14 de diciembre de 2022

POM POM


 El presentador  se acerca al micrófono y antes de empezar a hablar le da dos golpes con el dedo. POM POM.

Como me temía, se está enrollando mucho, así que me espero a contarles lo importante y les ahorro una lectura tediosa.
...

Sí, parece que viene ahora.

«En la modalidad de “micronovela”... el ganador es…- está sacando una pequeña cartulina blanca de un sobre dorado- ... ¡la ganadora  es Marta Fergó, con “Un domingo infinito”!»

Los asistentes aplauden y desde el fondo de la sala se escuchan gritos agudos. Amigas, seguramente. 
Marta resulta ser una chica muy joven con una abundante cabellera rojiza que parece cobrar vida cuando sube los tres escalones hacia el escenario.

A uno de los asistentes empiezan a sudarle las manos y se las seca en el pantalón. Si pudiéramos decirle “Qué tal, Toni, ¿nervioso?”, diría que no, que hace calor, pero ya les digo yo que no es eso. Sí está nervioso, y además bastante turbado ante la gloriosa ascensión de Marta al atril. La ve desenvolverse con esa graciosa naturalidad al expresar sus agradecimientos, y esa forma de mover las manos como si moldeara el aire que la rodea lo tiene completamente cautivado. Pero no atiende a nada de lo que sale de su boca. No puede.

La diosa pelirroja desciende a su lugar de origen, otra vez entre aplausos, y el presentador, con la sonrisa en cuarto creciente,  muestra al público otro sobre dorado.

«En la modalidad de “macrocuento”... el ganador es… ¡Antonio Coloma, por “El gato con botox”!»

Idénticos aplausos que la primera vez, aunque sin alboroto en el patio de butacas.
Cesan los aplausos y nadie se ha puesto en pie.
¿Qué ocurre? ¿No ha venido Antonio Coloma? 
Ah, sí, alguien se levanta. Parece que estaba en la inopia. 
¡Anda, pero si es Toni! ¡Nuestro Toni, el de los nervios!

De sobra sé que no les descubro nada nuevo, que lo habían supuesto de inmediato, pero me juego mi estilográfica favorita a que no sospechan lo que viene a continuación. Además estoy seguro de que les va a sorprender.

La maravillosa sonrisa de Marta cuando miraba a Antonio en el escenario hizo que éste  balbuceara más de lo habitual en él. No la había visto nunca y sin embargo ella parecía estar tan contenta como si el premio fuera para un amigo cercano. También es cierto que  pellizcó un poco su amor propio el percibir alguna risita contenida cada vez que él titubeaba, por lo que minutos después, cuando ambos se felicitaban, se armó de valor y la invitó a una cerveza.

No hicieron falta muchas invitaciones posteriores para que se hicieran novios.

Hoy se cumplen cinco años de aquella entrega de premios y vuelvo a estar en la misma sala. 
Y no, no he acabado con las sorpresas.

Presenté algo a concurso y soy uno de los candidatos a recibir un premio. 
Nada, una tontería, no vayan a creer, pero me hace ilusión porque está dedicada al pequeño Toni Coloma Fergó, mi ahijado.

El presentador no es el mismo de entonces pero hay cosas que nunca cambian. Antes de empezar a hablar, ya saben… POM POM.
...

Les dejo, que ya viene lo importante…

-En la modalidad de “Diario de amor por entregas” el ganador es...

15 de noviembre de 2022

MONTONCITOS BAJO LA ALFOMBRA

A veces duermo tan profundamente que despierto empapado en petróleo.


***


¿Te imaginas qué bonito sería tener un novio astronauta?

Saber que puede ir a Marte y venir a amarte...


***


"Mamá, léenos otra vez ese cuento del príncipe y la princesa".

"Había una vez..."

"Pero sáltate el final, ¿eh? – dijeron las pequeñas perdices- que nos da miedo." 

***


El dueño de la tienda de robots está que echa chispas.

-¡Llevo tres semanas sin venderos ni a uno solo!

-Es que somos de una gama inferior.

-¡Tonterías, a partir de ahora tenéis que poneros las pilas!


***

"¿Cuál es el verbo?"

"Corrían"

"Muy bien, ¿y qué es "velozmente"?"

"Mmm, ¿el adverbio?"

"Eso es. ¿Y qué son "Juan" y "perro"?"

"Son... son... ¡No me acuerdo!"

"¡Sustantivos!"

"¡Ayyy, es que soy muy malo para los nombres!"

                                     

                                                    ***

Los humanos los llaman eclipses.

Pero no son más que cortes técnicos para cambiar bombillas.


***

Nunca se percató nadie de que aquel retrato de la doncella era tan realista que cuando un hombre joven lo admiraba se intensificaban sus carmesíes. 


                                                     ***


Aunque parezca mentira en el infierno no funciona el agua caliente. 

Lo pasas fatal en la ducha.


***

Cuando empecé a estudiar música no le encontraba ningún aliciente. Tanto solfeo, tanto solfeo...

Hasta que llegó lunabella.

***

(Dos loros en una jaula)

"Oye, ¿tú entiendes lo que dices?"

"Lorito guapo..., lorito guapo..."

"Vale. Me temo que soy un prodigio."

