27 de octubre de 2016

CUANDO EN YECLA HACE FRÍO...

Cuando en Yecla hace frío, HACE FRIO.
Y lo escribo en mayúsculas,  para que no se tome a la ligera.


He conocido días de invierno en los que la ciudad era una estampa de cristal, con las fuentes congeladas, el cielo como una lámina de hielo y el mercurio por los suelos. En esas ocasiones la palabra FRÍO se queda muy corta, como encogida.

Puedo rememorar tres días en concreto en los que pasé, como dice mi padre, “más frío que un chotico en invierno." Los tres fueron en Yecla, como no podía ser de otro modo.

El primero fue precisamente la primera vez que conocí la ciudad, allá por febrero de 1990 y recuerdo que cuando volvía a mi casa  lo tenía clarísimo: no pensaba volver a Yecla JAMÁS.
Iba aquel día a una discoteca con unos amigos cuando a pocos kilómetros de la población nos encontramos un control de la Guardia Civil.

Al bajar la ventanilla entró tal chorro de aire gélido que me pregunté qué necesidad tenía aquella pareja de trabajar en una noche tan desapacible.
Me pidieron la documentación y mientras yo la buscaba apuntaron con sus linternas a las caras del resto de ocupantes. Es posible que alguno de mis amigos tuviera aspecto de “sospechoso” (¿o lo tendría yo?) porque me pidieron que bajara y abriera el maletero.
Aquello fue un suplicio, no  sólo por hacer un frío terrible, es que el vendaval que soplaba daba una sensación térmica de memueroaquimismo, aquimismomemuero.

He contado muchas veces que aquello fue una fatalidad del destino, y me refiero al momento en que abrí el maletero y vi lo que allí había.
Estaba repleto de cintas de video VHS. Películas de todo tipo amontonadas en un revoltijo caótico. Esto tiene una explicación, claro, pero a mí se me cayó el alma a los pies al suponer la mala impresión que semejante panorama daría a aquellos agentes, como efectivamente ocurrió.

- ¿Y todo esto?  - me preguntó uno de ellos mientras las alumbraba con la linterna y abría algunas fundas- ¿A dónde lleva estas películas?
- No, a ningún sitio- contesté tiritando - Es que he cogido el coche de mi padre. Trabajamos en un video club y suele meter películas aquí porque hace  cambios con otros video clubs, y...

Mi explicación, que era la pura verdad, no pareció convencer al agente. Tal vez no entendió mis temblores y por eso se afanó en hacer comprobaciones a través de su celular. Viendo mis amigos que la cosa iba para rato, me pasaron mi chaqueta, que resultó muy poco consistente en aquel frío polar.
Y allí estaba yo, comprobando en mis carnes cómo viven los pingüinos.
Cuando por fin nos permitieron continuar y me senté al volante, yo era un Calippo de pies a cabeza.
Menos mal que poco después estábamos en una discoteca abarrotada. Otro suplicio, pero  sin tiritonas, que no es poco.

La segunda vez en pasar más frío que Carracuca (sí, como es obvio volví a Yecla, porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra en el mismo iceberg) fue en diciembre del año 92 o 93. Terminaban las fiestas patronales y Apamen y sus amigas quisieron que conociera el último acto, que  consiste en ver entrar a la Virgen del Castillo en el santuario de lo alto del cerro.

Repito: Yecla y diciembre. Siberia en la era glacial.

La helada que estaba cayendo escarchaba hasta las ideas. Decenas de “tiraores” hacían estallar pólvora y más pólvora en sus arcabuces pero aquello solo calentaba los tímpanos. Me habían advertido que me abrigara bien pero el frío atravesaba guantes, bufanda y abrigo, y, lo peor, llegaba a los pies, que se me terminaron convirtiendo en dos mazacotes de mármol.

Paso a paso, entre fogonazos,  fueron introduciendo a la Virgen de la Inmaculada por la puerta, de espaldas a la Iglesia,  para que no dejara de mirar a todos los allí congregados.

Puede que en otras circunstancias hubiera admirado el acto, pero en aquellos momentos yo  solo quería volver a mi casa y meter los pies en  un brasero, literalmente.
El tiempo que pasó hasta que entró por completo se me hizo eterno. Hacía tanto frío que la misma Virgen, de haber podido hablar, hubiera gritado que la encerraran en la capilla de una vez, que aquello no había Dios que lo aguantara.

