27 de febrero de 2015

MI COLECCIÓN DE DIABLOS

Hace unos días, al llegar a casa por la noche, me esperaba un paquete postal encima de mi escritorio. Como no es nada habitual para mí recibir paquetes (sin contar los que me da mi mujer cuando hago mal las camas) lo desenvolví con ilusión y  descubrí que me enviaban... ¡un diablo! 
Está hecho de ganchillo, es de un color rojo furioso, y  lo remitía Natty, diciéndome que lo había hecho ella misma para mi colección. ¡Qué grande!
Natty es una bloguera que hace tres años participó en el juego de esconder diablos por el mundo. Ella los escondió en Concepción, una ciudad al otro lado del planeta, ¡nada menos que en Chile! 
Así que al colocar mi nuevo diablo chileno junto con los demás, he visto que ya son diez mis queridos cornudos,  y creo que es hora de presentarlos todos juntos en sociedad.
Aquí van:
1) Este diablo metalizado fue el primero en llegar. Me lo envió mi amigo Peibol, bloguero de Santa Cruz de Tenerife, con el siguiente texto:
"Este personajillo es obra del artista canario César Manrique (cuyo segundo apellido era Cabrera, quizás de ahí venga alguna conexión infernal) 
Es el emblema del Parque Nacional de Timanfaya, en Lanzarote, y un símbolo representativo de la isla en general"
2) El coleguilla de la foto, con demasiado buen rollo para ser diablo, fue un regalo de "amigo invisible" en una cena navideña en el trabajo. Tiene tan buena fotogenia que lo contraté como protagonista en el video del quinto aniversario del blog. Será porque el primero carece de sonrisa, que este la tiene doble.
3) Aquí no hay sonrisa, esto ya es toda una carcajada diabólica. Me encanta este abridor diablo que me envió mi querida Bichejo desde Madrid. No lo utilizo para abrir botellas porque entró de cabeza al feliz retiro de mi museo privado. Su ombligo, como veis,  es una incógnita.
4) A este diablillo enano lo llamo Vudú. Tiene un diminuto cascabel en la cabeza, dos retorcidos cuernecillos, pantalones de dos tallas menos  y un tridente de alambre muy molón. Me lo regaló Carmen, compañera de trabajo, que al verlo en un mercadillo, no sé bien por qué, se acordó de mí.
5) Este es otro de los miembros del club, sin duda el más cachondo y fogoso. Me lo regaló otra compañera, Mar, mi manchega favorita. Me dijo que le salió en un roscón de Reyes repleto de regalillos eróticos, y al ver que era un diablo con los cuernos muy bien puestos, no dudó en dármelo para la colección.
6) Era necesario que algún Pitufo dejara de ser azul-cielo para convertirse en algo mejor. He aquí a Pitufo Diablo, susurrando las más jugosas tentaciones en nuestros oídos. Otro regalo de Peibol, que me entregó en mano el día en que nos conocimos. Para él llevé, haciendo un guiño a su blog,  otra miniatura,  "La oveja que da collejas
7) David, el hijo de mi compañera Mar, es un apasionado de la papiroflexia, el origami y cualquiera de las manualidades hechas con papel. Este Hellboy de cartulina es un regalo suyo para la colección.  Echad un vistazo a sus trabajos: Origami: El arte del papel.
8) Desde Aguadulce, Almería, mi amiga Montse me hizo llegar esta risueña diablesa, la única que he permitido que me roben,  pues Aitana se la llevó a su habitación nada más verla.
9) A medio camino entre el angelote rollizo y el vampiro loco, este llavero de madera también luce entre mi diabloteca. Me lo enviaba hace unos meses Peibol, pecador reincidente, desde Lanzarote. (Lapsus, me comunica que lo compró en Roma)
10) Y por fin, Nattiusko, mi diablo chileno, el último en llegar a esta familia de satanases y que parece estar contando a todos cómo fue su viaje en avión.

Antes de despedirme os vuelvo a dar las GRACIAS a todos por estos diablos. Todos ellos me son muy valiosos pues sé que me los regalasteis con ilusión y cariño, y con esa satisfacción los conservaré siempre.
Gracias también a todos los que habéis estado enviando fotos de diablos para el Museo del otro blog. Empezó como una idea arrebatada y ya vamos por 80 vitrinas!! 
(Podéis seguir enviándolas a mi correo, sin miedo)

Por mi parte solo añadir que si alguno de vosotros termina yendo al Infierno en vez de al Cielo (todo podría ser), que no se apure, solo tenéis que preguntar por mi y ya haré yo por haceros alguna rebaja en el sufrimiento eterno. Tengo descuentos, pases especiales, tarjetas VIP... 

