26 de noviembre de 2013

FOBIAS A LA CARTA

No hace mucho pude comprobar que mi miedo a las alturas sigue latente. 
Supongo que a estas “alturas” es ya un mal incurable.

Me encontraba  en la planta 26 de un edificio  de Alicante y salí al balcón a contemplar las vistas. 
Al acercarme a la barandilla sentí el habitual  escalofrío en la columna vertebral, una especie de temblor  eléctrico  que empieza en las piernas y sube hasta el cuello. 
Lo curioso es que puedo dominar ese pavor y mirar al vacío, lo que no puedo evitar es imaginar mi caída, y es ese pensamiento el que me atenaza y me hace el momento tan desagradable.
 
Pero el verdadero pánico se produce si alguien próximo a mí se asoma sin miedo. Es entonces cuando me quedo paralizado y siento la necesidad física de sentarme en el suelo y pedirle que se aparte del peligro. Por suerte, los que me conocen no hacen el “loco” en mi presencia.
 
Otro de mis miedos inevitables es el de la velocidad. Cuando voy de copiloto en un coche y el conductor  acelera despreocupadamente,  empiezo a sentir  una ligera sudoración en todo el cuerpo. No han sido pocas las veces que si la aceleración ha sido creciente  y continua, le he rogado que deje de correr, explicándole que no lo paso nada bien a más de 120 km/h.
 
Estas experiencias  me hacen asegurar que jamás subiré a una montaña rusa: altura y velocidad a un mismo tiempo, ¡no se me ocurre peor cóctel Molotov para mi corazón!
 
Una búsqueda en internet sobre este curioso mundo de las fobias, me desveló que el miedo a las alturas se llama acrofobia, y  que recibe el nombre de tacofobia la aversión a la velocidad.
 
Pero lo curioso de verdad fue descubrir que existe una lista interminable  de fobias,  tantas que me quedé pensando que los seres humanos somos unos bichos muy raros y  en ocasiones tan  absurdos como para  echarnos de comer aparte.
 
No imaginaba que pudiera haber tantos miedos a tantas cosas. ¡Es increíble!
 
Puedo entender la claustrofobia que todos conocemos, ese miedo a los espacios reducidos.  Alguna vez me he quedado atrapado en un ascensor, y siempre lo he sobrellevado bien, pero debe ser muy distinto coincidir en una avería con un claustrofóbico que se ponga a chillar. Probablemente, por aquello de la sugestión,  se convirtiera en algo contagioso  y termináramos dando alaridos los dos.
 
También había oído hablar de la agorafobia, que es tanto el miedo a los espacios abiertos como a los muy concurridos. En este último caso encuentro muy natural  que se desencadene una sensación de terror si en la multitud de un concierto, por ejemplo, se produce una avalancha humana. Ese sí es un motivo real de asfixia y no el de un ascensor, pero está visto que la mente no siempre atiende a razonamientos.
 
Comprendo también que haya quien sienta miedo hacia  las arañas (aracnofobia), aunque tampoco es mi caso. Soy capaz de echarme una siesta en mitad de un prado y espantar a manotazos todos los insectos que  noto me corretean por la piel. No me paro a pensar qué tipo de bicho puede ser  y asunto solventado.
 
También encuentro muy lógico  que exista la dentofobia (miedo a los dentistas, ¡quién no lo tiene!),   o la pirofobia (miedo al fuego), la acluofobia (miedo a la oscuridad), la belonefobia (miedo a las agujas), la penterafobia (miedo… ¡a la suegra!,  sí, reconozcámoslo, el 90% de las suegras dan miedo) Incluso puedo entender que haya una coulrofobia, que es el miedo a los payasos (sobre todo si has leído IT, de Stephen King)
 
Pero es que hay además tal cantidad  de fobias  extrañas, que, aunque antepongo mi respeto a los que las padezcan, no he podido evitar abrir la boca, asombrado por lo llamativas que son:
 
La geliofobia: aversión a la risa (¿¡!?)
La deipnofobia: aversión a las cenas y a las conversaciones que en ellas se producen. (¡Toma castaña!)
La pteronofobia: aversión a que te hagan cosquillas con plumas.
La filemafobia: aversión a los besos (también son ganas de complicarse la vida...)
La fonofobia: terror al teléfono (a mí me dan más miedo las facturas)
 
También existe la papafobia, que se define como un anormal, persistente e injustificado miedo al Papa. 
Y digo yo… ¿existirá algún  papáfobo que sea además coulrófobo? 
¿Y qué sentirá al ver esto?

