20 de marzo de 2022

EL BESTIARIO DE JURADIA

Hablando en serio, ¿cómo puede haber gente que dude de la existencia del monstruo del lago Ness? ¿Qué razón de existir tendría ese lago escocés sin su tímida criatura guardando las profundidades? Sería tan absurdo como triste.

Pero para ahondar aún más en lo insólito, también hay un abundante número de habitantes de este planeta que no cree en los fantasmas. ¡Por favor! Hay muchísimos castillos vacíos , muchísimas mansiones sombrías como para desperdiciar la oportunidad de que los habiten estos admirables entes. Con ese dejarse ver sin ser vistos del todo, su postureo tras las ventanas y ese escalofriante arrastrar de cadenas... ¡Son absolutamente necesarios! ¿Qué falta de empatía es esa?

Yo tendría que haber vivido en la Edad Media, cuando el mundo estaba a medio descubrir, cuando apenas había libros al alcance de la mano y la gente creía en lugares mágicos y seres fabulosos. ¡Claro que sí! Vivir creyendo que tras la cascada de un bosque neblinoso podías encontrar un unicornio  de blancas crines  debió de ser excitante a más no poder. Donde esté algo así que se quite Internet.

La certeza de que si viajabas más allá de tu modesto hogar arribarías a lugares donde habitaban las sirenas, los dragones, los duendes o bestias de muchas cabezas...  es que no veo más que pura adrenalina y ganas de emociones fuertes. 

Hoy me siento tan medieval que, aunque sea por unos minutos, seré uno de aquellos hombres de fe que ilustraban y describían lo nunca visto con tanta precisión que hasta ustedes mismo se contagiarán de mi apasionamiento y creerán en estas bestias.

Eso sí, pongan un poco de su parte, por favor.

EL COCKADULIDO

Vive en las grutas más profundas de las montañas calizas del Yemen. 
El Cockadulido es del tamaño de un caballo sin jinete. Tiene cabeza de pollo patriarcal, cuerpo de rinoceronte  serrano y cola de reptil sin precisar. 
Se puede reconocer al macho por tener en su lomo una mancha con el relieve exacto de la región de Murcia. Las hembras tienen la piel mucho más hidratada y ponen cinco veces más huevos que los machos. 
Son muy dados a cascar nueces con las patas traseras, aunque rara vez las ingieren después. Es más por el crujido, que les mola. 
Se alimentan exclusivamente de pequeños coleópteros macerados con el rocío de la madrugá.
Son extremadamente peligrosos, pero sólo si te adentras en las grutas más profundas de las montañas calizas del Yemen y gritas: ¡Sal, hijueputa!



EL TAPYRSIGUIDO

Bestia maravillosa muy de ver y  poco hallar.
Apreciada como mascota de nobles y noblesas que gustan de admirar su cabeza de tapir, cuerpo de tigre, cola de escorpión y alas de libélula.
Sale de su escondite en  muy raras ocasiones, especialmente si algún presbítero va echando por el suelo pulpa de tamarindo. 
Su caza es muy elaborada pues hay que embriagarlo con grandes cantidades de vino de Oporto, y una vez dormido enfundar sus orejas, altamente venenosas (no así su aguijón, que es de adorno).
Los más valiosos tienen una de sus patas albinas y una garra de iguana azulífera que rasca las espaldas como nadie.
Sus alas tardan 76 años en desarrollarse del todo. Para cuando están listas, el tapyrsiguido ya no tiene ganas de volar.


EL NOSFERUBEATO

Pasa las horas del día dormitando en las más altas ramas de los más altos árboles en las montañas más altas de Malta, husmeando lo que se cuece desde allá arriba.
El Nosferubeato tiene cabeza de murciélago trasnochador, cuerpo de águila vieja y cola de patas de calamar. De su cuello cuelga siempre una medalla de Nuestra Señora de Covadonga, de quien es devoto.
Existe una gran variedad de familias de Nosferubeatos: el moquillo amarillo, el ojillo de almendra, el piquito de oro, el golfillo cornudo, el calvete de ronda... Todos realmente parecidos salvo por sus grados de sordera.
La infusión de su cola sirve para curar la gota y sus excrementos tapan las goteras.
Su imagen aparece en el escudo de los Condes de Malabares y Sigüenza.



