Me comentó hace tiempo una compañera, que cada vez que llega al trabajo empieza a sentir una presión sobre los hombros y el pecho, y que esa sensación es a veces tan prolongada que termina la jornada muy cansada. Ella está convencida de que hay cargas negativas en el ambiente que por alguna razón influyen sobre ella y que, aunque no entorpecen su labor, sí afectan su ánimo.
- ¿No te ha ocurrido alguna vez - me decía – que entras a un lugar y en seguida percibes que hay mal rollo?
- ¿Cómo que mal rollo?
- Sí, que el ambiente está enrarecido, que no te da buenas vibraciones...
- Pues no, no me ha pasado nunca.
- A mí sí, muchas veces. Y aquí, muchos días, lo noto.
En ocasiones, al despedirse, me preguntaba si no me daba miedo quedarme solo por las tardes (a partir de las 6 los usuarios empiezan a marcharse y hay veces en que me quedo solo bastante tiempo hasta la hora de cierre).
- ¿Miedo? Pues no, ¿por qué habría de tenerlo?
- No sé, por eso de que haya muerto gente aquí dentro...
No soy especialmente miedoso hacia lo relacionado con historias paranormales. No me cabe la menor duda de que antes habré de temer a un vivo que a un muerto, y por tanto, mis miedos son otros.
Me aterra la idea de subirme a una montaña rusa, por ejemplo. Me dan miedo la velocidad y las alturas, y me espantan el fanatismo y la violencia.
Sin embargo soy muy capaz de entrar solo a una casa abandonada y recorrerla por completo, o de pasear a solas por un cementerio aun cuando quede poca luz. Y no diré que lo haga tan campante, sí hay una cierta inquietud dentro de mí al hacerlo, pero es un pasar miedo voluntario, una inquietud atractiva, un interés morboso, turbador y placentero a un mismo tiempo.
Imagino que esa liberación de adrenalina que algunos experimentan haciendo puenting, por ejemplo, otros la sentimos al abrir la puerta de una habitación vacía en la que solo escuchas el sonido de tus pasos en el polvo o el del crujir de las maderas viejas.
Y una noche...
Había cerrado ya todas las puertas del Centro y solamente yo me encontraba dentro del edificio. Hice un recorrido por la planta superior para comprobar que no había quedado algún grifo abierto y que todas las ventanas estaban cerradas.
Ya había apagado todas las luces y caminaba por los pasillos al resplandor de la luz de las farolas exteriores, cuando de repente oí cómo el ascensor se ponía en marcha y desde el primer piso bajaba a la planta baja.
Yo estaba convencido de que no había nadie en el edificio, así que se me congeló la sangre en el cuerpo al escuchar el chasquido del motor, el descenso, y el sonido de la puerta al abrirse. Me quedé muy quieto esperando oír a alguien salir del ascensor y caminar, pero no se oía nada.
Me atreví a asomarme al hueco de la escalera y gritar “¿Hay alguien?”
El silencio me puso muy nervioso, así que recogí mis cosas y me marché de allí rápidamente.
- ¿Lo ves? - me decía mi compañera, tras contárselo al día siguiente – Ya se están manifestando.
No me dejé llevar por la sugestión, por supuesto. Salvo un estrecho y oscuro almacén que hay en un construcción exterior, no hay ningún lugar de este edificio que me imponga respeto recorrer, ni siquiera en penumbra, así que no tardé en desterrar el incidente de mi cabeza.
Y ya había olvidado aquello por completo cuando en otra anochecida se repitió.
Bajaba yo las escaleras hacia la planta baja por el edificio cerrado y vacío cuando rompió el silencio el sonoro clack del motor del ascensor. Esta vez lo tenía frente a mi, por lo que el susto fue aún mayor. Los segundos antes de que se abriera la puerta al llegar abajo fueron terroríficos, pues la sola idea de que pudiera vislumbrar una figura humana dentro me tenían paralizado, ya que, aunque inconcebible, no terminaba de ser del todo imposible.
Pero la puerta se abrió y el ascensor estaba vacío.
Pero el extraordinario caso del ascensor “con vida propia” no tardó en morir.
Días después, cuando comenté el caso al técnico que vino a hacer la revisión, me dijo que era natural, que su posición inicial es siempre la planta baja y que cuando pasa mucho tiempo sin utilizarse, el ascensor está programado para descender a esa posición.
Y así es cómo me vinieron a matar los fantasmas con una simple explicación técnica.
Desde entonces, he vuelto a oír alguna noche más cómo la máquina se pone en movimiento y se desliza como un susurro al piso inferior.
Y os confesaré algo: el mordisco en el estómago lo sigo teniendo. Y aún me detengo a esperar que se oigan unos pasos cuando la puerta se abre. Es una idea que me apresuro a borrar inmediatamente, pero, aunque el corazón me late con fuerza, me seduce más la idea de un espíritu jugando en la noche que aquella explicación del ascensor programado. Me gusta creer que existe "algo más".
¿Acaso no fue una decepción que demostraran que no hay ningún monstruo en el lago Ness? ¿De qué sirve un lago tan misterioso si matan la hermosa leyenda que lo alimentaba? ¿Qué beneficio lograron con aquel informe científico? Ninguno.
No concibo la idea de un castillo sin fantasma, de una casa abandonada sin espíritu, del universo sin extraterrestres... Incluso no puede quedar isla desierta sin un fabuloso tesoro enterrado en algún lugar.
Qué serios y aburridos aquellos que se empeñan en dar una explicación a lo inexplicable, los que se niegan a admitir que hay puertas secretas, los que se quedan a este lado del espejo. Qué tristes los tan insanamente cuerdos, los que jamás experimentan las deliciosas cosquillas que da la fantasía a nuestros sentidos. Esas imaginaciones tan reales...