17 de febrero de 2015

LA BALLENA DE MIERDA

**Advierto de antemano que el texto que pretendo escribir resultará bastante escatológico y podría ser desagradable a los estómagos más sensibles, pero no puedo enmascararlo si pretendo contar las cosas tal cual fueron. En contraposición, creo que la historia es divertida y que valdrá la pena pasar de puntillas entre tanta marranada**

Ocurrió en los felices tiempos en que yo trabajaba en Elche como conserje en un instituto de secundaria: el Cayetano Sempere
Era aquel un instituto recién construido, amplio, moderno y al que no le faltaba detalle. 
Con muchísimas aulas para estudiantes de la ESO, otras tantas para Bachillerato y un módulo profesional, era tal el volumen de fotocopias que se necesitaba, sobre todo en tiempos de exámenes, que me pasaba gran parte de la mañana pegado a las fotocopiadoras y la multicopista. 
Esto me tenía algo preocupado, porque en algún lugar había leído que una exposición prolongada ante aquel tipo de aparatos podía dejarlo a uno estéril, y yo, que aún no tenía hijos, miraba con recelo aquellos fogonazos blancos que escapaban por las rendijas.
 Por suerte, con los años seríamos hasta tres conserjes y el trabajo se distribuyó de forma más llevadera.
La segunda conserje en llegar fue Conchi, que ya era madre de dos hijos preadolescentes. La primera impresión que me causó fue la de ser una mujer muy seria, pero bastarían unos días trabajando codo con codo e ir conociéndonos  para comprobar que tan solo lo parecía. No solo es que en aquellos años nos reiríamos mucho juntos, es que llegamos a ser uña y carne.

Tantas fueron las anécdotas de todo tipo que vivimos en el instituto, que un día nos decidimos a escribirlas en una de aquellas agendas escolares que llegaron a objetos perdidos y que nunca se reclamó. Y la completamos, por supuesto.

Una de ellas, de las más inolvidables sin duda,  es la que me dispongo a contar.

Fue en el tiempo del recreo, con los alumnos deambulando por todas partes con el bocadillo en la mano, cuando bajó un chaval a conserjería con la cara congestionada por un disgusto.
“¡Me voy a cagar en la puta madre de alguien!”, gritó, dejando sobre el mostrador un estuche de lona azul. Cuando me percaté de que resoplaba furioso y que parecía querer desahogarse, le pregunté qué le pasaba.
“¿Que qué me pasa? ¡Que un hijo de puta que yo me sé me ha hecho esto!”
Y abriendo la cremallera superior de ese tipo de estuches en los que se amontonan bolígrafos y rotuladores, nos mostró el interior  para que Conchi y yo descubriéramos... una mierda. 
Sí, un zurullo compacto bien acomodado en el fondo del envase, que venía además con un lapicero atravesado, como la  torcida vela de un pastel.
Mi compañera dio un paso atrás, poniéndose la mano en la cara.
“¡¡¡Ay, qué guarrada!!!  ¡¡¡Qué asco!!! ¡¡¡Llévate eso de aquí!!!”

En esos momentos salía de secretaría Mari Ángeles, compañera administrativa a la que, he de reconocer,  me gustaba martirizar un poco desde que supe lo aprensiva que era. Cada vez que encontraba una cucaracha muerta casi moría de la impresión, así que cuando yo utilizaba el recogedor para llevarme el cadáver con patas, se me solía caer “accidentalmente” cerca de ella y el chillido era tan hermoso que se me quedaba en los oídos toda la mañana.

Aproveché aquella ocasión tan especial para decirle “¡Mira, Mari Ángeles, qué rotuladores más molones tiene este chaval!” Y ella se acercó toda curiosa y acercó la cara para verlos. 
Me llamó “Cerdo” veinte veces o más,  me pegó con la carpeta que llevaba y se quedó allí petrificada esperando una explicación a aquel espectáculo tan inusual.

