Ultimamente, no sé por qué, me acuerdo mucho de las excursiones al aire libre que solíamos hacer juntos, de cómo accedías encantado a cualquier propuesta de aventuras que yo te planteara.
Me acuerdo muy bien de las caminatas primaverales por los descampados de las afueras, de cómo te hacía observar la Naturaleza a nuestro alrededor.
“Mira, Samuel, mira cómo llevan estas hormigas comida a su hormiguero”
“¡Vaya charco tan grande ha dejado aquí la lluvia!, ¿le tiramos piedras?”
“Mira, esto es un nogal, ¿buscamos alguna nuez que se pueda comer?”
Y luego volvíamos a casa y te apresurabas a regalar a tu madre cualquier florecilla que hubieras encontrado por el camino, porque siempre que veías una flor te acordabas de ella.
Entonces le contabas entusiasmado las cosas que más te habían llamado la atención. Recuerdo cuánto te impresionó aquella vez en la que encontramos un perro muerto entre la vegetación, y ya en casa, a tu manera, expresabas a la mamá todo lo que yo te había explicado al respecto, y me satisfacía comprobar lo bien que lo habías comprendido todo.
De aquellos paseos, me viene a la mente con especial cariño aquel en que salimos a encontrar “el fin del mundo” y de cómo tuvimos que regresar corriendo bajo aquel chaparrón inesperado, calados pero muertos de risa.
El tiempo ha pasado y aquel niño ya casi tiene mi altura.
El otro día estaba lavándome la cara en el aseo y al incorporarme me sorprendió ver tu reflejo en el cristal, tan alto, tan espigado.
“¡Pero Samuel! ¡¡Tú has vuelto a crecer!!”
Me hizo mucha gracia tu reacción, pues abriste mucho los ojos y exclamaste:
“¿Verdad que sí? ¡Con razón cuando iba corriendo por la calle me parecía que el suelo estaba más lejos!”
No deja de asombrarnos cuánto has cambiado en pocos meses, y no solo físicamente. Te vemos mucho más independiente, más seguro, con muchas ganas de estar con tus amigos a toda hora, hasta el punto de que cualquier plan de fin de semana con nosotros no te seduce en absoluto. Estás en esa edad preadolescente en que te apetece ir a tu aire, en la que te esmeras eligiendo la ropa que te vas a poner y que regateas la hora de llegar a casa. Y yo que pensaba que todo esto llegaría, sí, pero más tarde, sin embargo... ¡ya está aquí!
Todo es natural, son las lógicas etapas de la vida y de nada debemos quejarnos y poco podemos reprocharte, y menos con esas notas tan brillantes que siempre has obtenido. Y además siempre (o, mejor dicho, casi siempre) te portas muy bien con tu hermana, que ahora parece haberse quedado a años luz de ti.
¡Y lo que me cuesta creer que el curso que viene empieces a ir al Instituto!
Verdaderamente, no podemos estar más orgullosos.
Pero será porque no me he habituado a esta nueva etapa, esa en la que, como dice la canción, “aún me pertenece, pero menos”, que cuando abro la ventana de mi habitación y entre los edificios de enfrente veo a lo lejos las llanuras del campo, no puedo evitar recordar nuestras aventuras por aquellos parajes y me entran muchísimas ganas de que fueras de nuevo aquel niño que no dudaba en venirse conmigo a donde fuera.
"Samuel, ¿vamos a ver si encontramos algún tesoro perdido?
Y se te iluminaba la cara y te apresurabas a darme la mano para salir de casa.
Aquella mano cálida tan pequeña que se perdía dentro de la mía.
¡¡Feliz cumpleaños, Samuel!!