Esas fantásticas realidades que vivimos en laberintos de niebla
y que se escriben con los ojos cerrados.
JRD.
Hace tiempo que al despertar no logro recordar lo que he soñado.
Diría que hay noches en las que no sueño absolutamente nada, si no fuera porque está comprobado que todos soñamos al dormir, y además de forma casi constante. Sin embargo, por más que lo intento, apenas recuerdo esos extraordinarios argumentos mentales que se producen mientras descansamos.
Esto no ha sido siempre así, claro. Hubo un tiempo en que con frecuencia recordaba mis sueños al despertar, y me parecían tan llamativos, tan interesantes, que decidí ir describiéndolos en un cuaderno.
Me propuso una vez una amiga que escribiera un post sobre los sueños, y pensé que, para hacerlo, estaría bien revisar aquel cuaderno, y eso es lo que he estado haciendo estos días.
Comprobé con sorpresa que había recopilado muchos más sueños de los que pensaba, pues abarcan casi dos años completos (ocho meses de 1983 y todo 1984), y me sorprendió el que a pesar del mucho tiempo transcurrido, todavía podía recordar algunos de aquellos escenarios oníricos, incluso leyendo algunos de ellos reviví levemente las emociones que me hicieron sentir entonces.
Hay una constante en estos sueños escritos, y es que en aquellos en los que sentía acechar cualquier temor, casi siempre acababa ubicándome en casa de mis abuelos maternos, buscando de alguna forma su presencia, por lo que deduzco que siempre me proporcionaron mucha seguridad.
Otra situación que se repetía era la de estar con mis hermanos en la casa de campo de Petrel, y escuchar de repente cómo entraba un coche desconocido o una moto muy ruidosa por el camino. Entonces me apresuraba a ordenar a mis hermanos que se metieran corriendo en la casa para cerrarla con llave, porque yo sabía que esa gente sospechosa venía con la intención de secuestrarnos. Me costaba localizar a mi hermana, que era la que más tardaba en esconderse y por la que yo más sufría.
Dado que entonces estudiaba en el instituto, hay abundantes sueños cuyos protagonistas son profesores y compañeros, y sin duda por aquellos años de frecuentes evaluaciones y notas, se introdujo en mis sueños la escena que más veces se ha repetido a lo largo de mi vida, y es la de estar sentado en un lugar en el que empieza a asistir gente. Alguien me pregunta entonces si he estudiado, e inmediatamente caigo en la cuenta de que va a comenzar un examen y no tengo ni idea. El agobio es enorme.
Hace mucho tiempo que acabaron los estudios y sin embargo ese sueño se ha repetido, despertándome con idéntica inquietud.
Pero doy paso a algunos de aquellos sueños de entonces, tal y como los plasmé en el cuaderno.
17 enero 1984
Un hombre saltaba desde el balcón de un edificio muy alto. En aquella caída he creído estar viendo a alguien que iba a morir ante mis ojos irremediablemente, y he sentido pánico. Sin embargo el hombre aterrizaba como si fuera un ave y se ponía a caminar tranquilamente.
29 mayo 1984
El pastor alemán que tanta ojeriza me tiene (ver este post) se me aparece atravesando un puente, por lo que no tengo escapatoria. Llamo angustiado al amo (al que no logro ver) y me responde una voz de preocupación diciendo que no puede hacer nada, pero que tenga mucho cuidado porque el perro es peligroso. Cuando el perro corre hacia mí, prefiero saltar puente abajo, y antes de caer al suelo veo que el perro ya ha bajado y me espera enseñándome los dientes. Me despierto por la impresión.
9 junio 1984
Fran, Ana y yo estamos viendo mi terrario (entonces tenía yo unas estanterías acristaladas en las que metía lagartijas y todo tipo de insectos. Era mi gran hobby) Alguien lo había trasladado debajo del pino y me parecía muy distinto, con muchas plantas nuevas, incluso setas y curiosos adornos. La luz entraba por un hundimiento de tierra por el que podía ver escarabajos, raíces y agua. ¡Era fabuloso! De repente se oía en el cielo un sonido muy fuerte, que se hacía constante, como el de un reactor. El ruido era muy molesto y yo les decía a mis hermanos que se taparan los oídos. Miré al cielo y vi una especie de desgarro en el intenso azul. Por la grieta vi caer un avión de pasajeros que había sufrido algún accidente, e iba a chocar justo sobre nuestra casa. Había que correr y yo llamaba a mis hermanos con dificultad, porque el estruendo era enorme. Salté sobre un gran charco debajo de un nogal que se estaba regando, y cubierto de barro esperé el momento de la colisión, pero nunca llegó.
13 octubre 1984
En clase de inglés alguien escribía nuestros apellidos en la pizarra. Al llegar al mío me sorprendió verle escribir Goat keeper en lugar de Cabrera.
