26 de noviembre de 2008

LOS CROMOS VOLADORES


Quién me iba a decir a mí cuando yo era niño que algún día escribiría sobre los cromos voladores con el fin de que cualquier persona del mundo pudiera compartir conmigo aquel recuerdo.


Todavía me sorprende este fascinante invento de internet y los blogs. No me cansaré de repetirlo. Ni de agradecer vuestras visitas y comentarios.
Seguid haciéndolo, por favor.



Situemos la escena en Benidorm donde mi hermano Tomás y yo vivíamos con mis padres unos años antes de trasladarnos definitivamente a Petrel. Aún faltaba para que nacieran Fran y Ana.
Desde bien pequeños nos aficionamos a las colecciones de cromos. En el supermercado del barrio aparecía con frecuencia algún coleccionable en productos como Danone, Bimbo o Kas y nos divertía enormemente el ritual de abrir el sobre con desesperación, mirar los cromos, exclamar “¡No la tenemos!” y colocar todas las estampas en el álbum.
Recuerdo haber pegado esos cromos con distintos mejunjes cuando no teníamos pegamento, incluida una solución de agua y harina que al secarse dejaba el cromo más o menos agarrado e impregnaba el álbum de cierto olor a pan.
Otras veces utilizábamos cola de pegar zapatos (la cómoda y práctica barra de pegamento escolar de hoy en día no existía, o al menos no llegó a nuestras manos) con lo que a veces se nos pegaban las páginas de los álbumes y suponía una odisea despegarlas después.
No era fácil completar un álbum cuando había que conseguir los cromos comprando en la tienda comestibles o bebidas , pero aún así rematamos alguno.
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Si por el contrario el álbum se adquiría en algún quiosco, la cosa era diferente. Completar un álbum dependía de la situación monetaria. Los cromos estaban a nuestro alcance dependiendo de la mayor o menor calderilla que tuvieran nuestros progenitores en los bolsillos.
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Pero aquí viene lo mejor, lo fantástico, lo fabuloso, la alegría desbordada: había veces, muchas veces, en las que los sobres de los cromos NOS LLOVÍAN DEL TECHO!!!
Cuando menos lo esperábamos, cuando más distraídos nos encontrábamos, caían de repente, a puñados, sobre nuestras cabezas, y cubrían la alfombra, quedaban sobre las sillas, sobre la mesa, encima de un cuadro…
Entonces mi hermano y yo nos volvíamos locos de contentos mientras uno recogía sobres y el otro los abría y ambos gritábamos “Ioooo, ioooo!! La tenemos… La tenemos… ¡¡ NO LA TENEMOS!!
Después, cuando nos faltaban muy pocos cromos por abrir, otra lluvia de sobres nos envolvía sin averiguar nunca de dónde procedían realmente, y otra vez el júbilo se desataba.
Detrás de toda aquella magia estaba mi padre con los bolsillos repletos de sobres de cromos, siempre preparado para hacerlos volar y caer en una lluvia que colmaba de felicidad a sus hijos.
Hoy me imagino la escena de esta manera:
Mi padre se acercaría al quiosco y diría
- ¿Tiene cromos de la colección Tal?
- Sí, ¿cuántos quiere?
- ¿Cuántos tiene?

Porque yo creo que a veces los compraba todos.


Tantos, que incluso recuerdo que cuando todo volvía a la normalidad y nos sentábamos a pegarlos, aún descubríamos alguno que se había quedado enganchado en la lámpara o detrás de un sillón.
Con semejante ayuda era más que lógico que completáramos muchas de aquellas colecciones.


Con el tiempo he sabido que en determinadas ocasiones mis padres vivieron momentos económicos delicados en los que no había un trabajo estable y llevar dinero a casa dependía de remotas y complicadas gestiones por parte de mi padre que iba pateando la calle cavilando mil y una formas de solventar esa vital papeleta.
Me atrevo a pensar que muchas de aquellas lluvias de cromos y la consiguiente ilusión de sus hijos ocurrieron a pesar de algunas de aquellas penurias y pudieron ser sus remansos de paz, sus oasis de felicidad en el maremagnum de la vida.

















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Notas:

¿Alguien sabría decirme quién es el joven de la camisa blanca del cromo?

