29 de enero de 2009

ENTREVISTA CON EL DIABLO (2ª Parte / Tridente)



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El infierno, o lo que quiera que fuese aquel lugar, era una gruta de colosales dimensiones.
No alcancé a vislumbrar el techo, tal vez por encontrarse a una altura considerable, aunque lo cierto es que el resplandor azulado emanando de todas aquellas pantallas encendidas me cegaba.
Sobre un suelo desigual, mal enmoquetado de rojo, se extendían mesas y más mesas ocupadas por innumerables ordenadores que emitían un zumbido desagradable y desprendían mucho calor artificial a la vez que un fuerte olor metálico que intuí de lo más insalubre.


Era imposible caminar por allá abajo sin pisar cables. Una gran maraña de ellos se enroscaban por todos lados y el parpadeo de las pantallas les confería movimiento, como si centenares de serpientes se deslizaran viscosas bajo mis pies.


- No me has dicho qué vas a tomar - me dijo JuanRa Diablo
- Ehh, ah, sí, bueno... una Coca Cola mismo
- Tendrá que ser una Pepsi si no te importa. La Coca Cola se la quedó el de Arriba. A mí me dejó la Pepsi.
- ¿El de Arriba?
- Sí, ya sabes, el Todopoderoso, - y mientras me alcanzaba el refresco sin que me percatara de dónde lo había sacado, me invitó a sentarme señalando un lugar a mis espaldas. Al girarme me topé con un par de sillones con estampaciones de Andy Warhol que hubiera jurado que no estaban allí antes.
- ¿Fumas? - me preguntó mientras me acercaba un cigarrillo que no supe rechazar pese a que jamás he fumado. Sobre una mesita, entre los sillones, un par de ceniceros del Atleti con la cara de Jesús Gil y una inscripción: "Este año… otro doblete".


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Tomamos asiento. JuanRa tenía en sus manos un vaso de cristal con un líquido azul fluorescente que captaba en todo momento mi atención. No bebía de él. Se limitaba a olerlo.
- Maravilloso lugar, ¿no crees? - me preguntó mientras miraba orgulloso todo ese mar de ordenadores que se perdía en la distancia delante de nosotros- ¿lo imaginabas así?
- En absoluto.
- ¿Cómo lo imaginabas?
- Pues ni siquiera lo imaginaba, pero si lo hubiera tenido que dibujar lo habría hecho lleno de fuego, de calderas...
- Ahh, jajaja. Ya fue así durante siglos pero los tiempos cambian y el infierno con ellos.
- Me va a permitir que encienda la grabadora, si no le importa...
- No faltaba más, pero, por favor, no me trates de usted. Tenemos la misma edad.
- ¿La misma? ¿Pero el Diablo no tiene siglos de vida?
- No, hoy tengo tu edad. Mañana ya veremos...


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Apreté el botón REC de la grabadora y comenzó la entrevista.


