Unas veces han carecido del glamur o el caché necesarios para tenerlas
en cuenta, otras se han topado con descartes por ideologías políticas o
censuras morales, y otras, simplemente, fue culpa del historiador del momento, que se perdió gran parte del meollo, entretenido
como estaba en la degustación de los canapés ofrecidos.
Pero como dijo Buda en una boda: “Hay tres cosas que no se pueden
ocultar por mucho tiempo: el sol, la luna y la verdad”
Lo cierto es que hay verdades que sí han tardado mucho tiempo en ser descubiertas, como que mi tío Alberto tenía una querida en Pamplona, que se supo muchos años después, cuando ella vino al entierro de mi tío llorando a moco tendido.
Recientemente, unos jóvenes investigadores de la Universidad de Yeil han podido demostrar por fin, que las pirámides de Egipto NO fueron construidas por extraterrestres.
El 2 de febrero del año 2570 antes de Cristo, cuando se colocaba la última piedra de la fastuosa Gran Pirámide de Keops, los allí presentes fueron testigos del aterrizaje de cinco naves brillantes de las que descendieron seres con más luces que Las Vegas en día de fiesta. El faraón murmuró entre dientes: “A fresco loto, papiro seco”, que es el equivalente a nuestro “A buenas horas, mangas verdes”.
Aquellos extraterrestres se excusaron por la tardanza explicando que habían tenido que dar un gran rodeo por la rotonda de Andrómeda (hay que tener en cuenta que hace miles de años el Universo estaba todavía en construcción)
El faraón y su séquito los recibieron con malas caras porque la ayuda
que esperaban de ellos hubiera sido muy provechosa, al tener cada
extraterrestre cuatro brazos y ocho manos, además de pies antideslizantes.
Pero el verdadero motivo del disgusto de Keops radicaba en el hecho de que había esperado un gran aplauso en la inauguración de su pirámide, pero nadie batió palmas por la cantidad de callos que tenían en las manos. Aún así, el faraón quiso agasajar a su pueblo haciendo correr ríos de cerveza. El espectáculo en sí fue muy bonito, pero los egipcios lamentaban semejante derroche y entre ellos comentaban que hubiera sido mejor que fuera servida en jarras.
Los extraterrestres regresaron a su planeta esa misma noche a. C., aunque dos de ellos pidieron asilo político en la embajada de El Cairo y se hicieron terrícolas de facto. Los descendientes de aquellos dos forasteros multi membranosos son el origen de tanta especulación hoy en día, en frases como “Viven entre nosotros” “Hay otros mundos, pero están en éste” o “Se metió con su jefe y lo puso verde”
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Fray José Ginés de Lebrija no
imaginaba las consecuencias históricas que tendría su interés por encontrar en
los Archivos de Indias de Sevilla la receta del pavo a la Moctezuma.
Recordaba que la había visto un
mediodía de 1976 en alguno de los 1796 libros sobre el arte y folklore
culinario de las tierras amerindias, y hojeando
aquí, allá y acullá, descubrió, oh, sorpresa, una carta sin clasificar dirigida a la Reina
Isabel I de Castilla y firmada por el mismísimo Cristóforo Colombo, (Colón para
los amigos)
Con los ojos como platos (como platos sin pavo, se entiende) leyó lo siguiente:
“Majestad, hemos yegado bien.
Algunas bajas en la tripulación por empecinamiento a no comer sano o
por tedio e aburrición, a más de un par de marinos que cayeron al mar jugando a
la gayinita ciega.
El espectáculo ante los mis ojos es harto maraviyoso. Costas de
vegetación infinita y aguas color desmeralda, con unas playas mejores que las
Bahamas que pienso descubrir.
Es de justicia dezir que el recebimiento por parte de los nativos está
siendo muy satisfatorio, pues nos agasajan con vistosos presentes como telas
fermosas, frutas jamas probadas y algunas flechas lanzadas a asombrosa
velocidad e buena puntería.
Del avistamiento del clavo y la canela, nada todavía, y he de decir, e
ruégoos que esto quede entre nos, que todo huele a nuevo aquí, a demasiado
nuevo, y que yo soy de Lepe pero no soy tonto. (1)
Mis cálculos me dicen que esto no son las Indias sino tierras
inexploradas, pero mejor nos irá en no alardear dello, pues los golismeros de
los portugueses querrían venir a sacar tajada.
Lo que sí os ruego, Majestad, es que a más de guardar este secreto, me
conceda también el honor e la gloria de que estas tierras tengan algún día mi
nombre. Se me ocurre Colonesia o Colonoscopia, por dezir algunos, pero lo dejo
a su eleción e buen criterio. Pero sea presta a realizar gestiones, no venga
ahora un listillo mugroso a comerse las mieles del mío efuerzo.
Sin más, prosigo con la misión de conseguir los mayores tesoros para
ofrecer a Su Majestad, a.q.d.g.m.a.” (2)
(1) José Ginés flipó en siete colores al descubrir que el marino
ilustre no era genovés, ni francés ni catalán. ¡Colón era de Lepe!
(2) Para la mayoría de los historiadores que estudiaron la carta que halló el de Lebrija, Colón se despedía diciendo “a quien dios guarde muchos años”, pero también se contempló la posibilidad de que significara “ah, querida, deseando gozaros más ahora” Eso demostraría que Colón y la Reina Isabel tenían un rollito de primavera y explicaría por qué Fernando no tragó nunca al genovés. Perdón, al de Lepe.