 
He encontrado otras fobias que desconocía y que, de alguna manera, me ha agradado que existan. Ustedes comprenderán mis motivos:
La satanofobia: miedo a Satán
La hadefobia: miedo al infierno
La eritrofobia: miedo al color rojo
La hexakosioshexekontahexafobia: miedo al número 666
       
Pero si tuviera que hacer mi particular TOP 3 de fobias raras, de esas que te dejan el entendimiento noqueado, sería la siguiente:

En tercer lugar:
La zemifobia: que es el miedo a los topos. ¡A los topos! ¿¿A los topos?? ¿Pero en qué momento de la historia de la humanidad ha habido un acercamiento entre los hombres y los topos? ¿En qué aspecto puede dar miedo un topo? ¿Serán conscientes los topos de que pueden llegar a causar terror? ¿Es peligroso que lo sepan?

En segundo lugar:
La hipopotomonstrosesquipedaliofobia:  ( ¡pronunciadla deprisa si sois capaces!) que es el miedo a las palabras largas. ¡Manda huevos  que precisamente le hayan puesto un nombre así!  

Me imagino al paciente en el médico:
- A ver, ¿qué le ocurre?
- Ay, doctor, es que no me atrevo a decírselo...

El nombre  deriva del griego Hipopoto (grande)  monstro  (monstruoso)  sesquipedali  (forma mutilada del latín sesquipedalian, o sea, palabra grande) y phobos (miedo). Y los que la padecen no son capaces de cantar las canciones de Mary Poppins.

Y en primer lugar:
La araquibutirofobia: que es la aversión a que la mantequilla de cacahuete se te pegue al paladar.

Sólo os diré que, después de secarme las lágrimas, se me ocurrió que tal vez la lista de fobias  no sea tan extensa como en un principio pensé, y que podríais ayudarme a terminar de concluirla con todas esas fobias que seguro aún quedan en el tintero.

Se me ocurren tres para empezar:

La girotuberculifobia: que es el pavor desmesurado a que la tortilla de patatas se te rompa al darle la vuelta en la sartén (especialmente si la suegra se queda a cenar)

La spotdeloterifobia: el terror que produce  ver ciertos anuncios de loterías y sus efectos postraumáticos.



La postilonguifobia: la profunda aversión a encontrar posts de mucha extensión. 
Me consta que soy en muchas ocasiones el causante de esta fobia, pero qué quieren, uno se debe a su condición. 
Ya lo siento yo, ya.

Y los de detrás de la pantalla, ¿qué fobias tenéis? ¿sabéis de alguna más que añadir a LA LISTA?

21 de noviembre de 2013

PINTANDO HOJAS

Hoy vengo con una propuesta artística sencilla, entretenida, barata y apta para todos los públicos. ¿Alguien da más?

El gusanillo por llevarla a cabo me mordió tras ver una entrada del blog Isensebotànic, de mi amiga Montse, en la que mostraba una selección de hojas de árboles pintadas por diversos artistas.
Contagiado por la atractiva idea,  propuse a mis hijos un sábado de taller de manualidades en el que lleváramos a cabo esa tarea: pintar hojas secas. Nada más apropiado en pleno otoño, cuando tantas abundan arremolinadas por todas partes, regalándonos la materia prima principal.
  Salimos Aitana y yo, bolsa en mano,  en busca de ellas, para volver poco después a casa con muchas más de las que necesitábamos. 
Ella se apresuraba en cogerlas de todo tipo, mientras que yo le aconsejaba que no fueran demasiado grandes ni muy pequeñas, y a la fuerza tuvimos que descartar algunas de bonitas formas, por estar tan secas que se quebraban con facilidad.

Ya dispuestos a empezar, me percaté de que nos faltaba la pintura acrílica que yo esperaba tener, así que  tuvimos que conformarnos con acuarelas y rotuladores.

Y así, dimos rienda suelta a la imaginación, pintando hojas y más hojas, utilizando tanto colorido que se me ocurrió que esta actividad bien podríamos llamarla  "primaverar el otoño"

Estos son algunos ejemplos de lo conseguido:
 
Hoja pintada por Samuel, buscando una simetría en los colores.
En esta utilicé  un marcador blanco y un rotulador de punta fina para dibujar las filigranas.
Círculos concéntricos, by Samuel
Aitana quiso probar sobre una hoja verde de hiedra, y la llenó de sarampión.
En esta hoja de higuera, Samuel puso el color, y yo las líneas negras.
 Con acuarelas pintó Aitana la que consideramos  favorita de la tanda.

Unos días después, escribía un correo a Montse para contarle que habíamos estado pintando hojas secas, inspirados por aquella entrada, y para mi sorpresa me respondía que ella había estado haciendo lo mismo. 
Se le ocurrió entonces que publicáramos los resultados en los respectivos blogs, en  entradas sincronizadas, y acordamos que fuera hoy. Así que aquí os dejo la INVITACIÓN para que paséis  a ver las suyas también.

