30 de abril de 2019

EL PANDA QUE ANDA DE PARRANDA

Este es Musti, el oso blanco de Aitana. 

Ahí donde lo veis es un animal mucho menos salvaje de lo que aparenta. Apacible y tranquilo, puede pasar el tiempo sumergido en la más profunda holganza, viendo pasar las horas sin buscar actividad alguna. Él solo se basta y se sobra.

Eso sí, cada vez que entras en su habitación (la de Aitana, que es también la de Musti), enseguida percibes una tenue sonrisa de agrado.

Considero que tener un oso grande en casa no es una opción inteligente si nos limitamos a cuestiones prácticas, pero el hecho de ser blanco (y pacífico, sobre todo pacífico) le permitió traer consigo la llave de nuestros corazones.
Creo que come poco (no me ocupo yo de su manutención), y parece que ni siquiera nos es costoso su aseo; un poco de detergente cada cinco o seis meses es suficiente para mantener brillante su pelaje.

 Pero las cosas cambiaron un buen día, cuando un nuevo oso entró en casa.

Se llama Pandi y es, como su nombre y aspecto indican, un oso Panda.
Pandi es diametralmente opuesto a Musti. No para quieto ni un solo minuto.

Juguetón, bullicioso, demasiado ruidoso a veces, fisgón, impertinente, incapaz de asentar el culo y descansar un rato...

Pandi vino a alterar la paz de nuestro hogar, dulce hogar, con sus exploraciones domésticas continuas. 

Cuando se sabe solo en casa  aprovecha para buscar aventuras. 
A estas alturas no creo que le quede ni un milímetro cuadrado por olisquear.

Imaginad lo que supone llegar a casa y descubrir que se ha metido en la despensa y ha puesto todo manga por hombro. 
O que se ha colado en el cesto de la ropa sucia y la ha expulsado como la lava de un volcán. 
O que se ha llevado el mando de la tele a cualquier sitio y hay que ponerse a buscarlo.

Tremendo. Hay que vivirlo para saber de lo que hablo.

Pandi en el salón, intentando llegar a lo más alto. Todo peligra a su paso. Uno de los tomos de El señor de los anillos tiene un zarpazo suyo. 
En mi habitación, encaramado en la percha, se prueba un sombrero. Lo que más me molesta es que le sienta mejor que a mí.
Metido en la bañera, haciendo acopio de los botes de champú como si fueran retoños a los que acunar. No existe foto que lo demuestre pero  os aseguro que una vez le encontré disfrazado de momia gracias a un rollo de  papel higiénico.

No hay cajón que se le resista. Si le intriga saber qué contienen, no tardará en averiguarlo. 
En la habitación de Samuel, haciendo malabares para subir a saludar a un gato de peluche, que, como Musti, no tiene ningún interés en estos devaneos.
No hay día en que no haga una visita o dos a la despensa. De todo lo que allí encuentra, son los gusanitos lo que más le hace perder la cabeza. 

La cosa cambió cuando Grizzy entró a formar parte de la familia. Nada como un gato con apariencia de pantera para mantener al oso panda a raya.

Y ahí está, Grizzy consiguiendo que Pandi y Musti permanezcan juntos en paz y armonía.