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- Señor Diablo...
- ¡No!
- Don Diablo...
- No, hombre, que parece una canción... Llámame JuanRa, ya te he dicho que me tutees.
- Está bien. A ver, JuanRa, ¿qué es este lugar en el que estamos?
- Debería haberte quedado claro que es el Infierno.
- Pero ¿por qué está tan informatizado?
- Ya te he dicho antes que los tiempos cambian. Antiguamente se entraba al Infierno por una puerta del Paraíso con forma de manzano. La tentación era una atractiva manzana roja. Conseguí que pecara un matrimonio joven que me hizo muy rentable el fraude porque con ellos metí en el saco a todos los que vinieron después. Luego el de Arriba los perdonó a todos con algún decreto que se sacó de la manga y...
- Perdón, cuando dice "el de Arriba" se refiere a Dios, supongo.
De repente hubo un apagón general que nos dejó unos instantes a oscuras. Tan sólo brillaba el líquido azul del vaso del diablo.
- ¡Maldita sea- exclamó furioso- no vuelvas a pronunciar su nombre!
- ¿Cómo?- quise saber confuso
- Si lo llamo "el de Arriba" es por algo. No vuelvas a nombrarle aquí abajo, que se producen bajadas de tensión.
La corriente se reanudó y con ella el pitido de los ordenadores y su resplandor fantasmagórico.
- En fin, no ha durado mucho- dijo aliviado- prosigue.
- Sí, esto... - intentaba disimular mi susto - Me decías que "el de Arriba"...
- Ah, sí, eso, que proclamó una amnistía para todos a través de unas simples duchas y tuve que buscarme de nuevo la vida para encontrar artimañas con las que hacer caer a los incautos.
- No entiendo bien, ¿quiénes son hoy esos incautos?
- Pues está claro. Hoy el pecado no está en aquella manzana prohibida, la gente de hoy en día come poca fruta; hoy el pecado está en Internet.
- ¿Qué?
- Ya me has oído.
-¿Y usted está al otro lado tentando a los usuarios?
- No, ¡tú !
- ¿Cómo que yo? Yo no...
- No, digo que me hables de tú.
- Sí, perdona, es que...
- ¿Estás nervioso?
- Un poco. Bastante, a decir verdad.
- ¿Por qué?
- No entiendo la razón por la que quiere, quieres, que te entrevistemos.
- Pues es bien sencillo. Mira, no hay nada mejor que conseguir adeptos al mal que a través de un blog. Yo he creado uno y lo he introducido en la blogosfera. Mmmm, no sabes qué maravilloso lugar. He sido totalmente sincero desde el principio y me he presentado como el Diablo, sin engaños, y a la gente le da igual. Ellos me siguen sin remordimiento, por lo que he llegado a la conclusión de que no hay por qué esconderse ni fingir nada. Quiero pecadores y ahí están, por todo el mundo, sin complejos. Yo soy el primer sorprendido. Nunca pensé que a los pecadores les importaba un carajo serlo, por lo que, jejeje, hay que ir a marchas forzadas.
- ¿A marchas forzadas?
- Quiero publicidad. Quiero fieles a raudales, que entren atraídos por una encuesta, por un juego, por un reto. ¡Por lo que sea!
- ¿Y qué pinto yo en todo esto?
- ¡La prensa! Puedes dar publicidad a mi página.
- ¿Y por qué no se anuncia en televisión, que llega a más público?
- Bueno, nadie anuncia su blog por televisión, pero tengo previsto hacerlo en breve bajo la forma de Mercedes Milá. Oye, ¿quieres otra Pepsi? ¿Tienes hambre? Tengo emparedados de cerdo.
- No, gracias. Esto es... tan surrealista. Yo... no entiendo nada. Sinceramente pienso que la gente no debe ser consciente de estar pecando al entrar en tu blog. No creerán que eres realmente el Diablo. Están confundidos.
- Mi trabajo es confundirles. Pero no me valen excusas. Sé que el de Arriba está muy molesto conmigo desde que tengo un blog y eso es porque estoy realmente corrompiendo muchas almas.
- No puede ser. La gente que se mete en internet ignora que...
- La ignorancia del internauta no le exime de su pecado, pero de todas formas te voy a demostrar que estoy en lo cierto y que tú te equivocas. Mira, vas a hacer una cosa: Publica en tu diario que me has conocido realmente. Que existo. Recuérdales dónde encontrar mi blog y di que en él voy a añadir una ventana lateral que podríamos llamar "ENTRA A PECAR". Colocaré en su interior un mapa de España en blanco. La idea es que un hombre y una mujer se inscriban como los nuevos adanes y evas de cada comunidad autónoma. Una carrera para ser los primeros condenados de cada zona de este país. ¿Apuestas algo a que soy capaz de tentar a una pareja por cada una de las 17 comunidades?
- Quieres decir un gallego y una gallega, un asturiano y una asturiana...
- ¡Exacto! - y el líquido de su vaso se tornó rojo fuego - y mi ambición se extiende incluso hasta Ceuta y Melilla también. ¡Toda España con una pareja de cónsules del Infierno en cada región! ¿No es un reto casi "divino"? ¿Eh? ¿Qué me dices?
- No digo nada - y pasando mi mano por la frente exclamé - ¡Dios, qué calor hace aquí!

Nos sobrevino otro apagón. Esta vez con un chasquido de mil demonios.


(En breve: Ultima parte)

23 de enero de 2009

ENTREVISTA CON EL DIABLO (1ª Parte/Cuernos)