***


 - Y díganos, señor Descartes, ¿ha viajado usted mucho?

-   A ver, que pienso... Lugo Egipto.                                                                                                                                                                                                                                                                            ***          

                                     Soñó que se iba a la cama sin cenar siquiera, y que se desvestía muy despacio y muy cansado porque trabajaba muchas horas al día, y que en el autobús de vuelta a casa había estado pensando en todos los papeles que su jefe le dejaba encima de la mesa cada tarde desde que llegaba temprano tras comer en aquel bar de los filetes empanados que no sabían a nada, y que tendría que dejar el trabajo de la mañana al que debía acudir tan temprano que a veces se dormía y soñaba. 

Soñaba que se iba a la cama sin cenar siquiera, y que se desvestía muy despacio y muy cansado...                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         




                                                                                                                                 

30 de octubre de 2022

EL GUARDIÁN DE LAS PALOMAS


Estaba decreciendo la tarde y Fran y yo nos habíamos sentado a charlar a la sombra de una morera. Siempre es agradable sacar a colación algún recuerdo vivido en el lugar donde pasamos toda nuestra niñez y juventud. 

De los cuatro hermanos, Fran es sin duda el que más nos sorprende con su prodigiosa memoria, no sólo por la colección de historias propias que irá sacando en conversaciones como si las tuviera siempre a flor de piel, sino porque también es capaz de matizar y aumentar las nuestras hasta hacernos reír por la fascinación que eso nos produce. A veces pienso que todos nos dedicábamos a vivir sin más, pero él, además, iba haciendo  fotografías mentales y archivándolas para el futuro.

Esta vez me hizo pasear por un recuerdo de su niñez que le quedó grabado con fuerza y que yo desconocía totalmente.

Sucedió en un época familiar muy difícil: nuestro padre empezó a tener dolores en las piernas y se tuvo que someter a continuas pruebas médicas de todo tipo hasta dar con el diagnóstico: polioneuritis. Como la cosa era bastante seria (las células no se le regeneraban) fue trasladado al Hospital de la Paz de Madrid.

Antes de marcharse nos dio instrucciones a todos. A mí, por ser el hijo mayor, me pidió que ayudara siempre a mi madre y que cuidara de mis hermanos. 

A Fran, que tan sólo tenía 7 años, le dijo: "Como he visto que te gustan mucho las palomas, ocúpate de que no les falte nunca comida y agua".

Detrás de la casa tenemos un corral grande por el que pasaron multitud de animales diferentes pero en aquel momento sólo había palomas. Si yo tuviera que responder cuántas había hubiera dicho que no más de cuarenta, pero Fran me asegura que eran muchas más de cien. Y si Fran lo dice...

Que a mi hermano le llamaban la atención aquellas palomas no cabe duda alguna. No sólo es que les puso nombres a todas, sino que también sabía cuáles eran pareja y  reconocía a sus crías. Además tenía un cuaderno en que las dibujaba con una perfección impropia de un niño de esa edad.

-¿En serio que les pusiste nombre a todas?

-Aún me acuerdo de algunas: Magaño, Peterina, Senderina, Blanquita...

La estancia de nuestro padre en Madrid se prolongó más de lo esperado y nuestra madre empezaba a pasar verdaderos apuros económicos. Ni mi hermano Tomás ni yo, en plena adolescencia, fuimos realmente conscientes de la seriedad del momento, pero Fran, tan observador e inteligente veía el apuro en la cara de nuestra madre, que todas las noches, una vez que todos nos acostábamos, se sentaba ante la máquina de coser y se quedaba allí hasta terminar la faena que iba recogiendo de algunas fábricas de zapatos.

-Como la máquina estaba en mi habitación- me contaba mi hermano- yo la veía cosiendo y me dormía con el runrun del motor.

Con aquella máquina nos llegó a hacer ropa para los cuatro e incluso, al no haber dinero para comprar carteras para el colegio, pudimos llevar los libros en unas bolsas de tela que nos confeccionó a modo de bandolera. En mi primer año de instituto iba yo, un poco avergonzado al principio, con una de color verde, pero nadie se metió conmigo y terminó pareciéndome la cartera más cómoda que jamás he llevado. 

-Yo era consciente - me contaba Fran- de que la mamá estaba agobiada intentando ahorrar al máximo, así que cuando empezó a acabarse el pienso para las palomas me daba apuro tener que pedirle que comprara más. A veces tardaba en hacerlo y yo no sabía si era porque se le olvidaba o porque era un sobreesfuerzo el tener que gastar en aquello. El caso es que cuando traía era muy poca cantidad y se acababa pronto, y yo, la verdad, lo pasaba mal con aquella situación.

Puedo imaginar a mi pequeño hermano sufriendo ante la impotencia de no alimentar lo suficiente a las palomas, tal y como mi padre le había pedido, y de no estar en su mano  el poder llevar a cabo la misión de la forma en que le hubiera gustado.

-¿Y qué hiciste entonces?

-Pues como hubo un tiempo en que el papá permitía que las palomas salieran del corral y volaran por el campo, yo había observado qué plantas les gustaba picotear así que cuando podía les metía en el corral aquellas hierbas y semillas. Y también, de vez en cuando, cogía de la despensa un puñado de arroz o de lentejas y se las llevaba. Pero, claro, aquello no era suficiente.

