No había mando alguno al frente de aquellos combatientes, pues cada uno de ellos había sido preparado a conciencia para desarrollar su trabajo sin necesitar directrices.
Sabían lo que debían hacer y lo harían sin dudar.
Sólo esperaban el momento preciso.
El tiempo se volvió húmedo de repente y las primeras líneas del primer pelotón comenzaron a moverse.
Todo fue muy rápido. Los guerreros se disgregaron y descendieron por una rápida pendiente. La humedad era más intensa ahora y empezaba a hacer calor. Avanzando por espesas marismas, sin desfallecer, aguardaron hasta encontrar las corrientes precisas que les ayudarían a alcanzar su destino. Los compañeros se habían separado por completo pero tarde o temprano todos se reencontrarían en el campo de batalla.
Y llegó el momento de la verdad. Era evidente dónde se hallaba el frente enemigo por las ráfagas luminosas y los destellos eléctricos que hacían temblar todo alrededor. Los habitantes de aquel lugar se encontraban muy débiles por haber intentado defenderse inutilmente.
La victoria no se hizo esperar, bastaron poco más de veinte minutos para que el pelotón sometiera al adversario con las únicas armas que eran capaces de doblegarlos y hacerlos desaparecer.
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El segundo pelotón estuvo esperando pacientemente durante más tiempo y cuando la humedad les sobrevino supieron que había llegado la hora de movilizarse. Lo que había sido una piña de soldados perfectamente concentrados se dispersó de golpe para dar comienzo a su estudiada misión.
Les sorprendió un calor repentino, un calor más penetrante de lo habitual, y además no encontraron el terraplén por el que descender, ni hubo manera de llegar a los manglares de algas. El avance se hizo imposible y parecía que no hacían otra cosa que dar vueltas y más vueltas para volver al mismo punto una y otra vez.
Nadaron en aguas espumosas y sofocantes buscando el río que les llevara al lugar de la contienda pero acabaron exhaustos y rendidos a un destino fatal que ninguno esperaba.
¿Qué había salido mal?, se preguntaron antes de desaparecer.
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-¿Se te ha pasado el dolor de cabeza, cariño?
- Sí, me he tomado el analgésico y ya se me ha ido.
-Y la pastilla para el colesterol, ¿te has acordado?
- Ah, no, ahora me la tomo. Por cierto, la tengo en el bolsillo de la camisa.
-¿En tu camisa? Anda, pues la he metido en la lavadora hace un rato.