30 de mayo de 2013

BIENVENIDOS A LAS CASAS MISTERIAS


- ¿Te acuerdas de aquel cuadro de las calaveras que encontramos en una casa? – me preguntaba Fran hace unos días.

Es rara la vez que reuniéndome con mis hermanos no surja algún recuerdo de  niñez, historias en las que solemos bucear hasta lograr sacar a flote todos los detalles que de aquellas escenas nos quedan en la memoria. Cuando surge esa magia  siempre se me enciende una luz que me incita a escribir sobre todo ello en el blog.

- Claro que me acuerdo. El de aquella casa “misteria”…
- Yo estaba con el  papá y me dijo: Fran quédate aquí un minuto,  que enseguida vuelvo. Y a mí me daba tanto miedo aquel sitio que cuando volvió me encontró llorando.


En los tiempos en que nuestro padre trabajaba en la compraventa de fincas, era habitual que nos llevara a ver las casas que había adquirido, lugares que pasarían pronto a otras manos pero que por unos días podíamos decir que eran “nuestros”,  y de hecho así los sentíamos.

Muchas de aquellas casas eran tan majestuosas y tenían tanto encanto que mi padre, un soñador empedernido, hacía grandes esfuerzos por desechar la idea de quedárselas y convertirlas en “la casa de sus sueños”. Hacerlo hubiera sido el peor de los negocios,  porque por lo general eran casonas enormes y viejas que necesitaban mucha inversión para hacerlas habitables, pero él siempre les veía “posibilidades infinitas”

Para nuestros ojos de niños,  aquellas casas  eran casi  como castillos alentándonos a ser explorados, lugares que podían encerrar las mayores maravillas del mundo, y el hecho de que resultara tan inquietante adentrarse por ellas para investigar cada rincón, las hacía más atractivas si cabe.
Debió ser que utilizábamos con frecuencia las palabras misterio y misterioso, que Fran, muy pequeño entonces, se empezó a referir a ellas como “casas misterias”. La expresión nos hizo tanta gracia que así  las llamamos todos desde entonces.

- ¿Cuándo os venís a ver  una casa que acabo de comprar en Sax? –  preguntaba nuestro padre
- ¿¿Una casa misteria?? – queríamos saber al instante.
- Muy muy misteria.
- ¡¡Sí, sí, vamos!!

Solo tengo que cerrar los ojos para ver, para sentir incluso las emociones.  El ruido de las  puertas encajadas al ceder, las escaleras que se dirigían a las estancias superiores y que parecían decirnos “Subid si os atrevéis”, las amplias salas en penumbra, las telarañas que había que apartar, el olor a humedad, los muebles dormidos y empañados por el polvo…

En una de aquellas casas encontramos unas estrechas escaleras que nos condujeron a un enorme corral vacío situado en  la planta baja. Aquel fue el escenario que con mayor nitidez me ha quedado.
Seguía oliendo a animales y los suelos estaban cubiertos de paja y excrementos de conejo. Recuerdo que había poca luz y que caminábamos despacio, observándolo todo con ese sobrecogimiento y esa intriga que produce lo que te atrae y te causa respeto al mismo tiempo.

Había que pasar por pequeñas puertas muy rudimentarias que separaban distintos lugares, lo que debieron ser las estancias de cada familia de animales. Y ocurrió que al mirar al suelo descubrí el cadáver momificado de una rata muy grande. Llamé a mis hermanos para que contemplaran lo que sin duda era el mayor de los misterios y entonces escuchamos un ruido que nos hizo apelotonarnos en torno a nuestro padre.

Una pequeña puerta rota que daba al monte había permitido que se refugiara allí una cabra preñada, buscando un tranquilo lugar donde parir. El animal se asustó tanto al vernos (no mucho más de lo que estábamos nosotros) que empezó a golpear el suelo con una pata y a hacer amagos de embestida.
Mi padre optó por hacernos  subir para dejarla tranquila.

Caminar a través de una casa vacía que recorres por primera vez y en la que no sabes qué podrás hallar es algo muy especial, es una experiencia tan emocionante que diría que crea adición. Me consta que a los cuatro hermanos nos ha quedado esa atracción irresistible por entrar a las casas abandonadas que hemos ido encontrando en nuestra vida.

Ana contaba una experiencia sorprendente.

