25 de agosto de 2010

LA TRAGEDIA DE LAS GOLONDRINAS



El lugar de la historia que hoy nos ocupa se encuentra en Las Casas del Señor , una aldea de la que puedo decir es mi santuario personal, un tranquilo rincón junto a la sierra al que puedo acercarme cuando necesito apearme del mundo y quedar a solas conmigo mismo.

Cada vez que lo visito - menos de lo que me gustaría - el pueblo parece haber estado congelado en el tiempo esperando el momento de verme aparecer para reanudar su apacible respiración.

. Considero que mi amor por Las Casas es un sentimiento que me viene de herencia. Mi padre correteó por sus calles siendo un niño, veraneaba allí con sus padres y hermanos sin imaginar que un buen día nos lo descubriría también a mis hermanos y a mí.

Y tanta era la ilusión que, ya de adulto, mostraba en aquel reencuentro con sus recuerdos mientras paseaba por las pocas calles del pueblo, charlaba con sus habitantes o se adentraba por sus montes, que me contagió su entusiasmo y los vínculos que a él ataron al lugar continúan estando presentes en mí.

. Antes de marcharse a Colombia, nos propuso a los cuatro hijos que nos quedáramos con una gran casa que había comprado en este pueblo y nos animaba a hacerlo por el hecho evidente de que nos serviría para reunirnos en ella sin problema pues en sus tres alturas había espacio suficiente para alojarnos a todos con nuestras familias.

Visitamos la casa y a todos nos cautivó, pero fue mi hermano Tomás el único valiente que se atrevió a liarse la manta a la cabeza para quedársela, pues los demás, estando casados, ya teníamos nuestras hipotecas y no nos queríamos complicar la vida con más pagamentos.
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Una de las razones que más ilusionaban a Tomás al adquirirla era la atractiva posibilidad de decorarla a su gusto. A mi hermano le apasiona la decoración y en semejante caserón podía dar rienda suelta a su afición. Subía y bajaba las escaleras sin cesar dibujando escenas mentales de lo que colocaría aquí y allá y casi podía ver los resultados antes de llevarlos a cabo.

. Lo primero que hizo fue destruir la decoración ya existente.

. - No comprendo - nos decía – que haya gente que quiera ocultar la rusticidad de una vivienda antigua. La casa tiene en sus techos una maravilla de vigas de madera y las han tapado con placas de escayola. ¡Qué crimen! Y a qué santo me cubren unas paredes de piedra con azulejos y plaquetas. ¡Horrible!
- ¿Y qué has hecho?
- Liarme a martillazos.

. En esa lenta transformación que desde hace tiempo lleva realizando en la casa de sus sueños le acompaña siempre que puede su novia Regina, natural de Lituania, que también va aportando ideas, además de ayudarle a barnizar maderas, pintar paredes o limpiar escombros.
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- ¿Sabes que en la buhardilla hay nidos de golondrinas? – le dijo a Tomás una tarde.
- ¡Y tanto que lo sé! ¡Y tienen muy mala leche!

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En la parte superior de la casa hay dos ventanucos que a falta de marcos con cristales fueron una gran tentación para que varias parejas de golondrinas entraran por allí para anidar.

Cuando Tomás las descubrió en la gran sala abuhardillada, su favorita precisamente, ya habían construido sus nidos pero no le importó demasiado. Le pareció divertido verlas entrar y salir a toda velocidad y se entretuvo contemplando la perfecta sujeción y consistencia de los nidos que entre pared y techo hallaba. Pero fue demorando el encargar unas ventanas y las golondrinas parecían sentirse tan a gusto en aquel lugar protegido de las inclemencias del tiempo que bien pronto se adueñaron de la zona y…
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- El otro día subí y me expulsaron de allí – nos contaba.
- ¿Cómo que te expulsaron?
- Como os lo digo, se lanzaron de una en una sobre mí, gritando PIOOOK. Había mogollón y las muy jodidas se iban turnando para descolgarse de la pared y pasar rozándome la cara. ¡PIOOOK! ¡PIOOK!
- Jajajaa, ¿y qué hiciste?
- Pues qué iba a hacer, irme de allí acojonao, si parecía que estaba en la película de Los Pájaros. Yo alucinaba, ¡me estaban tirando de mi propia casa! Tengo que poner esas ventanas ya.
- Pero tendrás que esperar a que se vayan las crías…
- Claro, claro. Lo que más me fastidia es que entran muchas más golondrinas que nidos hay. Hombre, yo vería bien que hubiera una pareja por cada nido, el padre y la madre, pero qué va, creo que entra allí toda la peña a hacer botellón.