Creo que no me equivoco al imaginar que os está apeteciendo probar esto de pintar hojas secas. Os aseguro que se pasa un rato muy entretenido, sobre todo si tenéis niños pequeños (o sois como niños, que  siempre es una gran ventaja)
 ¡Ya me contaréis!
Y de nuevo, los artistas. ¡Esto sí son colores alegres! :-D

18 de noviembre de 2013

DEMUESTRA QUE NO ERES UN ROBOT II


GIRO II

(En el que encontramos a nuestro vigilante de la torre, Gonzalo de Querencia, rastreando entre unos arbustos junto a las faldas del castillo. A no mucha distancia, los dos guardianes de la puerta le observan caminar en círculos, mirando al suelo)

GUARDIÁN 1: ¿Veis a aquel pazguato? ¿Cuánto tiempo lleva allí y qué diantres está haciendo?
GUARDIÁN 2: Eso mismo me preguntaba yo. Ni lo vi salir ni tampoco llegar. Me resulta harto sospechoso.
GUARDIÁN 1: Callad un momento... ¿Oís? Diría que está hablando solo.
GUARDIÁN 2: Sí, habla solo. Estemos alerta, todo apunta a que va a ser un robot.
GUARDIÁN 1: Ah, pues mucho nos jugamos si otro espasmódico de esos entra en la ciudadela. Ya sabéis qué órdenes nos han sido dadas.
GUARDIÁN 2: ¡Por los pucheros de mi abuela! ¡Son como ratas!
GUARDIÁN 1: Y si las ratas portan la peste, Dios sabe qué podrían traer estos robots a nuestras familias. 
GONZALO: (llega su voz desde lejos) ¡Maldita sea mi suerte! ¿¿Dónde está??
GUARDIÁN 1: Averigüemos algo de una vez, ¡preguntadle qué hace!
GUARDIÁN 2: (alzando la voz) Eh, señor, ¿puede saberse qué es lo que hacéis?
GONZALO: ¡Busco mi reina!
GUARDIÁN 2: (en voz baja a su compañero?) ¿Ha dicho que busca a la reina?
GUARDIÁN 1: (gritando) ¿Podéis repetirlo?
GONZALO: ¡¡Busco mi reina!! ¡¡Se me cayó de lo alto de la torre!!
GUARDIÁN 2: (a su compañero) ¿Pero qué dice ese chalado? ¿Qué la reina se ha caído desde la torre?
GUARDIÁN 1: (gritando) ¿De qué reina habláis? ¿De nuestra reina?
GONZALO: ¡No, de mi reina, la de mi juego, la de los pechos de nácar!
GUARDIÁN 2: (a su compañero) Una de dos, o es un amante de la reina o es un loco de atar. O tal vez un amante de la reina, despechado y loco de amor.
GUARDIÁN 1: Jamás digáis en público que la reina tiene amantes.
GUARDIÁN 2: ¡Pero los tiene!
GUARDIÁN 1: Sí, los tiene, pero se supone que nadie lo sabe. Cuidaos de decirlo en voz alta
GUARDIÁN 2: Pues ese lo sabe, y además lo pregona a gritos. Como se entere su majestad que la reina tiene pechos de nácar...
GUARDIÁN 1: ¡No seáis majadero! Y no nos dejemos engañar, esos robots podrían ser cada vez más sofisticados. ¿Y si está haciendo la pantomima de ser un loco?
GUARDIÁN 2: ¡Cuidado, parece que se acerca! 
GUARDIÁN 1: ¿Tenéis preparados los carteles?
GUARDIÁN 2: Aquí mismo están.

 (Un cabizbajo Gonzalo se acerca a las puertas del castillo)

GUARDIÁN 1: ¡Alto a la guardia del castillo! ¡Identificaos!
GONZALO: Soy Gonzalo de Querencia. El vigilante de la torre.
GUARDIÁN 2: El vigilante, ¿eh? ¿Y dónde está la Reina? ¿La tenéis bien vigilada?
(Su compañero le pisa un pie para despertar su prudencia)
GONZALO: Finalmente no la he hallado... Cayó por ahí, pero me rindo, he de volver a mi puesto.
GUARDIÁN 1: ¿Cuál es vuestro puesto?
GONZALO: Ya os lo he dicho: dadme licencia para subir a mi torre.
GUARDIÁN 1: ¿El vigilante decís? Un vigilante jamás abandona su puesto.
GONZALO: ¡Por San Emepetresio!, ¿creéis que no lo sé? ¡¡Pero necesitaba bajar unos minutos para recuperar esa reina!! Figura tan bella, tan delicada... La moldeó mi padre con sus propias manos y un buen día me la entregó para mi uso y disfrute. 
GUARDIÁN 2: (en susurros a su compañero) Está claro que ES un robot. No conoce a la reina. Nuestra reina no es tan apetecible... Ohh, bueno, está bien, no me piséis más.
GUARDIÁN 1: ¿Cómo se llama nuestra Reina?
GONZALO: ¿Eh? ¡Ah! Doña Nicolasa de Tangaza.
GUARDIÁN 1: ¿Y tanto la conocéis?
GONZALO: Ah... pero no, un momento, yo no buscaba a nuestra reina, yo hablaba del ajedrez.
GUARDIÁN 1: En cualquier caso,  no podéis entrar sin demostrar que no sois un robot.
GONZALO: ¿Un robot yo? ¡Pero cómo voy a ser un robot! Me estáis viendo, me estáis escuchando. ¡Soy el vigilante de la torre!
GUARDIÁN 2: Si es así, leed esto:

GONZALO: ¿¡Pero cómo!?… ¡semejante humillación hacia mi persona! … En fin, todo sea por demostraros cuán incompetentes sois. A ver… SAAOPM
GUARDIÁN 2: ¡Ja! ¡Erráis! Dice SAFTOPM. ¡Marchaos, no podéis entrar!
GONZALO: ¡Por San Ifoniano! ¿Y por qué utilizáis  letras borrachas? ¡Mostradme otro cartel!

