Yo siempre la he llamado así, pero me consta que en otros lugares se la conoce como geco o gueco, y en las Canarias es un perenquén. A saber cuántos otros nombres tendrá por el mundo...
En cualquier caso todos la habréis reconocido al verla, ¿no es así?
Yo diría que es la prima fea de la lagartija, pues no tiene el estilo ni la figura ni el cutis ni el maquillaje de ésta, pero, eso sí, tiene la gran ventaja de saber caminar airosa por paredes y techos.
La solemos ver en verano, al anochecer, sobre todo en casas de campo, buscando la luz artificial de las lámparas, donde sabe que acudirán esos pequeños insectos que le servirán de cena. ¡Y cómo se relame después de engullirlos!
A mi me caen bien las salamanquesas, tan discretas y sigilosas, con ese superpoder de Spiderman del que hacen gala, si bien no me he atrevido nunca a tocar una porque siempre me ha dado la impresión de que, de hacerlo, se me caería el dedo al suelo. Podrido.
Pero no vengo hoy a emular los Documentales de la 2 sino a contar que yo tuve una historia con una salamanquesa.
(Voy a repetirlo de otra forma porque ha debido sonar a que tuve un romance con una de Salamanca)
Yo tengo una anécdota curiosa con un reptil de estos. (Ahora sí)
Y la tengo muy nítida en la memoria por lo mucho que me impresionó.
Debía yo tener 11 o 12 años y al salir del colegio disfrutaba con mi hermano refugiándonos en nuestro escondite secreto. De secreto tenía bien poco, pues lo conocía toda la familia y amigos, pero en esas edades uno se siente muy importante disponiendo de un espacio privado particular al que llamas "escondite secreto".
Estaba en el trastero del campo, en el lugar donde posteriormente vivirían Wiskoche y Saberón, y nos vino dado por la casual disposición de los muebles y trastos allí almacenados, donde una mesa fue a ocupar una esquina y un mueble grande la tapaba por delante. Unos tablones colgados en la pared nos servían de asiento cuando nos encaramábamos a aquella mesa. Al saber nuestra madre la ilusión que nos hacía el lugar conquistado, cooperó colocando una cortina en la entrada al mismo. Y así, cuando todos los huecos del mueble fueron ocupados con nuestras cosas, (aquellos pequeños tesoros de entonces) ya no había lugar mejor en el mundo.
Recuerdo que una caja de madera que había contenido fichas de ajedrez nos servía para guardar nuestros dibujos, que Tomás y yo llamábamos "los planos". Por allí estaba nuestra colección de minerales y todos los álbumes de cromos y, adornando la pared a nuestra espalda, uno muy chulo a modo de poster, con escenas de El Corsario Negro que íbamos completando con los cromos redondos que venían en los botes de Nocilla.
¡Cómo lo recuerdo! ¿a dónde iría a parar? Es uno de los pocos que se perdió y que he vuelto a ver gracias a internet. Muy revalorizado, por cierto
http://www.todocoleccion.net/poster-album-corsario-negro-nocilla-anos-70~x24918488
Otra de las cosas que allí teníamos era un juego de química, con sus tubos de ensayo y unos botes con sustancias arenosas muy coloridas a las que no sabíamos dar utilidad pero que aportaban mucha categoría al lugar.
Pues bien, en una ocasión en que me dirigía al escondite, me encontré por las paredes exteriores del trastero una salamanquesa bien hermosa. En ese inesperado cara a cara, me miró como pensando: "Si tú sigues a lo tuyo, yo sigo a lo mio y aquí no ha pasado nada".
Y así lo hice, pasé de largo sin más, peeero...
Ahora viene una confesión muy gorda que jamás he dicho hasta ahora pero que hoy no tengo más remedio que hacerla saber si pretendo contar esta historia.
Allá va:
Yo maté a aquella salamanquesa.
Un momento, que no me juzgue nadie a la ligera. Mi intención no era matarla, yo sólo quería... no sé... experimentar. Aprovechar su cuerpo para la Ciencia. Su cuerpo vivo, ¡sin matarla!
Ocurrió que, una vez en mi escondite, miré aquellos botes de bonitos polvos con extraños nombres y me poseyó un espíritu científico inmediato.
Volví raudo al exterior con un bote de cristal y, sin tocarla (para que no se me pudriera la mano) la cacé. Creo que no es nada fáil hacerlo, pero tuve esa suerte.
No me preguntéis cómo es que con aquella edad tenía una jeringuilla a mi alcance. No lo sé, pero la tenía.