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Fue un lluvioso domingo por la tarde.
Me encontraba holgazaneando en casa cuando me llamó mi jefe para exigirme que dejara todo lo que tuviera entre manos y me equipara de grabadora y buen ánimo pues me había concertado una entrevista muy importante para esa misma noche.
- ¿Quién es el tipo?- pregunté somnoliento
- ¿Estás sentado?
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Trabajo para el diario Mi escribanía y les juro que en mis casi 20 años de periodismo no se me había presentado la ocasión de conocer a un personaje tan peculiar y enigmático como el Diablo. Si les he de ser sincero, ni siquiera estaba seguro de que existiera realmente tal individuo, por lo que cuando me personé en el lugar al que se me envió, frente a tres imponentes ascensores, tenía la boca seca de nerviosismo.
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Los rótulos de las puertas, escritos en inglés y en hebreo, decían: ASCENSOR PARA CONDENADOS, ASCENSOR PARA CURIOSOS Y ASCENSOR PRIVADO (Sólo Satán y Marilyn Manson)
Descarté el último de inmediato y dudé si debía pulsar el botón del de los curiosos pues aunque era tan amplio como los otros dos, tenía un aspecto tan cochambroso y destartalado que me dio miedo bajar en él. Por si fuera poco, al abrirse sus puertas, golpeó mi olfato una pestilente bocanada que surgió de su interior y un vaho caliente me empañó las gafas. Estuve a punto de desistir pero se me ocurrió pulsar el botón del primer ascensor para descubrir maravillado que su interior estaba dotado de todos los lujos imaginables: pequeña nevera, sillón reclinable de cuero rojo, televisor de plasma en el techo, auriculares para escuchar música, una baraja francesa...
Mis dudas por entrar allí duraron lo que tardé en recordar la cara de mi jefe cuando está cabreado.
Pasé al interior y, con el corazón cabalgándome en el pecho, apreté el único botón visible, en el que se podía leer HELL / She'ohl.
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Se cerraron las puertas perezosamente, se suavizó la luz, el televisor se encendió automáticamente y una sensual voz femenina me invitó a sentarme, en inglés, para seguídamente hacerlo un vozarrón masculino que me sobresaltó, en un lenguaje incomprensible, pero que mi subconsciente tradujo como "o te sientas o entro y te siento yo".
Sentí que mi cuerpo descendía en caída libre por lo que me aferré bastante angustiado a los brazos del sillón y miré la pantalla del techo intentando no pensar en nada. Me hubiera levantado a tomar algo de la nevera pero era más fuerte el vértigo que la sed que sentía. Sólo me relajé un poco cuando empezó en la tele un documental sobre pastores de cabras en Soria. No sé, me hizo sentir bien.
Un pequeño reloj digital marcaba exactamente el minuto 20 de descenso cuando el ascensor se detuvo. El televisor hizo un fundido en negro, dejando por unos segundos congelado el holograma de una cabra que parecía sonreirme, y un rótulo, como siempre bilingüe, apareció en la pantalla: DESPÓJESE DE TODA ROPA INNECESARIA Y DE JUICIOS PREESTABLECIDOS.
Me puse nerviosísimo pues parecía que era vital que cumpliera esas premisas y yo no estaba seguro de si me había planteado alguna vez el calor que podría hacer en el infierno, (¿pero de verdad existía?) hasta el punto de imaginarme un día paseando por él en calzoncillos.
Me quité zapatos, camisa, pantalón e inspiré lo más hondo que pude intentando detener el temblor de mis piernas.
¡El diablo! ¿Cómo sería? ¿Hablaría mi idioma? ¿Me trataría bien? ¿Podría soportar el calor a aquella profundidad? ¿Lo pillaría cenando?
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Los segundos se me hicieron interminables cuando de repente comenzaron a abrirse las puertas.
No hacía excesivo calor por lo que un arrebato de pudor me catapultó a ponerme los pantalones con tanta celeridad que entré en el infierno tropezando y cayendo de bruces al suelo. Maldiciendo mi torpeza estaba cuando apareció un joven de aproximadamente mi edad con un larguísimo cable en las manos.
- Ah, hola, ya has llegado... Pasa, pasa -se acercó hasta mí y me estrechó la mano- Me llamo JuanRa. Me has pillado enfrascado intentando una conexión con Melilla, pero no hay manera. Me va a costar lo mío - y al ver que me abrochaba los botones de la camisa frunció el ceño-
¿Qué pasa? ¿Hacía calor en el ascensor? ¿Quieres tomar algo?
- Pero... ¿y el diablo? - pregunté
- Soy yo. JuanRa Diablo.
Entonces, liberado de tensiones y miedos, sin saber bien por qué, comencé a sudar.
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(Continuará)

19 de enero de 2009

DIEZ ESTRELLAS MIENTRAS TANTO.



Reciéntemente tuve una curiosa entrevista con el diablo.
Me había citado en su infierno para presentarme dos nuevos y divertidos retos con los que pretende interactuar con sus visitantes, es decir, ustedes.
Tenía yo previsto publicar dicha entrevista estos días, pero mi ordenador empezó a jugarme malas pasadas apagándose sin motivo aparente en los momentos más inesperados.
Cansado de esta crispante situación, no tuve más remedio que llevarlo a reparar. Claro está, tanto el texto como las fotos han quedado atrapados en su interior y no podré mostrarlos hasta que no subsanen el fallo.

No sé el tiempo que puede transcurrir hasta entonces (espero que poco), así que hoy escribo desde un ciber-café (uno no sabe lo mucho que puede crear adición un ordenador hasta que lo pierde de vista), pues me apetece dejar escrito un sencillo divertimento relacionado con el cine y las actrices de mis amores.
Son tan sólo datos personales que deseo compartir con ustedes hasta que llegue el momento de publicar la entrevista que tanto me complacerá mostrarles.


Sin otro particular, les saluda atentamente

El señor X

1) Mi película favorita de todos los tiempos es Las noches de Cabiria. El papel de infeliz prostituta a cargo de Giulietta Masina es sencillamente magistral. La sonrisa de la actriz en los minutos finales de la película jamás ha dejado de hacerme llorar.


2) Mi actriz fetiche de la adolescencia fue Farrah Fawcett, la Jill Munroe de la serie Los Angeles de Charlie. Su físico me dejaba con la boca abierta. Todavía hoy sería capaz de colgar un póster suyo en la pared.


3) Me parece muy sexy la forma en la que Jessica Lange se quita restos de tabaco de la lengua cuando fuma en algunas de sus películas. No creo que eso esté en el guión, pero ella lo hace mucho. Su mejor película en mi opinión es Frances.


4) Me fascina Shirley McLaine. Tanto en su faceta de actriz como de escritora. De joven o de mayor. Le daría con gusto la mano para hacer con ella un viaje astral al Machu Pichu, a California o a Venus.


5) Soy fan incondicional de Sigourney Weaver. Cómo me convence con su camiseta de tirantes y toda cabreada contra los Aliens, o de puñetera jefa en Armas de mujer o de bióloga luchadora en Gorilas en la niebla. Le daría un oscar todos los años.


