Empiezo con una pregunta:
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¿Os ha ocurrido alguna vez que algo os haya hecho muchísima gracia y habéis reído con ganas a pesar de que a nadie más le pareciera divertida la cosa en cuestión?
¿Os ha ocurrido alguna vez que algo os haya hecho muchísima gracia y habéis reído con ganas a pesar de que a nadie más le pareciera divertida la cosa en cuestión?
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Seguro que sí, y me gustará escuchar anécdotas al respecto.
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Seguro que sí, y me gustará escuchar anécdotas al respecto.
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Yo os cuento hoy una mía, si bien he dudado mucho en si merecía la pena dejar constancia de ella porque, como ya he dicho, lo más probable es que me siga pareciendo graciosa sólo a mí, pero en fin, en el peor de los casos creo que me lo voy a pasar bien rememorándola y compartiéndola con vosotr@s.
Hace unos días entraba como acostumbro en el excelente blog de Lillu - a quien yo llamo la canariña porque es una gallega afincada en Tenerife - y encontré que hablaba de una película que aún no he visto, Wall·E, de la que daba su parecer.
Hace unos días entraba como acostumbro en el excelente blog de Lillu - a quien yo llamo la canariña porque es una gallega afincada en Tenerife - y encontré que hablaba de una película que aún no he visto, Wall·E, de la que daba su parecer.
Como la historia de Wall·E es la de un robot muy humanizado, Lillu hacía referencia por ciertas similitudes a otra película de los años ochenta en la que el protagonista era también un robot. Éste se llamaba Número 5 y aquella película era Cortocircuito.
Leer ese título me trajo a la mente una escena inolvidable y comencé a barajar la posibilidad de escribir una entrada sobre mis impresiones de aquella peli ( debería decir "expresiones" más bien) pues desde entonces me es imposible no asociarla con una anécdota muy particular- y ruidosa- de la que os haré partícipes.
Debió ser en 1986, año en el que se estrenó, cuando los cuatro hermanos fuimos al cine a verla (ahora que lo pienso ésta debió ser una de las pocas veces que hayamos ido al cine los cuatro juntos. Anasister, ¿repetimos? Tomás, Fran... ¿estáis ahí?)
Recuerdo Cortocircuito como una peli flojilla, cine familiar de pasar el rato y ya está; de hecho la he olvidado casi por completo (después tuvo dos secuelas que ya ni siquiera me molesté en ver).
Leer ese título me trajo a la mente una escena inolvidable y comencé a barajar la posibilidad de escribir una entrada sobre mis impresiones de aquella peli ( debería decir "expresiones" más bien) pues desde entonces me es imposible no asociarla con una anécdota muy particular- y ruidosa- de la que os haré partícipes.
Debió ser en 1986, año en el que se estrenó, cuando los cuatro hermanos fuimos al cine a verla (ahora que lo pienso ésta debió ser una de las pocas veces que hayamos ido al cine los cuatro juntos. Anasister, ¿repetimos? Tomás, Fran... ¿estáis ahí?)
Recuerdo Cortocircuito como una peli flojilla, cine familiar de pasar el rato y ya está; de hecho la he olvidado casi por completo (después tuvo dos secuelas que ya ni siquiera me molesté en ver).
Tal vez lo atractivo de la peli radicara en la forma de hablar del robot y lo ingenuo y agudo que resultaba a partes iguales. Pero como digo, para mí hubo una escena memorable que he buscado en YouTube para añadir aquí, sin éxito, pero que os cuento enseguida. (Paciencia, lectores, no os creéis grandes expectativas si no queréis desilusionaros)
Ya digo que no recuerdo bien de qué iba la trama pero sé que en algún lugar se fabricaban robots y a uno en particular (el número 5) le caía un rayo encima que alteraba todos sus circuitos.
Ya digo que no recuerdo bien de qué iba la trama pero sé que en algún lugar se fabricaban robots y a uno en particular (el número 5) le caía un rayo encima que alteraba todos sus circuitos.
A partir de ahí ese robot se desmarcaba de los demás por ser mucho más inteligente.
Creo recordar que se escapaba de la fábrica y conocía fortuitamente a un niño y una niña que se encariñaban rapidamente de él. Gracias a esos jóvenes iba absorbiendo datos y aprendiendo tantas cosas que finalmente la pareja pensaba que Número 5 debía estar vivo, que no podía ser sólo una máquina, que debía encerrar algo grande dentro.
Me parece (al final tendré que hacer por verla de nuevo porque voy dando palos de ciego) que llegaba un momento en que era imprescindible que pudieran demostrar que Número 5 era algo más que metal y cables para poder quedárselo con ellos o para salvarlo de ser destruído o algo así, no sé, pero el caso es que a uno de los dos se le ocurría una idea infalible.
Si le contaban un chiste a su nuevo amigo y éste se reía, sería porque estaba vivo, ya que, según contaban en la película, los robots eran capaces de procesar los chistes pero incapaces de reír con ellos por ser ésta una cualidad humana.
- ¡¡Genial, qué buena idea, cuéntale un chiste!!
- Sí, sí, un chiste... pero cuál...
- No sé, cualquiera...
- Déjame pensar...
Bueno, me perdonaréis que también haya olvidado el que le contaban al robot, pero eso es lo de menos.