Y así, sin pensarlo mucho, sin tomar notas siquiera, mezclé con agua alguno de aquellos productos y me dispuse a dar rienda suelta a mi vena sádica investigadora.
La tapadera del bote abierta, la salamanquesa quieta al fondo, con aquella piel de cráteres palpitando al respirar y yo, seguramente con la misma expresión del Doctor Frankestein, jeringuilla en mano, dispuesto a la acción.
(Un inciso: los muy impresionables que se salten ahora un par de líneas y sigan leyendo más abajo)
Pinché la piel del reptil que se agitó nerviosa resbalando sobre el cristal y fui inoculando poco a poco ese líquido que me permitiría comprobar qué le ocurre a una salamanquesa cuando se le inyecta algo de nombre impronunciable.
Bien, mi memoria no da como para recordar si murió enseguida o tras los X días que estuvo en aquel bote. Solo puedo decir que un día fui a comprobar si había cambiado de color o si le habían salido dos patas más, y la encontré... cómo decirlo... caput, tiesa, difunta, asesinada, fiambre.
Sé que es cruel, de hecho me entró remordimiento (es duro nacer diablo, y si no empezáis a asimilar que lo soy... vais a sufrir mucho también) y en un impulso tardío por enmendar el siniestro la saqué del bote y la puse al sol, esperando que el calorcito la reanimara y echara a correr (cosas más raras había visto con aquello de las avispas)
Pero no, así quedó la pobre, como una pequeña estatua gris.
Lo menos que pude hacer por ella fue que formara parte de todas aquellas reliquias del escondite y allí la llevé. Colocada sobre nuestro espacio de trabajo quedaba realmente bien. Venía a ser el recuerdo de un fracaso pero un recuerdo atractivo al fin y al cabo.
Pues bien, si he dicho al principio que la historia era curiosa y que me impresionó mucho será por algo, ¿no?
Y es que, habiendo pruebas más que suficientes para dar por muerta a la salamanquesa aquella, como que ya no se movía, por ejemplo, o que al segundo o tercer día tuviera un sospechoso tono amoratado, a la cuarta o quinta tarde en que subía tan tranquilo a mi escondite, el que puso ojos saltones de reptil fui yo porque...
¡¡¡¡ La salamanquesa estaba viva!!!!!
Movía la cabeza a derecha e izquierda como decidiendo hacia qué lugar debía escapar, su cuerpo volvía a respirar con un movimiento trepidante, preparado para salir pitando de allí. Hasta la cola se agitaba nerviosa.
Yo no salía de mi asombro e hice movimientos bruscos delante de ella para que se marchara de una vez.
Y sin embargo no se movió.
Y ahora se me acaba de ocurrir que voy a dejar aquí el relato, en suspenso (y en suspense), para darle el punto final dentro de un par de días, porque me gustaría ver si alguno de vosotros es capaz de dar una explicación al hecho.
Quién me dice por qué resucitó aquella salamanquesa después de tantos días. Cómo fue posible algo así, con lo quieta que había estado.
Habilito la moderación de comentarios para que no se sepa hasta el final quién ha acertado ( porque seguro que alguien va a acertar, ¿no?)
Hasta pronto a todos, amigos investigadores.
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12/2/12
Pues vaya, nadie ha sabido darme una explicación lógica al hecho. O nadie me ha dado la que realmente ocurrió. Ahora es cuando mi cuidada imagen caerá al suelo, o al subsuelo, ¡o al sótano de los infiernos! y quedaré muy mal parado (Esto me pasa por contar las cosas sin filtros ni censuras)
La salamanquesa parecía viva, pero no es oro todo lo que reluce. Os faltó aplicar la lógica.
Su cabeza se movía, su cuerpo y hasta la cola cimbreaban, pero no todo lo que interpreta la mente por lo que la vista le muestra es siempre la realidad.
Cuando quise espantarla (estaba fuera del tarro de cristal luciendo como un trofeo) no salió huyendo.
¿Cómo iba a hacerlo si desde hacía días estaba muerta?
Cuando finalmente la empujé con algún objeto para que se moviera, su piel se quebró enseguida y del interior surgió una avalancha de gusanos que la estaban devorando por dentro.
¡Eran los gusanos los que dándose un agitado festín en todo su interior la hacían moverse!
Siendo una criatura tan inofensiva, tan beneficiosa, tan simpática y hasta tan digna de admiración... qué lástima que se tuviera que cruzar con un diablo.