“Pero esto ¿quién te lo ha hecho?”, le pregunté al alumno, que ya estaba más calmado.
“Pues seguro que ha sido Fulano, porque se cabreó conmigo cuando le dije que había escupido dentro de su bocadillo”.
“¡¡Aaggg!!”, gritaron Conchi y Mari Ángeles a la vez.
“A ver, a ver, -quise saber- ¿le dijiste que habías escupido en su bocadillo? Pero no sería verdad, claro”.
“Sí, sí que lo hice, y solo se lo dije cuando ya se lo había comido”.
Mari Ángeles volvió corriendo a Secretaría, huyendo de tanta asquerosidad, mientras gritaba “¡¡¡CERDOS, CERDOS, CERDOS TODOS!!” y Conchi miraba al dueño del estuche como si estuviera viendo a un extraterrestre pariendo.
“¿Sabes lo que te digo? - le dije al alumno – Que eres un guarro y que tienes merecido lo que te ha pasado”.
Protestó diciendo que lo había hecho porque el otro le había dicho nosequé y antes le había hecho nosecuántos, pero ya no quise saber nada más  y le ordené que se llevara aquel estuche.
“¡Pero no lo tires en ninguna papelera, tíralo al contenedor de allá afuera!”

La jornada transcurrió sin que Conchi y yo pudiéramos olvidar el incidente. Aquel impacto visual siguió siendo nuestro tema de conversación.

“Ay, Juan, es que cada vez que me acuerdo... cuando ha abierto la cremallera y he visto “eso” ahí...”
“Es que era lo último que imaginábamos, ¿eh? Un rotulador marrón tan grueso”.
“Ayy, calla, calla, no me lo recuerdes... Y encima ese lápiz ahí clavado... ¿Cómo tienen encima el valor de pincharla con un lápiz? ¡¡Qué asco!!”
“Mujer, de alguna forma tenía que cazarla”.
“¿Cómo?”
“Claro, tú imagina cómo ha sido. El tío habrá ido al váter a soltar el regalo, y después... pues eso, que tenía que pescar la ballena y lo ha hecho con arpón”
Conchi rompió a reír, y cuanto más reía ella más me esmeraba yo en escenificar lo que debió ocurrir, y cogiendo un lápiz sacaba yo la punta de la lengua y hacía como que me disponía a  pescar la ballena, bien concentrado.
Las risas de Conchi iban en aumento, hasta el punto que  terminó contagiándome a mí también.
“Pues... sabes lo que te digo... - logró decir entre  carcajadas-  que esa ballena... ya la pescaría muerta... ¡porque olía muy mal!”

Bajó en aquellos momentos César,  profesor de tecnología, a pedir fotocopias y encontró a Conchi sentada en una silla, con las manos en el estómago  y dando golpes con un pie en el suelo, reventando de risa, y a mí en el otro extremo, apoyado en la pared, con las lágrimas corriendo por las mejillas, a carcajada limpia.
Se quedó mirando a uno, después al otro, y exclamó:
“De aquí no me voy yo sin que me contéis el chiste, ¡porque debe ser buenísimo!”

Aquello, lejos de calmarnos, empeoró la cosa. Yo señalaba a Conchi e intentaba decir que sí, que el chiste de la ballena era buenísimo, que lo contara ella, y Conchi negaba con la cabeza y solo acertaba a señalarme a mí, como diciendo, “cuéntaselo tú, cuéntaselo tú”
César  vio que no teníamos el cuerpo para fotocopias y se las hizo él mismo y aún escuchamos como decía “El chiste de la ballena... pues no, creo que no lo he oído nunca”

En fin, que me atrevería a asegurar que fue uno de los días que más me he reído en mi vida.
Seguro que  Conchi diría lo mismo.

9 de febrero de 2015

EL BIEN, EL MAL Y TODO LO CONTRARIO

No sé si a estas alturas os habréis percatado de que ya no nombro a mi Jefe.
Esto tiene una fácil explicación: me despidió.
Sí, después de varias trifulcas y desencuentros con él, se le inflamaron los cuernos y me señaló la salida diciendo: “Vete y no vuelvas más”

Yo me largué sin dudarlo, aunque ahora no me queda otra que meterme a diablo autónomo y cavarme mi propio infierno.

¿Que por qué me despidió? Pues porque le molestó mucho no ser mi único amo y señor. Llegó a sus oídos que yo me debía también a Madame Parrús, el espíritu ruso que tiene alquilados todos los recovecos de mi ser, y eso no le hizo ninguna gracia.
Cuando yo, con todo el descaro que puedo llegar a tener, le recalqué que la rusa era mujer y por lo tanto mandaba más, se puso rojo (más rojo, quiero decir) y ahí acabó nuestra relación.