Sin embargo el mayor apuro vino por un suceso inesperado.


-Yo no tenía que ocuparme del agua en realidad. Las palomas tenían un bebedero grande que se mantenía a buen nivel a través de una manguera de jardín instalada para que en cuanto el nivel descendiera se volviera a llenar, así que agua no les faltaba nunca. 

>>Pero un día, al salir del colegio, fui a observarlas y una de ellas, un macho que tenía el plumaje negro y el buche azulado se acercó a donde yo estaba. Te aseguro que nunca había visto una paloma que me mirara directamente a los ojos. Y no solo eso, es que abría mucho el pico, como si me quisiera decir algo. Noté que esa paloma actuaba de una forma nada común, como si tuviera un problema y hubiera venido a mí sabiendo que yo era el único que podía ayudarla.

>>Entonces se me ocurrió mirar el bebedero... ¡y estaba seco! ¡No quedaba ni gota de agua! Parece ser que había estado por el campo el tío Pepe y seguramente cerró el grifo. 

(Nota: "el tío Pepe" era un hombre que venía a cavar la tierra y a regar de vez en cuando)

>>Fui corriendo a abrirlo y cuando les llegó el agua, las palomas se abalanzaron al bebedero con desesperación. Se pisaban unas a otras. No sé el tiempo que habían estado sin poder beber. Seguramente fue más de un día. Entonces entendí que la paloma tenía el pico abierto porque estaba muerta de sed y que no tuvo miedo alguno en acercarse a suplicarme: "Haz algo, que no podemos más".

-¿Te acuerdas del nombre de aquella paloma?

-No, pero recuerdo muy bien su aspecto.

-¿Y cómo terminó toda esta historia?

-Pues un buen día llegó un furgón del que bajaron dos hombres con sacos grandes de rafia. Entraron al corral y empezaron a atrapar a las palomas y a meterlas en los sacos. La mamá me dijo que las había vendido, que lo había hablado con el papá y estaban de acuerdo. Yo estaba aturdido, no me esperaba ver cómo a toda prisa las hacían desaparecer en aquellas bolsas y cómo se las iban llevando hasta no dejar ni una. 

>>Durante mucho tiempo me dio una pena tremenda pasar por el corral y verlo vacío. Aún hoy me acuerdo de aquello y siento pesar.

Nuestro padre se recuperó por fin de aquella enfermedad y, para alegría de todos, volvió a casa.

Dos años después Fran pidió permiso para hacer algo en el corral. En su interior hay dos compartimentos cerrados en los que las palomas, a través de una pequeña abertura triangular, entraban para anidar. Limpió uno de ellos y allí dentro volvió a hacer una proeza impropia de un niño:  un templo egipcio fascinante, como ya conté en el blog.

- ¿ Y le constaste al papá todo esto de las palomas cuando volvió?

-Imagino que sí, que en alguna ocasión se lo contaría.

De todas formas hoy quiero conservar aquí aquellos recuerdos y así poder dejar por escrito dos cosas importantes: 

A mi madre, que siempre has sido y serás nuestra heroína, la mujer más maravillosa del mundo.

Y a mi padre, el otro gran luchador de nuestra familia, que supiste elegir muy bien al más apropiado protector del corral, aquel niño obediente, inteligente y sensible que fue el mejor guardián de las palomas.




30 de septiembre de 2022

GEOGRAFÍA: DEL ROMANCE A LA PASIÓN.

 Si entro en la máquina del tiempo que tengo en la azotea, puedo verme en clase de Geografía con  don Antonio, cuando estudiaba 8º de EGB. 

Por aquel entonces no era una asignatura que me gustara especialmente. Me aburría bastante tener que memorizar los afluentes del Duero o del Ebro que, además de ser demasiados, tenía uno que recordar los que llegaban por la derecha y los de la izquierda. ¡Toma ya!  Y además estaban las cordilleras, los ríos, los cabos, los  golfos... ¡parecían no querer acabarse nunca! 

Reconozco, sin embargo, que la cosa cambiaba si había un mapa de por medio. Las cosas vistas sobre un mapa tenían un atractivo mucho mayor. 

Los mapas me han fascinado desde siempre, sobre todo aquellos con mucho colorido en los que se diferencian bien los países, o las provincias o las cordilleras... 

Con la geografía me ha pasado como con las lentejas, que de niño las miraba con cara de pocos amigos y ahora me parecen una delicia para los sentidos. 

En los últimos años he ido descubriendo una motivación especial ante el estudio de datos geográficos de todos los países del mundo. 

La cosa empezó con un reto que me autoimpuse en unas vacaciones de verano: aprenderme  las capitales de todas las naciones. Dado que la cosa resultó más peliaguda de lo que imaginaba, se me ocurrió hacer tarjetas con el nombre del país por un lado y la capital por otro. Más tarde lo perfeccioné utilizando cinco colores de cartulina distintos, para diferenciar los continentes. Conservo esas tarjetas dentro de una bonita caja que diseñé para guardarlas.  

Una vez conseguido el reto con suma satisfacción, se me ocurrió que sería digno de elogio reconocer las banderas de los 195 países del mundo, y ni corto ni perezoso volví a hacer fichas para ir repasando una y otra vez. 