En fin... ellos se lo pierden.
- ¿No te ha ocurrido alguna vez - me decía – que entras a un lugar y en seguida percibes que hay mal rollo?
- ¿Cómo que mal rollo?
- Sí, que el ambiente está enrarecido, que no te da buenas vibraciones...
- Pues no, no me ha pasado nunca.
- A mí sí, muchas veces. Y aquí, muchos días, lo noto.
En ocasiones, al despedirse, me preguntaba si no me daba miedo quedarme solo por las tardes (a partir de las 6 los usuarios empiezan a marcharse y hay veces en que me quedo solo bastante tiempo hasta la hora de cierre).
- ¿Miedo? Pues no, ¿por qué habría de tenerlo?
- No sé, por eso de que haya muerto gente aquí dentro...
No soy especialmente miedoso hacia lo relacionado con historias paranormales. No me cabe la menor duda de que antes habré de temer a un vivo que a un muerto, y por tanto, mis miedos son otros.
Me aterra la idea de subirme a una montaña rusa, por ejemplo. Me dan miedo la velocidad y las alturas, y me espantan el fanatismo y la violencia.
Sin embargo soy muy capaz de entrar solo a una casa abandonada y recorrerla por completo, o de pasear a solas por un cementerio aun cuando quede poca luz. Y no diré que lo haga tan campante, sí hay una cierta inquietud dentro de mí al hacerlo, pero es un pasar miedo voluntario, una inquietud atractiva, un interés morboso, turbador y placentero a un mismo tiempo.
Imagino que esa liberación de adrenalina que algunos experimentan haciendo puenting, por ejemplo, otros la sentimos al abrir la puerta de una habitación vacía en la que solo escuchas el sonido de tus pasos en el polvo o el del crujir de las maderas viejas.
Y una noche...
Había cerrado ya todas las puertas del Centro y solamente yo me encontraba dentro del edificio. Hice un recorrido por la planta superior para comprobar que no había quedado algún grifo abierto y que todas las ventanas estaban cerradas.
Ya había apagado todas las luces y caminaba por los pasillos al resplandor de la luz de las farolas exteriores, cuando de repente oí cómo el ascensor se ponía en marcha y desde el primer piso bajaba a la planta baja.
Yo estaba convencido de que no había nadie en el edificio, así que se me congeló la sangre en el cuerpo al escuchar el chasquido del motor, el descenso, y el sonido de la puerta al abrirse. Me quedé muy quieto esperando oír a alguien salir del ascensor y caminar, pero no se oía nada.
Me atreví a asomarme al hueco de la escalera y gritar “¿Hay alguien?”
El silencio me puso muy nervioso, así que recogí mis cosas y me marché de allí rápidamente.
- ¿Lo ves? - me decía mi compañera, tras contárselo al día siguiente – Ya se están manifestando.
No me dejé llevar por la sugestión, por supuesto. Salvo un estrecho y oscuro almacén que hay en un construcción exterior, no hay ningún lugar de este edificio que me imponga respeto recorrer, ni siquiera en penumbra, así que no tardé en desterrar el incidente de mi cabeza.
Y ya había olvidado aquello por completo cuando en otra anochecida se repitió.
Bajaba yo las escaleras hacia la planta baja por el edificio cerrado y vacío cuando rompió el silencio el sonoro clack del motor del ascensor. Esta vez lo tenía frente a mi, por lo que el susto fue aún mayor. Los segundos antes de que se abriera la puerta al llegar abajo fueron terroríficos, pues la sola idea de que pudiera vislumbrar una figura humana dentro me tenían paralizado, ya que, aunque inconcebible, no terminaba de ser del todo imposible.
Pero la puerta se abrió y el ascensor estaba vacío.
Pero el extraordinario caso del ascensor “con vida propia” no tardó en morir.
Días después, cuando comenté el caso al técnico que vino a hacer la revisión, me dijo que era natural, que su posición inicial es siempre la planta baja y que cuando pasa mucho tiempo sin utilizarse, el ascensor está programado para descender a esa posición.
Y así es cómo me vinieron a matar los fantasmas con una simple explicación técnica.
Desde entonces, he vuelto a oír alguna noche más cómo la máquina se pone en movimiento y se desliza como un susurro al piso inferior.
Y os confesaré algo: el mordisco en el estómago lo sigo teniendo. Y aún me detengo a esperar que se oigan unos pasos cuando la puerta se abre. Es una idea que me apresuro a borrar inmediatamente, pero, aunque el corazón me late con fuerza, me seduce más la idea de un espíritu jugando en la noche que aquella explicación del ascensor programado. Me gusta creer que existe "algo más".
¿Acaso no fue una decepción que demostraran que no hay ningún monstruo en el lago Ness? ¿De qué sirve un lago tan misterioso si matan la hermosa leyenda que lo alimentaba? ¿Qué beneficio lograron con aquel informe científico? Ninguno.
No concibo la idea de un castillo sin fantasma, de una casa abandonada sin espíritu, del universo sin extraterrestres... Incluso no puede quedar isla desierta sin un fabuloso tesoro enterrado en algún lugar.
Qué serios y aburridos aquellos que se empeñan en dar una explicación a lo inexplicable, los que se niegan a admitir que hay puertas secretas, los que se quedan a este lado del espejo. Qué tristes los tan insanamente cuerdos, los que jamás experimentan las deliciosas cosquillas que da la fantasía a nuestros sentidos. Esas imaginaciones tan reales...
En fin... ellos se lo pierden.