26 de marzo de 2015

AITANA CUMPLE 8

Puedo decir con orgullo que fui yo el que te dio el primer beso, el que te cantó la primera canción y el que te contó el primer cuento. 
No puedo adjudicarme el haberte dado  el primer biberón porque fue Samuel quien tuvo ese honor y esa dicha, pero sí te di yo los siguientes... ¿300? ¿400? ¿Cuántos biberones tomarías en aquellos primeros meses? 
Recuerdo  bien con qué ganas los pedías, y cómo los engullías, sin dejar de mirarme a los ojos, muerta de hambre tú, muerto de sueño yo.

Me acuerdo de aquellos tiernos abrazos en la puerta de la guardería, cuando por fin aceptaste que  debías quedarte allí unas horas. Después de repetidos llantos,  nació tu firme determinación de ir hasta allí andando siempre, nada de en brazos o en carricoche como la mayoría de los otros niños.  Entrabas entonces en el aula, voluntariosa, después, eso sí,  del obligado abrazo del que a veces te costaba desprenderte (y reconozco que a mí también)

Aquella fue la época  en la que las maestras admiraban lo bien que yo te peinaba (ejem, ejem...)

Me gusta que desde siempre vengas diciendo que de mayor quieres ser maestra. Desde luego,  si te convalidaran las muchas horas de prácticas que tienes como tal, por lo mucho que juegas a dar clases, ya podrías empezar a serlo.

“¡Pablo, ¿quieres dejar de hablar de una vez? - te oigo decir mientras miras fijamente a uno de tus muñecos – ¡Mira que si no te callas me vas a ver enfadada!”
Jo, es que tienes madera.

Te gusta la música. Y cantar, y bailar. 
“¿Qué te gusta más, cantar o bailar?”, te pregunto
“Bailar... No, cantar... No, un poco más bailar... Bueno, las dos igual”

Pero después de un par de meses en una academia de baile nos dijiste que ya no te gustaba ir.
“Es que a veces son bailes muy rollo, siempre iguales – protestabas -  Y no ponen la canción entera, ¡yo quiero bailar las canciones enteras!”

Todo el mundo dice y con razón que eres la viva imagen de tu madre, que salvo en el color de ojos sois iguales, sin embargo yo me inflo como un pavo cuando alguien exclama “¡Ay,  no se puede negar que es hija de su padre, si es clavadita a él!
Esa gente que sabe ver lo que yo no,  me cae bien de inmediato.

Te he visto crecer y metamorfosear cada año: aquella butifarrica pelona pasó a coliflor mofletuda, después a mazapán relleno, para terminar siendo hoy la ninfa de los trigales, la amapola de mis suspiros, esa niña que me dice un mundo con solo mirarme porque en sus ojos cabe todo el cielo y mucho más.

Rebuscando en los videos caseros selecciono cuatro escenas de cuando eras un cacahuete, porque sé que te va a encantar verte, como cada año.
En la primera juegas con un cubo de tela. Me chifla ese “¡Ohh, miraa!” que dices cuando consigues sacar el juguete.
En la segunda jugamos con Samuel, y tú tienes aquel peinado de pájaro loco que te quedaba al quitarte las gomas del pelo.
En la tercera estás tan entusiasmada que nos contagias la alegría a todos.
En la última llamas a la abuela Fina con un móvil apagado, y le dices “¿Qué tal?... ¿Es que estás mal?... ¡Claro!”

Todavía no has sabido responder a mi pregunta: ¿¡Cómo es que no te comí entonces!?
De hoy, que cumples 8 años, no pasa. ¡¡Hoy te como entera!!

********¡¡Feliz cumpleaños, Aitana!!********

19 de marzo de 2015

BESTIAS HUMANOIDES

Estamos en Petrel, Alicante, en un barrio llamado La Foia, próximo al castillo. 
Hay en este lugar una explanada circular que con la llegada del buen tiempo se llena de mesas en las que se sirven cervezas y caracoles, en un ambiente siempre alegre y bullicioso.

Pero en un rincón de la plaza, una triste cabina de teléfonos llama mi atención. 

Parece un monumento a la desolación. Está sucia, rota, pintarrajada y arrumbada contra la pared como si fuera un trasto inútil y fuera de lugar.  