6)Todos recordarán el papel de Cher en Hechizo de luna. Genial. Pero yo la prefiero en Máscara. El amor que irradian sus ojos hacia su hijo, un monstruo desde su nacimento, me conmueve siempre.


7) Glenn Close – la fea más guapa, ¿o la guapa más fea? - mereció el oscar de todas todas en Atracción fatal y en Las amistades peligrosas. (Prohibido rebatirme esto)


8) Aplaudo a rabiar a Cecilia Roth en su papel en Martin (Hache). Me parece perfecto hasta su imperfecto tono de voz y no he visto a nadie que convenza tanto pasando de la risa al llanto. Sublime.


9) Para mí la actriz española que podría hacer sombra a cualquier actriz de Hollywood no es Penélope Cruz. Ni siquiera Carmen Maura. Es Adriana Ozores. Una actriz con mayúsculas. ¿La habéis visto en La vida de nadie?


10) Para finalizar este decálogo, el otro extremo. No me gusta nada Sandra Bullock. Aun no la he visto en nada bueno. La misma cara de pánfila en todo sus filmes. (Que me perdonen los que la sigan).


Y ahora, si gustan, seré todo oídos para escuchar sus particulares decálogos de actrices, y/o cualquier puntualización acerca de las mías.

14 de enero de 2009

EL ATAQUE DE LAS BINGUERAS







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Necesito que esto se sepa. Por lo que pueda ocurrir.
En el Centro de Mayores donde trabajo hay una construcción anexa al edificio principal que oficialmente se llama Sala de Usos Polivalentes pero que entre nosotros la llamamos La Pajarera. Se construyó hace unos años por necesidades de servicio. Faltaba espacio para desarrollar algunas actividades y dado que en los alrededores del centro había terreno suficiente se levantó una construcción rectangular de una sola planta, de estructura metálica, cristaleras de aluminio y cubierta de chapa.
En aquel lugar los mayores reciben entre semana sus clases de gimnasia, de tai chí, de pintura o de memoria por las mañanas y disfrutan con sus bailes los fines de semana.
Pero por las tardes es otro cantar, otro mundo, un universo aparte: todas las tardes, sin excepción, aquel lugar se convierte en un santuario del juego: unas 40 mujeres van a jugar al bingo a diario. Remarco eso de "sin excepción" porque aún no ha habido fenómeno meteorológico suficientemente devastador que las disuada de asistir religiosamente a echarse sus cartoncitos de bingo desde las 3 a las 7 de la tarde. No importa que llueva a mares, que sople un viento huracanado o que un sol de justicia achicharre hasta las lagartijas: asistirán. ¡Ya lo creo que asistirán!
Y la primera en llegar empezará a sacar de unos armarios unos tapetes de algodón que ajustará sobre las mesas. Las siguientes prepararán el micrófono y la máquina de las bolas. Otra se encargará de repartir los cartones por riguroso orden numérico y de ir cobrando los 10 céntimos que cuesta cada cartón. Es rarísimo que alguna falte a la cita. Eso sólo ocurrirá cuando haya motivos ineludibles que seguro las fastidian enormemente (No os estoy exagerando, seguid leyendo)

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Cuando yo empecé a trabajar allí, no sabía que cualquier interrupción a su pasatiempo las enfurecía notablemente. Uno no puede entrar en su local a colocar papel higiénico en los aseos o a sacar cualquier cosa del almacén y pasar entre las mesas (aunque no hagas ruido) porque cualquier distracción puede hacerles perder el hilo de los números y dejar de ganar una línea o un bingo. Por eso no toleran las interferencias.


Así, una vez que llamaron por teléfono a una de las bingueras y me acerqué a La Pajarera a avisarla, me increparon por la inoportuna interrupción y la señora a la que llamaban me dijo que esperara a que se cantara bingo. Yo flipé en colores. ¿Y si era algo urgente? Nada, nada, para ellas no hay nada más urgente que el bingo.
En otra ocasión en que yo estaba por allí, más silencioso que un gato, colocando un tubo fluorescente en el aseo, a una de ellas le dio un ataque de tos. El bingo tuvo que ser interrumpido.
- Espera a ver si aquí terminan de toser - gritaron algunas voces exasperadas
Y la mujer, toda apurada, intentaba dejar de hacer ruido tapándose la boca ante la mirada furibunda de todas, que aguardaban con desesperación a que se reanudara el bingo.
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Comentaba yo con mis compañeras estas anécdotas y no les pillaba de susto a ninguna. Carmen, la trabajadora social, me contó que hubo una madrugada en la que cayó una buena helada y al día siguiente todos los alrededores del centro tenían capas de hielo. La directora, para evitar resbalones y caídas, que en esas edades son fatales, cerró la puerta de la verja y a todo el que se acercaba se le explicaba por qué ese día no se iba a abrir. Una señora que llegó y se vio privada de entrar empezó a chillar
- Abrid la puerta, que quiero pasar!!
- Verá señora, es que no…
- Abrid he dicho!!
Como no atendía a razones la dejaron vociferando en la calle.
- Sé que estáis ahí adentro.- Y, enfurecida, daba golpes en la verja con el garrote!!
Las bingueras no han perdonado aún aquel día sin bingo.

