Se han cumplido seis años trabajando en el Centro de Mayores de Villena.
Por esas vueltas que da la vida, esta ciudad, que tan solo era un lugar de paso para mí, se ha ido convirtiendo en algo muy mío también.
Enamorado sigo de su castillo, y del casco antiguo de callejuelas estrechas y laberínticas que nacen a sus pies. Y en las primaveras, el mercado medieval que montan en el barrio de El Rabal es algo tan espectacular que merecería la pena presentároslo algún día en un reportaje.
Me he acostumbrado perfectamente al latido pausado del Centro, al trasiego de gente mayor que se reúne por las tardes para jugar a las cartas o al dominó.
Me gusta el denso aroma a café que flota en el ambiente cuando los jubilados llegan de casa recién comidos y van sacando de la máquina un café tras otro. "El calentico", que dicen ellos.
Me divierte observar a esas señoras que van a la peluquería y sienten mucho apuro al tener que cruzar un salón abarrotado de hombres, o escuchar a la pareja que diariamente informa de quiénes son los difuntos del día, dando tantos datos y detalles de sus vidas que casi podrían escribir sus biografías.
Apenas hay voces altisonantes, salvo los de algún cascarrabias que no sabe perder en el juego, o las protestas puntuales cuando la calefacción es floja en días de frío o se avería el aire acondicionado en verano.
Es curioso que los dos usuarios del centro a los que más afecto tengo reciban numerosas críticas por parte del personal y se les tache de antipáticos. Yo no les veo así en absoluto, aunque quizás ocurra que solamente yo he conocido su lado amable y su verdadero corazón risueño.
Una es mi querida Josefina, la capo Corleone, la reina del bingo. Un peinado impecable sobre un porte firme de miradas severas le confieren aire de señora seria. Pero aquella mordacidad de sus protestas y las sarcásticas advertencias que me lanzaba en mis primeros días, iban acompañadas siempre de un agudo sentido del humor, así que, lejos de amilanarme, me la hicieron más interesante cada día y, no sé cómo, pero nos fuimos ganando el uno al otro hasta profesarnos un sincero afecto.
Josefina me contó su niñez en Petrel, sus años mozos, su matrimonio "con el hombre más bueno del mundo", los años difíciles de la posguerra..., y, por supuesto, su sueño de que los Reyes Magos le traigan algún día a Bertín Osborne. "¡Pero que sea antes de que me haga más vieja y ya no me quiera!"
El otro gruñón incorregible es José, uno de aquellos Billy y Garret que tanto se odiaban. Nunca quise decantarme por ninguno de los dos enemigos, pero en mi fuero interno siempre me simpatizó más Garret, es decir, José, al que todos llaman Cabila.
Hubo un antes y un después en nuestro trato, que nunca dejó de ser amable, y fue el día en que me lo encontré por la calle.
Hacía calor y Cabila estaba sacando una silla a la puerta de su casa para tomar el fresco. Se alegró mucho al verme y me rogó que esperara un momento, pues quería presentarme a su mujer.
- Así que tú eres Juan - dijo ella al verme - Mi marido me ha hablado mucho de ti.
- Y a mí de usted; ya me dijo que es yeclana.
- Juanico, ya sabes dónde vivo - decía él - Cualquier cosa que necesites, no dudes en venir a pedírmela. ¡Pero de verdad!, ¿eh?
Y desde aquella vez, Cabila acentuó su sonrisa al llegar. Tomaba el Marca y la caja de dominó marcada con una cruz roja y hablaba un rato conmigo antes de dirigirse a su mesa. Un viaje reciente con su mujer, un consejo, alguna broma, un comentario futbolero... Así, día tras día.
A finales del pasado verano, me vine con Samuel al Centro para que pasara una tarde conmigo y viera cómo es todo aquello. Cuando Cabila llegó y vio a ese hombrecito a mi lado, se quedó unos instantes muy quieto por la sorpresa. Sin pronunciar palabra me miró con ojos interrogantes y me lo señaló con un rápido movimiento de cabeza.
- Sí, es mi hijo - le dije- Mira, Samuel, este es José.
Se dieron la mano y noté que a Cabila le brillaban los ojos. Me percaté de que quería decirle algo pero la emoción se lo impedía.
Fue a la hora de marcharse cuando le salieron las palabras.
- Así que has venido al trabajo de tu padre, ¿eh?
- Sí
- ¿Te gusta el futbol?
- Sí, mucho
- ¿De qué equipo eres?
- Del Real Madrid
- ¡Sí, señor, como yo! - y volvía a darle la mano, riendo con satisfacción.
Al día siguiente, lo primero que hizo Cabila fue preguntarme por Samuel. Le traía unos cuentos que tenía por su casa. Le agradecí mucho el detalle y le dije que se los daría de su parte.
- Ay, Juanico, ayer al ver a tu hijo... me recordó al mío... Yo es que perdí un hijo, ¿sabes? Se me murió muy jovencico.
- Vaya, cuánto lo siento - le dije apretándole un brazo.
- También le gustaba mucho el futbol - dijo con una sonrisa emocionada- Todos los días me acuerdo de él.
Desde entonces, Cabila me fue preguntando por mi hijo prácticamente a diario, "Me acuerdo mucho de tu chiquillo, ¿cómo está?" y al despedirse, su consejo: "¡Disfruta de tus hijos, disfrútalos ahora que puedes!"
Hace tan solo un mes, Cabila se acercó a mí antes de marcharse a casa.
- Juanico, vamos a estar unos cuantos días sin vernos.
- ¿Y eso?
- Me van a operar. Los médicos han visto unas manchicas por aquí... -se señalaba un lado del cuerpo - Una cosa un poco fea.
Viendo que yo me iba poniendo serio, volvió a ensanchar su sonrisa.
- No, pero no tengo miedo, de verdad que no. Luego tardaré en venir porque me pondrán quimio y no estaré para muchos meneos, pero yo ahora estoy tranquilo.
- Va a ir todo muy bien, - le dije- ¡seguro que sí!
- Mi mujer... claro, está más asustada, pero es que... la verdad, como a mi no me da miedo morirme...
- Cuídese mucho, que quiero verle pronto por aquí otra vez.
Nos cogimos de las manos y nos sonreímos los dos.
- No se lo he dicho a nadie de aquí, solo a ti, porque te considero un amigo. Si preguntan por mi... tú diles que me he ido de viaje.
- De viaje a Benidorm, ¿verdad?
- Sí, a Benidorm
Y antes de marcharse se giró para decirme, una vez más, que se acordaba de "mi chiquillo", que le diera muchos recuerdos de su parte.
Escuché su nombre la semana pasada y tuve que salir al exterior por la impresión que me produjo. Volví a entrar deseando haberlo oído mal, pero me lo confirmaron.
- Sí, Cabila, ese que te pedía el Marca, ¿sabes quién te digo?, se murió ayer.
Ese tarde quedó el periódico deportivo sobre mi mesa. Nadie me lo pidió. También la caja de dominó era un objeto solitario frente a mí, y la cruz roja que él dibujó parecía querer llamar mi atención.
Fue una tarde larga y triste en la que no tuve ganas de hablar con nadie.
Aún me duele ver su silla vacía.
Quiero pensar que eres infinitamente feliz ahora. Hoy soy yo quien se acuerda mucho de ti y el que te dice:
"Disfruta de tu hijo, amigo Cabila, disfruta de él ahora que puedes"