Lo bueno es que después se vuelve al pueblo a paso ligero, descendiendo por todas aquellas curvas. Las bandas tocan música alegre para que la gente baje bailando, y todos suelen llevar botas de vino dulce que consigue, al menos un poco, desentumecer  las carnes.

La tercera vez… Ay, madre, la tercera fue la peor.

Mañana de sábado del mes de enero de… No estoy seguro del año pero calculo que Samuel tenía 8, por lo que pudo muy bien ser en 2011,  en aquella época en que casi todos los fines de semana le llevaba a las pistas de Las Pozas, porque tenía partido de fútbol. 

Las Pozas es un páramo en las afueras de Yecla, donde el viento suele campar a sus anchas. Aquella mañana acudimos allí muy temprano, sin pizca de brisa, por fortuna. El sol, en un cielo tan blanco como la leche, parecía una bombilla a punto de fundirse y el helor era tal que hasta los sonidos  parecían quedarse a medio camino en aquel aire congelado.
Los chavales iban en ropa deportiva, muy abrigados, sí, pero se les veía con las caras contraídas, los cuellos escondidos y los dientes apretados. ¡Qué pena me daba verles!

De repente empezó a caer aguanieve y, al mismo tiempo, una brisa afilada que fue dando paso a un viento insoportablemente frío.
No aguanté sentado en aquellas gradas ni cinco minutos.

Tan aterido me sentía que empecé a caminar por la zona intentando entrar en calor. Me hubiera marchado de allí de inmediato si no fuera porque mi hijo estaba jugando al fútbol, algo que me llegó a parecer inaudito, inhumano. ¿Cómo no se suspendía el partido en aquel tiempo extremadamente cruel para niños tan pequeños?
Siguió cayendo aguanieve y soplando el viento y yo no hacía más que saltar para que mis pies, totalmente insensibles, volvieran a la vida.

A Samuel le hace gracia que le repita hoy la historia de cómo mis pies, a pesar del doble par de calcetines de lana, se me congelaron de tal forma que eran un puro dolor. Tuve que quitarme los zapatos y masajearlos, pero no conseguía nada. Vi por allí un periódico y me los envolví con sus hojas. También encontré unas bolsas y las até alrededor y volví  a calzarme con los pies enrollados entre papeles y plásticos. Nada me parecía suficiente para recuperar parte de mí.
Y corría. Y saltaba. Y rogaba que el partido acabara de una jodida vez y nos pudiéramos marchar a casa.
Pero está comprobado que cuando uno las pasa canutas, un minuto dura como ocho, y una hora tarda casi cuatro días en pasar.

El viento arreció y me vapuleó de tal manera que, como un perro perdido, busqué un lugar donde esconderme hasta que encontré un triste parapeto en el que guarecerme y desde allí maldije al árbitro por no retirarse, al entrenador por no suspender el encuentro, y al fútbol, por existir.
Cuando  escuché al árbitro pitar el final  casi me echo a llorar de alivio.

Desde entonces, curiosamente,  no he vuelto a pasar frío. No como en aquellas  nefastas experiencias que he contado.
No estoy seguro de si es que los inviernos se han vuelto menos rigurosos o es que, a base de palos, ya me he curtido a estos fríos yeclanos.
Quizás, con el paso de los años, mis pies se petrificaron finalmente  y empiezo a ser inmune a los inviernos.

De todas formas, aquí, en el altiplano murciano, en mi querida Yecla, cuando hace frío, HACE FRÍO.


22 de octubre de 2016

LAS ACTRICES DAN JUEGO (SOLUCIONES)

¡Vaya semanita me ha dado Angelina por no haberla incluido en el juego de los jeroglíficos! ¡Qué dolor de cabeza!

Al final tuve que prometerle que la llamaría para hacer algún puzzle o una sopa de letras, pero aún así se fue refunfuñando. 

Antes de que vuelva a la carga voy a dar las soluciones del pasatiempos para poder pasar página cuanto antes.
Ahora mismo vais a comprobar que no era en absoluto difícil. Eso sí, había que conocer el nombre y apellido de muchas actrices que quizás no venían a la cabeza a la primera.

Venga, me voy a dar prisa, que me da miedo que vuelva Angelina.

