Esta es la historia de una simple visión que pasó a ser leyenda para convertirse con el tiempo en una verdad indiscutible.
Pero me explicaré mejor, empezando desde el principio.
Era yo un adolescente cuando, viviendo en la casa de campo de Petrel, hubo que cambiar algunas tejas porque había goteras.
Mi hermano y yo tuvimos que admitir que habíamos estado caminando sobre el tejado, y no sólo para coger el balón cada vez que se nos colaba, sino también por el simple placer de hacerlo y ver el campo desde las alturas.
Era muy sencilla esa aventura dado que al tejado se podía acceder desde la terraza sorteando un muro bajo y estrecho, pero no contábamos con que aquellas tejas planas y rectangulares eran ya muy viejas y muchas de ellas se quebraron con nuestro peso.
El caso es que el día en que llegó el encargado de cambiarlas yo estaba presente. Recuerdo que me fascinó ver aquellos huecos abiertos al cielo y desde la terraza curioseé el interior como buenamente pude, maravillado al comprobar el enorme vacío abuhardillado que había bajo el tejado y el magnífico escondite que aquello sería si fuera posible entrar.
Entonces vi algo blancuzco en aquella semioscuridad, como una sábana extendida sobre una mesa, o sobre algún mueble grande. No me dio tiempo a observar mejor qué era lo que estaba viendo porque no duró mucho el cambio de tejas, pero aquello se me quedó grabado.
En cuanto tuve ocasión se lo conté a mi madre.
- Te habrá parecido – me dijo
- No, no, ¡que lo he visto!
- Sería otra cosa – insistía- Ahí arriba no puede haber muebles. ¡Se hundiría el techo!
Pero yo no quería olvidar aquella visión, era un descubrimiento fabuloso que hacía disparar mi imaginación. ¿Y si los antiguos inquilinos escondieron algo allí? Seguro que había cosas de valor, de mucho valor.
El tiempo pasó y de vez en cuando, si venía al caso, volvía yo a repetir que sobre nuestras cabezas había un tesoro escondido. A mi hermano empezaba a darle muchos más detalles y ya no era solo una mesa cubierta lo que había visto, también “recordé” un cuadro de una mujer misteriosa vestida de blanco.
- ¿En serio que lo viste? - me preguntaba Tomás
- ¡Claro que lo vi!
- ¿Te imaginas poder entrar? - se atrevía a aventurar
- ¡Guau! ¡Encontraríamos cosas increíbles!
Y lo decía yo tan convencido que hasta mi padre parecía dudar cuando me escuchaba.
- Me pareció – dije un día- que sobre la mesa había algunos libros.
- ¿Cómo que libros? - exclamó mi padre, intrigado, y a mí me divertía enormemente crear tanta expectación.
- ¡Anda, anda! - salía al paso mi madre rompiendo la magia - ¿pero no veis que se lo inventa todo? ¡Pues no le gusta ponerle misterio a la cosa!
Cuando mis hermanos pequeños crecieron, la historia era ya colosal. Había un esqueleto, un globo terráqueo, algunos juguetes viejos…
- ¿Y por qué no levantamos las tejas para ver todo eso? - me preguntaba el pequeño Fran.
- Yo también quiero verlo – decía Ana
- No, es mejor dejarlo ahí escondido – les contestaba yo.
Han pasado muchos años desde que tuve oportunidad de asomarme por aquel agujero del tejado y ver lo que vi. Hoy los adolescentes son mis hijos y a ellos también les he dicho siempre que allí, bajo las tejas, hay un escondite lleno de cosas extraordinarias. Nunca me han creído, entre otras cosas porque la abuela continúa diciéndoles que su padre tiene demasiada imaginación.
Pero yo les digo que los mejores y más grandes tesoros son los que no se han descubierto todavía, aquellos que sabes que están ahí y que te están esperando. Que el brillo y la magia de esos tesoros radica en creer en ellos.
- Hay algunas personas tan tristes – les digo - ¡que no creen ni en los Reyes Magos! Y entonces no queda más remedio que sean sus padres o sus parejas los que les compren alguna cosa. A mí me las regalan los Reyes. Y ahora que lo pienso… me parece que guardan los regalos debajo del tejado del campo.
Solo me queda añadir que para cuando las futuras generaciones me pregunten qué es lo que vi aquel día, he compuesto una canción que dice:
¿QUÉ HAY EN EL TEJADO, DEBAJO DE LAS TEJAS?
UN MONTÓN DE MARAVILLAS DE LAS QUE NADIE SABE NADA
UN COFRE CON CIEN CARTAS, SEIS MUÑECAS VIEJAS,
UN SOLDADO DE MADERA CON SU CASACA DORADA.
UN TARRO DE CRISTAL REPLETO DE CANICAS
EL DIBUJO DE UN LIRIO PINTADO CON SU SAVIA
UN GUANTE DE BOXEO QUE SIGUE OLIENDO A ARNICA
UN MAPA DE ITALIA Y LA ANTIGUA YUGOSLAVIA.
DISCOS DE EDITH PIAF, DE BOLEROS Y DE FADOS,
POSTALES DEL MUNDO, TEBEOS DE PESETA,
LIBROS DE SALGARI Y UNO RARO TITULADO:
“LA CAZA DEL CIERVO SIN CEPO NI ESCOPETA”
FOTOS COLOR SEPIA, UNA RADIO DE BOTONES,
UN JUEGO DE MAGIA CON SU SOMBRERO DE COPA
UNA MANDOLINA, PARTITURAS Y CANCIONES,
UN ALBUM DE SELLOS CON LOS REYES DE EUROPA
ACUARELAS, PINCELES, UN AUTOBÚS DE HOJALATA,
GATOS Y ELEFANTES DE ALABASTRO Y DE MARFIL
Y BAJO UNA MESA, SORTEANDO SUS PATAS,
EL ZIG ZAG DE UNAS VÍAS CON SU FERROCARRIL.