. Pero aún pasaría otro año antes de que finalmente comprara Tomás las tan necesarias ventanas y cuando por fin se colocaron en sus huecos, la primavera había vuelto a traer a las oscuras golondrinas y en sus nidos piaban los polluelos reclamando alimento.
Descubrió Tomás entonces - había veces en que por circunstancias tardaba mucho en pasar por allí – que una pareja de sus queridas aves había osado a introducirse en una de las habitaciones de la primera planta, es decir que para ello habían volado por las escaleras y descendido a un lugar en la penumbra donde construir su nido. Se lo mostraba a Regina con esa manera que tiene mi hermano de contar las cosas que tanta gracia nos hace:
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- Se ve que a éstas no les gustaba tanto alboroto de botellones y buscaron un pisito en las afueras… Pero mira cómo están poniendo las paredes las muy gorrinas, ¿cómo puede cagar tanto un animal tan pequeño?

. Para colmo de males, en una de las pruebas que hizo rascando y pintando una de esas manchas escatológicas de una pared, deseando blanquearlas todas en cuanto tuviera ocasión, se encontró con la sorpresa de que la sombra de esas cacas volvía a asomar una y otra vez, como si en la composición de esos restos hubiera un componente químico que anulara los efectos de la pintura.
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- ¡La madre que las parió! ¡No se tapa nunca! Me va a tocar rascar hasta pelar la pared, enmasillar y pintar. ¡Que lo sepáis! – les gritaba – ¡aprovechad la estancia porque el año que viene no entráis más! ¡El criar y el cagar se va a acabar!

. Entonces no imaginaba que no haría falta esperar mucho, que las golondrinas estaban a punto de desaparecer para siempre.

. Esa tarde, antes de marcharse, subió a la buhardilla a cerrar sólo una ventana con la vana idea de que cuantas menos aberturas hubiera menos golondrinas entrarían a hacer botellón y mearse en las paredes. Se marchó de allí sin dar ocasión a que los pájaros, que ya le miraban con recelo desde los salientes de madera donde se cuelgan las cuerdas de esparto, le intimidaran con sus vuelos a ras de narices.
También dejó abierta una ventana inferior que da a un patio y se marchó a casa dejando a las golondrinas, sin sospecharlo, con una sentencia de muerte.

. Tardó aproximadamente dos semanas en volver.

. Por el camino iba concentrándose en las cosas que tenía previstas hacer ese día. Pensó en las golondrinas. ¿Estarían ya los nidos libres de crías? ¿Habrían crecido y volado por fin de allí? Si así fuera podría por fin cerrar las ventanas, quitar los nidos y ponerse a limpiar.

. Nada más abrir la puerta de la casa vio una golondrina muerta en el suelo. ¿Qué hacía allí abajo? Le extrañó un poco.
Había otra sin vida en las escaleras y más arriba, en otro escalón, otra más.
“Pero ¿¿qué ha pasado??” pensó y siguió subiendo con una terrible sospecha en sus pensamientos.
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Sobre el suelo de la buhardilla yacían los cuerpos rígidos de todas las golondrinas restantes y cuando miró a las ventanas las encontró ambas cerradas.
Bajó a la planta inferior y descubrió que también la ventana que daba al patio estaba cerrada y entonces comprendió lo que había ocurrido. Alguna corriente de aire de una ventana a otra había cerrado fatalmente las dos.

. Quedó muy afligido. Deseaba deshacerse pronto de ellas pero nunca de esta manera, y mientras recogía los cuerpecillos de todas para enterrarlos no podía evitar pensar en los días de agonía que debieron sufrir las aves intentando salir de allí.