(Se oye un leve llanto a sus espaldas. Por el camino al castillo se acerca una vieja que anda encorvada. Lleva a un niño pequeño aferrado a su mano y les sigue un perrito de aspecto nervioso)

NIÑO: ¡Buaaa, tengo hambre!
VIEJA: Pacencia, zagalico mío, pacencia, que ya llegamos. Buenas tardes, señores, dejen paso, dejen paso.
GUARDIÁN 1: ¡Alto a la guardia del castillo! Esperad vuestro turno, señora.
VIEJA: ¡Púe! ¡De esperar nada!, ¿no ven que mi niño tiene hambre? Vengo a comprar leche y morcillas.
GUARDIÁN 2: Aguardad un momento. Se han de pasar unas pruebas, y aquí, el caballero, estaba primero. (Levanta ante los ojos de Gonzalo otro cartel) Leed esto.
GONZALO: O-FI-A-MIN
GUARDIÁN 2: Bien, ¿y la cifra?
GONZALO: ¡Santo Shiba! Ni mis ojos, que todo lo ven, son capaces de leer eso. ¿Qué lente utilizáis? Debe tener más mierda que las caballerizas.
NIÑO: (llorando) Tengo hambre
VIEJA: Caballero, llevo mucha prisa. ¡Diga 139 y pasemos todos!
GUARDIÁN 1: Le ruego no atosiguéis, señora.
GONZALO: ¡Hacedle la prueba a ella primero, ese niño me encrespa los nervios!
GUARDIÁN 2: Veamos, señora, decidme qué leéis aquí.
VIEJA: ¡NALIZAS 240!
GUARDIÁN 1: Es correcto, podéis pasar. 
VIEJA: Gracias. Era fácil. ¡Hasta un niño lo entendería!
GUARDIÁN 1: ¿El chucho viene con vos?
VIEJA: Sí, sí. Buenas tardes, caballeros.
GONZALO: ¡Maldita sea mi sombra! ¡No me vais a dejar aquí para siempre! ¡Otro cartel!
GUARDIÁN 2: Este mismo:

GONZALO: ¡Tamaño dislate! ¿Me tomáis el pelo? ¡No es posible leer eso!
GUARDIÁN 2: Los robots tampoco pueden.
GONZALO: (montando en cólera) ¡¡Basta!! ¡¡No soy un robot!! ¿No veis que formo parte de esta ciudad? Soy... ¡¡soy humano!!  ¡Mirad, mirad mis lágrimas! ¿Acaso lloran los robots? ¡Dejadme entrar, os lo ruego!
GUARDIÁN 2: (mirando indeciso a su compañero) ¿Qué hacemos? A mí ya no me parece tan robot.
GUARDIÁN 1: ¡Cómo se nota que sois funcionario fijo! Los interinos aún nos tomamos el trabajo en serio. Lo siento pero nadie pasará sin demostrar no ser un robot.

(Gonzalo se apresura a sacar de su bota una daga con la que hace un corte en la palma de su mano. Empieza a sangrar)

GONZALO: (furioso) ¡Mirad mi sangre, botarates! ¡Ningún robot sangraría como yo! 

(Y empujando a los dos guardianes, entra en el castillo sin que se lo impidan)



GIRO III

(Gonzalo corre por el patio de armas hacia las escaleras de la torre. Sube apresurado los altos escalones. Le duele el corte en la mano, pero aún más la humillación de la puerta) 

GONZALO: (jadeando entre sudores)  ...157, 158, 159, 160...  maldita mi suerte... 162, 163, 164, 165...  maldita mi estampa..., 167, 168, 169, 170... ¡¡malditos todos!!

(En el escalón 180 se topa con el niño de la entrada, que, sentado, está dando trozos de   morcilla al perrito)

GONZALO: ¡¡Aparta, mocoso!! ¡Este no es lugar para un niño!
NIÑO: (sonriéndole y con un extraño brillo en los ojos) Os entiendo, señor, pero my thankfulness for this wonderful site. You can visit my weblog  "Beds for kids"
PERRO: ¡¡GUAU GUAU fuck bạn, thằng ngốc!! Arf, arf...

