más gratificante.
Ya conté que además prefiero los libros usados a los nuevos, y en aquellas estanterías encontré cientos de volúmenes de segunda mano, viejos pero en buen estado, en los que hallé en ocasiones los nombres de las personas a las que pertenecieron y las fechas en las que fueron adquiridos.
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Aquella misma mañana me contaba mi padre que en los años que lleva viviendo en Barranquilla fue comprando poco a poco libros y más libros en librerías y rastrillos del centro de la ciudad, seleccionándolos con buen criterio hasta tener una biblioteca muy de su gusto.
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Compré muchos de ellos a un librero que llegó a ser entrevistado en la televisión
- ¿Y eso?
- Tenía una librería en la que casi no podías dar un paso. Columnas de libros aquí, montones de libros allá. Y era famoso por una particularidad.
- ¿Cuál?
- Que era analfabeto.
- ¡No me digas! ¿En serio?
- Toda la vida rodeado de libros y dedicándose a venderlos y no sabía leer ni escribir.
- ¡Qué cosas tiene la vida!
- Desgraciadamente se suicidó recientemente. Creo que tenían intención de embargarle, o algo así… .
Los visillos de la ventana empezaron a abultarse y a bailar con la llegada de una fresca brisa y de repente comenzó a llover a mares. Todos mis sentidos se embriagaron con el aroma de la tierra cuando se moja por la lluvia y el de los viejos libros en mis manos. Pensé entonces que escribiría en el blog sobre el librero de Barranquilla, como acabo de hacer. Quede aquí un homenaje a su persona y al noble trabajo que desempeñó.
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- Quiero que os llevéis todos los libros que queráis – nos dijo mi padre.
- Ja, me los llevaría todos si pudiera, pero no, quédatelos aquí.
- No, en serio, llevaos todos los que os gusten, os los regalo.
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Recordé entonces aquel
suceso de la mariposa negra que leí en su blog, aquel en el que explicaba por qué un buen día dejó de comprar libros y que recomiendo leáis para que, al mismo tiempo, podáis comprobar la excelente literatura que, por desgracia cada vez menos, practica mi padre y que desde siempre tanto admiro.
Uno de los libros que, no sé por qué, me traje de Barranquilla Titular periódico Al día (Barranquilla, 14 agosto 2009) Santa Marta, Santa Marta, tiene tren...
... pero no tiene tranvía (ni falta que le hace)
El pequeño Samuel, rendido de sueño. No es Cuba, pero lo parece. Fran y Ana en la famosa fiesta de cumpleaños.
Milena, JuanRa, Ana y Valery en una noche caribeña.
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Quiero dedicar estas entradas a mis hermanos, a mi padre y a la nueva familia que allí conocimos: a la dulce Milena y a la pequeña Valery que nos miraba y nos escuchaba con verdadera admiración y en cuyas cartas se dirige a nosotros como esos hermanos mayores a los que tanto echa de menos y tanto quiere. (Os aseguro que si la hubierais conocido os habría robado también el corazón)
Dejo en estas líneas mi amor por todos vosotros.