24 de noviembre de 2009

EL INFIERNO A 100





Muchos compañeros blogueros hace ya tiempo que alcanzaron esta cifra, y algunos hasta por duplicado, pero yo aún estaba pendiente de estrenar la ENTRADA Nº 100 y aquí luce orgullosa.
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(Mientas yo aplaudo, que alguien encienda la mecha de los fuegos artificiales, por favor)


Para conmemorar tan redonda cifra, he regalado al Diablo una nueva capa de un rojo vino impresionante, pues la que tenía desde julio de 2008 estaba ya bastante raída y cochambrosa.
La idea de agasajarle con tal presente tenía una doble intención por mi parte: una contentar a un pobre tipo con el que, dada su mala fama, nunca nadie tiene un detalle y otra conseguir que se despistara. Y así, mientras él se miraba ufano en el espejo (es un presumido incorregible) he aprovechado para colarme en su morada y husmear en sus archivos ya que quería echar un vistazo a lo que tengo publicado hasta ahora.


Y tan ensimismado estaba yo en ese repaso visual a tantas cosas contadas hasta hoy por aquí, que no me había percatado de que el Diablo había vuelto de su sala de los espejos y situado a mis espaldas se asomaba por encima del hombro.


- ¿Y bien? - me ha preguntado dejando escapar de su boca un aliento a azufre insoportable - ¿se te ha perdido algo en mis archivos?

- No, nada, estoo... simple curiosidad por ver qué había por aquí.

- Ni que decir tiene que no me va la gente cotilla.

- Es que.. ¿sabes? Hoy cumplimos 100 entradas y quería hacer un repaso de algunas.

- ¿Te tengo que recordar los contratos firmados? Ya sabes "Entrada publicada, entrada vendida". Todo esto me pertenece ahora. Así que... esfúmate!
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- Hombre, ten consideración conmigo, que te he regalado una capa bien chula.
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- Era tu deber. ¡Fuera!
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Así que no he tenido más remedio que abandonar el averno y me he quedado con las ganas de hacer un pequeño repaso al centenar de escritos.
Pero supongo que estaréis conmigo en que podemos burlar al diablo y echar mano de la memoria.
¿Seríais capaces de dejarme en vuestro comentario un recuerdo de lo que hayáis leído por aquí en este año y medio de blog que os gustara especialmente? No me digáis que todo, no seais tan cumplidos, porque además no me lo creería. Me apetece mucho escuchar lo que tengáis que decir de alguna entrada en concreto.
Aparte, admito propuestas para seguir escribiendo sobre otras cosas que propongáis. El caso es ponernos en marcha hasta la entrada nº 200.
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Espero y deseo que sigáis acompañándome.
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Gracias.
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Un abrazo a todos.
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JuanRa
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PD.- Sin pretenderlo, también he alcanzado al mismo tiempo la entrada nº 100 de CINEXPLORADORES, el juego sobre cine en el que me gustaría que participara mucha más gente. ¿No os animáis?

19 de noviembre de 2009

LA CONDENADA Y EL NIÑO



Me gustan los momentos previos a publicar una entrada en el blog, cuando el texto ya está corregido y preparado para darle el empujón que le permita ver la luz.

Muchas veces, en mi caso, no tengo fotos apropiadas para ilustrarlo y la elección de las mismas las hago obviamente buscando en internet, donde florecen de todos los gustos y colores.

Daba por hecho que esta vez me iba a ser muy fácil encontrar las imágenes que acompañan a este texto pues me bastaba con unas cuantas panorámicas del pueblo del que pretendo hablar. Lo que no imaginaba es la sorpresa que me llevaría al encontrar una foto en concreto y los datos que extraje a raiz de ella.

Pero vayamos por partes, cada cosa a su tiempo.

Una avalancha de recuerdos es justamente lo que ha ocurrido esta semana cuando algo que me contaba mi hijo me retrotrajo a un día concreto de mi infancia, siendo un niño de once años, durante un viaje con mi familia.
Aquel día supuso muchas emociones para mí y mis hermanos, que disfrutamos de un lugar realmente bello y novedoso, pero si algo quedó grabado de verdad en mi memoria fue un malentendido que me dejó tan impresionado como para que no lo haya olvidado nunca.

Esta semana he estado tomando notas sobre aquel día y hoy quiero contarlo.