22 octubre 1984
Estoy en una cabina de teléfonos cuando se acerca un tipo sospechoso. Se queda merodeando por fuera y yo no sabía si también quería llamar por teléfono o me esperaba para secuestrarme (la idea del secuestro se repite en otros sueños) Decido salir de la cabina y le sonrío amablemente. Por el rabillo del ojo veo que empieza a seguirme y yo me asusto porque no conozco el lugar donde estoy, ni se ve a nadie más por allí. Convencido de que me va a atacar, intento que tenga compasión de mí y le comento que a pesar de no conocerle, me ha caído muy bien nada más verle. Me contesta que me va a dar ocho puñaladas en el vientre. Muerto de miedo, aún hago algo inconcebible: le digo que él no haría nunca algo así y le abrazo. Es este el momento de máxima tensión para mí, pues cabe la posibilidad de que empiece a apuñalarme, pero aunque su respiración me aterra, no lo hace.
11 noviembre 1984
Una avioneta deja caer miles de muñecos en paracaídas. Ilusionado como un crío, me lleno los bolsillos con esos muñecos, que son muy variados y coloridos. Algunos están montados en caballos de plástico que siempre caen de pie. Cuando ya no me caben más en los bolsillos, me marcho, lamentando no poder llevarme todos. Veo llegar a muchos niños corriendo y les indico dónde pueden encontrar los juguetes.
De los casi 70 sueños escritos, la gran mayoría tienen un elemento perturbador que me inquieta o asusta. Supongo que esa desagradable sensación era la que me hacía recordar antes este tipo de sueños que cualquier otro relajado y feliz.
Se repite, como ya he dicho, la idea de ser secuestrado. También se repite la inquietud ante la posibilidad de ser apuñalado, y son bastante constantes las imágenes de caídas al vacío, aunque rara vez era yo el que caía sino que veía precipitarse a otros, algo que me paralizaba de terror.
Mis hermanos, padres y abuelos aparecen con frecuencia en estos sueños, y su forma de actuar siempre es natural, no así la de primos o tíos, que a menudo terminan convirtiéndose en personas desconocidas y con impredecibles formas de reaccionar.
He dejado para el final un sueño que no aparece en el cuaderno; no sé si fue anterior o posterior a aquellos que escribí, pero que todavía recuerdo perfectamente por una razón: su extremado realismo.
No recuerdo qué era lo que me inquietaba, pero en el sueño yo era consciente de estar soñando y deseaba despertar. Generalmente me ha sido fácil interrumpir una pesadilla desde el momento en que la lógica (que hasta durmiendo se aplica) me desvelaba que tanto suceso extraordinario no era posible, y la mente me daba órdenes de despertar. En aquella ocasión también lo hice.
O eso creía.
Levanté los párpados y pude ver mi habitación en la penumbra. Observé durante unos segundos cada objeto frente a mí, reconociéndolos todos. Sin embargo la sensación de peligro, de alguien o algo acechando en las sombras seguía estando allí, por lo que pensé en la posibilidad de no haber despertado realmente.
Para asegurarme, y a pesar del miedo, me levanté. Sentí el frescor del suelo en la planta de los pies, así que ya no me cupo duda: yo estaba despierto.
Pero como el miedo seguía en el cuerpo, decidí ir en busca de mis padres. Simplemente verles dormir me tranquilizaría.
Salí de la habitación: vi los muebles del salón a la tenue luz de la luna que entraba por las ventanas y escuché con nitidez el tic tac del reloj de pared.
Yo caminaba despacio para no tropezar con los muebles, que se intuían en aquella pobre claridad lechosa del amanecer.
Pero algo muy dentro de mí aún no estaba convencido de estar realmente despierto, por lo que me esforzaba en convencerme observando detalles que me lo demostraran. Vi nítidamente una ligera capa de polvo al trasluz de la ventana, entré en la cocina y noté duras migas de pan al pisarlas con los pies desnudos, incluso me llegó el aroma de los nardos de una maceta que por allí había.
Se levantó entonces mi madre y se dirigió a la cocina. Al verla me sentí muy aliviado y me acerqué a decirle que sentía miedo. Pero mi madre pasó por mi lado sin verme ni oírme, por lo que todo mi convencimiento de estar despierto se desmoronó.
La inquietud fue entonces mayor que nunca y la sensación de peligro fue tan grande que volví corriendo a mi habitación. Un segundo antes de abrir la puerta me pasó por la mente la posibilidad de encontrarme a mí mismo durmiendo en la cama, y esa idea me produjo tanto terror que, entonces sí, desperté por completo.
Y esto es todo.
Si usted ha llegado hasta aquí sin dormirse, hágame un favor: cuénteme alguna de las escenas que perduran en su memoria onírica, y yo a cambio... le desearé unos muy felices y agradables sueños.
Al menos esta noche.