- Entré a una casa abandonada con una amiga. Ibamos muertas de miedo las dos, pero no podíamos dejar de mirar por aquí y por allá. Había una puerta atrancada que nos empeñamos en  abrir hasta que lo conseguimos. Daba a una habitación muy oscura. De repente empezaron a surgir de ella unos bichos rarísimos. Caminaban a dos patas y lo hacían de forma temblorosa, alargando mucho el  cuello, mirando a un lado, al otro, hacia nosotras... Eran feísimos, algunos calvos,  pero  lo que más nos impresionó y nos hizo salir de allí corriendo es que no dejaban de aparecer más y más y que todos eran como pequeños extraterrestres con el cuello muy largo y los ojos enormes.

Con el tiempo dedujimos que serían hurones que algún cazador guardaba allí para atrapar conejos. 
Mi hermana los liberó de su cautiverio y escaparon, aunque, como dice Fran, menudo el desaguisado ecológico que pudieron causar.

Tomás también podría contar hallazgos sorprendentes en casas abandonadas, (pero lo dejaré para otra ocasión)


- ¿Te acuerdas de aquel cuadro de las calaveras que encontramos en una casa? – me preguntaba Fran.  

Aquel cuadro vino a ser uno más de todos aquellos tesoros por los que siempre mereció la pena adentrarse en una casa misteria.


Escuchar decir a nuestro padre que con toda probabilidad el pintor tendría un cráneo real como modelo,  nos produjo ese pavor fascinante y esa sensación de estar viviendo un momento extraordinario.

- No solo  me acuerdo, espera...

Me dirigí al trastero del campo, otro lugar que a veces veo como el sueño de un arqueólogo, y  tras unos minutos buscando lo volví a rescatar de su letargo.

El cráneo ante el espejo...  
¿Cuánto tiempo hace de aquello? ¿ Treinta años? ¿Quizás más? 
Qué importa, allí seguía intacto el cuadro de aquel lugar que exploramos siendo niños, el reflejo de tantas otras casas misterias que terminarían por derrumbarse por no soportar el peso de la ausencia.


23 de mayo de 2013

EL TIEMPO SE DETUVO EN BOCAIRENTE


Si, como dicen, las primeras impresiones son las que cuentan, mi primer contacto visual con Bocairente no pudo ser más cautivador.

Era de noche y el pueblo apareció ante mis ojos iluminado por un resplandor anaranjado, el de sus luces nocturnas, que le daban un aspecto irreal, como de decorado de película fantástica. Mentalmente guardé su imagen con la intención de volver algún día y comprobar que aquella efímera visión no había sido solo un espejismo.

Pero si aquella primera vez me pareció impactante, la segunda vez, a plena luz del día, comprobé que Bocairente no se parecía a nada de lo que habia visto hasta entonces. 
Un pueblo amalgamado en torno a un majestuoso campanario, con un color uniforme, terroso, como si hubiera sido construído con bloques de arena  en los que alguien hubiera pintado falsas ventanas. 

La cara que mostraba desde la distancia me pareció nuevamente la de un minucioso decorado de cartón piedra, o más bien el roído telón de las tramoyas de los antiguos teatros, con el dibujo de un pintoresco pueblo de fondo.  El esbozo de un pueblo en el horizonte , apolillado por el paso del tiempo;  así es Bocairente,  como un termitero de arena horadado de multitud de pequeños ojos que te observan y a los que no puedes dejar de contemplar.

Y como no hay dos sin tres, para la tercera vez  decidí  compartir tanta belleza, y un domingo aventurero partí con la familia hacia el sur de la provincia de Valencia, para  investigar a fondo aquel pueblo y  ser capaces de traspasar aquel decorado de ensueño.

Aparqué el coche cerca de su  plaza central y nos encaminamos a la oficina de turismo para que nos aconsejaran un recorrido.


Bocairente tiene interesantes lugares que visitar y el primero que más a mano teníamos era la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, con esa imponente torre que es todo un símbolo de la localidad, visible desde cualquier punto a la redonda. Un muchacho muy joven se prestó a hacer de guía en la subida al campanario que, con sus nada menos que 41 metros de altura,  es uno de los más altos de España (el campanario más alto no está muy lejos de allí, en la localidad de Onteniente) 

 La costosa subida al campanario

Vista desde lo más alto

La plaza de toros es extraordinaria pues está  totalmente excavada en la roca, desde las gradas hasta los burladeros, incluso chiqueros y corral para el ganado. Es la más antigua de la Comunidad Valenciana (1843) y una de las más originales de España, única en su construcción.

En la vaguada de uno de los extremos del pueblo (a unos 300 metros del núcleo urbano)   se visitan diariamente unas cuevas artificiales llamadas Covetes dels moros, situadas en mitad de una pared de roca vertical. Son aproximadamente cincuenta orificios en forma de ventanas, que dan acceso a otras tantas cámaras. 



