19 de abril de 2022

EL CONVENTO DE LAS MANTIS

 Tendría yo unos nueve o diez años cuando me dio por escribir diálogos entre insectos. La idea de que unas hormigas hablaran con una araña, (que era una bruja), me pareció de repente una idea muy atractiva, y con el tiempo fui añadiendo protagonistas: un caracol, un saltamontes, un ciempiés... 

Fueron probablemente mis primeros intentos por dejar salir esa imaginación que me correteaba por dentro.

Imaginad cuál no sería mi sorpresa cuando poco después se empezó a emitir en la tele aquel programa de dibujos animados que se llamaba La abeja Maya,  en el que los insectos también hablaban entre ellos y en el que además aparecía una araña, (¡que casualmente era una bruja!) y un saltamontes, y un caracol… 

Recuerdo, a pesar de los muchos años transcurridos, la fascinación que aquello me produjo. Era como estar viendo mi propia idea en una pantalla, con formas y colores.

Algunos años después cayó en mis manos “El bosque animado”, el maravilloso libro de Wenceslao Fernández Flórez, que volvió a afianzar en mí la idea de que dotar a animales y plantas de emociones humanas resulta fascinante y seductor.

Y es por eso que, recuperando de algún modo aquella mi primera iniciativa de niño por escribir una historia de insectos, y sustituyendo el lápiz de ayer por  teclado de hoy, me aventuro a dar forma y color a una historia para el blog que he llamado “El convento de las Mantis”.

***

La comitiva, si aquello era tal cosa, estaba formada por dos escarabajos peloteros delante y otros dos detrás, escoltando a Monseñor Grillo, que  marchaba en el centro y se iba secando el sudor con un pañuelo. El incansable ritmo que llevaban aquellos guías tan bien entrenados  le obligaba a hacer un esfuerzo al que no estaba acostumbrado.

Tener que ir dando saltos lo tenía malhumorado; no era tanto por el denso calor de aquella tarde de agosto, sino por el polvo del camino, que estaba apagando el brillo de su  sotana, y para Monseñor Grillo, de natural presumido, tener buen aspecto era algo primordial.

-¿Están ustedes seguros de que no nos hemos perdido? -preguntó al enésimo brinco.

Una libélula en presuroso vuelo hacia su charca se detuvo en seco al ver aquellos cinco puntos negros avanzando por la senda y descendió  en picado para curiosear.  La sombra que proyectó en el suelo alarmó de tal forma a Monseñor Grillo que  instintivamente hizo una pirueta para ocultarse entre unas piedras.

-Le pido disculpas si le he asustado – dijo la libélula tras posarse a su lado – Tan sólo me preguntaba quiénes serían ustedes.

Uno de los escarabajos, tras dar un silbido a sus compañeros para avisar del alto en el camino, protestó.

-¡Señora, no es momento de detenerse a charlar! ¡Monseñor Grillo tiene mucha prisa!

- ¡No tanta! – dijo éste asomando la cabeza – Lo cierto es que  hace un calor cri... cri... crispante, y necesito un descanso.

La libélula accionó con fuerza sus cuatro alas para abanicar el sofocado rostro de Monseñor Grillo.

- Ahh, bendita sea su gracia, amiga mía. ¡Qué brisa tan ric...ric...rica!

-Puedo acompañarles -se apresuró a decir la libélula – Si ustedes me lo permiten, claro.

-¡Ningún problema!- dijo el grillo mientras se situaba de nuevo entre los escarabajos- Ahora que veo que no es usted ningún bandido cri… cri… criminal  de los que roban  anillos a los curas, venga con nosotros si le place.

-¿Y hacia dónde van?

-Voy a visitar el convento de las mantis religiosas, ¿lo conoce usted?

-Si es el que hay a los pies del ribazo de los almendros, se lo han saltado ustedes.

-¿¡Cómo es eso!? -exclamó Monseñor Grillo echando una mirada de reproche a los escarabajos.

Efectivamente, tras retroceder unos metros, llegaron al destino previsto. Las lluvias primaverales fueron tan abundantes que gran parte del convento estaba camuflado por hinojos y ortigas silvestres, que se habían apoderado del muro. De hecho todas las entradas estaban selladas y en la única puerta visible se había dormido un caracol serrano, impidiéndoles el paso.

-A ver, -dijo el grillo tocando con los nudillos el caparazón del molusco – estos individuos no se despiertan así como así. 