 1) Judío muy mencionado en los Evangelios (3 palabras)
(Antonia) SAN JUAN + (Aurora) BAUTISTA
Solución: SAN JUAN BAUTISTA 
2) ¿Cómo sacaste la perla? (3 palabras)
(Victoria) ABRIL + A + CONCHA (Velasco)
Solución: ABRÍ LA CONCHA  
 3) ¿Qué buscas en tus vacaciones? (4 palabras)
PAZ (Vega) + MARISOL
Solución: PAZ, MAR Y SOL  
4) En el aeropuerto: ¿Qué billetes has sacado? (6 palabras)
(Rossy) DE PALMA + A + (Carmen) SEVILLA + Y + (Mariví) BILBAO
Solución: DE PALMA A SEVILLA Y BILBAO 
 5) Si de verdad quieres adelgazar... (2 palabras)
(Maribel) VERDÚ + RITA (Moreno) + S + ANA (Belén)
Solución: VERDURITA SANA  
6) ¿Me saldrá muy costoso el arreglo? (4 palabras)
LA + (Belén) RUEDA + (Inma) CUESTA + CLARA - L (Lago)
Solución: LA RUEDA CUESTA CARA  
 7) ¿Qué me quedaría bien en el pelo? (3 palabras)
(María Luisa) PONTE + (Lola) FLORES + BLANCAS (Portillo y Suárez)
Solución: PONTE FLORES BLANCAS 
8) En una fiesta: ¿Estará fresquito el champán? (5 palabras)
LOSA + CANDELA (Peña) + NE + (Victoria) VERA
Solución: LO SACAN DE LA NEVERA
 9) La joven no quería casarse con nadie, hasta que... (4 palabras)
(Rafaela) APARICIO - I + E + UN (Florinda) CHICO + (Paquita) RICO
Solución: APARECIÓ UN CHICO RICO
 10) La explosión derribó... (3 palabras)
(Marisa) PAREDES + Y + PILARES (Pilar López de Ayala y Pilar Bardem)
Solución: PAREDES Y PILARES 
 .......................................................

Y ahora la clasificación de quienes os atrevísteis a desentrañar los jeroglíficos. ¡Olé ahí mis valientes!

Raquel: 6 aciertos 
Ana Bohemia: 6  idénticos aciertos (por algo es hermana gemela de la anterior  ;p)
Montse: 8 aciertos
Ángeles: 9 aciertos

Por tanto, proclamo ganadora del pin a Ángeles. ¡Enhorabuena!

Muchas gracias a las cuatro por participar, y un saludo afectuoso también para Ana María Valenciano, que me consta que se esforzó mucho, para Misaoshi, que respondió categóricamente a una pregunta, y para Tomás y Holden que también asomaron  por aquí. Seguramente oyeron gritar a Angelina Jolín y salieron corriendo.  
 

18 de octubre de 2016

LAS ACTRICES DAN JUEGO

Los lectores de este blog  saben que no puedo estar mucho tiempo sin proponer algún juego.
El presentar cualquier pasatiempos me da la posibilidad de poder decir después que los mortales se detienen a jugar y disfrutar con el diablo, algo que me da mucha categoría y engorda mi curriculum.

En esta ocasión vuelvo con JEROGLÍFICOS, pero no quiero que nadie salga corriendo, que son bastante sencillos y se resuelven en un pis pas.

Todos tienen en común el que incluyen a actrices cuyos nombres o apellidos sirven para responder a los enunciados, así que solo hay que recordar quiénes son estas actrices (todas españolas excepto una portorriqueña) para que la solución llegue rodada.

Hay un pin personalizado como premio a quien más acierte, por lo que voy a ocultar los comentarios hasta el sábado 22, último día para contestar. En caso de empate ganaría quien antes respondiera. 

 1) Judío muy mencionado en los Evangelios (3 palabras)
2) ¿Cómo sacaste la perla? (3 palabras)
3) ¿Qué buscas en tus vacaciones? ( 4 palabras)
4) En el aeropuerto: ¿Qué billetes has sacado? (6 palabras)
5) Si de verdad quieres adelgazar... (2 palabras)
6) En el taller: ¿Me será muy costoso el arreglo? (4 palabras)
7) ¿Qué me quedaría bien en el pelo? (3 palabras)
8) En una fiesta: ¿Estará fresquito el champán? (5 palabras)
9) La joven no quería casarse con nadie, hasta que... (4 palabras)
 10) La explosión derribó... (3 palabras)

PD. Cuando las actrices supieron que quería jugar con ellas, vinieron en tropel a mi casa. No es tan habitual que les den papeles de jeroglificadoras, así que llegaron incluso algunas extranjeras. ¿No es increible?
 Tuve que explicar a Sigourney Weaver y a Scarlett Johansson que sus nombres no me daban juego. Probé a jugar también con Angelina, pero la cosa no funcionó.
"Lo siento, Angelina"
"Jolin", exclamó

12 de octubre de 2016

LA COLEGIALA COQUETA

Me llamó la atención desde el primer día en que la vi, cuando entró con esa larga bufanda de colores chillones que le tapaba la boca.

