29 de marzo de 2019

ESA OSCURA Y DULCE AMIGA (Reedición)

(Esta entrada fue publicada el 13 de junio de 2013. Dado que ha muerto la gata que durante  doce años vivió en mi centro de trabajo, vuelvo a publicarla)
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Tengo una compañera en el trabajo que se pasa las horas sin hacer nada. Y cuando digo nada, quiero decir ab-so-lu-ta-men-te nada. 

A menudo la veo  dormitando  al sol, dejándose llevar por una pereza desmesurada, y  tan ajena a todo lo que ocurre a su alrededor,  que no se molesta ni en alzar la cabeza para saber quién pasa por su lado. Ya no sé a cuántas personas habré oído murmurar: ¡Mira qué bien vive ésta!

Cuando se cansa de tanto descansar, veo a través del cristal cómo se despereza y busca entonces algún lugar a la sombra, resguardado de corrientes,  para seguir sacando partido de su desgana sin fin.

Sin embargo es muy ágil en movimientos si le conviene. Cuando me ve llegar, por ejemplo, se suele acercar a saludarme a buen ritmo, dando vueltas en torno a mí para llamar la atención. De sobra sabe que con sus zalamerías terminará relamiéndose.

 La he llamado compañera, pese a ser una gata, porque lleva aquí en el centro unos cuantos años y nos conoce bien a todos. 
Y es curioso que nadie le haya puesto un nombre todavía,  y hagamos referencia a ella como "la gata"  

Pero no es mal nombre al fin y al cabo: a La gata, o Lagata,  poco le falta para ser  "lagarta"  de verdad (y lo digo por su gran afición a empaparse de sol, sin más matices)

La primera particularidad de esta amiga es su brillante pelaje negro, que la hace resaltar
vivamente cuando pasa junto a los muros mostaza del edificio, y que es algo que me mueve a fotografiarla con frecuencia. No es mala modelo después de todo, y me deja retratarla bien; especialmente si la pillo vaga, que es la cosa más natural del mundo.

Su segunda peculiaridad es la gran facilidad que tiene para engañarnos a todos. No sé cómo lo hace para inflarse y desinflarse de esa manera. 

Cada año damos por hecho que se ha quedado preñada,  y que en los sucesivos días nos encontraremos con una camada de gatitos. Sin embargo de un día para otro reaparece sin barriga, con la esbelta figura de siempre, como si hubiera parido hace semanas o no lo hubiera hecho nunca. Pero lo curioso es que nunca se ven crías por ningún lado.

No sé bien a qué es debido esto, pero la veo muy capaz de fingir embarazos para que la mimemos todavía más. 
Eso o que se trate de una gata embrujada, (o una bruja engatusada), que también podría ser.

El caso es que en estos últimos meses se ha hecho muy amiga mía, y como en esta loca primavera hemos pasado más frío que Carracuca,  compartimos algunos ratos en el exterior, buscando las caricias del sol. 

Y allí le cuento cosas.

El otro día le dije que tenía cara de lista y que solo le faltaba hablar, e inmediatamente emitió un extraño sonido que a mi me sonó claramente a “Ahí va”. 
Le dije muy seriamente que no volviera a hacer eso, que yo no estaba preparado para escuchar hablar a un gato, por muy amigo mío que fuera, y que en adelante hablaría solo yo, y que ella se limitara a escuchar.

- ¿Te has dado cuenta – le advertí- de que en otros tiempos nuestra amistad habría estado
muy mal vista? Con mi fama de Diablo y que tú eres más negra que el callejón del pecao, seguro que acabábamos con nuestros huesos en la hoguera – Y ella entornaba los ojos, como si se pudiera tener sueño después de mil horas durmiendo.

Otra cosa que le reprocho a veces es su manía de seguirme tan de cerca hasta casi hacerme tropezar, o que se quede esperando a la entrada de La Pajarera, cuando sabe que tengo que salir de nuevo, y me mire desde la puerta entreabierta, observando todos mis movimientos mientras me llama. 

- ¡No tienes hambre! – le reprocho.
Ella responde con sus Miaus más afirmativos.
- ¡No, ni hambre ni sueño, lo tuyo es ya puro vicio!

En cambio me resulta encantadora cuando en días de lluvia viene a refugiarse al portal de entrada. 
Se pone muy firme, como si fuera una estatua egipcia,  enrosca  con mucho estilo su cola al cuerpo y contempla serenamente cómo se moja todo menos ella.

Hace dos semanas, unas negras nubes oscurecieron el cielo a media tarde  y una tromba de agua descargó sobre Villena. 
La lluvia dio paso a una sonora y espectacular granizada,  tan abundante que cuando la tormenta pasó estaba todo blanco, igual que si hubiera nevado.  
Mi amiga tardó mucho en aparecer, y cuando lo hizo su figura resaltaba como nunca. Parecía que los colores habían huido de repente y solo quedaban el blanco y el negro en un paisaje inusual.

- ¿Dónde te escondes cuando llueve tanto? - le dije.
No me respondió. Debe guardar secretos tan oscuros como su piel.

Ayer mismo la pillé en un momento tan cariñoso que le propuse hablar de ella en el blog,  pero cuando saqué el móvil para grabarla se volvió esquiva, como si temiera que la fama  pudiera privarla de sus largas horas de vagancia, y se resistió a ser buena actriz para mí.

 - ¿No te parece – le dije-  que es hora de ponerte un nombre?  Puede que ahora que te conoce más gente nos llegue alguno desde el otro lado. ¿A que te gusta eso de “el otro lado”? 

Por supuesto no se pronunció al respecto. 

Y la verdad es que  no sé si será porque le prohibí hablar, porque calla más de lo que sabe  o porque le encanta hacerse la misteriosa con sus silencios.