Las interpretaciones acerca del uso de estas cámaras en la roca han sido muy diversas: cámaras sepulcrales de épocas antiguas, graneros, cenobios visigóticos... Datan, según nos contaron, de un período entre los siglos X-XI.

Pero si hay algo de Bocairente que me enamoró definitivamente es su casco antiguo.




 Quiero ser gato en Bocairente

Lo recorrimos sin apenas encontrar a nadie, dándonos a veces la impresión de que paseábamos entre el silencio de un pueblo abandonado. Es admirable su especial orografía de casas apiñadas, incluso superpuestas, sobre calles estrechas y escalonadas, al más puro estilo árabe,  que desembocan en plazoletas, en fuentes...

 ...en un entramado laberíntico en el que encuentras continuas sorpresas,  como algún pasadizo, que invita a sentirte como el personaje de un cuento mágico...


Que para colmo vivía en el 9º B  :p

 Ermita del Santo Cristo, en lo alto de una montaña (s. XVI)
 Curioso edificio

Al dejar el pueblo atrás para regresar  a Yecla,  tuve la extraña sensación de salir de algún hechizo para volver  al presente, porque os garantizo que el ambiente que se respira en aquel lugar pertenece a otra realidad. 

Yo me atrevería a asegurar  que en alguna ocasión, y para siempre,  el tiempo se detuvo en Bocairente. 



15 de mayo de 2013

EL TÍTULO NO SE ME OCURRE


En la pasada Feria del Libro de Beniterra me pasé unas horitas curioseando entre  caseta  y  caseta, con la firme intención de no comprar ningún libro (no me cabe en casa ni una cartilla de Rubio



Estos son, finalmente, los libros que adquirí:





MACARRONES TRISTES,  de Álvaro Gracia
Historia autobiográfica de una pareja de okupas en un ático del centro de Madrid en los años 80. El libro está dedicado a Silvia Cruz, la otra protagonista, desaparecida en la capital desde 1989.

MAFALDA NO QUIERE SOPA,  de Cristina Puerro
A medio camino entre el ensayo y la novela,  es una historia amena sobre la rebeldía y el razonamiento en la edad infantil.

EL ÚLTIMO INQUILINO DEL INFIERNO, de Steven Herford
No contiene sinopsis,  por lo que desconozco la trama, pero no me podía resistir ante un título así.

MACARENA SERENADE , de Paul J. Glass
Novela de ficción sobre la  mafia, la corrupción,  el tráfico de influencias y el enchufismo.  El autor, australiano de origen, la escribió durante unas vacaciones en España.

LA  DESENFRENADA VIDA DE BETH ADINE, de Javier  Ubieda
Dividida en 16 “trozos” cuenta la macabra historia de Beth Adine,  una maníaca compulsiva que seducía, secuestraba y descuartizaba a sus amantes para poder luego escribirlo todo en su Querido Diario.

LUJURIA MAGNÉTICA, de Sharon W. Lex
Tampoco sé de qué trata pero la portada es fluorescente con letras doradas, sus hojas huelen a fresa  y costaba 50 céntimos.

CÓMO COMERSE EL MUNDO (Y NO ENGORDAR), de Magdalena Peiró y Xavier Gulá
“Este no es un libro de autoayuda”, comienza diciendo “pero al adquirirlo nos ayudas a nosotros, sus autores, y ese gesto  te lo hemos de  recompensar”
¿No es un buen comienzo?

QUÉ ABANDONADOS OS TENGO, de JuanRa Diablo
Un descargo de conciencia ante lo mal que se siente el autor por no visitar apenas a sus amigos blogueros, y su propósito de enmienda para el futuro.

Abro paréntesis.

Nota sotto voce que debería  aparecer con letra tamaño  0,2: 

No había una Feria del Libro en Beniterra, entre otras cosas porque no existe tal localidad, pues  me la acabo de inventar, y es una pena porque las vistas que tiene del mar son extraordinarias.

Lógicamente no compré ningún libro allí. Los títulos y  autores anteriores  los he ido inventando  sobre la marcha, y nada es cierto salvo la gran verdad que cuenta el último. Disculpad, no sé si vivo en las nubes o en los infiernos  pero ando muy disperso últimamente. 

Cierro paréntesis.

Por cierto, me pareció veros también en la Feria del Libro de Beniterra. 
¿Qué libros comprásteis?


8 de mayo de 2013

LA CIUDAD ME CUENTA HISTORIAS


Miguel mira por la ventana mientras la profesora escribe fórmulas en la pizarra. Hace tiempo que no la escucha, pues no entiende nada de lo que dice. Le entretiene mucho más observar el vuelo de las golondrinas que entran y salen a toda velocidad de esos pequeños nidos bajo el alero. 
El momento de abstracción es tan grande que no se percata de que le están llamando. Sólo el giro de sus compañeros para mirarle le trae de vuelta a la realidad.