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Todavía conservo aquellos álbumes si bien algunos necesitan sus "dosis de restauración" (Unos cuantos tienen mordiscos de ratones tras tantos años olvidados en el trastero)

Si te apetece echarles un vistazo no tienes más que asomarte a la biblioteca del Diablo y curiosear - con mucho sigilo y sin que se entere- EN SU ALBUM PERSONAL


21 de noviembre de 2008

HISTORIA CON BURRO EN CINCO FOTOS







Ayer estuve mirando viejas fotos del álbum familiar.
Qué delicioso momento.
Recuerdos indelebles plasmados en un manoseado
rectángulo de papel.
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Fotos de niño, con mis padres, con mis hermanos, con los animales que tuvimos, fotos de viajes, de cumpleaños, jugando por el campo, fotos de mi adolescencia, haciendo la mili, con los amigos, con los queridos abuelos…
Un valioso tesoro.
No obstante hay algunas fotos que me parece que no tienen nada que ver conmigo, que forman parte de la vida de otro.
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¿Que yo era así? Qué fideo ¿Yo era capaz de vestir de esta guisa? Ostras, qué flequillo. Vaya careto en esta ¿Por qué nadie me dijo que ese bigotillo me sentaba como una patada en el estómago?¿Y nadie me pegaba por la calle al verme?
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Otras fotos son de museo, resultan de lo más divertido pese a que, bien mirado, pudieran merecer la hoguera o, como poco, un juicio sumarísimo por atentar al buen gusto, pero en general están todas tan cargadas de historias que forman parte de mí mismo y de mi familia, que merecen mi cariño sin reservas.
Hoy voy a compartir unas pocas con vosotros. (¿Para que he creado este blog si no es para compartir?) A mí me encantan aunque son de mala calidad. (La foto digital es una bendición de estos tiempos no de aquellos).
Podría englobarlas en un grupo llamado “Fotos con Platero” o “Nuestra etapa zíngara“.
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Haré primero un poco de historia.
Resulta que a mi hermano Tomás le fascinaba disfrazarse a toda hora de indio norteamericano, con sus flecos en el chaleco, su penacho de plumas de gallina en la cabeza, sus pinturas de guerra en la cara, sus trenzas de lana… Un perfecto atrezo que le facilitaba mi madre que siempre ha sido única para esas cosas. Y como sólo le faltaba un caballo para tener el cuadro completo, mi padre, que no podía permitirse el lujo de comprarle uno, consiguió un burro con tartana y todo.
A Tomás no le gustó la sorpresa. No valoró el esfuerzo que sin duda debió hacer mi padre para hacerle feliz. ¿Dónde se había visto un guerreo indio cabalgar a lomos de un burro?, debía pensar él. Pero al subir encima del animal y empezar éste a caminar asomó la ilusión, y la imaginación hizo el resto.
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Platero era un burro blanco grisáceo con eterno apetito que tenía muchas cabezonerías (que se ponía muy burro, vamos, que para eso tiene ese nombre tan bien puesto) pero que nos hizo pasar buenísimos momentos. Alguno malo también.
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Como la primera vez que lo sacamos del corral para subirnos encima. El pobre animal se asustó y echó a correr. Nosotros no habíamos previsto esa estampida y no teníamos las puertas del chalet cerradas. Se escapó.
Era un sábado muy temprano, cómo lo recuerdo, y Tomás y yo salimos en su busca, aterrados ante la posibilidad de perder un burro el primer día en que lo íbamos a disfrutar. Lo recuperamos sin que nuestros padres se enteraran de que se había escapado. Fue gracias a una vecina que al vernos pasar corriendo nos llamó
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- Eh, ¿es vuestro ese poni? (ella dijo ponei)
Cuando miramos hacia donde nos señalaba vimos que el burro se había detenido a comer en un campo de alfalfa.
- Sí, es nuestro, es que se nos ha escapado y…
- Pues, oyes, llévate cuidao no sea que el poney se me coma todo el alfalfe.
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Desde entonces nunca sacamos a Platero sin cerrar antes las puertas del campo.
Pero el burro volvió a salir. Si bien esta vez fue cuando mi padre lo aparejó para dar un paseo con toda la familia en la tartana. Qué odisea aquella.
Ahí están las fotos para mostrarlo. Y qué bella estampa sin igual.
Mi padre con el enorme bigotón de aquella época, mi madre, muy hippy ella, con una falda larga a cuadros y unas botas altas, Tomás y Fran disfrazados de indios con trenzas de lana, Ana muy despeinada cual gitanilla en día de viento y yo con esa pelusa en el labio superior que no me afeitaba para parecer mayor. ( ¡Iluso!).
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El carro salió a la carretera empujado por el burro con la familia Cabrera en el interior de aquella tartana de techo curvo que olía a esparto.
Recuerdo que Tomás y yo dudábamos de si queríamos ser vistos o no por algún compañero de colegio con el que nos pudiéramos cruzar. No teníamos muy claro si se “fardaba” dentro de un carro guiado por un burro.
La pinta desde luego era para un cuadro. Nunca mi familia ha sido tan zíngara y trashumante como en aquellos paseos. Paseos que, digámoslo ya, fueron sólo dos o tres porque había siempre un problema imposible de remediar y es que, de vuelta a casa, cuando el burro presentía que ya estaba cerca el descanso, la paja y la avena, empezaba a correr como un loco para llegar cuanto antes. Y la verdad, las pasábamos canutas. De nada valían los tirones de riendas de mi padre, ni que se le gritara “Soooo“ a pleno pulmón, ni nada. Platero se ponía más burro que nunca y la tartana iba pegando saltos como alma que lleva el diablo hasta llegar a casa.
Y descendíamos cabreados, asustados y con el culo molido.
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Ay, Platero, Platerillo. Tantos años hace de aquello que me parece un sueño, y, ya ves, hoy, donde quiera que estés, te he recordado y, como mi tocayo Juan Ramón Jiménez, he escrito sobre ti.