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A Inés, otra compañera que está acabando la carrera de Trabajo Social, le han pedido en alguna ocasión que haga determinados informes para lo que es necesario rellene fichas pidiendo datos a los usuarios del centro. Todos acceden sin problema, excepto, claro está, las bingueras
- Ay, nena, ahora no, que va a empezar el bingo
- No, si será cosa de un minuto con cada una todo lo más
- Pero ¿eso para que es?
- Nada, si esto va a ir rápido, a ver, dígame su nombre.
- Virtudes
Pero, claro, cada vez que se oye esa voz hipnotizante que dice: “A VER, PRIMER NÚMERO PARA LÍNEA… EL 43...” Inés se convierte en un cero a la izquierda y la ignoran por completo.
Pero a mi compañera le aconsejaron que para conseguir sus propósitos tenía que darles merienda. Y es que sólo hay una cosa que pueda lograr que las bingueras interrumpan su bingo, sólo una: que haya papeo gratis. Si hay que dar una charla informativa y quieres que asistan las bingueras anuncia chocolatada para después. Entonces asistirán, exigirán que la cosa sea rapidita, engullirán la merienda y saldrán corriendo a seguir con las partidas. Y encima dándoles las gracias… ¿Habráse visto cosa igual?

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El colmo de los colmos lo viví yo el día en que hubo un simulacro de incendio.

Una vez al año se planifica una organización y se siguen unos pasos establecidos para los posibles casos de emergencia. Se avisa a los bomberos y la policía, que colaboran en el simulacro.
La directora nos dividió en distintos equipos de intervención y a Blasi y a mí nos tocó ir a desalojar La Pajarera. (¡Nada menos!) Y así, cuando la alarma de incendios comenzó a sonar, nos fuimos hacia el bingo.
- Atención, por favor - exclamé - dejen todo lo que estén haciendo y salgan tranquilamente a la calle.
¿Cuál creéis que fue su reacción? ¿Levantarse y salir? ¡Ja! Siguieron como si nada.
- El 67, seis siete… el 14... el 71, siete uno…
Y yo, más fuerte:
- Esto es un simulacro de incendio y hay que desalojar todo esto ahora mismo.
Las que no entendieron eso de simulacro se levantaron preguntando, el resto pareció pensar “Que se espere el simulacro, que aún no ha cantado nadie bingo y a mí me falta poco”
- El 24... El 75, siete cinco…
Blasi y yo no dábamos crédito. Y ante nuestra insistencia comenzaron esas miradas asesinas en las que se podía leer: “¿Cómo osáis a interrumpirnos? Maldita sea, ¿no veis que esto no ha terminado?”
Al final, el edificio se desalojó por completo en pocos minutos pero las últimas en abandonarlo fueron las bingueras ¡y a regañadientes!

Y más de una desoyó eso de que no había que entretenerse en recoger nada y salieron con sus céntimos en el bolso, a buen recaudo.
- Qué barbaridad - se las oía decir - darnos un susto para nada
Y los bomberos entrando con las mangueras, metidos en su papel, y ellas:
- Venga, rapidito que tenemos que seguir…
- Pues a mí no me han dejado ni coger el bolso. ¡Qué prisas!
Ese día descubrí que tienen el vicio más agarrao que la artrosis.

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Sin embargo, nada comparable a los últimos acontecimientos en los que me estoy viendo implicado. Con las últimas bajadas de temperaturas y en un edificio en el que todo es básicamente chapa y cristal, los radiadores empiezan a dar risa. Allí hace más frío que carracuca y yo me imagino que tantas horas sentadas, sin moverse, las debe dejar tiesas como un chambi.



Empecé a recibir quejas individuales protestando por la situación y yo apaciguaba los ánimos con sonrisas amables asegurándoles que no es que la calefacción estuviera floja sino que hacía mucho más frío.
Pero el otro día una horda de jubiladas se asomó por la puerta y se acercó a mi mesa con una señora grande a la cabeza que venía dispuesta a morder. De nada valieron sonrisas ahí pues me percaté de que algunas portaban garrote y que saben utilizarlo.
- Nos queréis matar de frío, ¿verdad?
- Aquí tan calentitos, y allí como en una nevera...
- ¡Qué poca vergüenza! ¡Dale potencia a la calefacción, hombre!
- ¡Esto es intolerable!

Y yo les decía:
-Si yo las comprendo, si es que aquello no está preparado para fríos así, pero es que no se puede aumentar, es que no da más de sí, es que…
Pero lo que me apetecía decirles era: “Anda y váyanse a freír espárragos, que no se pierden un bingo así las maten, leche. Que nadie las obliga a venir, joder!!”
Y es por esto, y porque me temo que en sus bolsos puedan llevar tijeras y cuchillos, que necesito que seáis testigos de todo lo que os he contado y que si un día desaparezco y nadie encuentra mi cuerpo, espero que alguno haga de detective y se acerque a La Pajarera. Las bingueras podrían saber algo.
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Pero eso sí, por vuestro bien, no las interrumpáis.