LA MORSAGEA

Avistada por los más osados marinos que sortean las costas de Terranova, Finisterre y Terraterre, la Morsagea aparece entre la espuma de los acantilados portando el Mundo en su aleta derecha. 
Su imagen es la de una magnífica cabeza de ciervo con cuerpo de morsa y barbas de orangután, y en su lomo lucen las plumas de las 18 especies de aves del paraíso en orden alfabético.
Tan bella  estampa suele dejar sin aliento a los hombres de la mar, que vomitan por la borda entre lágrimas de fervor y hurras a los cielos.
En la época de apareamiento la Morsagea deja brotar alguna planta trepadora por sus astas. Cuando la planta florece, la bestia eructa, sonríe y cae muerta al mar, llevándose consigo al Mundo entero.



LA BELICAE HIRSUTA

Es la más temerosa bestia que pueda conocer la Humanidad. 
Se arrastra por los Urales como una viscosa serpiente cascabel (de auténtico cascabel dorado, para deslumbrar a los incautos), cartilaginosas patas de araña y cabeza de misil que mira amenazante hacia occidente.
No sirve como mascota, ni siquiera como palabrota, tampoco como remedio para los males pues ella es el mal sin remedio.
De todos los  monstruos aquí expuestos es el único al que les permito que ignoren y olviden y opto por que quede aplastado en este bestiario de la Edad Media que me acabo de inventar y que devuelvo a los anaqueles del siglo X.

Y ya, antes de despedirme, tan sólo una pregunta:

¿Verdad que deberíamos apoyar la existencia de nuestro inocente monstruo del lago Ness?

12 de marzo de 2022

TESOROS DE ROJIZO RESPLANDOR


 Y de nuevo es protagonista mi bisabuelo Francisco, como en la entrada anterior.

Esta es una foto tomada en  1965, en la boda de mis padres. 

Me dicen que fue siempre un hombre de buen carácter y excelente salud, a pesar de que siempre andaba con un cigarrillo entre los dedos.

"¿Sabes cuándo empecé yo a fumar? -comentaba- ¡En Cuba! Las negras de allí me enseñaron a liar tabaco."

Por fortuna nunca tuvo ninguna enfermedad, ni tan siquiera leve, y caminaba ágil y "molt be plantat", como decía mi abuela.

Me cuentan que mi bisabuela Ana María envejeció mucho peor que él, y llegó un momento en que una de sus hijas se la llevó a su casa para atenderla mejor. Mi bisabuelo, que siempre había vivido en el campo, no se vio capaz de encerrarse en un piso en la ciudad y prefirió quedarse con la otra hija, mi abuela.

"Pero cuando llegaba el fin de semana - cuenta mi madre -  se acicalaba a conciencia, frotándose  cabeza y cuello con aguardiente, porque era lo que mejor le funcionaba para eliminar la grasa de la piel, y cuando se vestía y se ponía el sombrero nos decía: <<¡Hala, me voy a ver a la novia!>> y se marchaba a ver a su mujer"

Ana María murió sin llegar a conocer a ninguno de sus catorce bisnietos, pero Francisco, que alcanzó los 92 años de edad, pudo ver las caras de seis de ellos, siendo el último un tal Juan Ramón, que en estos momentos está rememorando esta historia.

Una mañana de domingo, paseando por el mercadillo que ponen junto a la iglesia de Orito, mi bisabuelo se acercó a  uno de los puestos para comprarme el que considero mi primer juguete, y que, aunque parezca mentira, todavía conservo.

Me encanta contar esta anécdota porque el regalo en cuestión fue... ¡un pequeño tridente de madera!

Pensar que fue una casualidad me resulta de lo más aburrido. Yo prefiero creer que ya vio en mí a un pequeño diablo (tenia tan solo dos años cuando me lo compró) o que intuyó que ese bisnieto iba para diablo y necesitaba sus accesorios.

También es posible que todo comenzara en el mismo momento en que agarré yo aquel "cetro" y que ese gesto me hiciera comprender para qué estaba yo predestinado.