- ¡¡Genial, qué buena idea, cuéntale un chiste!!
- Sí, sí, un chiste... pero cuál...
- No sé, cualquiera...
- Déjame pensar...
Bueno, me perdonaréis que también haya olvidado el que le contaban al robot, pero eso es lo de menos.
El momento cumbre se acerca, de todas formas...
El niño le contaba un chiste a Número 5, y su amiga y él se quedaban observándole, aguardando expectantes su reacción.
Al concluir, silencio absoluto.
El niño y la niña cruzaban miradas. El robot permenecía impasible. Más silencio.
El niño le contaba un chiste a Número 5, y su amiga y él se quedaban observándole, aguardando expectantes su reacción.
Al concluir, silencio absoluto.
El niño y la niña cruzaban miradas. El robot permenecía impasible. Más silencio.
Nada. La prueba había fracasado. El robot no reía porque era simplemente una máquina y los niños suspiraban con resignación.
Pero hete aquí que, al rato, cuando la desilusión estaba haciendo mella en el ánimo de los jóvenes, el robot movía la cabeza y se le oía decir, con su metálica voz de pito:
- Ahhhh, jeje.... aahhhhhhhh, jejeje... ¡¡¡ahhhhh, qué bueno!!!... no lo había pilladooo, jajajajajaja.
Y los niños se abrazaban y saltaban entusiasmados porque quedaba patente que su amigo el robot ...era un ser vivo.
Y entonces fui yo el que empecé a procesar la sorpresa, poco a poco.
" Ja, qué bueno, no sólo es que se ríe con el chiste, jejeje, es que tarda en hacerlo porque no lo había pillado, jajaja ¡eso es más humano todavía! jajajaja ¡¡No lo había pillado!!"
Y a partir de ahí, cuanto más recordaba la voz pitufláutica del robot con ese ¡no lo había pillaaado! más y más me reía yo.
Pero hete aquí que, al rato, cuando la desilusión estaba haciendo mella en el ánimo de los jóvenes, el robot movía la cabeza y se le oía decir, con su metálica voz de pito:
- Ahhhh, jeje.... aahhhhhhhh, jejeje... ¡¡¡ahhhhh, qué bueno!!!... no lo había pilladooo, jajajajajaja.
Y los niños se abrazaban y saltaban entusiasmados porque quedaba patente que su amigo el robot ...era un ser vivo.
Y entonces fui yo el que empecé a procesar la sorpresa, poco a poco.
" Ja, qué bueno, no sólo es que se ríe con el chiste, jejeje, es que tarda en hacerlo porque no lo había pillado, jajaja ¡eso es más humano todavía! jajajaja ¡¡No lo había pillado!!"
Y a partir de ahí, cuanto más recordaba la voz pitufláutica del robot con ese ¡no lo había pillaaado! más y más me reía yo.
Para acercaros a lo que fue realmente aquella situación he de decir que cuando una cosa me hace mucha gracia me carcajeo con ganas. Tengo una risa escandalosa de esas que se sueltan echando la cabeza hacia atrás y me rio como debe ser, ensanchando pulmones.
El problema aquí radicaba en que la película continuaba y yo aún estaba riendo.
Mis hermanos no me ayudaban nada para aplacar ese ataque de risa, mirándome de reojo como lo hacían y encogiéndose en sus asientos, como intentando pasar desapercibidos.
- Juan, por favor... - me susurraba anasister abochornada.
- Te estás riendo tú solo, lo sabes, ¿no? - me advertía Fran por lo bajini.
- Yo no te conozco de nada - decía Tomás.
Para mí esos apuntes de los tres, lejos de hacerme tomar conciencia de la situación y obligarme a callar, me provocaban reír más y más fuerte. ¡Y no podía parar!
Aquella tarde debí ser odiado por toda la sala por aquellas carcajadas sin fin y confieso que aún hoy no entiendo por qué nadie más que yo se rió con aquello. Desde luego, de haber estado el guionista allí entre el público, sin duda se habría levantado a abrazarme emocionado.
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Y no os exagero si os digo que fue una de las veces que más a gusto me he reído en mi vida.
Mis hermanos no me ayudaban nada para aplacar ese ataque de risa, mirándome de reojo como lo hacían y encogiéndose en sus asientos, como intentando pasar desapercibidos.
- Juan, por favor... - me susurraba anasister abochornada.
- Te estás riendo tú solo, lo sabes, ¿no? - me advertía Fran por lo bajini.
- Yo no te conozco de nada - decía Tomás.
Para mí esos apuntes de los tres, lejos de hacerme tomar conciencia de la situación y obligarme a callar, me provocaban reír más y más fuerte. ¡Y no podía parar!
Aquella tarde debí ser odiado por toda la sala por aquellas carcajadas sin fin y confieso que aún hoy no entiendo por qué nadie más que yo se rió con aquello. Desde luego, de haber estado el guionista allí entre el público, sin duda se habría levantado a abrazarme emocionado.
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Y no os exagero si os digo que fue una de las veces que más a gusto me he reído en mi vida.
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Es vuestro turno. ¿Algún cortocircuito interno incomprendido?
Es vuestro turno. ¿Algún cortocircuito interno incomprendido?