- Ay, nene, - me dijo - déjame que me quede esperando aquí, que en la calle hace mucho frío.

Se puso a caminar por el salón de juegos y en una de las mesas dejó caer su bolso, que sonó como si hubiera soltado un ladrillo.
Observé cómo rebuscaba por él hasta dar con una cajita. La abrió y se aplicó protector labial. Me sorprendió ver sus uñas, largas y de un potente color carmín.

- Es que llevo un rato esperando a las compañeras – siguió diciendo mientras guardaba la cajita – Y me estaba quedando más tiesa que la mojama.

Volvió a acercarse a la puerta y se quedó mirando su reflejo en el cristal, momento que aprovechó para ahuecarse el pelo mientras canturreaba. Lo hacía con la mano abierta, levantándolo por detrás y apretándolo con estudiado cuidado por delante.

Desde aquella primera muestra de coquetería no ha habido día en que no me haya sorprendido por una razón u otra.

A veces viene con una chaqueta vaquera, el pelo cardado y grandes coloretes rojos que le dan aspecto de haber corrido una maratón.
Otras veces llega con camisas muy alegres y una gran flor enganchada en lo alto de la cabeza que termina perdiendo al bailar o queda colgando por detrás como si la hubiera volcado un vendaval.
Casi no lo podía creer cuando un día la vi entrar con una minifalda de cuero y unas medias azules que hacían juego con el azul de sus párpados.

No hay quien le gane a moderna, no hay otra, ni de lejos, que se atreva a combinar la ropa y los colores como lo hace ella. Y además es evidente que no se siente en absoluto incómoda rompiendo los moldes de esa manera.

Al lado de sus compañeras es como el día y la noche, como una amapola entre rocas grises, como si en un convento se hubiera colado una niña traviesa.

El colmo de esas muestras de rabiosa juventud ocurrió el otro día, cuando entré en el salón de baile. Estaba ella sola  y la pillé fumando. Al verme se apresuró a tirar el cigarrillo a sus espaldas y disimuló tan mal que casi se me escapa la risa.

Le encanta bailar, disfruta contando chistes y es muy habitual verla mascando chicle.

No voy a decir su nombre pero en mi lista de favoritos  es “la colegiala coqueta”

Acaba de cumplir ochenta años.

4 de octubre de 2016

EL CAMPO: LOS INDIOS


Si hay un recuerdo de mi niñez y la de mi hermano Tomás que permanezca indeleble a pesar de  los años transcurridos, es el de nuestra afición a  jugar con nuestros indios de plástico.

Empezamos la colección con dos: uno de color rojo y otro exactamente igual pero en  amarillo. A ambos los bautizó  nuestro padre.

"Este se puede llamar... -  nos dijo mientras lo observaba detenidamente - Saberón. Tiene cara de inteligente. Este otro que parece que está haciendo gestos con las manos... sí, este es El Mudo"

De Saberón y El Mudo pasamos a tener decenas y decenas de ellos, de todas las formas y colores. Pedestres, ecuestres, jefes, guerreros... Y  a todos, absolutamente a todos les pusimos nombre.
En un extremo del campo, justo donde hoy se coloca la leña, nuestro padre nos vendió un pequeño terreno. Nos cobró por él 1000 pesetas (que tuvimos que pedirle a nuestra madre) y eso nos convirtió en los felices propietarios de un par de metros cuadrados (con olivo incluido) que era el lugar perfecto para que nuestros indios de la Tribu Mandán tuvieran su poblado.

 Para nosotros, que tanto nos gustaban los indios, era una satisfacción disponer de aquel lugar. Además no necesitábamos agacharnos demasiado pues ese terreno estaba en un nivel superior, delimitado por una acequia en un lateral y un bajo muro delante desde el que se veía excelentemente la perspectiva del poblado.
Tenía tanta vida y color... Si hasta encendíamos un pequeño fuego delimitado por un círculo de piedras para que desde lejos se viera salir humo...