- Vamos a ver, Miguel, ¿tan interesante es lo que estás mirando por la ventana? - le increpa la profesora con los brazos cruzados.
- No, es que...
- No estás atendiendo nada, ¿verdad?

Al no saber cómo responder, Miguel se encoge de hombros,  lo que la profesora  interpreta como un gesto de indiferencia.

- Muy bonito, yo aquí esforzándome y tú en la inopia. ¡Parece que vivas en las nubes!
- Jeje, es que vivo en las nubes - responde divertido, aunque se arrepiente de inmediato.
- Ah, ¿encima  respondón? ¡Acompáñame a Dirección!
- Pero Doña Bárbara, ¡es que es verdad que vivo en las nubes...!

Foto tomada en Elda (Alicante)

- ¡Qué horror, Andrés, acaba de marcharse el cliente de la semana pasada!
- Cuál, ¿ese que quiso que le atendiera yo, solo porque tú eras mujer?
- Ese, ese. ¡Qué tipo más estúpido! ¿Sabes lo que ha hecho? Entraba justo cuando se marchaba Fahim, el vecino marroquí, y se le queda mirando y va y me dice "Bien podían irse todos estos moros a su país"
- Pues esta mañana he atendido a una señora que no veas la prepotencia que traía. Un hombre muy mayor le ha pedido con mucha educación  si le dejaba colarse, que solo venía a comprar pan de centeno y tenía prisa por ir a recoger a su nieto al cole. Y le ha dicho que ni pensarlo, que ella también tenía prisa y que no se pasara de listo. ¡Me he quedado de piedra!
- Ay, qué apuro... Oye,  ¿tú te has dado cuenta de que tenemos muchos clientes con muy mala baba?
- Pues ahora que lo dices... recuerdo a bastantes desagradables, sí
- ¿Estaremos haciendo algo mal? No entiendo qué pasa...

Foto tomada en Yecla (Murcia)

Tal vez el primero en entrar a los servicios exclamara:

- ¡BAYA, HOMBRE!

El segundo:

- ESTARÁ EMVOZADO

Y un turista inglés:

- OH, IS IT VROKEN?

No sé cuántos se percatarían de que, además del urinario, había que arreglar otra cosa.

 Foto tomada en Villena (Alicante)

2 de mayo de 2013

MONEDICAS SUELTAS


Un café, en un momento dado, es vital.

De hecho yo lo convertiría en mi pócima de cabecera si no fuera porque soy demasiado sensible a la cafeína y mi sistema nervioso me juega en ocasiones muy malas pasadas.


Como me conozco y sé hasta dónde puedo arriesgar, por las mañanas me preparo cafés suaves, de pocas revoluciones, con la pólvora justa para que me dispare sin hacerme estallar.

Ya no suelo beber más en todo el día. Hacerlo sería arriesgarme a pasar la noche como un búho.

Pero hay veces en las que es el mismo cuerpo el que me pide urgentemente tomar uno con una predisposición mental que me asegura que me sentará de maravilla.

En el centro de mayores hay una máquina muy concurrida que hace un café delicioso. La mayoría de las tardes me alimento con tan solo el denso aroma que flota en el ambiente cuando la pandilla de cafeteros se va sirviendo sus dosis.

Cada café cuesta 40 céntimos y aunque devuelve el cambio, tanta moneda de euro termina por agotarlo y entonces aparece un letrero en el display que dice “NO DA RESTO”, que a mí siempre me ha parecido una información un poco rara y fría. 
Yo hubiera optado por poner  “SI NO TE IMPORTA, ÉCHAME EL IMPORTE EXACTO, QUE ME HE QUEDADO SIN CAMBIO, ¿SABES?

Fue en una de esas ocasiones en las que la máquina no daba resto cuando me entró un imperioso antojo de café. Lo necesitaba urgentemente para vencer una modorra que me había acampado en el hipotálamo y me tenía amuermado perdido.

Pero cuando miré en el monedero solo tenía algunas monedas de euro que la máquina no aceptaba y otras monedas menores que sumaban exactamente 35 céntimos. Necesitaba tan solo 5 céntimos de nada  ¡¡Cinco centimicos  para volver a vivir!! 
Y me puse a pensar dónde los podría encontrar.