Lo mejor de todo este aprendizaje es que conseguí contagiar el entusiasmo a mis hijos, y a base de juegos diversos logré que reconocieran banderas  (en esto es muy bueno Samuel) y memorizaran capitales (Aitana ya se las sabe todas).

Y una vez metido en esta ilusionante dinámica, me entró la fiebre por crear un juego de mesa



  Tenía sus dados, fichas para hacer el recorrido y banderines de colores según los logros obtenidos. Servía en principio para repasar capitales, banderas y situar todos los países en el mapa. Después fui añadiendo los más altos montes y los ríos más largos del mundo. 

Al ser el tablero de un tamaño poco manejable (tiene tres paneles) no me resultaba cómodo para estudiar, así que confeccioné otro de una sola pieza que también sirvió de juego.


  Como decía, mi afición por la Geografía ha ido en aumento y se ha desbordado como se desborda un río tras una tormenta descomunal. Diría que me estoy convirtiendo en un friki del dato geográfico. Y a las pruebas me remito.

Tras las capitales, las banderas y las localizaciones, ¿qué me resultaba atractivo de aprender? Pues la silueta de todos los países. Otras 195 fichas para familiarizarme con sus contornos.


Y aunque parezca mentira, este reto me ha fascinado. Es complicado porque hay muchos relieves parecidos pero a base de una observación exhaustiva y de intentarlo una y mil veces he logrado que me pongan a prueba y salir airoso de cada desafío.

Por supuesto, todas las fichas tienen su propia caja porque además de la geografía me gustan las manualidades. ¡Y el orden!


Si además de hallar sumamente agradable el estudio de la geografía (¡ay, si Don Antonio pudiera verme hoy...!) me encuentro en una papelería libretas con un diseño tan atractivo...


... no me queda más remedio que llenar sus páginas con las fichas de todos los países en orden alfabético.

Todas las semanas hago un par de fichas anotando la población, la superficie, el nombre del punto más alto, el idioma oficial, el gentilicio, la moneda... Por si esto  fuera poco añado el nombre de algunas de las ciudades más importantes, los nombres de personajes históricos/famosos allí nacidos, el título de alguna película que en tal país se rodara y unas cuantas curiosidades de toda índole.


En estos días estoy estudiando las 114 islas más importantes del mundo. Además de todas las que son países insulares como Islandia o Madagascar y todas aquellas tan conocidas como las Islas Malvinas o las Galápagos, las menos conocidas, como las islas ABC (Aruba, Bonaire y Curazao) en el Caribe, que pertenecen a Países Bajos, o las islas Andamán y Nicobar, de La India.

Y todavía sigo con ganas de aprender muchos otros datos y tengo en mente un par de divertidas ideas para compartir con familiares y amigos. 
Aunque a la hora de la verdad sólo Aitana me sigue de verdad en esta locura, los demás suelen escurrir el bulto porque saben lo pesadito que se puede poner el JuanRa con ese rollo de la Geografía.

¡Pero cómo lo disfruto! De un modo que nunca hubiera imaginado hace años.


18 de agosto de 2022

NARANJAS DE LA CHINA


 El mono M1 del laboratorio 9 fue, con diferencia, el más inteligente de todos. Poco después del segundo experimento buscó un reflejo en el que duplicarse, pasando a ser estéreo. Y además lo hizo a lo grande, para ser estéreo amplificado. Luego se puso a cantar El ritmo del tití y todos los científicos de la planta huyeron aterrorizados.


Fue el único tren que llegó con retraso. Aquel día no se lo vio por el andén de Yarmouth, ni en ninguna otra estación del país. Apareció casi un siglo después de lo esperado. 
Pero la gente lo entendió perfectamente. 
Se lo había tragado la ballena del tiempo.


Todos coinciden en que probablemente sea el período más complejo de estudiar: el elefantino, que comienza cuando las ciudades pasaron de sedentarias a nómadas. La nueva legislación mundial de fronteras y los complejos seguros de vida  serán siempre la mayor pesadilla para los estudiantes de Historia. 
Por todo lo demás, un 9 sobre 10.


Los mamíferos eligieron al león como su representante legal, y el águila lo fue para las aves. Pero, para disgusto de ambos, para las convenciones mundiales del reino animal fue elegido un reptil: la serpiente.
Y al hombre le pareció bien.


-Continuamos... Este es Miguel de la Paz, hijo de Manuel I de Portugal e Isabel de Aragón, hija de los Reyes Católicos. Durante su nacimiento, en agosto de 1498, Isabel murió en el parto. El hijo hubiera heredado la monarquía hispánica por parte de madre y la corona de Portugal por el lado paterno. Lamentablemente el pequeño Miguel murió antes de cumplir los dos años, y con él la posibilidad de que la península se unificara bajo un solo gobierno, que...
-Doña Trini, en la diapositiva hay una tortuga.
-¿Cómo? Ah, disculpad, es la publicidad. Hay que esperar a que pase.

***

28 de julio de 2022

EL ÚNICO UNICORNIO


 Hay regalos que se hacen con la mejor de las intenciones y regalos con su premeditada intención a cuestas. El que yo recibí hace años estaba tan cargado de fascinación que nunca dejó de pertenecer a quien me lo entregó, aunque, pensándolo mejor, nunca perteneció a nadie en realidad.