8 de enero de 2009

EL CAMPO: EL MISTERIO DE LAS AVISPAS

Hace tiempo que me ronda por la cabeza un pequeño reto personal que si lo consigo me complacerá publicar en el blog. Quisiera fotografiar todos los lugares (las casas y calles) en los que he vivido. Tenerlos todos juntos visualmente. Por puro placer nostálgico.
Estos lugares son, por orden cronológico, Elda, Petrel, Madrid, Benidorm, de nuevo Petrel, Elche y Yecla.
A priori, la foto más difícil de conseguir es la de Madrid pues no me queda en la memoria rastro alguno del lugar exacto y porque me pilla un poco lejos, pero voy a preguntar a mis padres si ellos recuerdan dónde estaba aquel piso de Cuatro Caminos y quizá algún lector de la zona me pueda echar un cable.
Por el contrario tengo muchísimas fotos como la que muestro, que pertenece a la casa de campo de Petrel en la que hemos vivido los cuatro hermanos toda la vida. Sobre todo Fran y Ana, que no conocieron otro hogar. Yo soy el mayor y después de mi etapa como único hijo en Madrid, nació Tomás y, por razones de trabajo de nuestro progenitor, ambos pasamos a vivir a Benidorm.
Tendría yo 3 ó 4 años cuando mi padre compró la casa de campo de Petrel y allí nos trasladábamos todos los fines de semana que podíamos.
Hoy la casa no se parece en nada a la que era entonces y a través de los años ha ido reformándose y apareciendo y desapareciendo habitaciones por dentro y árboles y flores por fuera.
En un principio, la casa era tan vieja, tan rústica, que, antes de acondicionarla, abundaban en ella los ratones y cuando llegaba la hora de dormir, me producía una extraña mezcla de atracción y aprensión el ver corretear algún roedor por el suelo o por encima del armario de la habitación.
Con las modificaciones y las obras, la casa fue bautizada como Anai, pero jamás ninguno la hemos llamado así. Siempre ha sido El campo.
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El campo está repleto de recuerdos por todos sus rincones después de haber vivido allí nuestra niñez, adolescencia, etapa de fiestas con amigos, de llevar a las novias, de casarnos, tener hijos…
En El campo compartimos vida siendo niños con infinidad de animales de todo tipo: perros, gatos, gallinas, palomas, pavos reales, peces, un burro, una yegua, un potro…
Por El campo, dada la intensa afición de mi hermano Fran por los idiomas, ha pasado gente de lugares tan diversos como Noruega, Canadá, Inglaterra, Escocia… Con deciros que lo llegamos a llamar el Hotel Cabrerator (Cabrera es nuestro apellido) os lo digo todo.
En El campo sufrimos la histórica riada del 82 que nos inundó todo de agua y barro y que tanto tiempo nos costó eliminar.
Mi abuela paterna, Francisca, plantó un diminuto pino junto a la casa al poco de comprarla. La madrugada en que murió escuché perfectamente cómo empezaban a cantar los pájaros de ese pino. Despertaban entre la frondosidad del enorme árbol en que se ha convertido.
Mi abuela materna, Ana, también murió de vieja en El campo donde nos vio crecer.
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Son tantas las imágenes que me vienen a la cabeza que he pensado que este año voy a inaugurar una serie de entradas sobre El campo que os iré contando porque creo que realmente merecen la pena.
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Empiezo con una anécdota de la época en la que sólo lo disfrutábamos los fines de semana o las fiestas, antes de vivir allí definitivamente.
El hecho es tan singular, tan raro e inverosímil, que ni yo mismo creería hoy que fue cierto si no fuera porque Tomás estaba conmigo y también lo vio y como yo lo recuerda.
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Habíamos "cazado" entre los dos varias avispas y las teníamos en un tarro de cristal que previamente llenamos de alcohol. Las agitábamos en el tarro y nos divertía ver cómo se iban ahogando. Nos hechizaba ver cómo al morir se sumergían lentamente hasta el fondo. (La crueldad de los niños, que no tiene límites...)
Cuando llegó la hora de volver a casa (a Benidorm), dejamos el tarro bien cerrado allí en el campo (en el exterior, en la parte trasera, recuerdo)
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Al fin de semana siguiente allí seguía lógicamente el tarro. Tomás y yo nos acercamos a contemplar nuestro "cementerio de avispas". El alcohol se había tornado menos transparente, con un ligero tono verdoso. Los insectos flotaban apelotonados, sumergidos unos, flotando otros. Una maraña de patas y cuerpos amarillos rayados de negro.
Decidimos abrirlo y esparcir avispas y alcohol por el suelo y una nueva idea surgió como remate a semejante "avispicidio": echar una cerilla y que ardieran.
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Y aquí viene el expediente X. Nada más surgir las azuladas llamas , algunas avispas echaron a volar, otras no tuvieron tiempo y se agitaron entre las llamas al quemarse y el resto de ellas ni siquiera se movieron porque estaban muertas. Pero es que todas debían haber estado muertas y bien muertas después de una semana sumergidas en alcohol. De hecho ninguna se había movido cuando las esparcimos por el suelo.
¿Qué ocurrió? ¿Cuál es la explicación de este hecho? ¿Cómo puede ser que algunas escaparan volando?
Al contarlo, nunca nadie nos ha creído, pero lo comprendo. A Tomás y a mí también nos cuesta creerlo a pesar de que lo vimos con nuestros propios ojos.