Fue en Alcalá del Júcar, un pintoresco pueblo de la provincia de Albacete por el que, como su nombre indica, serpentea el río Júcar y le confiere un perfil relevante en todo su paisaje.
Sin poder presumir yo de tener buena memoria sí que puedo decir qué día en concreto fue y entenderéis por qué.
Exactamente el 7 de julio de 1977, es decir 7/7/77, (bonita fecha para nacer, sólo superada por la mía -6/6/66-, mucho más sexy y diabólica como me reconoceréis).
Para culminar la coincidencia de números en una fecha tan peculiar - y otro motivo más para que no la haya olvidado - ocurrió que nada más llegar al pueblo entramos en un bar y pudimos oir en su televisor la siguiente noticia:
"Hoy, siete del siete del setenta y siete ha venido al mundo una niña que ha pesado al nacer siete kilos setecientos setenta y siete gramos (7,777)"
Como lo oís. Impresionante ¿no? Me pregunto dónde estará esa niña hoy y cuánto pesará.

Mi hermana Ana, que aún no había cumplido los tres años, estaba aprendiendo a andar por aquel entonces y a mí me traía por la calle de la amargura. Siempre he llevado muy mal ese momento crucial en el que los niños empiezan a andar, porque sus caídas me encogen hasta el píloro (para evitar molestas confusiones pínchese aquí)
He sufrido, por tanto, esos arranques bípedos de mis hermanos pequeños primero y de mis hijos después en los que ha habido porrazos para todos los gustos. En este sentido debo tener bastantes genes de mi abuelo Juan que a veces gritaba irritado a sus nietos "¡Tened cuidado, que os vais a romper la crisma!" y nunca supimos bien a qué se refería.

Decía que mi hermana estaba en pleno ímpetu andador, pero, claro, no era lo mismo que correteara por el salón de nuestra casa a que lo hiciera por las calles de Alcalá del Júcar, plagadas de cuestas y escalones, así que yo iba tras ella con el alma en un puño, preocupándome incluso más que mis padres (o tal vez es que ellos, viendo lo bien que ya padecía yo, delegaron en mí la labor de ángel guardián)
Recuerdo que al pasar por uno de los puentes que cruza el río, el fragor del agua al caer en cascadas me sobrecogió y no me atreví a soltar de la mano a mi hermana, que protestaba porque quería correr y yo me negaba abrumado ante tantos peligros que acechaban entre aquella naturaleza salvaje.
Fue aquella una jornada de grandes paseos por muchos de los rincones del pueblo, tan atractivo en su conjunto como para seguir recordándolo en muchos aspectos a pesar del tiempo transcurrido, si bien hay tres recuerdos nítidos que, particularmente a mí, me parece que sucedieran ayer mismo.

Uno es la imágen de un anciano a la puerta de su casa, sentado en una silla en un ángulo con la casa contigua, que al sobresalir más que la suya le proporcionaba sombra.
El hombre tenía una nariz descomunal, como una patata de color rojo violáceo muy vivo que alguien hubiera pegado a su cara. Imaginad la impresión de tal encuentro para los ojos de unos niños. Quedamos hipnotizados. Supongo que nuestros padres nos alejarían pronto de allí para que nuestras miradas no incomodaran más a un hombre que debía sentirse objeto de cientos de miradas curiosas.
Seguro que debimos hacer muchas preguntas al respecto pero no recuerdo los momentos posteriores, sólo el del impacto.

Otro es la sensación de aventura que sentimos al entrar en las cuevas del lugar. Muchas de las casas de esta población están pegadas a un gran promontorio rocoso en cuya cima hay un imponente castillo de origen árabe; de hecho muchas de las casas de Alcalá del Jucar son casas cueva.
Pero las cuevas a las que me refiero se horadaron en la roca para uso y disfrute del turismo. Imaginad largos pasadizos agradablemente iluminados en los que uno va hallando ventanucos y miradores que pemiten contemplar en la distancia cómo forma el rio una gigante hoz que pareciera querer segar las alamedas que le rodean. Aquel fue un momento mágico sin lugar a dudas. Ibamos saltando y corriendo y asomándonos por los huecos de la pared sin imaginar que al final de la profunda cueva encontraríamos un recogido y rústico bar donde pudimos tomarnos unas cocacolas. ¡Y todo en el interior de una montaña! ¡Demasiado para un niño!

