-Papi, ¿por qué no me cuentas de nuevo el cuento con el que me sueles deleitar?
- ¿El del pequeño ánade
antiestético?
- No, el de la Cicadidae y la Formicidae.
-Ah, la insigne fábula. De
acuerdo; procedo entonces. Era la estación estival, durante la cual las
condiciones climáticas propiciaban la actividad intensiva de los artrópodos. Y
en ese hábitat compartido, la Cigarra y la Hormiga se encontraban...
-Pero, papi, no las menciones como
Cigarra y Hormiga. Yo prefiero la Cicadidae y la Formicidae.
-Mas de sobra sabes que también tienen sus nombres vulgares, ¿verdad?
-Afirmativo. Y sé que a las
cigarras también se las conoce como chicharras, chiquilichis, cocoras, coyoyos,
tococos, campaneros y totorrones.
-Me congratula saber que no lo
has olvidado.
-Reanuda el relato.
-Prosigo, pues. La Cicadidae se
dedicaba a la emisión de sonidos a través de su aparato estridulatorio,
generando patrones acústicos que cumplían funciones comunicativas y
reproductivas. Mientras tanto, la Formicidae, en este caso taxonómicamente
asignada al género Camponotus, se entregaba diligente a la recolección y
almacenamiento de recursos, desplegando comportamientos sociales altamente
organizados.
-Cuán dispares sus actividades,
¿verdad, papi?
- Así es. La laboriosidad y
disciplina de las Camponotus se manifestaba en la construcción y mantenimiento
de complejas estructuras en el subsuelo, así como en la búsqueda eficiente de
fuentes alimenticias.
En el transcurso de la estación
cálida, la Cicadidae, seducida por la melodía de su propia creación y confiando
en la abundancia estacional, optó por desatender la provisión de recursos para
el futuro. Mientras tanto, la Formicidae, abocada a una planificación
meticulosa y una gestión prudente de sus actividades, dedicó tiempo y energía
al acopio de alimentos y la fortificación del nido. Ni que decir tiene que la
Cicadidae, en su éxtasis musical, menospreciaba las labores cotidianas de su
atareada compañera.
-Papi, ¿por qué te has referido
con anterioridad a la Formicidae como Camponotus? Podría tratarse también de
una Solenopsis. ¿O me engaño?
-No andas desencaminado, hijo
mío, aunque las Solenopsis son las hormigas coloradas u hormigas de fuego, un
género de hormigas picadoras, y en mi opinión tal condición no parece encajar
en las bondades de un cuento para niños.
-Comprendo. Puedes proseguir.
-A medida que los días avanzaban
y la estación estival llegaba a su fin, las circunstancias tomaron un giro
inesperado. Las condiciones climáticas cambiaron, dando paso a una estación
fría y desafiante. La Cicadidae, desprovista de reservas sustanciales, se
encontró en una situación precaria, incapaz de obtener recursos para su
subsistencia inmediata.
-Ahora es cuando llega el
dramático desenlace, ¿verdad, papi?
- Efectivamente. El insecto cantor había ignorado siempre las miradas juiciosas y los sabios consejos del social himenóptero y ahora desfallecía de hipotermia e inanición.
“Camponotita
de mi vida”, le decía suplicando cobijo y sustento, “¡Ayúdame a no sucumbir!”
“Ah, insensata musiquera…
-Jajajaja ¡Musiquera! ¡Qué
palabra tan vulgar!
-Ah, insensata musiquera -respondía
la otra sin compasión desde su refugio subterráneo- Convencida estabas
de que el ritmo estridente de tus cantos sería suficiente para sobrevivir. Ya
ves que la planificación y el trabajo duro tienen una gratificante recompensa
cuando el invierno nos sorprende.
- ¿Sabes, papi? Me ha entrado
hambre.
-¿Vamos a la biblioteca entonces?
-¡Sí, con presteza!
-¿Qué cenaste anoche?
-Los primeros capítulos de un
ensayo de semántica contrastada. Y de postre unos poemas de Garcilaso.
-¡Admirable elección! Yo me quedé plenamente satisfecho con el
Naturalis Historia.
-¡Léxicos, papi! ¡Qué apetito
voraz me invade!