Todo comenzó cuando el conde de Fichtelgebirge logró cazar un imponente unicornio en los bosques azules de Taunus. Su esposa estaba encantada de poseer tan bella criatura  trotando por los jardines de su palacio de verano. No existía mejor animal para decorar su envidiado patrimonio y alardear ante sus amistades. Sin embargo, a las pocas semanas  decidió donarlo al zoológico de la ciudad.

La noticia encendió las portadas de todos los periódicos locales. Todavía conservo enmarcada una de aquellas fotografías:  yo, como director del zoológico, con la más ancha de las sonrisas, tomando de manos de la condesa las riendas de un ejemplar único en el mundo.

Nunca imaginé lo poco que duraría aquella felicidad.

Al principio todo resultó maravilloso: llegaba gente de todas partes del país, a cientos, ¡a miles!  para admirar a aquel corpulento corcel blanco  con su plateado cuerno en la frente.

A la semana de estar en el zoo, la condesa decidió hacer una gala benéfica. 
La idea era que las familias hicieran una donación y en compensación posarían junto a Belle, el nombre que ella misma dio al unicornio, para que un fotógrafo inmortalizara el momento. 
Pero el animal no parecía estar por la labor; de hecho se mostró agresivo con todos los hombres, especialmente con aquellos con bigote, y si bien permitió que se acercaran algunas mujeres jóvenes, sólo se dejaba acariciar por las niñas.
En aquella caótica tarde, la marquesa terminó enfureciéndose conmigo, como si fuera yo el culpable de la irracionalidad del equino, y aunque nunca fue mi intención, logró que  en lo sucesivo aumentara el precio de la entrada al zoo si incluía una visita al unicornio.

-Compréndalo, señor Wolff, -me decía con ojos de santa- no conviene masificar la zona y que pongan nervioso a nuestro tesoro.

No fueron pocas las veces que, por unas razones u otras, quiso dar protagonismo al animal, con lo que consiguió que cada vez se mostrara más esquivo. 

De alguna manera, no sé bien cómo, Belle conseguía mimetizarse con el entorno, y podía ser muy difícil llegar a verlo. Esto, lógicamente, molestaba a muchos visitantes, que habían pagado una entrada nada económica por conocer al flamante fenómeno del zoo y apenas lograban vislumbrarlo entre la vegetación.

Para satisfacer sus ansias de protagonismo, la condesa llegaba con amistades a cualquier hora del día, y por ser mujer de nula paciencia me mandaba buscar cuando el animal no estaba visible.

-Señor Wolff,- se apresuraba a decir con vocecilla seductora- no nos hará el feo de que marchemos sin ver a mi Belle, ¿verdad? ¡Ande, azúzelo un poco para que disfrutemos!

En una de aquellas ocasiones en que me obligó a molestarlo, el animal reaccionó de tan mala manera que golpeó con el cuerno a uno de mis empleados, rompiéndole una costilla, por lo que hubo que llevarlo al hospital. 
Arrepentida tal vez por el incidente que había provocado, la condesa comenzó a preocuparse por conseguir un mayor bienestar para aquella hermosa bestia de la que se sentía benefactora, cuando en realidad ella misma era el mayor incordio para el pobre animal.

-Verá, señor Wolff- me explicaba entusiasmada- he logrado que mi esposo me cuente cómo era el lugar en que encontró a nuestra Belle. ¡Ya verá qué paraíso voy a darle!

Entonces empezó mi verdadero calvario.

Primero mandó construir un gran estanque en el que flotaban decenas de nenúfares de flor diamantina. Al parecer, Belle se sumergiría en sus aguas en las noches de luna llena. 
El cuadrúpedo se limitaba a comerse las raíces y había que repoblarlo continuamente.

Para que tuviera un lecho donde acostarse, contrató a una cuadrilla de jardineros que plantaron helechos nocturnos, lirios de nieve y dedaleras púrpura.
Su Belle no se adentró jamás en tan sofocante rincón.

El estanque no parecía servir para que bebiera el caballito, así que ordenó un segundo estanque de orillas de arena blanca rodeado de enebros, de manera que sus bayas flotaran ligeramente en la superficie y le dieran una fragancia especial. 
Terminó utilizándolo como playa para ella y sus amigas.

Y si bien al principio todos los gastos corrieron por su cuenta, después se fue desentendiendo, y siempre era yo quien supervisaba las obras y quien subsanaba todos los desperfectos, por lo que llegó un momento en que pasaba más tiempo en la parcela del unicornio que en mi propia casa. Pero además,  como la magia de lo novedoso había desaparecido mucho tiempo atrás, la recaudación ya no era tan abultada como al principio. Mantener al unicornio empezaba a ser ruinoso.

-Señor Wolff, – me dijo una vez con cierto reproche- por la forma en que Belle me ha mirado diría que no ha dormido bien esta noche. ¿Se ha fijado en si le cantan las ranas de San Antonio que le ordené traer?
-Señora condesa- contesté reprimiendo mi ira- Cantaron todas las ranas, una a una, y después tocó el dúo para arpa y clarinete de todos los jueves. No creo que su precioso caballo haya dormido mal. Lo que creo es que está saturado de tanta visita.