La tercera imágen imborrable, la que me movió a escribir esta entrada, ocurrió al atardecer, antes de marcharnos de vuelta a Petrel. Habíamos visto durante todo el día a grupos de mujeres picando o trenzando esparto con el que hacer cestería y objetos de decoración destinados al turismo.
Caminando a orillas del río pasamos junto a otra de estas mujeres que, en solitario, se afanaba en sus labores a la sombra de un gran árbol.
Entonces mi madre empezó a hacer comentarios acerca de lo a gusto que parecía sentirse esa mujer allí y de repente dijo:
- A esa mujer se la llevan ahora a Madrid y la matan.

Bueno, sinceramente espero que no tengáis la mentalidad de un niño de once años y entendáis que lo que mi madre quiso decir es: "A esa mujer que trabaja tan apaciblemente a la sombra de un árbol acompañada por el rumor del agua y el canto de los pájaros, si ahora la trasladaran a una gran ciudad le darían un gran disgusto pues nada es comparable a la tranquilidad de un pueblo"
Eso es lo que ella quiso decir, pero lo expresó brevemente y con otras palabras, que fueron las que yo oí:
- A esa mujer se la llevan ahora a Madrid y la matan.

A mí se me abrieron los ojos como a los de un buho y me paré un instante para girarme y volver a mirar a aquella mujer a la que parecían quedar pocas horas de vida.
¡La iban a matar! ¡En Madrid!
Yo estaba profundamente impresionado y recuerdo que pensé: ¿Cómo es que la van a matar? ¿Qué ha hecho? ¿Cómo es que está tan tranquila si van a venir a llevársela? ¿Por qué no se esconde? Y mi asombro iba en aumento mientras la veía mover con agilidad sus dedos como si quisiera concluir su faena antes de que, no podía discernir quién, llegara y la hiciera levantar de su silla para llevársela a Madrid... y matarla.
Mi perplejidad era tal que algo debió notar mi madre en mi cara y cuando me preguntó qué me ocurría balbuceé:
- Pero, ¿por qué la van a matar?

(Queda prohibido todo comentario pernicioso en relación a si mi edad era ya suficiente como para no ser tan ingenuo. Repito: queda prohibido)

No, a la mujer no la mataron, pero yo sí voy a rematar la entrada de hoy con un dato que me hizo sonreir. Leyendo información en la web oficial acerca de aquel bonito pueblo junto al Júcar encontré algo tan curioso como que
En 1.986 le fue concedido el tercer premio, después de la torre Eiffel y la Gran Mezquita de Estambul, a la mejor iluminación artística. (!)
Hay tres cuevas que se pueden visitar y son conocidas como la cueva de Masagó, la cueva de Garadén y las cuevas del Diablo. (!)
"Vaya - pensé- hace muchos años entré en mi propia cueva y no lo recordaba".
Y al bucear en busca de más información descubro que se llaman así porque las restauró y amplió un tal Juan José Martínez, más conocido por Juan el Diablo !!

Me gustan los momentos previos a publicar una entrada en el blog. Si antes de hacerlo aparecen mágicas e inesperadas sorpresas de este tipo, me fascinan.

10 de noviembre de 2009

LAS BINGUERAS ATACAN DE NUEVO

Diciembre de 1950. Hotel Nacional de La Habana, Cuba.
Los capos mafiosos de Estados Unidos que se ocupaban de los casinos y otros negocios fraudulentos de la isla son detenidos.


Febrero de 1972. Piazza de la Piugarda. Palermo, Sicilia.
Un capo y otros seis mafiosos son asesinados a balazos por los miembros de una familia rival enfrentada por intereses en el control de casinos.

Julio de 1996. Urbanización de lujo en Marbella, Málaga.
La mafia rusa asesina al dueño de varios casinos de la ciudad. Otros empresarios denuncian haber sido extorsionados.