(El vigilante les esquiva horrorizado, y continúa subiendo sin aliento)

GONZALO: ...198, 199, 200, 201 y...
RECAREDO: ¡¡Dichosos los ojos que os ven, amigo Gonzalo!! Ya empezaba a pensar que  habíais tomado gusto al campo. Ganas tenía de veros aparecer, pues tengo una grata sorpresa que daros ¿Sabéis algo gracioso? He contado las fichas del ajedrez  ¡y están todas! ¡Aquí está la reina blanca también! Lo que vi caer debió ser un frasquito de arnica que llevaba en un bolsillo. Qué cosas ¿eh?... Pero, ¿no decís nada?... Permitidme expresar mi desagrado hacia vos: traéis un aspecto horroroso... ¡y qué veo! ¿sangráis? ¿habéis estado apartando espinos acaso? En verdad os digo que os tomáis las cosas demasiado en serio. Si llego a saber que tardaríais tanto en volver, habría bajado yo mismo... ¡Pero, diantres, por qué me miráis de esa forma!

(...)

GUARDIÁN 2: (a su compañero) Esta misión es harto agotadora. Tantas horas aquí plantado hacen que mis ojos se engañen con  visiones. ¿Sabéis lo que diría haber visto?  Un hombre volando con una larga venda atada a un pie.  

FIN

(Dedicado a Ripley
que detesta tanto las palabras de verificación,
que me hace sospechar que sea un robot)

16 de noviembre de 2013

DEMUESTRA QUE NO ERES UN ROBOT

TRAGEDIA GRIS EN TRES GIROS DE TUERCA

LUGAR:  Un punto equidistante  entre tierras de Murcia y  la República de Ciberlandia. Justamente en el castillazo que allí hay hubo hubiere.

PERSONAJES (Por orden de aparición) :
  
Gonzalo de Querencia, vigilante de la torre.
Recaredo Valderrama, herrero lesionado.
Guardián 1.
Guardián 2.
Niño que llora.
Vieja que increpa.
Perro que ladra.

TIEMPO: Despejado.

GIRO  I

Gonzalo y Recaredo juegan al ajedrez  sentados en lo alto de la muralla.

GONZALO: ¿Y cómo lleváis ese pie, amigo?
RECAREDO: Protestón anda. Maldita la hora en que se partió el mango del martillo.
GONZALO: Peor fue vuestra idea de detenerlo con el pie.
RECAREDO: A fe mía que nada pude hacer por esquivarlo. Cuatro frascos de arnica lleva encima y aún me duele.
GONZALO: ¡Jaque al rey, señor de Valderrama!
RECAREDO: Oh... ¿Sabéis, por cierto, lo que ocurrió mientras me llevaban al dispensario?
GONZALO: Lo ignoro.
RECAREDO: ¡Buen revuelo se armó!  Al pasar por el mercado empezó el alboroto. Los guardias detenían a otro  falso mercader que  había burlado la vigilancia de la puerta.
GONZALO: ¿Queréis decir que se coló en el castillo otro robot?
RECAREDO: Sí, y no fue solo uno, ¡dos esta vez!
GONZALO: ¡Por San Tetris! Esto empieza a  ser preocupante. ¿Y qué aspecto traían?
RECAREDO: El que yo vi llevaba un traje de pana verde y un vulgar sombrero con pluma. Por lo que me han contado,  resbaló con la corteza de un melón y salieron chispas de su trasero. Una prima de mi esposa que por allí pasaba le oyó decir
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GONZALO: Un espasmódico, sin lugar a dudas,  siempre se les reconoce al hablar. ¿Y el otro?
RECAREDO: Al otro lo detuvieron esta mañana. Iba vendiendo libros con un disfraz de burgomaestre que le quedaba harto holgado. Parece ser que por un cortocircuito comenzaron a arderle las sayas y se quemó entero. Era pura aleación de cobre.
GONZALO: ¿Dijo algo?
RECAREDO: Sí, este decía: "Что за странный "УЗЕЛ".... связывает чувства...  ОБЬЯСНЕНИЕ - ЖЕЛАНИЕ НЕ ПОРЯТЬ !!! она тебе  нужна - у тебя есть другая(ой)... " y cosas parecidas.
GONZALO: ¡Mate!
RECAREDO: ¿Cómo?
GONZALO: Que acabo de haceros jaque mate con la reina.
RECAREDO: Ah, sí... bueno, con esto de los robots me despisté.
GONZALO: Pues no ha de quedar mucho espacio en el calabozo con toda esa chusma de autómatas allí metida...
RECAREDO: Por fortuna tienen ya todos sus baterías agonizantes. Estoy en tratos con el carcelero, quizás me venda esas máquinas para desguazar en mi taller. Poseen buenos fierros, pero no me costarán ni diez laurines.