Pero la condesa no se daba por aludida; era obvio que no estaba dispuesta a dejar de admirar su trofeo en casa ajena ni a prescindir de su juguete de ostentación. 

En los meses sucesivos, con tardes que se me hicieron siempre interminables, preparó veladas, subastas, conciertos, cócteles, concursos de pintura y hasta pasarelas de moda, siempre con su unicornio como telón de fondo. Para entonces apenas nadie pagaba una entrada para ver a su Belle, ni siquiera cuando los periódicos anunciaron que una de las sobrinas de la condesa iba a hacer trenzas con lazos en las crines del unicornio.

Un día, mientras desayunaba, me anunciaron que la condesa había muerto de forma repentina. Tras unos segundos de total incredulidad empecé a escuchar una voz en mi mente que repetía:  “¡Hasta aquí!, ¡hasta aquí!...”

Una semana después, alegando serios problemas económicos no del todo ciertos, escribí una carta al conde de Fichtelgebirge, rogándole viniera a llevarse a Belle, pues el zoo ya no tenia fondos para mantenerlo.
La mañana en que vinieron a por él no quise salir de mi despacho, me dolía presenciar aquel momento, pero cuando desapareció de mi vista sentí un enorme alivio.

Justo el día en que se cumplió un año de la muerte de la condesa y se hizo una misa en su memoria fui a saludar al conde a la salida de la iglesia. Le pregunté por Belle, deseando que me dijera que lo había devuelto al lugar en donde lo encontró.

-¿Belle? ¿Quién es Belle?
-El unicornio que usted cazó. 
-Ah, aquella bestia… Casi no lo recordaba. Ya no lo tengo, se lo regalé a mi primo Cedrik, de Bitterfeld.

Le pedí que me diera la dirección de su primo pues de repente sentí un vivo deseo por comprobar si el caballo estaba bien.
Al llegar a la finca de Bitterfeld aún tuve que desplazarme varios kilómetros al sur pues Cedrik había vendido a Belle a un cuñado suyo.

Cuando por fin encontré la parcela que buscaba estaba a punto de ponerse el sol, pero me dieron permiso para entrar en los corrales. En el trayecto me crucé con una anciana que se apoyaba en un llamativo bastón plateado con relieve en espiral, y me temí lo peor.

En el fondo de una cuadra inmunda, rodeado de cientos de  moscas que danzaban en la mortecina luz del crepúsculo, encontré a Belle. Estaba atado a una argolla  junto a un pesebre y mascaba alfalfa seca.
Había perdido aquel brillo nevado de su piel, que se había vuelto turbia y gris. 
Giró la cabeza para mirarme y descubrí lo que ya esperaba: le habían serrado su cuerno. En su frente quedaba un basto saliente, como si alguien le hubiera lanzado una piedra que hubiera quedado incrustada entre sus ojos. 
Sus crines estaban apelmazadas, así como su cola, sucia de excrementos, que no dejaba de mover, intentando espantar a los tábanos que mordían sus patas. 
Ya no parecía el mismo animal. 
Me acerqué hasta ponerme a su lado y me respondió con la mirada más triste que vi en mi vida.

-Pobre Belle, – le susurré- ¿qué te han hecho?

Sentí mucho remordimiento por haber llegado a aborrecer a aquel animal que jamás tuvo la culpa de nada. Me quedé unos minutos junto a él, acariciando su cabeza, observando cómo masticaba lentamente, como si su vida fuera ahora la resignación más absoluta.

Antes de irme me dedicó una última mirada y al asomarme a sus ojos descubrí algo sobrecogedor: en el fondo de sus pupilas había una cascada azul, un diminuto resplandor de agua y destellos de luz dorada entre un pasto verde infinito. 

En aquella mirada  aún quedaban ecos de su perdida libertad.

22 de junio de 2022

UNA HISTORIA CON MUCHA HISTORIA

En varias ocasiones he querido contar en el blog una anécdota familiar que debido a determinados elementos muy bien "hermanados" dio pie a una situación hilarante.

Creo que siempre terminaba por abandonar la idea porque nunca me decidía por cuál era la mejor manera de abordarla y porque siempre pensé que no crearía el efecto que en su día nos produjo, pero hoy esa misma historia me está pidiendo que le dé salida al mundo porque, comicidad al margen, hay en ella otros elementos que resultan interesantes y dignos de ser contados.

Para entender la historia en su conjunto hay que tomar perspectiva, por lo que nos vamos a situar en la Plaza Mayor de Elda.

Hoy es un lugar amplio y hermoso que en nada se parece al que conocí siendo un niño. En aquel entonces era ésta una barriada muy caótica, un conjunto de calles, casas, talleres, fábricas..., todo mezclado, mal trazado y sin ningún gusto estético. Por esta razón a aquella parte de Elda se la conocía como "Ciudad sin ley".

Había allí un cine en cuyas puertas vi yo la cola más larga para entrar a ver una película; una fila que se salía de la plaza y daba la vuelta a la manzana. Era el año 1977 y se estrenaba "La guerra de las galaxias" (título que las nuevas generaciones desprecian y ya todos llaman "Star Wars")

Otro recuerdo que tengo de la zona es el de oír tocar a bandas de música en directo, sobre todo en las fiestas de septiembre.
Pero recuerdo especialmente un callejón sin salida, de un aspecto que a mi me causaba inquietud, en el que había una carpintería. 