En cualquier caso, creo que mi bisabuelo acertó de lleno al elegir aquel objeto para mí. Seguro que nunca imaginó hasta qué punto.

Que tuvo muy buena salud hasta el final lo demuestra el hecho de que murió de repente, sin muestras de aviso. Una mañana estaba viendo cómo cambiaban el pañal a uno de sus bisnietos y haciendo incluso bromas al respecto cuando la vida le dijo "hasta aquí hemos llegado". Se fue sin molestar, sin sufrimiento, sin hacer ruido.

El tridente es, por tanto, el primer tesoro del que quería hablar. 

El segundo perteneció a mi abuela Anita y podría considerarse el contrapunto del anterior. 

Esta foto fue tomada en 1913, el día de su Primera  Comunión. 

Anita era la mayor de las tres hijas de Francisco y Ana María. La pequeña era Concepción, y Práxedes, la segunda, fue una niña tan particular que quise contar su historia  aquí

Observando la foto, se puede apreciar sobre el reclinatorio el pequeño misal de tapas de nácar que llevaba aquel día. 

Pues bien, un día lo encontré en su casa y me pidió que lo guardara yo.

Hoy pienso que fue su forma de dar equilibrio a mi vida.

"Si mi padre te hizo diablo, -debió pensar- yo te doy ese misalito, para que no seas malo del todo"

Y por eso será que he conseguido ser un buen diablo. Pero ojo, "buen diablo" no es un oxímoron en este caso. Soy un buen diablo porque soy un diablo de los buenos, de los de verdad. ¡Eso que quede claro!


En la tapa posterior hay un lugar donde guardar el crucifijo. Una  pestaña abatible sirve para abrir o cerrar ese mágico escondite.


(Mi abuela Anita y yo)

El tercer tesoro es el peor conservado, aunque, según como se mire, está en perfectas condiciones.

Y también le encuentro hoy una explicación a que lleve tantos años conmigo.

La historia viene de cuando éramos niños. 

A finales de los años 70 y principios de los 80 nuestros primos de Sevilla venían de vacaciones a Petrel. ¡Qué veranos aquellos! No nos cansábamos de jugar.  Cuando no era al escondite, era a polis y cacos, o a mojarnos con la manguera, o a hacer cabañas, o a contar historias de miedo... 

Yo me llevaba especialmente bien con mi prima María José, que a sus 12, 13 años cantaba perfectamente las canciones de Olivia Newton-John; las de Grease y Xanadú. A mí se me caía la baba escuchándola.

(Mi prima María José conmigo y mis hermanos)

Una de aquellas tardes, momentos antes de regresar a Sevilla, estuvimos jugando a intentar comernos unas manzanas colgadas de un árbol, sin utilizar las manos, cosa nada fácil. Llegó la hora de despedirnos y de ver con pena cómo subían todos a aquel Renault 12 rojo y se alejaban por el camino del campo.

Poco después pasé por el árbol donde colgaban las manzanas mordidas. El pensar que unos minutos antes habíamos estado riendo allí me produjo una nostalgia enorme y no sé bien por qué decidí que tenía que guardar la manzana que se había comido mi prima, con la idea de mostrársela cuando volviera.

Y así ocurrió. Se sorprendió al verla al verano siguiente, arrugada y oxidada y le hizo gracia el que hubiera tenido yo la ocurrencia de guardarla.

¿Y qué hice entonces? ¿Tirarla a la basura? No, qué va, ya puestos pensé que la podía guardar un año más. Y después otro. Y otro. Y otro.

Y sí, la manzana en cuestión, la que se comió mi prima aquel verano ¡tiene hoy más de cuarenta años!

(Hasta  el hilo con el que fue colgada)

Digo yo que si el diablo tuvo mucho que ver con una manzana (la de Adán y Eva) yo no iba a ser menos y guardo como un tesoro la manzana de María José, tan prehistórica ella, tan en los  huesos la pobre. Pero con un ADN sano como un roble, que lo sé yo.

Madre mía, creo que estoy fatal.
Pero también creo que me ha quedado una entrada chula, ¿no?