(Se oyen gritos y voces de protesta en el exterior del castillo. Gonzalo y Recaredo se asoman por la muralla. Pueden ver que en la puerta hay gente que quiere entrar y no les dejan)

RECAREDO: ¡Oh, torpeza la mía!
GONZALO: ¿Qué ocurre?
RECAREDO: Pues que con mi cuerpo he empujado una de las fichas del ajedrez... y ha caído al vacío.
GONZALO: ¿Estáis seguro?
RECAREDO: Tan seguro como el dolor de pie que me acompaña. La he visto caer.
GONZALO: ¿Qué ficha ha sido? ¿Algún peón? ¿El obispo negro, quizás?
RECAREDO: Pues... parece, por lo que resta aquí sobre el tablero, que ha sido la reina blanca.
GONZALO: ¡¡Por San Wifino Inconexo!! ¡La más valiosa! ¡Tiene incrustaciones de nácar en su pecho! ¡Habréis de bajar a por ella!
RECAREDO: Ay... Vive Dios que lo haría con gusto, pero este pie me está matando. No soportaría el descender esos malditos 202 escalones.
GONZALO: ¡Pues bien los subísteis para venir a jugar conmigo!
RECAREDO: Por eso mismo os lo digo, amigo Gonzalo, ¡no me atrevo a repetir la hazaña! Habréis de bajar vos.
GONZALO: ¡Pero yo estoy de guardia!
RECAREDO: Bueno, no creo que os la robe nadie. Debe haber caído por aquellos matorrales.
GONZALO: Ah, no, no... Bajaré a por ella ahora mismo. Esperadme aquí, no tardaré nada.
RECAREDO: Yo... lamento que...
GONZALO: Bah, poneos mi yelmo y mirad hacia poniente, que no se note demasiado que abandono mi puesto. ¡Y guardad el resto de las fichas!

(Gonzalo de Querencia echa a correr como alma que lleva el diablo)

CONTINUARÁ

12 de noviembre de 2013

¡POR TODOS LOS DIABLOS! ¡¡HASTA EN JAPÓN!!

Un nick  tan japonés como el de  Misaoshi, nos serviría de  pista para imaginar que si  esta bloguera  tenía un viaje soñado, no podía ser otro que al País del Sol Naciente. 
Llevaba años deseándolo y por fin  lo ha realizado.

Y vengo a mostraros que ha cumplido su palabra, pues Misaoshi siempre me aseguró que el día que pisara Japón, escondería algún diablo por allí. Lo tenía bien apuntado en SU LISTA.

Imaginaos mi sorpresa (y la de mi Jefe),  cuando después de que otros colaboradores hayan sembrado diablos por Europa, África y América,  Misaoshi me comunicaba que habíamos conquistado también el continente asiático. Estoy que no quepo en mí de gozo y se me sale la maldad por las orejas.

Os dejo con sus  palabras y sus fotos.
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Buenos días Diablo.

Me llevé 3 diablos a Japón, pero sólo pude poner dos. El último fue un fallo porque se me olvidó la libreta. Mi intención era ponerlo en Shibuya cerca de la estatua del famoso perro Hachiko, pero llovía un huevo y  allí hay gente hasta lloviendo.

De todas formas conseguí poner 2 en lugares bastante representativos.

He de decir que podría haber puesto en muchísimos lugares, pero todo está tan petado de gente y tienen un país tan limpio que el simple hecho de dejar un papel abandonado, aunque fuera escondido y que no lo vieran, me hacía sentir mal.

Fue un esplendoroso día en el que dimos un magnífico paseo por uno de los lugares más maravillosos que he tenido el placer de ver  y disfrutar: FUSHIMI INARI TAISHA.


Paseamos durante dos horas por sus senderos,  bajo miles  de Toriis donados por empresarios y familias. Un Torii es un arco tradicional japonés que suele encontrarse a la entrada de algunos santuarios, marcando la frontera entre el espacio profano y el sagrado.   Los comerciantes y artesanos ofrecían culto a  Inari a cambio de obtener riqueza en sus negocios. De este famoso templo se dice que posee más de 32.000 pequeños santuarios, llamados bunsha.

Nada más sales de la estación de tren, un torii te da la bienvenida de la manera más grandilocuente posible.

Empiezas a subir y te encuentras con templitos y monjes  haciendo sus oficios y mucha gente pidiendo deseos, tirando una monedita y tocando la campana.

En cada esquina hay un puesto donde te venden amuletos y merchandising de Hello Kitty y One Piece (la serie manga más famosa del momento)  En cada sitio al que ibas había exactamente lo mismo, pero el dibujo cambiaba según el lugar (One Piece en Kioto, One Piece en Nara, One Piece en Tokio...) y también galletas. Allí se compran galletas en cualquier lugar, con el dibujo del sitio donde estés. Es brutal, sacan dinero de todo. En Japón saben cómo incitar al consumismo y créeme, lo consiguen.


 Sigues subiendo y te encuentras con la entrada para continuar el paseo de 4 kms entre toriis de diferentes tamaños, madera con base de hierro y otras de piedra.

Tras pasar por el camino de toriis grandes, llegamos a una bifurcación y, es ahí, JuanRa, donde saqué el diablillo que tenía en el bolsillo...