5 de enero de 2009

VERDADEROS REYES

Escribí “Verdaderos Reyes” hace mucho tiempo. Rondando los veinte años de edad poco más o menos. Las tres historias están inspiradas en acontecimientos reales de mi vida o la de mi familia. 
Las tenía guardadas en cuatro folios mecanografiados que he vuelto a reescribir en el ordenador 
para poder publicarlo en el blog y compartirlo con todos vosotros.
Me apetecía hacerlo precisamente ahora, en víspera de Reyes.
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VERDADEROS REYES


ORO


Tal vez fueran sólo impresiones suyas, pero a Mendoza le parecía que cada año las largas barbas postizas que sacaba de la caja del altillo eran menos blancas, como si el tiempo se encargara de dorarlas y llevarse el níveo resplandor de antaño. Y cada año, al probarlas sobre su cara y mirarse en la luna del viejo armario del desván, llegaba a convencerse más de lo que su mujer le decía en esas fechas: “Tienes cara de Melchor de verdad”
Mientras desempolvaba la vieja corona, sonreía ensimismado en sus nostálgicos recuerdos. Los cristales de colores en ella engastados volvían a brillar con tan sólo frotarlos con un paño. Y cada falsa esmeralda, cada falso rubí lanzaba a sus ojos vivos destellos de verdaderas joyas, dispuestas a lucir sobre su cabeza ante los ojos de todos los niños que fueran a verle esa noche.
Colgada de una percha, envuelta en plástico gris, dormía la capa real, ese manto de suave terciopelo de un rojo sangrante que abrigaba su ya cansado cuerpo en esa mágica noche de enero en la que Mendoza era un Mago de Oriente durante unas pocas felices horas.
Reciente estaba aún en su memoria aquella lejana noche en que, tras mil preparativos para camuflarse entre las barbas y el maquillaje de su cara, apareciera por primera vez ante su hija Ana. La madre le había precedido ilusionada a la entrada de la habitación:
- Mira, Ana, con quién me he encontrado subiendo las escaleras. ¡Mira quién ha venido a conocerte!
Pero traspasar él la puerta y escuchar “¡Ay, papi, qué feo estás!” fue todo a un tiempo.
Abrochando su capa al cuello no pudo evitar que una furtiva lágrima escapara de sus ojos buscando refugio entre la espesa y rizada barba. ¡Cuántas veces más hubiera querido seguir escuchando la voz de aquella hija que un amargo día decidió llevarse Dios!
Nunca quiso plantearse Mendoza el porqué de aquel fatal destino ni dejó jamás de llenar un poco de ilusión el corazón de tantos niños que ya no pudo tener.
Por eso, el cinco de enero era para el viejo gemelo de Melchor, un día sagrado, un día en el que, desde lo alto de su carroza, ignoraba los porqués que osaban tímidamente a asomarse a su alma y sentía profundamente que era padre otra vez.
Tras colocarse unos guantes blancos y calzarse las eternas botas de tacones desgastados, descendió con cuidado las escaleras del desván.
Su esposa sonrió al mirarle
- La misma cara de Melchor.

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INCIENSO



.Gabriel desempañaba los cristales de la ventana con la manga de su abrigo, pero cuando acercaba la cara para mirar el exterior se volvían a empañar con el vaho de su aliento. Hacía frío afuera. Mucho frío.
Sobre la mesa camilla de la salita, junto a un pequeño ramo de verde muérdago y unas nueces, descansaba la carta que su hijo acababa de escribir a los Reyes Magos. Se acercó para leerla.
Una amplia sonrisa fue creciendo en su cara mientras descifraba la grotesca caligrafía del pequeño y admiraba los dibujos del final en los que su hijo había retratado a los tres monarcas con sus nombres escritos debajo.
“Ahí estoy yo” - se dijo arqueando las cejas al mirar la figura de Gaspar.
Se dirigió a un cajón y sacó un sobre.
En su cuarto de juegos encontró a su hijo Raúl mirando calladamente las estampas de un álbum. Cuando el niño se percató de su presencia desvió la mirada hacia el sobre que su padre traía en las manos.
- ¿Es que no vas a tirar tu carta al buzón, Raúl?
El pequeño hizo una desganada mueca con los labios, miró a su padre de forma inquisidora y siguió pasando las hojas del álbum.
- ¿Qué pasa? - preguntó el padre, extrañado.
- Jorge me ha dicho que los Reyes Magos no existen, que son los padres los que compran los juguetes.
- ¿Quién es ese Jorge?
- Uno de mi clase
- Oh - fingió lamentar Gabriel largamente - ¡Qué pena me da ese Jorge! ¡Pobre niño!
Su hijo le miró atónito, sin saber a qué venía el lamento de su padre
- ¿Sabes lo que le pasa a ese Jorge, Raúl? - prosiguió - Pues que ha dejado de creer en los Reyes Magos y entonces Melchor, Gaspar y Baltasar, que todo lo saben, han dicho: “A Jorge no tenemos que visitarle porque ya no nos quiere”
Tras una pausa, su padre preguntó:
- ¿Tú les quieres?
Raúl asintió en silencio, moviendo con fuerza su cabeza.
- ¡Qué suerte tienes! - prosiguió su padre- A ti también te quieren entonces, porque tú sí crees en ellos. A ti te traerán regalos los Reyes Magos; a Jorge se los habrán de comprar sus padres porque el pobre ya no cree en los buenos Reyes Magos. Ahora ya lo sabes, Raúl: siempre que creas en ellos, ellos vendrán.
El niño sonrió mirando a su padre. Súbitamente dejó el álbum a un lado, le arrebató el sobre de las manos y salió corriendo hacia el salón. 
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MIRRA



