12 de noviembre de 2018

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SE ALZA EL TELÓN.

Un hombre acostado en un catre.  Sentada a sus pies, una anciana vestida de negro con una guadaña en el regazo.


EL HOMBRE: ¿Eh? ¿Quién anda ahí?:
LA MUERTE: Yo
EL HOMBRE: ¿Yo? ¿¿Quién es yo??¡Conteste!
LA MUERTE: ¿No lo ve usted? Soy la Muerte.
EL HOMBRE: (muy asustado) ¿La Muerte? ¿Cómo que la Muerte?
LA MUERTE:   Eso es lo que he dicho, la Muerte.
EL HOMBRE: ¡No puede ser!
LA MUERTE:  Tanto como no poder ser…  No sólo soy, es que aquí estoy.
EL HOMBRE:  Y esto qué quiere decir. ¿Que voy a morirme?
LA MUERTE: Parece que de momento no. Solo me está soñando.
EL HOMBRE: Ah, ¿estoy soñando?
LA MUERTE:  Así es (se pone la mano sobre la boca y bosteza) Duerme usted como un tronco.
EL HOMBRE: Pues vaya susto, porque yo no quiero morirme.
LA MUERTE: Muy natural.
EL HOMBRE: Y no pienso despertarme hasta que no se marche.
LA MUERTE: (murmura algo)
EL HOMBRE: ¿Cómo dice?
LA MUERTE: ¡Que a ver si se va usted a morir de tanto dormir!
EL HOMBRE: No, en serio, cuando abra los ojos no quiero verla, ¿eh?
LA MUERTE: Ya verá como no estaré.
EL HOMBRE: Ay
LA MUERTE: ¿Qué pasa?
EL HOMBRE: Ahora me da miedo despertar.
LA MUERTE: (negando con la cabeza) Anda que… ¡si ya le he dicho que tan solo me está soñando!
EL HOMBRE: Es que tampoco quiero soñarla.
LA MUERTE: (suspira y hace una pausa) Escuche, ¿nunca ha oído que el que sueña con la Muerte está alargando su vida?
EL HOMBRE: ¿Eso es verdad?
LA MUERTE: Eso dicen
EL HOMBRE: ¿Y no me dirá esto para que yo me despierte y llevarme con usted?
LA MUERTE: ¡Ay, qué cansino! ¡Me entran ganas de matarlo! ¡Despierte de una vez!

El hombre despierta pero no se atreve a abrir los ojos.

EL HOMBRE: (alzando la voz) ¿Está usted ahí? (Silencio) ¿Señora? ¿Está ahí? (Se reincorpora de golpe y mira) ¡Vaya!  (respira aliviado) Al menos no es una mentirosa.

CAE EL TELÓN  (y lo mata)

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Noche de San Juan. En el cielo brilla una luna como el faro de Alejandría. Echadas sobre la hierba del prado, dos figuras plateadas. Son dos jóvenes enamorados que miran al firmamento con las manos enlazadas.

MARINA: ¿Tú me quieres, Julián?
JULIÁN: Yo te adoro, Marina.
MARINA: ¿Cuánto me quieres?
JULIÁN: Como el cielo, infinito.
MARINA: ¿Infinito? Pero eso no lo puedo imaginar. Ponme otro ejemplo.
JULIÁN: Es que te quiero infinito. No se me ocurre otro ejemplo. 
MARINA: (señalando la bóveda celeste) ¿Me quieres como ir volando hasta aquella estrella y volver?
JULIÁN: Aquella estrella está demasiado cerca para lo que yo te quiero.
MARINA: Entonces, ¿hasta qué estrella me quieres?
JULIÁN: Hasta la última de todas, que está tan lejos que desde aquí no se puede ver.
MARINA: ¿Si? Bueno, eso casi lo puedo imaginar.
JULIÁN: Está al otro lado del infinito.
MARINA. ¿Y cómo se llama esa estrella?
JULIÁN: Se llama como tú, Marina.
MARINA: (se estremece) ¿De verdad, Julián?
JULIÁN: Claro
MARINA: ¿Entonces me quieres como ir volando hasta la estrella Marina y volver?
JULIÁN: No volvería.
MARINA: (se vuelve a estremecer) ¿Por qué no volverías?
JULIÁN: Porque está tan lejos que no llegaría nunca.
MARINA: (se queda en silencio y suspira) Ay
JULIÁN: ¿Qué te pasa?
MARINA: Que no me gusta eso. Yo quiero que vuelvas.
JULIÁN: (ríe) Pero si es sólo un ejemplo. Para que veas lo mucho que te quiero. ¿No lo entiendes?
MARINA: (larga pausa) Sí lo entiendo.  Pero prefiero que me quieras un poco menos. Hasta un lugar que yo pueda ver y del que te vea volver.

Julián levanta la mano de Marina y la besa.

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En el escenario, gran revuelo de criados ante la puerta de acceso a palacio. Todos se han acercado a ver entrar al joven soldado que arrastra con esfuerzo la ensangrentada cabeza de un dragón.

EL REY: (descendiendo al salón con solemnidad) ¿Qué alboroto es este? ¿Qué ocurre? (se detiene atónito al ver aquella bestia a los pies del soldado)
EL SOLDADO:  Majestad, (hace una reverencia) os brindo la cabeza de este monstruo que he conseguido abatir.
EL REY: ¡Cuidado con esa sangre! La Reina no soporta ver manchas en la alfombra.
EL SOLDADO: (algo confundido) Mis disculpas...
EL REY: ¿Dónde se escondía tamaño bicho?
EL SOLDADO: Más allá de las Montañas Salvajes, en el Precipicio de las Cavernas.
EL REY: (observándolo de cerca) Interesante... ¿Y lo habéis matado vos mismo?
EL SOLDADO: Así es. ¡Y no sin esfuerzo! Casi muero en el intento.
EL REY: ¿Qué arma utilizasteis?
EL SOLDADO: Mi espada, Majestad. Nada más. Bueno, y ésta (con un dedo se toca la frente varias veces) Fuí capaz de vencerle por ser más inteligente que él. Aun así casi me asa como a un pollo.
EL REY: Os agradezco el obsequio. Una vez embalsamado  quedará muy bien en alguno de estos muros.
EL SOLDADO: Claro, Majestad, pero...
EL REY: Sí, sí, haré que os recompensen.
EL SOLDADO: No, Majestad, verá... Si fui en busca de este dragón fue por...
EL REY: (se golpea la frente con la palma de una mano) ¡Es cierto! Prometí desposar a mi hija con el hombre que... ¡Avisad a la Princesa!

Un par de doncellas desaparecen por un lateral y a los pocos minutos llega la princesa. Al ver la cabeza del dragón en el suelo, se echa las manos a la cara y los ojos se le llenan de lágrimas.

LA PRINCESA:  ¡¡Rufus!! (se arrodilla y abraza el cuello ensangrentado) ¿Qué te han hecho, mi querido amigo? (llora y grita) ¿¿Quién ha sido el infame que te ha dado muerte?? ¡¡Ay, Rufus, mi dragón favorito!! ¡¡Pagarán por esto!!  ¡¡Te lo juro!!

(El rey y el soldado se miran con los ojos muy abiertos, alejándose poco a poco)