-¡Colegas! - bramó uno de los escarabajos- ¡A sacar a este tipo de aquí!

Y los cuatro se apresuraron en excavar por debajo del caracol hasta despegarlo del suelo y hacerlo rodar lejos de allí.

Al fin Monseñor Grillo pudo situarse ante la entrada del convento y pidió a los acompañantes que le esperaran allí afuera.

Tardó varios segundos en acostumbrar sus ojos a aquella penumbra. Fue al llegar a un claustro maloliente cuando descubrió nueve bultos estáticos como nueve columnas encantadas.

-¡Buenas tardes, hermanas!

Como un engranaje perfectamente sincronizado, nueve cabezas se giraron al unísono para mirarle.

A Monseñor Grillo se le heló la sangre.

-Santo Cri...Cri...Cristo -murmuró - ¡Qué famélicas están estas mujeres!

La abadesa dio unos pasos temblorosos hasta acercarse. Como dictaba el protocolo, Monseñor Grillo le ofreció la mano derecha. La mantis la aferró y besó su anillo durante unos segundos que al cura se le hicieron interminables. Cuando observó que la abadesa estaba lamiendo el anillo y también su dedo retiró la mano bruscamente.

-Pues estaba deseando conocerlas -dijo con forzada desenvoltura mientras caminaban alrededor del claustro– Me parece muy loable el recogimiento, el silencio y la oración del que son famosas en toda la comarca.

Vio entonces Monseñor Grillo algo extraño en el suelo, y al acercarse descubrió la pata trasera de un saltamontes, con su tarso y sus espinas.

-¡Por todas las almas benditas! ¿¿Qué hace esto aquí?? 

-No se alarme, Padre - dijo la abadesa con voz cavernosa- Es el brazo incorrupto de San Caelífero, de quien somos devotas.

-Pero… ¿aquí en el suelo? ¿No debería estar en una urna?

Al mirar hacia una monja muy joven que quedaba a su derecha, Monseñor Grillo quedó impresionado. 

-Hermana, – dijo a la abadesa bajando la voz– cuando yo me marche, hágame el favor de recri...cri.. cri...recriminar la actitud de la novicia que tengo a mi lado. 

-¿Por qué? ¿Qué ocurre?

-La he visto relamiéndose los labios de una forma muy soez. Es más, ahora mismo está chupándose las manos… ¡y los brazos! ¡Y lo hace sin apartar la vista de mí!

-Es que es tan joven, Padre… ¡y tan inconsciente! Pero sí, la castigaré por ello.

-Bueno, tal vez no sea necesaria demasiada acri...cri… acritud. ¡Pero llámela al orden!  Algo así no es digno de este santo lugar. 

Fue entonces cuando Monseñor Grillo, aturdido ante tanta anomalía, decidió acelerar su partida y dio una palmada al aire que, por inesperada,  levantó las túnicas aladas de las religiosas.

-¡Cri...cri...criaturas de Dios!, – dijo proyectando la voz – quisiera que sigáis siendo las almas puras y cri… cri… cristalinas que veo en todas vosotras. 

Las mantis fueron acercándose hasta rodear al grillo.

-Voy a leer un breve salmo de las Sagradas Escri… cri… cri… Escrituras... 

Al levantar los brazos mostró ampliamente su vientre orondo, brillante, emanando efluvios de calor estival, con fragancias del polen y del polvo del camino.

Los dieciocho ojos fervorosos que lo observaban reflejaban la palpitante panza del santo grillo.

-Y hagamos ahora un acto de contrición…

Pero de los estómagos de las mantis, ajenas ya a la verborrea del orador, sólo se escuchaban actos de contracción.

-¡Madre! - interrumpió una de aquellas monjas dirigiéndose a la superiora- ¿nos da usted su permiso? 

Y la abadesa, con un imperceptible temblor de mandíbulas susurró: “Adelante, hermanas”


Los cuatro escarabajos vieron el anillo de Monseñor Grillo salir rodando por la puerta. Uno de ellos, cansado de tanto esperar, entró al convento y regresó con la cara desencajada.

-Compañeros, ya podemos irnos.

-¿No esperamos a Monseñor Grillo? - preguntó la libélula.

-De Monseñor Grillo ya sólo podría salir su alma. Y visto lo visto, ¡ni eso creo que le vayan a dejar!