.Lo más pesado era soportar el maquillaje en la cara durante tantas horas, porque el turbante le hacía sudar, el sudor le producía picor y el picor le declaraba la guerra a su paciencia. Claro que, era la paciencia la que siempre salía victoriosa finalmente.
“Paciencia, paciencia, hijo mío - le solía decir su padre - que en esta vida todo llega. Todas las ilusiones se pueden cumplir algún día”
- Animo, Valeriano, - le espetaba su socio, que hacía las veces de maquillador y de sastre al mismo tiempo - ya sólo me falta pintarte el cuello y te largas. Esto de maquillarte la cara me pone más negro a mí que a ti. ¡Eres un quejica!
Y Valeriano seguía refunfuñando y pensando que aún tenía que ir a los almacenes, recoger a su mujer, llevarla a casa de su suegra para que recogiera a los niños y los llevara a la cabalgata. Entonces él podría trasladar los juguetes desde el coche a sus habitaciones y correr para llegar a tiempo de ser él mismo, el Rey Baltasar, el que saludara a sus hijos desde la carroza.
Era, desde luego, un ajetreo, una tarde con muchas prisas, pero … ¡qué ajetreo y qué prisas tan formidables!
Era Valeriano un niño de apenas seis años cuando pidió a los Reyes Magos un caballo de verdad. Soñó con el animal muchas noches, y, a pesar de las advertencias de sus padres de que era muy difícil que pudieran los reyes traer algo así, la víspera de tan deseado día imaginó un gran caballo negro en el patio, comiéndose las macetas de su madre.
Ni tan siquiera había despuntado el sol cuando se apresuraba hacia el patio pensando que le daba igual si el caballo era negro o blanco siempre y cuando corriera mucho y él lo pudiera cabalgar.
Su decepción fue enorme cuando bajo la claridad del alba encontró el patio vacío y las macetas intactas. Allí no había caballo alguno.
Al pie de una ventana sus ojos toparon con una peonza, unos tallos de regaliz y un pequeño caballo de cartón.
Durante el tiempo que pasó llorando no imaginaba que ese caballo de cartón haría las delicias de su niñez y que sería su juguete favorito durante muchos años.
Hoy sonreía Valeriano al pensar que ningún otro juguete le gustó tanto como aquel caballito de sus recuerdos, que, de todas formas, también comía de las macetas de su madre.
Antes de partir corriendo para la cabalgata, Valeriano se tropezó con su reflejo en el espejo del recibidor. Por toda la casa flotaba una fragancia especial a mazapanes y resina de pino. Contrastando con la oscura pintura de su cara resaltaban sus ojos y dientes.
- Oh, padre - se dijo - claro que todo llega en esta vida. Y este momento tan dichoso no puede compararse a ninguno.
Y cerró la puerta quejándose del picor en el cuello.



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REENCUENTRO CON LA INFANCIA

Allí estaban Mendoza, Gabriel y Valeriano, o lo que es lo mismo, Melchor, Gaspar y Baltasar, sentados en los tronos de sus carrozas con el corazón henchido de gozo al sentirse observados por los cientos de rostros de niños ilusionados que chillaban, reían y llamaban a gritos a sus reyes favoritos. Allí estaban las múltiples manos revoloteando enfundadas en pequeños guantecitos, los rostros semicubiertos por bufandas, las bengalas encendidas, los fuegos artificiales en la noche, la música, la algarabía de un momento feliz.
Allí estaban los pequeños niños Jesús del siglo XX, con los mismos gestos, los mismos anhelos, las mismas ilusiones de todos los niños a través de los siglos.
Y entre toda la multitud de cortos abrigos y caras sonrosadas buscaba Mendoza a su hija Ana, que sin duda saludaba a su padre y le gritaba “Qué feo estás, papi, con esas barbas…”
Y lanzaba Melchor caramelos. “Benditos niños”
Y entre toda la multitud de botones hasta el cuello y orejitas frías Raúl regañaba mentalmente a su amigo Jorge por no creer en los Reyes Magos y le decía que era un tonto y un pobre.
Y lanzaba Gaspar caramelos. “Benditos niños”
Y entre toda la multitud de zapatos de charol y dientes mellados no podía ni imaginar el hijo de Valeriano que al día siguiente contemplaría un caballo blanco de verdad que los Reyes Magos le traían ...porque todo llega en esta vida.
Y también Baltasar lanzaba caramelos. “Benditos niños”
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