En ocasiones acompañábamos a nuestra madre a aquel taller, cuando necesitaba  comprar algún listón de madera o pedir algún encargo. 
Recuerdo que nos llamaba la atención una escalera exterior que daba acceso a la vivienda del carpintero, justo encima de su lugar de trabajo. El día en que  nos dio permiso para subir y asomarnos a su casa fue como si nos diera un pase a la mayor aventura. 

Llegó el año 1985 y un ambicioso proyecto urbanístico municipal incluía despejar el centro urbano y construir la actual Plaza Mayor. Eso implicaba la completa demolición de la "Ciudad sin ley".
Por lo que tengo entendido, el Ayuntamiento se encargó de indemnizar a los afectados por la remodelación, pero en el caso del carpintero encontraron un hueso duro de roer. 

Desconozco las negociaciones que hubo con él, sólo sé que, en su caso, el dinero que le ofrecían por abandonar aquel callejón no era suficiente para adquirir lo que él pedía: una vivienda modesta para él y su familia y un taller donde reubicar su carpintería. Es decir, ni más ni menos que lo que le iban a quitar.
Pero se negaron.

Fueron días difíciles para aquel hombre, que se mantuvo en sus trece, desoyendo las advertencias que fue recibiendo por carta para abandonar el lugar.
Muchos de los vecinos le apoyaban y uno de sus hermanos estaba convencido de que si seguían haciendo alegaciones les terminarían dando la razón.

Pero llegó entonces la fecha que le habían dado como ultimatum y apareció una cuadrilla con sus máquinas para comenzar los derribos.

Y ahora es cuando necesito hacer un alto en la historia para  desvelar (y lo he dejado para el final con toda la intención) que el carpintero en cuestión se llamaba Pompeyo, su hermano tenía por nombre Procopio, y el cine que antes he mencionado era el Coliseo.
Y también es el momento de describir la azarosa situación que se produjo cuando, días después,  mis padres nos estaban contando las últimas novedades del asunto en cuestión, justo cuando llegaba mi amigo Juan Luis, que al entrar en la cocina oyó cómo mi padre decía: 

-Y apareció la cuadrilla que iba a demoler todo aquello cuando Pompeyo les salió al paso y les dijo que por allí no entraría nadie. Como tenían órdenes de sus superiores  levantaron las palas y entonces Pompeyo se tumbó en el suelo y dijo que para avanzar tendrían que matarlo.
- "¡Por encima de mi cadáver!"- apuntaba mi madre, parafraseando a Pompeyo.
- Cuando fueron a levantarlo -continuaba explicando mi padre- Pompeyo forcejeó con todos, y unos vecinos fueron avisar a su hermano Procopio, que estaba en la plaza del Coliseo. Procopio fue corriendo para defender a su hermano y tanto pelearon que al final consiguieron que dieran media vuelta y se fueran. 

Creo que todos podréis imaginar la cara de Juan Luís escuchando todo aquello. Cuando le expliqué de qué estábamos hablando exclamó: "¡¡Y yo que creía que había llegado en mitad de una clase de Historia!!"
Y ahí fue cuando todos nos reímos tantísimo. 

Porque verdaderamente fue aquella una clase de Historia de las buenas, una historia con mucha Historia, una odisea de romanos- sin romanos- del siglo XX.

Por eso ahora, cada vez que voy a la Plaza Mayor, no puedo evitar pensar en lo distinto que es todo aquello y lo mucho que me gustaría volver por unos instantes a aquella Ciudad sin ley de mis recuerdos, y a aquel callejón en el que vivía Pompeyo, con el Coliseo a sus espaldas.

Año 1984. Ciudad sin ley. Elda.



Demolición del cine Coliseo (se puede ver su pantalla)

Cartelera de cines de Elda. Año 1957.

Información y fotos extraídas de:
 www.prospectosdecine.com 
www.valledeelda.com
eldahistoria.blogspot.com


Nota: Pompeyo y su familia vencieron finalmente. Terminaron por darles la razón en el Tribunal de Estrasburgo. Sí, aunque parezca mentira. 
Me cuenta mi madre que siguió alegando hasta el final y que, según contaban los entendidos, las cartas que redactaba siempre estuvieron a la altura del mejor de los letrados. 
Probablemente esto daría para otra historia.

28 de mayo de 2022

EXPRESIONES ADOPTADAS

 HERMANOS:

Cierta vez íbamos mis hermanos y yo caminando hacia el colegio cuando nos encontramos un folio en el suelo. Por el motivo que fuera nos llamó la atención y al cogerlo vimos que era un examen corregido. En la esquina superior derecha la maestra (siempre pensamos que fue una maestra) había escrito en rojo y con letra firme: “Muy mal! Muy sucio!

La verdad es que la caligrafía era horrible, con letras grandes y líneas torcidas, pero esa valoración  nos pareció muy cruel y enseguida nos solidarizamos con el desconocido niño. Dimos por hecho que aquello lo habría puesto triste y de mal humor, hasta el punto de querer deshacerse del examen.

El caso es que nunca olvidamos aquel momento, y la anotación en rojo se hizo tan famosa  que pasó a formar parte de nuestras expresiones comunes.