Me pregunto qué bestias humanoides se ensañarían con ella y por qué. ¿No se dan cuenta de que las cabinas de teléfonos están en peligro de extinción y que sólo por eso deberíamos hacerles una reverencia al pasar?   

Antes de marcharme de allí me acerco para sacarle un par de fotos (y hacerle esa reverencia que nadie le hace), y compruebo que, además de no funcionar, el auricular cuelga como si hubiera decidido suicidarse ante semejante desamparo e inutilidad.

Me comenta un amigo, que por allí ha pasado recientemente, que tiene ahora un cristal rajado y el auricular ha desaparecido.

¡Pobre cabina! Se puede decir que está en un lamentable estado de conservación y, lo que es peor, en un irreparable estado de conversación.

Pasamos ahora a Alicante. 
En la avenida de Villajoyosa, la que corre paralela a la Playa del Postiguet, hay un muro que no me resisto a fotografiar.

Sin lugar a dudas, por aquí pasaron otras bestias humanoides y dejaron su huella. 
Me imagino a los  portadores del aerosol (iba a llamarles artistas, entre comillas, pero me sigo pasando de generoso) babeando satisfechos por no haber desobedecido ninguna orden. 
El cartel prohíbe fijar carteles, pero nada dice de pintar graffitis. Y  entre marranear un muro cubriéndolo de  papeles y decorarlo con bellas firmas de pintura negra... vamos, que no hay color.

Me pregunto si sería apropiado escribir sobre el muro "PROHIBIDO PINTAR GRAFFITIS". o sería un despropósito por ser un graffiti más. Con muy buena caligrafía pero graffiti al fin y al cabo.  Quizás mejor pegar un cartel, o muchos, muchos carteles, con la prohibición. Pero, entonces... ¡vaya, que existiendo las bestias humanoides, las ciudades y sus paredes tienen todas las de perder!

Ahora toca dar un salto a otro lugar y otro tiempo.
Lugar: Elche, Alicante. 
Año: entre  2000 y  2003.

Salía yo del trabajo dispuesto a coger mi coche para  volver a casa cuando vi llegar por la calle a un auto a toda velocidad. No hay cosa que más me indigne que haya insensatos que aprieten el acelerador en plena ciudad, y más si son esas bestias humanoides que gozan revolucionando el motor de sus coches para que suenen más de la cuenta, como si pretendieran subsanar alguna carencia a base de ruido.
El tipo recorrió la calle entera en décimas de segundo y luego torció para enfilar otra calle a la misma velocidad. Pensando estaba yo en la fatal posibilidad de que se le cruzara una persona, algún niño, un perro, qué se yo, cuando escuché un golpazo tremendo y no tuve la más mínima duda de que había chocado contra algo. 
Junto a otros muchos curiosos, fui corriendo al lugar para saber qué había sucedido, y me encontré con esto.
Según me contó un testigo, un coche salía en ese instante de su aparcamiento y el loco descerebrado que venía como una bala se lo encontró encima. Dio un volantazo para esquivarlo, chocó contra un bordillo y el coche dio una vuelta de campana. Afortunada, casi milagrosamente diría, no hubo que lamentar ninguna desgracia personal. 
La bestia humanoide salió del coche por su propio pie y empezó a gritar a los cielos, maldiciendo su suerte y dando furiosas patadas a los neumáticos de su coche, como si la máquina tuviera culpa de lo ocurrido.
La verdad, qué poca lástima me dio el tipo. Y aún fue afortunado para lo que podía haberle ocurrido,  no solo a él sino a los que en aquel momento pasaban por allí y que se podría haber llevado por delante.

Todas estas fotos llevaban mucho tiempo en una carpeta, no sé bien por qué las guardaba, pero hoy las muestro como prueba evidente de que convivimos entre bestias humanoides. Algunas se dedican a maltratar el mobiliario urbano con una total carencia de civismo, otras ensucian las ciudades con sus pintadas absurdas, otras son capaces de atentar de forma temeraria y sin escrúpulos contra la vida de los demás.

Y ahora veremos  qué hago con ellas, porque yo en el infierno no las quiero.