30 de junio de 2021

MIS OTRAS VIDAS SOLITARIAS




EN OTRA VIDA FUI UN NÁUFRAGO…

...en una remota isla del Pacífico, un punto verde en mitad del océano que nunca nadie dibujó en los mapas.

Me sigo viendo entre la blanca playa y el muro de vegetación, atrapando cangrejos, almacenando agua y refugiándome en un cobertizo de palmeras volcadas por algún temporal, entrelazadas de tal suerte que no necesité mucho tiempo para convertirlo en mi hogar.

Inmensa soledad durante las largas horas del día y más soledad en las noches, escuchando el fragor del mar contra los acantilados.

Me acordaba constantemente de mi padre, hasta el punto de sentir su compañía. Pensaba como él pensaría, actuaba como él lo haría, le escuchaba en los silencios... Creo que de alguna forma llegó a estar conmigo. 

Mis únicas posesiones materiales eran dos cuchillos que fabriqué con conchas afiladas, el caparazón de una tortuga, un coral azul con forma de mano y un libro de poemas en francés al que le faltaban las tapas y que leí muchas veces sin llegar a entender. Incluso algunas noches, para hacerme compañía a mí mismo, recitaba en voz alta, cuando la luz de la luna era tan brillante que parecía un faro iluminando aquel lugar perdido en mitad de la nada.

Y así pasé incontables años.

No recuerdo cómo llegué allí, ni si finalmente fui rescatado, pero he soñado muchas veces con un velero desde el que veo alejarse mi cobertizo, mi playa, mi isla... Y mi padre lo contempla conmigo.


EN OTRA VIDA FUI UN ARISTÓCRATA...

… cuyo único aliciente era agotar los días con el mayor lujo y despilfarro, y que terminó siendo un eremita que curó su alma.

Mi juventud fue como una embriagadora fiesta sin fin. Alternaba los mejores yates, casinos y hoteles de la Costa Azul, rodeado siempre  de gente que me alababa y que reía todas mis gracias.

Pero algo ocurrió de repente que hizo caer ante mis ojos un telón negro, tan negro y pesado que apagó el tintineo de las copas y silenció el color de todos los manjares.

Fue una drástica transición que me cambió por completo. Ya no podía estar entre la gente, no sé bien si la odiaba o la temía, pero tuve que huir de cualquier contacto personal y me aparté por completo de familia y amigos a los que en realidad nunca importé.

Me retiré a vivir en plena Naturaleza. Encadené los días caminando por las cumbres de los Apuseni, a cuyos pies había una abadía abandonada a la que descendía al atardecer.

En mitad del claustro, semiderruido por la carcoma del tiempo, había una frondosa higuera bajo la que me gustaba meditar.

Nunca tuve miedo, ni durante las más violentas tormentas, cuando en el cielo aparecían amenazantes telarañas eléctricas y los truenos rivalizaban por derribar  los muros que me rodeaban. Pero qué importaba aquello cuando finalmente las nubes se alejaban y todos los colores de la montaña regresaban a su ser.

En aquel lugar me encontré a mí mismo y aprendí a no necesitar más que lo justo para vivir.

Algunos años después, siendo alguien enteramente distinto, empecé a añorar la civilización y regresé.

Pero esa parte de mi vida ya no merece ser recordada.


EN OTRA VIDA FUI UN BUFÓN…

… que tuvo la suerte y la desgracia de vivir en la corte y de despertar la compasión de la reina consorte, que durante un tiempo fue mi salvadora.

Se llamaba Beatriz y era una joven y dulce criatura de salud delicada. Callada y observadora, pronto advirtió que yo no había nacido para bailar y hacer las acrobacias con las que los otros enanos divertían al rey, por lo que solicitó a éste que yo fuera su bufón personal, el que le  cantara y contara historias.

Y así fue como descubrió que las que más le gustaba escuchar eran las de mi propia vida, más azarosa y dramática quizás que la de cualquier ficción.

Por la confianza que me otorgaban sus ojos me atreví a contarle todo mi pasado: la muerte de mi madre, el abandono de mi padre y el dolor de ser separado de un hermano gemelo, que tuvo menos suerte que yo y que fue vendido a un circo.

No estaba previsto que traspasáramos la línea que separaba nuestras posiciones sociales, pero lo cierto es que nos acostumbramos tanto a conversar a diario que terminamos por ser buenos amigos. Fui cómplice de sus alegrías, conocí sus anhelos y pude ver que, como yo, estaba falta del amor que realmente merecía. El día que yo conseguía hacerla reír era un día que había merecido la pena.

Pero aquella vida de mutuo afecto, aquel apoyo y consuelo compartido no duró todo lo que hubiera deseado. Tras una repentina enfermedad, Beatriz murió, justo cuando en los jardines el otoño mostraba los colores que a ella más le gustaban.

Aquella tragedia no llegó sola. El rey se desprendió de todos sus bufones y me obligó a marcharme con ellos.

No me aceptaron a su lado y tuve que seguir distinto camino. Pasé frio y hambre, pero la dulce y buena Beatriz estuvo conmigo en los momentos más difíciles y siempre me ayudó a sobrellevarlos.

Dediqué el resto de mi vida a buscar a mi hermano, pero jamás di con él.