En verano, antes de que la canícula empiece a ponerse farruca, nos vamos todos al Puerto.
Llamamos así a esta casa de campo por estar a los pies de una montaña conocida como Morrón del Puerto, a 8 kilómetros de la ciudad. Allí se puede respirar y dormir bien por las noches (salvo que no quieras dormir, claro)
Hubo un tiempo en que había overbooking de primos en el Puerto y ya bien entrada la noche, el abuelo Juan (el Tato) tenía que pegar un grito desde su cama para que se restableciera el silencio.
Inolvidable aquella vez en que se oyó:
-Carlota, ¡¡a dormir!!
-¡SI ESTOY DURMIENDO! - protestó furiosa al ver que la culpaban a ella.
Carlota es un torbellino de vida. Despierta, inteligente, observadora y con una imaginación de las que a mí me gustan: en constante ebullición.
Cuando se junta con Aitana se convierten en un par de ángeles… endemoniados.
-¿Qué hacéis tanto tiempo en el aseo? - preguntó un día la abuela Fina desde el otro lado de la puerta.
-¡Nada!- exclamaron a la par.
-¿Nada? ¡Algo estaréis haciendo!
-Nos estamos poniendo una mascarilla de limpieza.
Un par de días después, sentados todos a la cena, la abuela Fina comentó:
-Pues hoy he encontrado la papelera del aseo hasta los topes de toallitas. No sé quién habrá gastado tantas.
Aitana y Carlota se hicieron las suecas.
-¡Y un pintalabios roto! – añadió la abuela, esta vez con los ojos puestos en una y otra.
Ambas cruzaron una fugaz mirada en la que se podía leer “¡Nos han pillado!” y bebieron agua para disimular todo lo que pudieron.
Pero no se libraron de la bronca, claro.
En otra ocasión les dio por jugar a dependientas de una boutique de ropa. Pusieron música en su habitación y colocando en perchas sus camisetas, pantalones y pijamas , fueron colgándolas por todas partes. En el colmo de la originalidad, y para darle un aire de tienda moderna, pegaron con cinta adhesiva sus bikinis por las paredes.
Después nos invitaron a los mayores a pasar y comprar cualquier prenda.
Había que ver la amabilidad con la que nos trataban y cómo nos señalaban dónde estaba el probador. Todo cuidado al detalle. Si hasta tenían walkie-talkies para decirse cosas como “Sandra, tráeme cambio cuando puedas, que me he quedado sin monedas.”
Ocurrió que se entregaron tanto en montarlo tan a lo grande que de repente les dio una pereza enorme recogerlo todo.
-Imagino que ahora guardaréis todo esto-les dijo la abuela.
-Ay, sí... Ahora después.
Pero las horas pasaban y la habitación seguía igual.
Cuando por fin se decidieron a desmontar la boutique, la cinta adhesiva de uno de los bikinis se trajo consigo un buen trozo de pintura de la pared, dejando un llamativo desconchón.
-¡La Fina nos mata!- exclamó Carlota.
-¡Ay! ¿Qué hacemos ahora?
-Ahí afuera hay un bote de pintura blanca. Hay que pintar esto antes de que lo vea.
-¿Y si nos pilla? - quiso saber Aitana.
-Entretenla mientras voy a por el bote.
Y así fue que Aitana fue a la cocina para procurar que la abuela Fina no saliera de allí, mientras Carlota se afanaba por coger el bote y el pincel y dar dos brochazos al pelado de la pared. La abuela Fina no se enteró, pero sí el Tato, que la pilló con el bote de pintura en la mano, pero al parecer no quiso que empezara otra guerra y las protegió con un silencio de complicidad.
-Fina, – decía hace poco Aitana- queremos decorar nuestra habitación. Y nos sobran cosas.
-¡Miedo me dais!
-Esa lámpara hay que quitarla- añadía Carlota señalando el techo.
-¡Esa lámpara no se quita!
-¡Pero si es feísima! - protestaba Aitana- ¡Y encima no funciona!
-Es de casa de abuela rancia!- apuntó Carlota – Y esos cuadros también fuera.
-¿Quitar esos cuadros?- se alarmó la abuela – ¡Ni hablar! ¡Que son de la Virgen Niña!
-¿Y para qué queremos a la Virgen Niña en nuestra habitación? - argumentaba Carlota – Anda déjanos decorarla a nuestro gusto y verás cómo te gusta.
La abuela huyó de la habitación renegando y las dos primas continuaron imaginando cómo la mejorarían.
Y en esas estaban cuando Aitana salió al salón para traer un pequeño portamacetas y comprobar cómo quedaba en una de las paredes. Pero lo inclinó tanto que una maceta con cactus incluido cayó sobre la cama, dio un bote y fue a para al suelo, dejando tierra y pinchos por todas partes.
Otra vez las dos dando vueltas por la habitación como dos dibujos animados desesperados.
-¡Aitana! ¡Las Fina nos mata!
-¡Rápido, trae la escoba!
-¡No puedo, está en la cocina!
-Pues trae una bolsa y lo recogemos con las manos.
-¿Y si me pregunta?
-¡Que no te vea cogerla!
Pero estas dos diablillas no terminan nunca de salir indemnes. Estaban ya acostadas cuando oyeron a la abuela murmurar.
-¿Y esta tierra que estoy pisando?… ¿¿Y la maceta que me falta aquí?? … Ay, estas crías… ¡Ya verán mañana!
Y ellas, susurrando desde las literas:
-Carlota.
-Qué.
-¿Tú crees que mañana nos mata la Fina?
-¿Matarnos sólo? Nos va a cortar a taquitos y nos va a echar a los perros.
Pero qué tendrá el paso del tiempo que al rememorar todas estas trifulcas y sus consiguientes enfados lo convierte todo en algo tan divertido.
Este verano el Tato ya no está entre nosotros y se le está echando mucho de menos. Pero estamos seguros de que se ha venido al Puerto y sigue siendo testigo feliz de todas las vivencias familiares.
Y, cómo no, de los clásicos rifirrafes entre abuela y nietas.
-A vosotras lo que os pasa - les dice la abuela Fina- es que estáis en la edad del pavo.
-¿Del pavo?- responde Aitana - ¡Y del tucán también!
Y se ríen las tres.