El indio que se ocupaba de encender el fuego y mantenerlo era "el de la hoguera".  Recuerdo que al principio era blanco pero con el tiempo ya estaba tan chamuscado, con tantos restos de ceniza pegados a su cuerpo, que se volvió más bien gris. El hacha de su mano se convirtió en  un muñón derretido, pero ese defecto lo hacía mucho más valioso. Para nosotros era un indio perfecto.

Recuerdo también el nombre de muchos jefes:  el Jefe de la Pradera (de color verde), el Jefe de la Guerra (gris), el Jefe de la Célula Pituitaria (muy alto y de color rojo y con un nombre que sin duda nos aportó nuestro padre), el Jefe del Manantial, el Jefe Supremo… Todos se caracterizaban por tener un gran penacho de plumas en la cabeza.

Algo que Tomás no recuerda (pero yo sí) es que los indios tenían una especie de mausoleo para enterrar a sus muertos. Lo habíamos hecho con piezas del Exin Castillos, y de lejos parecía de mármol. Era una pequeña construcción rectangular con un ventanuco frontal y la custodiaban dos indios gemelos con sendas lanzas rematadas con un cráneo. Ese mausoleo no era en absoluto apropiado para una tribu india, pero a ver quién le pone veto a la imaginación de unos niños...
También existía un corral en el que se agrupaban todos los caballos. Un indio con rifle  vigilaba ese corral.

Me produce una ternura inmensa recordar a mi madre trayéndonos un par de indios de vez en cuando, pues había en el mercadillo, al que ella acudía semanalmente, un puesto en el que se mostraban  en montones. Me imagino que cada vez que pasaba y los veía se acordaba de nosotros y se ponía a buscar alguno nuevo.
Como cada vez era más difícil encontrar indios distintos, era normal que comprara  alguno repetido.  Pero no siempre coincidían en el color y con sólo ese cambio nos parecían diferentes.

Dado que no se vendían indias, nos terminamos agenciando dos miniaturas de muñecas de plástico que le quitamos a nuestra hermana. Una era morena y la otra rubia, muy cabezonas las dos.  Decidimos que fueran las mujeres de Saberón y de El Mudo.   
Nuestra madre, siempre entregada a la causa de hacernos felices,  les había confecciona do unos rústicos trajes de india, con plumas y todo.

De vez en cuando llevábamos a todos aquellos indios  “a la guerra”.  Eran tremendos aquellos enfrentamientos  contra los vaqueros (los yanquis) a los que detestábamos.
Nos llevaba su tiempo colocarlos todos en un bancal (no todos, las dos indias se quedaban en el poblado, así como el de la hoguera o el vigilante que estaba en las ramas del olivo)

Entonces Tomás y yo nos colocábamos cada uno en un bando y por turnos lanzábamos terrones de barro seco. Aquello más que ataques con rifles, flechas y lanzas parecía una Guerra Mundial con bombas de la aviación.
Las muertes eran masivas, claro, pero como no éramos imparciales en absoluto, cuando el último vaquero caía aplastado por un pedrusco, el Dios de los indios, Manitú, hacía resucitar a todos los suyos, que regresaban victoriosos a su poblado. (Sí, los milagros se incluían en nuestros juegos, ¡faltaría más!)

Como con el transcurrir del tiempo la colección iba creciendo, Tomás y yo hicimos una pequeña trampa. El final del poblado estaba delimitado por tres  montones de tierra a modo de montañas, así que corrimos hacia atrás aquellas montañas para tener más espacio.
Como no podía ser de otra forma, nuestro progenitor  se dio cuenta y nos pidió 100 pesetas por ese espacio ganado (¡él siempre haciendo negocios!). Se las volvimos a pedir a nuestra madre y las pagamos gustosos.

Una vez, hace muchos años, buscando algo en el trastero del campo,  me topé con una maceta de plástico y casualmente descubrí muchos de aquellos indios dentro. Fue como encontrar un hermoso tesoro que me trajo  un montón de recuerdos de niñez.

Quiero creer que todos aquellos indios siguen todavía por algún lugar del trastero, porque me  gustaría mucho hacer un reportaje fotográfico con aquellos pequeños muñecos de plástico que tantos momentos de dicha nos proporcionaron a mi hermano y a mí.

De todas formas, aunque no los llegara a ver más, me basta con cerrar los ojos para volver a acercarme allí de nuevo, a aquel acogedor  poblado indio que descansaba a la sombra de un olivo y del que emergía una plácida columna de humo blanco.