Noviembre de 2009. Bingo del Centro de Mayores de Villena, Alicante.
Ninguna mafia exterior controla el lugar. Las bingueras son su propia mafia y lo controlan todo. La tragedia se masca con dentaduras postizas. Ningún crimen registrado (todavía).
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Desde el primer día en que empecé a trabajar aquí se me aleccionó de cómo debía tratar a las personas mayores del centro.
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Mi cabeza iba tomando nota mental de todos esos consejos que me daban: que debía tratarlos con amabilidad pero siendo recto e insobornable, que no debía permitir que se salieran con la suya ante determinados caprichos por muchas pataletas que tuvieran y, en definitiva, que había de ser atento y servicial pero no esclavizarme.
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Yo escuchaba esos consejos un poco incrédulo ante lo que oía pues parecía más bien que me estuvieran hablando de niños de guardería en vez de adultos hechos y derechos. Con el tiempo he comprobado que, a veces, no hay tanta diferencia entre unos y otros.
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Después de más de dos años trabajando entre ellos no puedo extraer ninguna experiencia negativa, más bien al contrario, pero he de admitir que sigue habiendo una zona que me trae por la calle de la amargura: el bingo.
Los hombres no suelen entrar allí, se quedan en el salón principal conmigo y me piden barajas o dominós para jugar o bien que encienda la tele para seguir alguna retransmisión deportiva o se meten en la biblioteca a leer la prensa. Son gente tranquila que rara vez se altera y que cuando lo hace es por culpa de la eterna rivalidad entre merengues y culés. Pero nunca llega la sangre al río.
Alguno que otro se acerca a mi mesa a contarme alguna historia del pasado mientras se toma el café de la máquina.
En sus saludos y despedidas me dicen Juanillo o Juanico.
Buena gente, si.
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Las mujeres también son agradables, incluso cariñosas en ocasiones. Aquí en Villena es costumbre la expresión “paloma” queriendo decir “cariño” o “cielo”. La primera vez que se la escuché decir a una mujer a su marido me sonó rarísima y me sigue costando mucho acostumbrarme a cosas como:
-Juan, ¿ me dejé ayer el paraguas aquí, paloma?. Ah, ¿si? Gracias, paloma.
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Nada que reprochar a las mujeres con las que diariamente trato. Eso sí, las bingueras son harina de otro costal. Bueno, no es del todo cierta esta afirmación: las mujeres que juegan en el bingo son majísimas hasta el preciso momento en que entran en ese edificio anexo que llamamos La Pajarera. Una vez acceden a ese lugar, ignoro por qué inexplicable motivo, se revisten de un poder y una prepotencia que asusta. Se excitan, se les pone una mirada inquieta y se irritan a la más mínima. Todo lo quieren en su lugar exacto y no permiten que haya nada que interrumpa su ritual. Una vez empieza el bingo todas entran en trance. El sonido de la voz que va cantando los números las transforma en perros hambrientos con un filete de carne ante su hocico. Pobre de ti si entras a decirles que las llaman por teléfono o que se ha desatado un incendio, porque nada, absolutamente nada, es más importante ni más sagrado que esperar a que alguien cante bingo. Podrían morder, podrían matar. ¿Qué si se juegan grandes cantidades de dinero allí? ¡Pero qué va!, si un cartón vale 10 céntimos. Lo máximo que pueden ganar es un par de euros o tres. ¿Cómo? Sí, sí, por un par de euros matan si hace falta.
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Como medida preventiva ante la gripe A, recientemente llegó una circular de la Consellería que prohibía servir jarras con agua y vasos a los usuarios de centros de mayores para evitar contagios. Desde entonces cada cual ha de traer su propio botellín de agua. Bueno, pues algunas bingueras me reprocharon el que ya no entre yo a la pajarera a llevarles agua.
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- Oye, que cada vez trabajas menos, tú…
- Bueno, a mí no me importaba traerles agua, es sólo que ahora ya no se debe.
- Sí, si, mucho cuento…
- No les hagas caso – me dice Josefina – que lo queremos es que te acerques para ver carne joven.
- Ay, sí, ten cuidado, paloma, que aquí tenemos mucha hambre de carne fresca.
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Y todas se rien con ganas.
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Yo salgo de allí con la plena seguridad de que nunca estaré tan cerca de un aquelarre.
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Josefina viene a ser Don Corleone y cuando estamos a solas me pide que me acerque y entonces me dice aquellas cosas que debo hacer para que el resto estén contentas y no me critiquen. Es este un juego en el que me he prestado a entrar, pese a lo mafioso que resulta. Es aquello tan siciliano de “el hombre avisado está medio salvado”, aunque me temo que por muy bien que me porte con ellas siempre estarán hechizadas en este lugar y se alimentarán de esas burlas tenaces y ese escarnio con el que a menudo me obsequian.
Son como vampiros... y yo soy su cuello.
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Nunca entendí el que haya señoras que vienen al bingo a la 1 de la tarde cuando el juego no empieza hasta pasadas las 3. Supongo que lo harán masticando la última cucharada por la calle y con el postre en el bolso. ¡Qué manera de correr! ¿A qué se debería tanta prisa?
Ellas alegaban siempre que lo hacían para coger los mejores sitios, pero esa respuesta me escamaba, pues allí todas tienen ya su silla asignada y nunca se la quitan las unas a las otras; eso sería motivo de disputas y de posibles ajustes de cuentas.
El caso es que hace pocos días se descubrió el pastel y el revuelo que se ha armado ha sacudido los cimientos de La Pajarera. Os aseguro que si las bingueras fueran las gobernantes de España hoy estaríamos aún bajo estado de alarma y excepción y con todo el país paralizado.