¿Qué debieron sentir, se preguntaba, escuchando con toda probabilidad las llamadas incesantes de sus crías reclamando sustento? ¿Cuántos golpes en los cristales se darían anhelando el espacio libre de ese cielo al otro lado que no conseguían alcanzar? ¿Qué pasaría por sus cabezas al abandonarse finalmente a su trágico final?
Regina escuchó más tarde la terrible historia con lágrimas en los ojos. Precisamente ella, que adora a los animales y que no haría daño a una mosca.

. - Entonces, las crías…
- Pues allí estaban las pobres, muertas también. Alguna asomando la cabeza fuera del nido. Me dieron una pena…
- Y qué hiciste.
- Pues nada, qué iba a hacer, cuando se me pasó la impresión me puse manos a la obra. Ya he quitado de las paredes tres nidos, que no veas lo que me ha costado arrancarlos, parece que los enmasillaran con cemento....
Regina le escuchaba con una mano sobre la boca y los ojos muy abiertos.
- ¿Qué pasa? – le preguntó
- No, nada
- ¿Cómo que nada? ¿Por qué has puesto esa cara?
- Ay, es que… en mi país tenemos la creencia de que aquel que arranca un nido de golondrinas se queda ciego.
- Bueno… pero, ya ves… qué tontería, ¿no?
- Un vecino de mi madre quitó uno y al poco tiempo perdió la vista.
- Pues madre mía, ¿y yo que he quitado tres? ¡Me voy a quedar ciego de los dos ojos... y del tercero de atrás!

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De todas formas y pese a no tomárselo en serio, sé que a mi hermano no le hacen gracia las historias de maldiciones y según me ha dicho no va a quitar los demás nidos.

Los dejará allí como un símbolo de la vida que un día hubo en ellos y le recordarán siempre que hay en su casa una historia de golondrinas que contar.


- Además – me decía – como elemento decorativo no quedan nada mal, ¿sabes?

4 de agosto de 2010

Y ESTE BOTÓN QUE PONE OFF, PA' QUÉ ES?

Parece que nunca va a llegar el momento, pero por fin amanece un día en el que despiertas y el primer pensamiento es:
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"¡Hoy no tengo que ir a trabajar! ¡¡Estoy de vacaciones!!"
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Y te despatarras en la cama con muchas ganas de no hacer nada y una sonrisa de oreja a oreja.
Luego oyes cómo se despiertan los hijos y se levantan y la sonrisa pierde fuelle, pero bueno, ese es otro cantar.
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Estoy de vacaciones.
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No me voy lejos, no. Al campo, como suele ser habitual, que allí hay una piscina para espantar calores y se está en la gloria.
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Me gusta el campo. Samuel y Aitana se van poniendo morenos al aire libre, tienen más apetito y se agotan tanto nadando y jugando que cuando llega la noche caen como fardos en la cama, y hasta roncan!!
Hay un silencio y una tranquilidad y un aire puro que no tienen precio.
Por la noche aquello es un concierto de grillos impresionante.
A mí es algo que me relaja mucho.
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He descubierto que mi carácter tranquilo me beneficia en este aspecto.
Recuerdo que llegó una vez una rana al estanque de los peces que allí hay. Para mí era una gozada escuchar por la noche cantar a la rana. Para mis padres también. Era como una nana que te ayudaba a dormir. A mi mujer le desvelaba (ella es nerviosa) y se acordaba de la familia de la rana todas las noches.
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Por otro lado, todo no puede ser perfecto.
Allí no hay internet.
O bueno, sí, pero va a pedales y me temo que si me meto en la habitación a leer blogs o a publicar algo (con estos calores!) y mi mujer me descubre enfrascado ante la pantalla, me estrangulará con el cable del ratón.
Y no me apetece mucho morir de esa manera...
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Así que no tengo más remedio que despedirme por unos días de todos ustedes.
Voy a desconectar y recargar pilas y hacer tres o cuatro cosas más. Nada ilegal, tranquilos.
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(¡¡Ruégoles no publiquen demasiado, que no quiero perderme nada!!)
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Que ustedes lo pasen bien, vayan donde vayan.
Yo... me voy p'al campo.




(Habrán notado, queridos lectores, que hoy les he tratado de usted. Lo he hecho para que quede constancia de que, a pesar de la confianza, les tomo muy en serio)