Puedo decir con orgullo que fui yo el que te dio el primer
beso, el que te cantó la primera canción y el que te contó el primer cuento.
No
puedo adjudicarme el haberte dado el
primer biberón porque fue Samuel quien tuvo ese honor y esa dicha, pero sí te di yo los
siguientes... ¿300? ¿400? ¿Cuántos biberones tomarías en aquellos primeros
meses?
Recuerdo bien con qué ganas los
pedías, y cómo los engullías, sin dejar de mirarme a los ojos, muerta de hambre
tú, muerto de sueño yo.
Me acuerdo de aquellos tiernos abrazos en la puerta de la
guardería, cuando por fin aceptaste que
debías quedarte allí unas horas. Después de repetidos llantos, nació tu firme determinación de ir hasta allí
andando siempre, nada de en brazos o en carricoche como la mayoría de los otros
niños. Entrabas entonces en el aula, voluntariosa, después, eso sí, del
obligado abrazo del que a veces te costaba desprenderte (y reconozco que a mí
también)
Aquella fue la época
en la que las maestras admiraban lo bien que yo te peinaba (ejem, ejem...)
Me gusta que desde siempre vengas diciendo que de mayor
quieres ser maestra. Desde luego, si te
convalidaran las muchas horas de prácticas que tienes como tal, por lo mucho
que juegas a dar clases, ya podrías empezar a serlo.
“¡Pablo, ¿quieres dejar de hablar de una vez? - te oigo decir
mientras miras fijamente a uno de tus muñecos – ¡Mira que si no te callas me
vas a ver enfadada!”
Jo, es que tienes madera.
Te gusta la música. Y cantar, y bailar.
“¿Qué te gusta más, cantar o bailar?”, te pregunto
“¿Qué te gusta más, cantar o bailar?”, te pregunto
“Bailar... No, cantar... No, un poco más bailar... Bueno, las dos igual”
Pero después de un par de meses en una academia de baile nos
dijiste que ya no te gustaba ir.
“Es que a veces son bailes muy rollo, siempre iguales – protestabas - Y no ponen la canción entera, ¡yo quiero
bailar las canciones enteras!”
Todo el mundo dice y con razón que eres la viva imagen de tu madre, que
salvo en el color de ojos sois iguales, sin embargo yo me inflo como un pavo
cuando alguien exclama “¡Ay, no se puede
negar que es hija de su padre, si es clavadita a él!
Esa gente que sabe ver lo que yo no, me cae bien de inmediato.
Te he visto crecer y metamorfosear cada año: aquella
butifarrica pelona pasó a coliflor mofletuda, después a mazapán relleno, para
terminar siendo hoy la ninfa de los trigales, la amapola de mis suspiros, esa
niña que me dice un mundo con solo mirarme porque en sus ojos cabe todo el
cielo y mucho más.
Rebuscando en los videos caseros selecciono cuatro escenas de
cuando eras un cacahuete, porque sé que te va a encantar verte, como cada año.
En la primera juegas con un cubo de tela. Me chifla ese “¡Ohh,
miraa!” que dices cuando consigues sacar el juguete.
En la segunda jugamos con Samuel, y tú tienes aquel peinado
de pájaro loco que te quedaba al quitarte las gomas del pelo.
En la tercera estás tan entusiasmada que nos contagias la
alegría a todos.
En la última llamas a la abuela Fina con un móvil apagado, y
le dices “¿Qué tal?... ¿Es que estás mal?... ¡Claro!”
Todavía no has sabido responder a mi pregunta: ¿¡Cómo es que
no te comí entonces!?
De hoy, que cumples 8 años, no pasa. ¡¡Hoy te como entera!!
De hoy, que cumples 8 años, no pasa. ¡¡Hoy te como entera!!
********¡¡Feliz cumpleaños, Aitana!!********