Resulta que entre toda la mafia que allí se congrega hay un par de capos que cantaban más bingos de lo habitual y no precisamente por golpes de suerte.
La que antes llega al bingo tiene derecho a elegir cartón en la primera ronda y conservar el mismo en las demás o bien cambiarlo por otro si lo desea. Estas astutas mafiosas elegían sus cartones y ya no los soltaban hasta el final. No sé quién haría las posteriores pesquisas pero alguien descubrió que el bingo electrónico tiene un curioso defecto. Se supone que es una máquina en la que aleatoriamente se van iluminando los números y éstos son los que va cantando la portavoz. Se supone también que esa mezcla de números que muestra la pantalla es cada vez distinta, ¿no? ¡¡Pues no!! Este bingo electrónico suele repetir un par de números cada vez que empieza, otros dos al poco tiempo, otros dos después y siempre hay una serie de números que tardan mucho en aparecer.
Así es que estas damas del juego se percataron de que el 15 y el 90 salían enseguida, que el 24 y el 62 poco después, que el otro y el de más allá surgían pronto y que la espera de tal y tal y tal número se hacía eterna. Bien, sencillo entonces ponerse a buscar entre todos los cartones aquellos que tuvieran la mayor combinación de esos números favorecedores y ninguno de los postergados. Las posibilidades de llenar antes esos cartones y cantar bingo eran mucho más altas.
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Como a uno no le gustan los deportes de riesgo no me acerqué por La Pajarera cuando estalló la bomba pero sí os puedo decir que hubo reunión urgentísima de los mandamases para solventar la situación y se determinó que como el bingo es un juego de azar, los cartones se repartieran sin orden alguno y sin posibilidad de elegir uno en concreto. El que te toque te ha tocao y si te pica te rascas.

Pues bien, con los ánimos aún en ebullición, cada vez que por cualquier cosa entro en el bingo aún hay quien piensa que todo se debe a que yo me he cansado ya de ordenar los cartones como hacía desde que aquí llegué.

- ¿Qué pasa contigo? Ya ni agua, ni los cartones ordenados... ¡Contentas nos tienes!
- Pero si yo no...
- Como no nos cuides bien nos moriremos todas y a ver de qué trabajas tú.
- Y a ver si arreglas esta mesa, que cojea.
- Y pon papel en el aseo grande.
- Y cuando llueve hay una gotera aquí que me cae en la cabeza y me tengo que apartar.
- Y ya va siendo hora de que enciendas la calefacción, que nos estamos helando...
- Y..., y...

Y Josefina me mira y pone esa cara suya que dice "Qué jodidas somos las viejas, ¿eh Juanillo?" y a mí me entran ganas de besar su anillo.

Sobre las 7 de la tarde empiezan a salir de La Pajarera para marcharse a casa, y al hacerlo pierden ese hechizo diabólico y vuelven a ser las mujeres encantadoras de siempre.

- Hasta luego, señoras
- Adiós, rey
- Hasta mañana Juanico
- Adiós, "paloma".

No sé si me acostumbraré a esto algún día.

4 de noviembre de 2009

PRISAS, PUBLICIDAD Y RISAS

Leía el otro día, en la hoja traspapelada de un periódico, las razones que daba un periodista por las que Madrid había perdido la oportunidad de ser sede de las olimpiadas de 2016.
El articulista concluía diciendo que, además de todo lo expuesto, “no causaba buena impresión encontrar una ciudad con obras perennes que no terminan de concluirse nunca, una ciudad que parece sentirse resignada ante esa constante imperfección”.
Y tiene razón; cómo se les ocurre a los responsables tardar tanto en terminar algo o dejar las cosas a medias. Desde luego, qué insensatez.