 ...y que puse entre una de las toriis de vuestra izquierda:
Era donde menos gente pasaba, como se puede apreciar en la foto.

Desde esta foto se ve un farolillo dentro. Si sigues subiendo hay otro. Pues es justo donde está el segundo farolillo, tres columnas a la izquierda, donde está el Diablo.


En Memorias de una geisha se puede ver algo de Fushimi Inari, y para que te hagas una idea de ese recorrido de  4 kms, con escaleras, cuestas, para arriba, para abajo..., te pongo enlace.
 http://www.youtube.com/watch?v=v_BbOPjYq9Y

 El segundo diablo lo dejé en el Castillo de Nijo,  en Kioto.

 En Japón todos los lugares, aunque haya que pagar entrada, están petadísimos a todas horas (el horario tampoco es grande: de 10 a 16h, y hay que aprovechar). El único momento que estábamos relativamente solos y nos dio tiempo, fue en una de las puertas de los jardines,  en la puerta KITANAKASIKIRIMON.




 Hay que meter los deditos por el agujero, (para que no se viera mucho)

Y es una lástima que el tercero no pudiera estar en Tokio, esto obliga a la gente a ir a Kioto a por los diablos, pero con lo barato que fue (1400€ = 16 días), seguramente vuelva el año que viene.  Recomiendo a la gente que haga este viaje. ¡Es fantástico!


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 Más fotos del viaje de Chihiro Misaoshi, en SU BLOG

Señoras, señores, ya no tenemos excusa para dejar de ir a Japón. ¡Diablos cerdúpedos nos esperan! 
Mientras tanto, si alguien va a dar un saltito a Australia o Nueva Zelanda..., ejem... ejem... ¡Es que ya solo falta Oceanía!

5 de noviembre de 2013

ENTRE MI ABUELO Y YO


La historia que  sobre mi abuelo Conrado y su hermano  Santiago quería contar, ya está contada, y el punto final podría muy bien haber quedado en la entrada anterior.

Sin embargo, después de estas dos semanas investigando hechos, revisando fotos antiguas y ordenando y transcribiendo recuerdos, necesito añadir algo más.

Primero que no habría logrado completar la historia sin la implicación  de mi hermano Fran, que me echó una mano a la hora de deshacer mi nebulosa memoria, y de mi madre, Ana, que me aportó muchos datos precisos, y que incluso fue a hablar con Adolia, la hija de Santiago, que hoy cuenta con 77 años de edad.

Fueron unos momentos tan especiales que, si supiera hacerlo, dejaría registradas aquí las emociones vividas al acercar aquel pasado a mi presente, y plasmaría  las muchas reflexiones que me fueron llegando en el transcurso.

Hasta hoy, nunca caí en la cuenta de que en julio de 1986, justo 50 años después de que comenzara aquella fatídica guerra civil, yo me encontrara precisamente  vestido de militar.
Había llegado a  Plasencia dos meses antes en un tren borreguero que tardó toda una noche en hacer el recorrido desde Petrel.
Dormí mal, incómodo e inquieto, y de madrugada, desde la misma estación, nos redistribuyeron a todos los reclutas en camiones hacia el cuartel. Recuerdo que hacía frío y que empezaba a sentir hambre, a pesar de que me crecía una pelota en el estómago ante la incertidumbre de lo desconocido.

Desde la perspectiva de hoy, me pregunto cómo se sentirían aquellos jóvenes de entonces, a los que también dividirían en grupos hacia lugares extraños. Si yo sentía cierta angustia ante algo tan “inocente” como que me llevaran a hacer el servicio militar, qué pasaría por las cabezas y los estómagos de aquellos que eran conscientes de que utilizarían armas, que habrían de disparar a matar y  tratar de sobrevivir. ¿¡Cómo no murieron todos de miedo!? 

No tengo claro si es una pregunta estúpida  ni si me deja como un auténtico cobarde, pero es que no alcanzo a imaginar semejante horror y no quisiera experimentar algo así jamás. Nunca entenderé cómo los seres humanos somos capaces de alcanzar lo más sublime y también lo más absurdo y ruin.

Recuerdo que a la semana de estar allí, ya sentía una nostalgia enorme por mi familia, y que en aquellos doce  meses escribí muchas cartas, algo que debió ser muy común también medio siglo antes,  en aquellos años de ausencias. Pero  de vez en cuando pude yo hacer alguna llamada telefónica y escuchar las voces de mis padres y hermanos. Qué no habrían dado los soldados de entonces por una ventaja así, aunque fuera una sola vez, un par de minutos siquiera.