Volviéndome en el tiempo recordé las muchas veces que mi hermano y yo, siendo unos niños, encontrábamos dinero en el coche de nuestra madre. Creo recordar que era un MG verde botella al que teníamos mucho cariño, sobre todo por el chollo que nos suponía entrar en él cuando nos urgía conseguir alguna moneda y, milagrosamente, encontrarla siempre. ¡Y la mayoría de las veces encontrábamos más de una!  
Debajo de las alfombrillas, en las juntas entre los sillones y los respaldos, debajo de los asientos… siempre aparecía algún duro, o incluso monedas de 25 pesetas. Encontrar una de 100, que también tuvimos el júbilo de descubrir, era como hallar un tesoro. 
Aquel coche (nunca un vehículo me ha caído tan bien)  nos permitía abastecernos de chucherías y tebeos.

La explicación que mi hermano y yo dábamos al hecho es que cuando mi madre conducía hacia el pueblo desde el campo, solíamos encontrar por el camino a un par de labriegos que volvían caminando tras sus quehaceres en la huerta. El tío Pepe y el tío Ángel se llamaban (¿recuerdas Tomás?) Con toda probabilidad estos hombres no usaban monedero y tenían bolsillos anchos en los que las monedas no tenían sujeción alguna y  cuando mi madre se ofrecía a llevarlos en el coche, se sentaban y las perdían. Ellos las perdían, nosotros las ganábamos.

También recordé cuando viviendo en Benidorm íbamos alguna vez con nuestros primos a El otro mundo de Jaime, un salón de juegos recreativos, donde pasábamos la tarde entera. Cuando habíamos agotado el poco dinero que nos habían dado nuestros padres,  yo recorría todos los cajetines de devolución por si alguien había olvidado recoger el cambio. Billares, máquinas de marcianitos, futbolines… había tanto donde mirar que, no siempre, pero a veces uno se encontraba con la sorpresa.


Pero volviendo al día del ansiado café, pensé que quizás debajo de la máquina se hubiera deslizado alguna moneda que nadie se hubiera molestado en recoger. Me agaché y entre el bosquecillo gris de pelusillas (las cagarrutas de fantasma que decían en una película) vi el perfil de algo que parecía una moneda. La saqué con un folio de papel y resultó ser ¡una moneda de cinco céntimos!
El café de ese día me supo a gloria.

 En otra ocasión posterior me llamaba por teléfono Montilla, uno de los habituales jugadores de dominó del centro. No encontraba el móvil por su casa y pensó que lo podría haber perdido por allí.

 - Hazme el favor de mirar si se me ha colao por el sofá.

Es este sofá otro lugar concurrido. 
Teniendo en cuenta que el centro de mayores está en la zona alta de Villena y que los que no viven cerca han de subir calles empinadas, cuando entran en el salón algunos necesitan reponer fuerzas en este mullido lugar.   

No es la primera vez que veo cómo se duerme alguno allí, que cuando vuelve a abrir los ojos diría que se sorprende de haber dado una cabezada a la vista de todos.

- Coño, Montilla, que te has echao la siesta- le dice alguien.
- Qué va,  estaba pensando - niega Montilla, rotundo (¿por qué hay tantos que se niegan a admitir que se han quedado roque?)
- ¿Pensando? ¡Pues pensabas roncando!

Total que levanté los asientos del sofá para ver si el móvil estaba por allí, pero no estaba. Lo que sí encontré fue varias monedas de 5 céntimos, un par de 10, otro par de 20 y una de 50. ¡Menudo arsenal! ¿Cómo no se me ocurrió  mirar aquí la otra vez?
Más adelante Bernardo se sacaba un café de la máquina y se acercaba a mí para decirme.

- ¿No es a 40 el café? 
- Si
- ¿Pues cómo es que le he echao 50 y me devuelve 70?
- No puede ser.
- Ah, pues será que alguien se ha olvidao de recoger el cambio, jeje. ¡Pues eso que me he ganao!

Y fue decirme eso y caer en la cuenta de yo mismo me acababa de servir un café con un euro y  había olvidado recoger el cambio. Y, claro, ya no era cuestión de decirle a Bernardo que las monedas eran mías,  con la alegría que sé que producen estos descubrimientos. 
Me callé y me tomé el café, que esa vez  no me resultó tan bueno.

Y así rota por la vida, tan caprichosamente,  la economía de la calderilla. Unas veces  recoges los que otros pierden u olvidan  y  otras eres tú el que haces  afortunados a otros con tus pequeñas pérdidas.

Encontrar monedas siempre produce un secreto placer, y en ocasiones, por poco que sea el valor, pueden sacar de un apuro o conseguir alcanzar una necesidad.

Por cierto, tengo ahora exactamente 80 céntimos, ¿alguien quiere un café?  Hoy me lo pide el cuerpo.