HERMANOS:
Cierta vez íbamos mis hermanos y yo caminando hacia el colegio cuando nos encontramos un folio en el suelo. Por el motivo que fuera nos llamó la atención y al cogerlo vimos que era un examen corregido. En la esquina superior derecha la maestra (siempre pensamos que fue una maestra) había escrito en rojo y con letra firme: “Muy mal! Muy sucio!”
La verdad es que la caligrafía era horrible, con letras grandes y líneas torcidas, pero esa valoración nos pareció muy cruel y enseguida nos solidarizamos con el desconocido niño. Dimos por hecho que aquello lo habría puesto triste y de mal humor, hasta el punto de querer deshacerse del examen.
El caso es que nunca olvidamos aquel momento, y la anotación en rojo se hizo tan famosa que pasó a formar parte de nuestras expresiones comunes.
-¡Anda! Se me ha olvidado traerte el libro que te dije.
-¡Muy mal! ¡Muy sucio!
…
-¿Donde están las pipas que había en la despensa?
-Ya nos las hemos comido.
-¿¡Todas!? ¡Muy mal! ¡Muy sucio!
AITANA:
Aquella vez escuchamos a la pequeña Aitana decir: “Y de repronto...”
Estaba explicándonos algo que le había ocurrido, y queriendo decir “de repente” debió de colarse en su cabeza “de pronto” y le salió ese mezclijo que particularmente me parece perfecto.
La expresión nos hizo tanta gracia que la utilizamos muchas veces.
-Hacia muy buena mañana y nos íbamos a la playa, pero se puso a llover.
-¿Así, de repronto?
-De repronto y sin avisar.
…
-Qué rabia me dan los perros que están tranquilos y empiezan a ladrar de repronto.
PAPÁ:
Cuando mi padre está especialmente contento es muy habitual que dé una fuerte palmada y se ponga de inmediato a frotarse las manos mientras camina y exclama: ¡Matildita, Matildita, Matildita!
¿Que quién es la tal Matildita? No existe (que yo sepa). Es su particular forma de expresar “¡Ay, qué bien va todo!”
Esos arrebatos de felicidad tienen a veces una breve continuación que dice:
"¡Matildita de Aragón!
¡Matildita de Aragón!
¡Eres una chica guapa
tan bonita como yo!"
Siempre acompañado de un enérgico frotar de manos, no lo olviden.
Pues bien, misterios de la genética, el dar una palmada y ponerse a caminar cuando está eufórico es también habitual en mi hijo, que no nombra a Matildita, pero ya me apresuro a hacerlo yo como si doblara la escena de una película que conozco muy bien.
“¡Matildita, Matildita, Matildita!”
Y así, “Matildita de Aragón” también forma parte de las expresiones de esta familia.
SAMUEL:
Hablando de mi hijo, nos solemos reír mucho cuando prueba un plato nuevo y mientras lo saborea nos mira uno a uno y finalmente exclama: ¡Esto no es normal!
No dice “¡qué bueno está!” ni “¡qué rico!”, su sello de identidad ante los deleites del paladar es: “¡Esto no es normal!”
Una vez, en un restaurante de Albarracín nos sacaron como postre pastel de queso de cabra. Dejé que lo probara primero y al ver que ponía los ojos en blanco dije “¡Qué! No es normal, ¿no?”
Efectivamente su frase ha trascendido de tal manera que cuando algo nos gusta mucho ya todos decimos “¡Esto no es normal!
MAMÁ:
¿Quién no ha tenido alguna vez esa necesidad urgente, inaplazable e ineludible de ir al cuarto de baño? Mi madre tiene muchas anécdotas divertidas de algunos momentos comprometidos que le ha tocado vivir al respecto. Pero lo que más gracia me ha hecho siempre es que ella llame a esa situación: “surgir un preciso”
A mí esa expresión me parece de altura, casi de literatura del Siglo de Oro. Diría que podría existir algún soneto de Quevedo hablando de esto, pero como sé que no lo voy a encontrar, mejor me lo invento:
Con rodilla en tierra por sellar compromiso
y su amada aguantando el “sí” entre los labios
Aún lo culparon de crueles agravios
al correr apurado por surgirle un preciso.
Ni que decir tiene que cuando alguien sale corriendo de repente (o de repronto como diría Aitana) comentamos que hay muchas posibilidades que le haya “surgido un preciso”
TOMÁS:
Mi hermano Tomás pasó muchos fines de semana de su adolescencia disfrazado de sioux. Durante mucho tiempo ambos sentimos verdadera pasión por los indios americanos, (VER) pero lo suyo llegó a ser casi un modo de vida.
Una vez iba por el campo con un atuendo que con mucha maña le hizo mi madre, con sus flecos en mangas y perneras, su penacho de plumas, su collar de bulbos secos, su arco y flechas en el carcaj... y una mirada de pocos amigos.
Una señora muy mayor que teníamos de vecina en el campo de enfrente lo vio de lejos y se acercó a la verja para hablar con él.
-¡Oye! -le llamó- ¿Sabes quién pareces?
Tomás se quedó esperando a que le dijera algo más.
-¿Sabes quién pareces? - repitió.
-No, quién- quiso saber
-¿Quién pareces?
-No sé… ¿quién parezco?
-¿Quién pareces?
Sólo con el tiempo dedujimos que lo que aquella señora quería preguntarle es “¿Sabes a quién quieres parecerte?” o lo que es lo mismo: “¿De qué vas disfrazado?”
Pero nosotros, que de todo sacamos chirigota, hemos ido repitiendo hasta el infinito aquel diálogo de besugos.
“¿Sabes quién pareces?”
“¿Quién?”
“¿Quién pareces?”
“¿Quién parezco?”
“¿Quién pareces?”
***
Seguro que tú, querido lector, también dices algunas expresiones que son exclusivas de tu ámbito familiar. Si es así, me apetece emular a los YouTubers diciendo:
“¡Déjamelas en los comentarios! Y si te ha gustado dale al like, suscríbete y comparte con amigos.”