30 de octubre de 2022

EL GUARDIÁN DE LAS PALOMAS


Estaba decreciendo la tarde y Fran y yo nos habíamos sentado a charlar a la sombra de una morera. Siempre es agradable sacar a colación algún recuerdo vivido en el lugar donde pasamos toda nuestra niñez y juventud. 

De los cuatro hermanos, Fran es sin duda el que más nos sorprende con su prodigiosa memoria, no sólo por la colección de historias propias que irá sacando en conversaciones como si las tuviera siempre a flor de piel, sino porque también es capaz de matizar y aumentar las nuestras hasta hacernos reír por la fascinación que eso nos produce. A veces pienso que todos nos dedicábamos a vivir sin más, pero él, además, iba haciendo  fotografías mentales y archivándolas para el futuro.

Esta vez me hizo pasear por un recuerdo de su niñez que le quedó grabado con fuerza y que yo desconocía totalmente.

Sucedió en un época familiar muy difícil: nuestro padre empezó a tener dolores en las piernas y se tuvo que someter a continuas pruebas médicas de todo tipo hasta dar con el diagnóstico: polioneuritis. Como la cosa era bastante seria (las células no se le regeneraban) fue trasladado al Hospital de la Paz de Madrid.

Antes de marcharse nos dio instrucciones a todos. A mí, por ser el hijo mayor, me pidió que ayudara siempre a mi madre y que cuidara de mis hermanos. 

A Fran, que tan sólo tenía 7 años, le dijo: "Como he visto que te gustan mucho las palomas, ocúpate de que no les falte nunca comida y agua".

Detrás de la casa tenemos un corral grande por el que pasaron multitud de animales diferentes pero en aquel momento sólo había palomas. Si yo tuviera que responder cuántas había hubiera dicho que no más de cuarenta, pero Fran me asegura que eran muchas más de cien. Y si Fran lo dice...

Que a mi hermano le llamaban la atención aquellas palomas no cabe duda alguna. No sólo es que les puso nombres a todas, sino que también sabía cuáles eran pareja y  reconocía a sus crías. Además tenía un cuaderno en que las dibujaba con una perfección impropia de un niño de esa edad.

-¿En serio que les pusiste nombre a todas?

-Aún me acuerdo de algunas: Magaño, Peterina, Senderina, Blanquita...

La estancia de nuestro padre en Madrid se prolongó más de lo esperado y nuestra madre empezaba a pasar verdaderos apuros económicos. Ni mi hermano Tomás ni yo, en plena adolescencia, fuimos realmente conscientes de la seriedad del momento, pero Fran, tan observador e inteligente veía el apuro en la cara de nuestra madre, que todas las noches, una vez que todos nos acostábamos, se sentaba ante la máquina de coser y se quedaba allí hasta terminar la faena que iba recogiendo de algunas fábricas de zapatos.

-Como la máquina estaba en mi habitación- me contaba mi hermano- yo la veía cosiendo y me dormía con el runrun del motor.

Con aquella máquina nos llegó a hacer ropa para los cuatro e incluso, al no haber dinero para comprar carteras para el colegio, pudimos llevar los libros en unas bolsas de tela que nos confeccionó a modo de bandolera. En mi primer año de instituto iba yo, un poco avergonzado al principio, con una de color verde, pero nadie se metió conmigo y terminó pareciéndome la cartera más cómoda que jamás he llevado. 

-Yo era consciente - me contaba Fran- de que la mamá estaba agobiada intentando ahorrar al máximo, así que cuando empezó a acabarse el pienso para las palomas me daba apuro tener que pedirle que comprara más. A veces tardaba en hacerlo y yo no sabía si era porque se le olvidaba o porque era un sobreesfuerzo el tener que gastar en aquello. El caso es que cuando traía era muy poca cantidad y se acababa pronto, y yo, la verdad, lo pasaba mal con aquella situación.

