Damián llegó demasiado pronto y se pasó media mañana caminando por el andén de la estación.
Cincuenta pasos hacia el este (... y sincuenta) otros cincuenta al oeste (... y sincuenta).
Una y otra vez en recorrido elíptico, como si fuera un satélite con boina gravitando a ras del suelo.Cincuenta pasos hacia el este (... y sincuenta) otros cincuenta al oeste (... y sincuenta).
Desde que supo que Elisandro volvía al pueblo, era un manojo de nervios andante.
Por fin escuchó el silbato del tren acercándose y la emoción consiguió que un par de lágrimas abrieran dos húmedos senderillos en el polvo de sus mejillas.
- Caguentó, Lisandro, - exclamó al verle descender del vagón - ¿ande asestao to este tiempo, jodío?
- Oh, mi dilecto hermano. Ven a mis brazos, truhán. Meditando sobre ti estaba durante todo el trayecto.
- Íralo, sistás hecho un pincelicoo... -le decía al abrazarle- Pero, recoño, se tan ío las carnes, ¿qué no talimentan en la siudá?
- ¡No me van a alimentar! Eres un exagerado, hermano; en cualquier caso es bien seguro que el cambio de aires refortalecerá mi físico, que algo endeble sí anda.
- Pos anda, vamos pa' casa que la madre de seguro que ta preparao un caldo desos que rezusitan un muerto.
Desde la sombra del edificio de viajeros les vio llegar la vieja mula, al humilde carro enganchada en sumisa condena. Damián se apresuró a colocar hojas de un periódico en el asiento.
- Aguarda, Lisandro, que no te se guarreen los pantalones de asentarte.
- No te apures, Damián, que ni vengo de etiqueta ni soy tan remilgado. Ah, ¿pretendes que mis posaderas descansen sobre la cara de Don Alfonso? Bueno... sea, si así lo quiere el destino.
Dejaron pronto a su derecha las verdes huertas del tío Ramiro, que al verles pasar saludó en la distancia con su garrote hacia el cielo en fuertes sacudidas, como si pretendiera pinchar una nube.
- ¿Sabes que otra ves l'han hecho padre al Ramiro? - comentó Damián a su hermano - ¡Y van siete!
- ¿Siete vástagos ya? ¡Qué disparate! Creo recordar que tenía dos cuando marché. Cómo pasa el tiempo...
- Naa, si no ha sío tanto. La Ana Carmen, que la salío mu coneja y namás que hace que preñarse y parir.
- Hombre... no prende sola la leña si no se arrima la yesca.
- Jejeje, tú de siempre tan letrao..., mira que tiés conosimientos.
- Pero hombre, esto era algo que a menudo nos decía nuestro abuelo, ¿es que ya no lo recuerdas?
Avanzaron camino distraídos en animada charla en la que Damián fue contando a Elisandro los pormenores de la última cosecha y éste los quebraderos de cabeza que le daban sus discípulos de la facultad.
- Pos no tacía yo tan ocupao, ya ves. Me pensaba que tabías ío pa desentenderte de to esto del campo, que es mu sacrificao, y questarias viviendo como un rey.
- De sobra sé lo penoso y abnegado que es ganarse la vida en el campo y por eso te admiro, hermano, por tu fuerza y por la sencillez y naturalidad con que te acoges a tu destino. Pero ya ves que yo tenía encomendada otra suerte.
Al alcanzar la casa familiar y aspirar el aroma de los jazmines, Elisandro creyó que no había transcurrido el tiempo en aquel lugar. Todo parecía estar tal y como lo recordaba.
- ¿Está madre en casa?
- No, pero írala por ande viene. Sabía quedao en la huerta de mientras iba yo a la estación.
- Oh, cuán avejentada la ven mis ojos en ese caminar, no es más que la sombra de aquella altivez...
- Quiá, pos ahí ande la ves, sus güenas zancás se pega en el bancal con la azá si le se tuerce el riego y le estroza un caballón. Y tié más duras las manos cun sarmiento seco.
- Damiaaan, jodíoo, - la oyeron gritar - que tas dejao la mula sin ataar y me sa clavao en el bancal del alfalfe. Anda y agárrala tú, tronao.
- Yastamos con la bronca, aguarda hermano que nun ratico vuelvo. ¡No sus vayais lejos!
La vieja fue acercándose con paso ondulante. Llevaba la mano sobre los ojos a modo de visera para protegerlos de la luz del sol y una rama de hinojo se movía en la comisura de su boca. Él la esperaba con los brazos abiertos y una gran sonrisa.
- Elisandro, a mis brazos, hijo, - le dijo emocionada al llegar a su lado - Ardía en deseos de volver a verte. Entra, entra en casa que te voy a obsequiar con los suculentos refrigerios que me consta que añoras.