-¡Anda! Se me ha olvidado traerte el libro que te dije.

-¡Muy mal! ¡Muy sucio!

-¿Donde están las pipas que había en la despensa?

-Ya nos las hemos comido.

-¿¡Todas!? ¡Muy mal! ¡Muy sucio!


AITANA:

Aquella vez escuchamos a la pequeña Aitana decir: “Y de repronto...”

Estaba explicándonos algo que le había ocurrido, y queriendo decir “de repente” debió de colarse en su cabeza “de pronto” y le salió ese mezclijo que particularmente  me parece perfecto.

La expresión nos hizo tanta gracia que la utilizamos muchas veces.

-Hacia muy buena mañana y nos íbamos a la playa, pero se puso a llover.

-¿Así, de repronto?

-De repronto y sin avisar.

-Qué rabia me dan los perros que están tranquilos y empiezan a  ladrar de repronto.


PAPÁ:

Cuando mi padre está especialmente contento es muy habitual que dé una fuerte palmada y se ponga de inmediato a frotarse las manos mientras camina y exclama: ¡Matildita, Matildita, Matildita!

¿Que quién es la tal Matildita? No existe (que yo sepa). Es su particular forma de expresar “¡Ay, qué bien va todo!” 

Esos arrebatos de felicidad tienen a veces una breve continuación que dice:

"¡Matildita de Aragón!

¡Matildita de Aragón!

¡Eres una chica guapa 

tan bonita como yo!"

Siempre acompañado de un enérgico frotar de manos, no lo olviden.

Pues bien, misterios de la genética, el dar una palmada y ponerse a caminar cuando está eufórico es también habitual en mi hijo, que no nombra a Matildita, pero ya me apresuro a hacerlo yo como si doblara la escena de una película que conozco muy bien.

“¡Matildita, Matildita, Matildita!”

Y así, “Matildita de Aragón” también forma parte de las expresiones de esta familia.


SAMUEL:

Hablando de mi hijo, nos solemos reír mucho cuando prueba un plato nuevo y mientras lo saborea nos mira uno a uno y finalmente exclama: ¡Esto no es normal!

No dice “¡qué bueno está!” ni “¡qué rico!”, su sello de identidad ante los deleites del paladar es: “¡Esto no es normal!”

Una vez, en un restaurante de Albarracín nos sacaron como postre pastel de queso de cabra. Dejé que lo probara primero y al ver que ponía los ojos en blanco dije “¡Qué! No es normal, ¿no?”

Efectivamente su frase ha trascendido de tal manera que cuando algo nos gusta mucho ya todos decimos “¡Esto no es normal!


MAMÁ:

¿Quién no ha tenido alguna vez esa necesidad urgente, inaplazable e ineludible de ir al cuarto de baño? Mi madre tiene muchas anécdotas divertidas de algunos momentos comprometidos que le ha tocado vivir al respecto. Pero lo que más gracia me ha hecho siempre es que ella llame a esa situación: “surgir un preciso

A mí esa expresión me parece de altura, casi de literatura del Siglo de Oro. Diría que  podría existir algún soneto de Quevedo hablando de esto, pero como sé que no lo voy a encontrar, mejor me lo invento:

Con rodilla en tierra  por sellar compromiso

y su amada aguantando el “sí” entre los labios

Aún lo culparon de crueles agravios

al correr apurado por surgirle un preciso.

Ni que decir tiene que cuando alguien sale corriendo de repente (o de repronto como diría Aitana) comentamos que hay muchas posibilidades que le haya “surgido un preciso”


TOMÁS:

Mi hermano Tomás pasó muchos fines de semana de su adolescencia disfrazado de sioux. Durante mucho tiempo ambos sentimos verdadera pasión por los indios americanos, (VER) pero lo suyo llegó a ser casi un modo de vida.

Una vez iba por el campo con un atuendo  que con mucha maña le hizo mi madre, con sus flecos en mangas y perneras, su penacho de plumas, su collar de bulbos secos, su arco y flechas en el carcaj... y una mirada de pocos amigos.

Una señora muy mayor que teníamos de vecina en el campo de enfrente lo vio de lejos y se acercó a la verja para hablar con él.

-¡Oye! -le llamó- ¿Sabes quién pareces?

Tomás se quedó esperando a que le dijera algo más.

-¿Sabes quién pareces? - repitió.

-No, quién- quiso saber

-¿Quién pareces?

-No sé… ¿quién parezco?

-¿Quién pareces?

Sólo con el tiempo dedujimos que lo que aquella señora quería preguntarle es “¿Sabes a quién quieres parecerte?” o lo que es lo mismo: “¿De qué vas disfrazado?”

Pero nosotros, que de todo sacamos chirigota, hemos ido repitiendo hasta el infinito aquel diálogo de besugos.

¿Sabes quién pareces?

“¿Quién?”

¿Quién pareces?

“¿Quién parezco?”

¿Quién pareces?

***

Seguro que tú, querido lector, también dices algunas expresiones que son exclusivas de tu ámbito familiar. Si es así, me apetece emular a los YouTubers diciendo:

 “¡Déjamelas en los comentarios! Y si te ha gustado dale al like, suscríbete y comparte con amigos.”