Puedo imaginar a mi pequeño hermano sufriendo ante la impotencia de no alimentar lo suficiente a las palomas, tal y como mi padre le había pedido, y de no estar en su mano  el poder llevar a cabo la misión de la forma en que le hubiera gustado.

-¿Y qué hiciste entonces?

-Pues como hubo un tiempo en que el papá permitía que las palomas salieran del corral y volaran por el campo, yo había observado qué plantas les gustaba picotear así que cuando podía les metía en el corral aquellas hierbas y semillas. Y también, de vez en cuando, cogía de la despensa un puñado de arroz o de lentejas y se las llevaba. Pero, claro, aquello no era suficiente.

Sin embargo el mayor apuro vino por un suceso inesperado.


-Yo no tenía que ocuparme del agua en realidad. Las palomas tenían un bebedero grande que se mantenía a buen nivel a través de una manguera de jardín instalada para que en cuanto el nivel descendiera se volviera a llenar, así que agua no les faltaba nunca. 

>>Pero un día, al salir del colegio, fui a observarlas y una de ellas, un macho que tenía el plumaje negro y el buche azulado se acercó a donde yo estaba. Te aseguro que nunca había visto una paloma que me mirara directamente a los ojos. Y no solo eso, es que abría mucho el pico, como si me quisiera decir algo. Noté que esa paloma actuaba de una forma nada común, como si tuviera un problema y hubiera venido a mí sabiendo que yo era el único que podía ayudarla.

>>Entonces se me ocurrió mirar el bebedero... ¡y estaba seco! ¡No quedaba ni gota de agua! Parece ser que había estado por el campo el tío Pepe y seguramente cerró el grifo. 

(Nota: "el tío Pepe" era un hombre que venía a cavar la tierra y a regar de vez en cuando)

>>Fui corriendo a abrirlo y cuando les llegó el agua, las palomas se abalanzaron al bebedero con desesperación. Se pisaban unas a otras. No sé el tiempo que habían estado sin poder beber. Seguramente fue más de un día. Entonces entendí que la paloma tenía el pico abierto porque estaba muerta de sed y que no tuvo miedo alguno en acercarse a suplicarme: "Haz algo, que no podemos más".

-¿Te acuerdas del nombre de aquella paloma?

-No, pero recuerdo muy bien su aspecto.

-¿Y cómo terminó toda esta historia?

-Pues un buen día llegó un furgón del que bajaron dos hombres con sacos grandes de rafia. Entraron al corral y empezaron a atrapar a las palomas y a meterlas en los sacos. La mamá me dijo que las había vendido, que lo había hablado con el papá y estaban de acuerdo. Yo estaba aturdido, no me esperaba ver cómo a toda prisa las hacían desaparecer en aquellas bolsas y cómo se las iban llevando hasta no dejar ni una. 

>>Durante mucho tiempo me dio una pena tremenda pasar por el corral y verlo vacío. Aún hoy me acuerdo de aquello y siento pesar.

Nuestro padre se recuperó por fin de aquella enfermedad y, para alegría de todos, volvió a casa.

Dos años después Fran pidió permiso para hacer algo en el corral. En su interior hay dos compartimentos cerrados en los que las palomas, a través de una pequeña abertura triangular, entraban para anidar. Limpió uno de ellos y allí dentro volvió a hacer una proeza impropia de un niño:  un templo egipcio fascinante, como ya conté en el blog.

- ¿ Y le constaste al papá todo esto de las palomas cuando volvió?

-Imagino que sí, que en alguna ocasión se lo contaría.

De todas formas hoy quiero conservar aquí aquellos recuerdos y así poder dejar por escrito dos cosas importantes: 

A mi madre, que siempre has sido y serás nuestra heroína, la mujer más maravillosa del mundo.

Y a mi padre, el otro gran luchador de nuestra familia, que supiste elegir muy bien al más apropiado protector del corral, aquel niño obediente, inteligente y sensible que fue el mejor guardián de las palomas.