Porque ocurre que, pese al mal rato que pasé aquella mañana, he aplicado el sabio consejo de mirar las cosas con perspectiva y extraer todo lo bueno de lo malo.
En uno de los mejores días del año, el día de Reyes, rematé un cúmulo de grandes emociones con un gran disgusto. Al principio fue horrible, luego se me fue pasando gracias al enfoque tan positivo que dieron todos en mi familia, pero qué mal rato pasé.
En mi familia yeclana es tradicional entregar los regalos la noche del día 5, después de la cabalgata. En mi casa siempre ha sido la mañana del día 6. Desde pequeños nos íbamos a la cama a dormir y a la mañana siguiente, el primero que se levantaba despertaba a sus hermanos y salíamos corriendo al salón a ver si habían pasado los Reyes.
Así que ahora, con niños pequeños, lo tenemos claro: se viven los Reyes en Yecla y cuando han jugado un rato con sus regalos, han cenado y están ya agotados de emociones se les pone el pijama, les metemos en el coche, bien tapados con una manta, y nos vamos a Petrel. Llegan dormidos, claro, y les pasamos a la cama. Entonces entre todos los hermanos ponemos los regalos en el salón para, al día siguiente, actuar todos como niños, creyéndonos que han pasado los Reyes de verdad.
Este año mi madre fue bien temprano a casa del vecino, que tiene caballos, para traerse boñigas y colocarlas en el camino, a la entrada de la casa. (!!) Lo cierto es que al salir nadie podía negar que los camellos de los Reyes se habían aliviado allí mismo.
Entre mayores y pequeños somos catorce así que imaginad cómo queda el lugar de paquetes, rematados por globos, chucherías y otros adornos. A la mañana siguiente allí se arma un jaleo de mil demonios. Y cuando por fin todos han destapado sus paquetes con desesperación, la visión del campo de batalla es la misma que si hubiera pasado un tornado por el salón.
Al estar en el campo, en más de una ocasión hemos encendido una hoguera para quemar tanto envoltorio y tanta caja.
De repente salió mi hermano Fran, con una cara muy preocupada para decir que faltaba una bolsa de regalos, pero le tranquilicé diciendo que yo solo estaba quemando papel y cartones vacios.
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Mi hermano empezaba a ponerse muy nervioso. Eran los regalos para su hijo y para Laura y decía que se había gastado casi 500 euros!!
Apagad ese fuego, apagadlo!! - gritaba. A mí se me estaba descomponiendo la cara por momentos. No es que pretendiera él recuperar algo que ya se habría quemado en caso de estar ahí, simplemente quería asegurarse de que no estaba en el fuego y seguir buscando.
Pero en la casa no aparecía por ninguna parte. Yo ya no sé si sentía frio o calor, pero estaba muy agobiado con tan solo imaginar que hubiera cometido semejante accidente.
Se me amargó el día por completo.
Me tuve que sentar para asimilar lo que había ocurrido. Veía cómo los demás seguían escarbando entre las cenizas intentando encontrar la gargantilla y la pulsera que no aparecían por ningún lado.
La primera en querer animarme y quitar importancia al asunto fue Laura diciendo que estaba resultando un día de Reyes inolvidable y que ya tenía una historia bien buena que contar en el blog, pero la verdad es que yo estaba hecho polvo.
Después llegó un amigo que es único en convertir en cómico hasta el más dramático incidente y cuando supo de lo acontecido se echó la mano a la muñeca y exclamó: “¿Y mi Rolex? Juan, tú no habrás tirado al fuego…”
Pero ahora, a toro pasado, veo que esa mañana tuvo un espíritu muy especial. A pesar de mi disgusto y el de mi hermano, de repente éste asimiló el hecho y cambió su humor para animarme con muchos abrazos. Laura también se puso muy cariñosa conmigo con muchos besos y abrazándome me decía con un humor excelente que ahora llegaban las rebajas y se podía comprar todo mucho más barato. En fin, que hubo una unión muy fuerte y un gran bienestar por parte de todos ante un hecho que en realidad no tenía más importancia que la exclusivamente material y que lo mejor era reírnos todos de la anécdota.
Después quise resarcir a Fran de su pérdida pero no había manera de que aceptara ni la mitad de lo que yo le daba, que solamente consintió cuando, tras mucho insistir, le pedí que lo tomara como obsequio para Saúl.
Hace escasos días recibí un correo de una amiga que traía las siguientes imágenes.
En ese puntito azul – decía - estamos todos.
Todas nuestras guerras…
Todos nuestros problemas…
Toda nuestra grandeza y toda nuestra miseria…
Toda nuestra tecnología, nuestro arte, nuestros logros…
Todas las civilizaciones, toda la fauna y la flora…
Todas las razas, todas las religiones…
Todos los gobiernos, países y estados…
Todo nuestro amor y nuestro odio.
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Seis mil millones de almas en convulsión constante.
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Sencillamente, desde esa perspectiva, no hay lugar para el disgusto por aquella hoguera que encendí, ni espacio para preocupaciones tan banales. No logro que quepan en ese punto azul.
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Nos olvidamos de nuestra insignificancia, y por lo general no resulta fácil, pero si lográramos despejar las densas nubes que a veces nos atenazan descubriríamos que en lo que subyace detrás está la verdadera esencia y el auténtico sentido de las cosas.