Cambiando de tema, yo me acabo de acordar que tengo pendiente finiquitar de una vez aquello de los Premios Diablog que hace ya tanto tiempo ideé y que aún no he concluido.
Por suerte estamos ya en el mes de noviembre, último mes de plazo que puse antes de que la cosa caduque y empiece a oler mal.
Seguimos en obras y para ello necesito la colaboración de todos vosotros, oh, lectores amigos, para rematar esto de una vez, pues, a pesar del mucho tiempo de reflexión que dejé, no han llegado todos los votos que yo esperaba.
La cosa es tan sencilla como acceder a esta entrada, o bien pinchar la imagen de la barra lateral (a la derecha) donde dice PREMIOS DIABLOG y dejar constancia a modo de comentario de los cinco blogs que preferís de entre los doce candidatos al premio.

Lo ideal sería que, puesto que aún quedan más de 20 días para el esperado Día D, entrarais en esos blogs y leyerais algún que otro post al azar y así os haríais una idea aproximada del alma de cada cual (esto ha sonado muy metafísico pero yo, como diablo, os aseguro que tras muchos meses de fiel seguimiento de estas excelentes bitácoras, ya conozco las almas de sus creadores y a punto estoy de corromperlas, digo venerarlas para siempre)
Pero, ojo, el tiempo no deja de caminar y si os descuidáis se os pasará el plazo.
Cuantos más votos se reciban mucho más disfrutaré yo, camuflado en la sombra de mis calderas, viendo a los doce candidatos subir y bajar en el gráfico.
Aquí queda dicho. Muchas gracias a todos de antemano.
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Demos paso ahora a unos segundos de PUBLICIDAD.




Y concluyo por hoy con el relato de unos momentos que me resultaron muy divertidos y quiero compartirlos con vosotros. Y es que en este fin de semana han ocurrido dos anécdotas memorables.

Mi madre se ha hecho siempre un cacao maravillao para esto de los nombres. Desde siempre se ha confundido muchas veces a la hora de llamarnos:
- Fran, digooo Juan, ¡Tomás quiero decir!
El colmo se daba cuando entre nuestros nombres llegaba a incluir al de nuestro perro!!
- Tomm... Fraa…Tranquilo.. - y tras unos segundos de concentración, acertaba- ¡Juaaan!
Menos mal que no llegamos a ser más hermanos o más perros: ¡se hubiera vuelto loca!
Pero este fin de semana tuvo una confusión de antología.
Estábamos hablando de las excentricidades que tienen algunos famosos cuando de repente exclamó:
- Pues anda que Mercadona, digoo Maradona ...
Sólo esa sencilla confusión ya tenía su gracia, pero nos quedamos mirándola esperando a que nos contara qué excentricidad sabía sobre Maradona y vimos su semblante pensativo, buscando en su mente esa luz que no se le encendía, cuando súbitamente la oímos exclamar:
- ¡¡Madonna, quería decir!!
Os podéis imaginar el ataque de risa que nos dio a todos. No era Mercadona ni Maradona, ¡era Madonna!
Toda la tarde hubo pitorreo a su costa.
- ¿Dónde hacen la compra Madonna y Maradona? ¡En Mercadona, por supuesto!
- Qué bien canta Maradona, ¿eh?
- Pues anda que cómo toca bola la Madonna
- Para excentricidades las de Mercadona, ¿habéis visto a cuánto tienen la lata de espárragos?
Bueno, que conste que ella también se reía, ¿eh?

Otro momento para enmarcar es el que protagonizó un niño que a veces viene a casa porque su abuela es muy amiga de nuestra madre. El chavalín tiene unos 5 años y estaba en el salón con la tele encendida.
Al parecer un cocinero mostraba a través de la pantalla la forma de hacer una rica ensalada en la que se utilizaban capullos de una flor en concreto. El niño oyó la palabra y fue corriendo a comentarlo con su abuela.
- ¡¡En la tele han dicho una palabrota!!
- ¿Una palabrota? ¿Qué han dicho?
- Han dicho "capullo"
- Bueno, hijo, es que "capullo" no es siempre una palabrota . Las flores, antes de abrirse se llaman capullos y eso no es una palabrota.
- ¿Capullo no es una palabrota?
- No, cariño, si es capullo de flor, no.
Y tras unos segundos pensativo, exclamó:
- ¿Y puta de flor? ¿Es una palabrota?

No hay palabras. Casi me parto.