Fue a las pocas semanas de estar en aquel inmenso cuartel extremeño que crucé cierta tarde  todo el patio de armas para acercarme a las cabinas de teléfonos a realizar una llamada. Y en aquel punto tan distante de mi hogar recibí una triste noticia.
Pregunté a mi madre por mi abuelo, y ella, tras unos segundos de silencio, me dijo con voz quebrada que había muerto.
Desolado, volví a atravesar aquel inmenso patio hacia mi camareta en el preciso instante en que se arriaba la bandera y sonaba el toque de silencio. De sobra sabía que en ese momento era obligatorio parar, descubrirse la cabeza y ponerse firme, pero tan aturdido y triste me encontraba, que no me di cuenta de nada y continué caminando. Desde la distancia, un mando militar que sin duda me estaría fulminando con la mirada, se acercó después a mí a grandes pasos.

- ¿¿Es que no ha visto que se estaba arriando la bandera?? ¡¡Dígame nombre y compañía!!  ¡¡Queda arrestado el fin de semana!!

Quise explicarme, pero eran tan pocas mis ganas de hablar que me resigné. De todas formas no iba a aprovechar mi tiempo libre. Estaba demasiado lejos de casa.

Echado en mi litera, recordé que cada vez que felicitábamos a mi abuelo en sus cumpleaños, se entrecortaba su risa por la sorpresa y la emoción, y tras cada beso siempre exclamaba “¿Pero quién os lo ha dicho? ¿Cómo os habéis enterado?”, como si esa fecha fuera un dato secreto que sólo él supiera.
“No hace falta que lo celebremos cada año – añadía - ¡Esperad a que llegue a los 90, y entonces sí!” 
Aquel año hubiera cumplido los 90,  faltaba muy poco para esa gran celebración que esperaba.

Ha pasado muchísimo tiempo desde entonces, pero las emociones volvían a ser igual de intensas estos días, como si el tiempo se hubiera encogido hacia atrás hasta acercarnos a un mismo plano con nuestros antepasados. Casi me parece haberlos conocido a todos.

Mi hermano Fran me decía hace unos días:

“Yo al abuelito y sus hermanos me los imagino como a los de Siete novias para siete hermanos. Tenían edades escalonadas, sin llegar a llevarse mucho  entre ellos, y hacían juntos las típicas locuras de juventud. Me contó una vez que un año que nevó estando en Santa Bárbara, Serafín y Santiago salieron desnudos a jugar y tirarse bolas de nieve, y Presentación salió gritándoles detrás, llamándoles locos. Y ellos reían... “

Me quedé pensando en aquella escena. ¿Quién les iba a decir que una guerra se llevaría a los dos? ¿Qué sentirían los que siguieron viviendo tras perder a tres familiares en tan corto espacio de tiempo?
Y seguí meditando acerca de esto tan singular de la vida y la muerte. ¿Es larga una vida? ¿O es en realidad muy corta? ¿Cómo se percibe la existencia desde los ojos del sufrimiento? ¿Qué es lo que queda finalmente? ¿Prevalecen los buenos recuerdos?¿Pesan demasiado los malos al final de la vida?

 Casualmente vino a suceder, mientras escribía sobre todos estos familiares, y precisamente el mismo día en que la nombraba, que moría Salud, la hija mayor de Severino.

Era Saluteta (así llamábamos todos a esta prima de mi madre) una mujer por la que era muy fácil sentir simpatía porque, de una forma admirable, siempre sonreía. En sus últimos años mostraba  la típica imagen de encantadora anciana  de cabello blanco y aspecto frágil.
Saluteta siempre me miraba de una manera especial, y hace algunos años me explicó por qué.

- Ay, Juan, es que te miro y veo a tu abuelo Conrado. Tenéis la misma cara, los mismos ojos... Cuando él era joven se parecía mucho a ti.

No es que nunca olvidara aquello,  es que cada año siento que crece más mi orgullo al  pensar que pueda seguir  pareciéndome a él. No solo quisiera ser su reflejo físico, aún me gustaría más acercarme  a su bondad, a su nobleza, a su serenidad, a ese estoicismo tan sabio que parecía tener ante las adversidades.

Le recuerdo afeitándose meticulosamente en el aseo, cuando había perdido la vista por completo, y se pasaba la mano por la cara para comprobar que no había dejado ninguna “mentira” Recuerdo con qué paciencia se curaba las pupas de la cabeza y la forma en que se ponía el sombrero para salir a pasear con su garrote, haciendo el  memorizado recorrido con cuidado. A la vuelta siempre decía por dónde había estado y quién le había saludado. Le recuerdo sentado en su sillón, esperando a que sonaran las campanadas del reloj para encender entonces la radio y escuchar las noticias.

Pero si hay algo especial en lo que quisiera ser una verdadera repetición de mi abuelo es que, dentro de muchos años, me gustaría sentir la dicha de  ver que unos niños se sienten a mis pies y me digan “Abuelito, cuéntanos un cuento”

Si esto ocurriera sería imposible no volver a recordarle.

Y no necesitaré ninguna señal suya para saber que estará allí, conmigo, con los hijos de los hijos de sus hijos..., y que juntos seguiremos contando historias, esas historias imperecederas que flotan en el océano del tiempo.


Creo que aún nos quedarán bastantes en la memoria, ¿verdad, abuelo?



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