Si entro en la máquina del tiempo que tengo en la azotea, puedo verme en clase de Geografía con don Antonio, cuando estudiaba 8º de EGB.
Por aquel entonces no era una asignatura que me gustara especialmente. Me aburría bastante tener que memorizar los afluentes del Duero o del Ebro que, además de ser demasiados, tenía uno que recordar los que llegaban por la derecha y los de la izquierda. ¡Toma ya! Y además estaban las cordilleras, los ríos, los cabos, los golfos... ¡parecían no querer acabarse nunca!
Reconozco, sin embargo, que la cosa cambiaba si había un mapa de por medio. Las cosas vistas sobre un mapa tenían un atractivo mucho mayor.
Los mapas me han fascinado desde siempre, sobre todo aquellos con mucho colorido en los que se diferencian bien los países, o las provincias o las cordilleras...
Con la geografía me ha pasado como con las lentejas, que de niño las miraba con cara de pocos amigos y ahora me parecen una delicia para los sentidos.
En los últimos años he ido descubriendo una motivación especial ante el estudio de datos geográficos de todos los países del mundo.
La cosa empezó con un reto que me autoimpuse en unas vacaciones de verano: aprenderme las capitales de todas las naciones. Dado que la cosa resultó más peliaguda de lo que imaginaba, se me ocurrió hacer tarjetas con el nombre del país por un lado y la capital por otro. Más tarde lo perfeccioné utilizando cinco colores de cartulina distintos, para diferenciar los continentes. Conservo esas tarjetas dentro de una bonita caja que diseñé para guardarlas.
Una vez conseguido el reto con suma satisfacción, se me ocurrió que sería digno de elogio reconocer las banderas de los 195 países del mundo, y ni corto ni perezoso volví a hacer fichas para ir repasando una y otra vez.
Y una vez metido en esta ilusionante dinámica, me entró la fiebre por crear un juego de mesa.
Tenía sus dados, fichas para hacer el recorrido y banderines de colores según los logros obtenidos. Servía en principio para repasar capitales, banderas y situar todos los países en el mapa. Después fui añadiendo los más altos montes y los ríos más largos del mundo.
Al ser el tablero de un tamaño poco manejable (tiene tres paneles) no me resultaba cómodo para estudiar, así que confeccioné otro de una sola pieza que también sirvió de juego.
Tras las capitales, las banderas y las localizaciones, ¿qué me resultaba atractivo de aprender? Pues la silueta de todos los países. Otras 195 fichas para familiarizarme con sus contornos.
Por supuesto, todas las fichas tienen su propia caja porque además de la geografía me gustan las manualidades. ¡Y el orden!
... no me queda más remedio que llenar sus páginas con las fichas de todos los países en orden alfabético.
Y todavía sigo con ganas de aprender muchos otros datos y tengo en mente un par de divertidas ideas para compartir con familiares y amigos.