Me queda el gran consuelo de que todos los pecadores que por allí bajábais os habéis venido conmigo, cosa que me congratula (y a él, como suele decirse, se le habrán llevado todos los demonios)

De todas formas no puedo negar que me acuerdo algunas veces de mi Jefe.
Esta mañana mismo, mientras ordenaba los archivos de mi nueva oficina, recordé sus palabras:

“Cuidado, JuanRa, que algo me huele a chamusquina. Creo que entre nuestros seguidores hay infiltrados que buscan boicotearnos.”
Y creo que tenía razón.

Repasando las fichas, veo que hay adeptos que ya han caído irremisiblemente en el Mal.
Hitlodeo y Txema, por ejemplo, se regodean en el pecado de la gula. Sese no se acercará jamás a la luz blanca de la verdad. Loque me sigue en esa soberbia tan bella de querer dominar el mundo, y a Ripley lo he metido de cabeza en la lujuria…
Montse, Ana, Raquel, Ther, Lillu… bueno, algunos se me resisten más; aún me llaman Diablillo en vez de Don Diablo (aunque, bien pensado, no sé qué prefiero. Hay que ver cuánto me perjudicó la canción de Bosé)

Y luego está Ángeles.

La primera vez que apareció por el blog, hace ya unos años, mi Jefe me dijo  
“¿Y ésta? ¿Cómo se atreve a bajar provocando?”
 
La verdad es que resultaba de lo más incongruente esa unión de ángeles y diablo. Era una contradicción, un oxímoron, un imposible. La luz no puede ser oscura, ni el fuego helado, ni la risa en serio. ¿O sí?
Le dije a mi Jefe que era tan solo un nombre, pero viendo su recelo en admitirla le pedí que me la dejara como un reto personal, que yo conseguiría desplumarla.
Han pasado los años y no lo he conseguido todavía.

Ángeles es todo dulzura y bondad, y, para colmo, cuando irremediablemente nos hicimos amigos y empecé a saber más de ella, supe que se apellida de los Santos. ¡¡Casi caigo fulminado al saberlo!!
Ángeles y de los Santos. Esto ya era desequilibrar la balanza con un dos contra uno, o tal vez peor porque ¿Cuántos ángeles? ¿Cuántos santos? ¡¡Yo solo soy un diablo!!

No puedo dejar de mirarla con escepticismo. Me parece encantadora, pero también era encantadora la serpiente del Paraíso. ¿No querrá pagarme con mi misma moneda y hacerme caer en el Bien?

Por el otro lado tenemos a Carlos
Carlos llegó un buen día a mi blog por pura casualidad. Tuve la gran suerte de que la entrada que leyó le gustó y que decidiera adentrarse en otras más. Después supe que por un accidente laboral estaba guardando cama y gracias a eso leyó y comentó todos los días tantas entradas que en poco más de un mes había leído el blog de cuernos a rabo.
Y aquí sigue, como un fiel servidor del diablo. Muy grande este mañico, muy grande.

Como ha ocurrido con otros lectores con los que he tratado en este infierno, Carlos se convirtió en un querido amigo, y, como suele ocurrir en consecuencia, también supe algo más de él.
Como por ejemplo, y agárrense que viene un susto muy gordo, que se apellida Sanmiguel.

¡¡San Miguel!! ¿Hace falta que recuerde quién es san Miguel?

San Miguel, o el arcángel Miguel, es el Jefe de los Ejércitos de Dios. La Iglesia Católica lo considera su patrono y protector, y es el encargado... ¡¡de frustrar todos los actos de Lucifer, es decir, de Satanás, o lo que es lo mismo, de JuanRa Diablo!!

¡¡¡Pero esto qué es!!! ¡¡Ángeles, Santos, el Arcángel Miguel...!! ¡¡todos campando a sus anchas en el infierno!!

¿Qué buscáis? ¿Qué pretendéis? ¿Con qué intenciones habéis bajado? No me estaréis poniendo buena cara para caer sobre mí en cuanto me confíe, ¿no? ¿Va a ser cierto lo que decía mi Jefe de que no me fiara ni de mi sombra?

¡Vamos, decidme, y ya de paso, sed valientes y confesad el resto! ¿Puedo fiarme de vosotros? ¿Guardáis algún secreto?
Mirad que si me sulfuro... ¡¡Ay, si me sulfuro!!