P.D. Mi hermano Tomás ha escrito más sobre Platero en su blog.

17 de noviembre de 2008

ESCENAS EN EL VIDEO-CLUB


Como ya os conté hace unos meses, durante unos cuantos años estuve trabajando en un video club en Petrel. El Brigadier, que existió desde mediados de los ochenta hasta principios de los noventa, cuando el cine se veía en casa a través de las cintas de VHS o de Beta. (Qué viejo se siente uno cuando cuenta estas cosas)
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Fue una época intensa que me trae recuerdos agridulces. Por un lado la alegría de grandes momentos de esplendor en aquel negocio familiar, con unos fines de semana con tantos alquileres que el video club se quedaba casi vacío de películas y con tanta aglomeración de clientes que los cuatro hermanos teníamos que echar un cable para que aquello se pudiera sobrellevar ( y a veces ni aún así)
Mis padres y yo atendíamos a los clientes mientras mis hermanos colocaban los DISPONIBLES, (las tarjetas que indicaban que la película estaba libre y se podía alquilar) o guardaban en las estanterías por estricto orden numérico todas las cintas que se iban devolviendo. Y no te podías dormir en los laureles si no querías que los montones de cintas o de tarjetas te desbordaran.
Las novedades de cada momento eran siempre muy buscadas. Algunos clientes llegaban a esperar horas en el mostrador aguardando a que devolvieran esa película que anhelaban. Y podía darse el caso de que al final no llegara porque el que la tenía en casa hubiera preferido disfrutarla un día más aunque eso le costara volver a pagar su alquiler.
Y es que en aquel entonces la cosa no funcionaba como ahora.
Hoy vas a buscar a un videoclub "Agárrame esa momia 4" y encuentras por lo menos 12 DVDs del título en cuestión. Pero entonces una película costaba un ojo de la cara. El ejemplo del mayor abuso lo tuvimos con Dumbo de Walt Disney, (otra vez Disney jodiendo la marrana) que costó nada menos que 16.000 Ptas (léase pesetas para los desmemoriados o 96 euros para los de letras) ¿Cómo iba uno entonces a poner 12 Dumbos en las estanterías? Imposible amortizar tanto elefante. Y encima corrías el riesgo de que algún aparato de video triturara la cinta antes de lo deseado y tuvieras que hacer de tripas corazón para no matar al cliente por la faena.
Decía lo de recuerdos agridulces porque también entra en el lote la etapa de la caída. Cuando se estrenaron las televisiones de Canal 9, Telecinco y Antena 3 el negocio empezó a hundirse lentamente y el video club pasó de ser un lugar bullicioso a un lugar con escasa afluencia de público. Hasta que lo tuvimos que cerrar.
De todas maneras, como soy una persona positiva me quedo con todos los buenos recuerdos, que son incontables.

No puedo dejar de sonreír al recordar esas mañanas entre semana en las que me visitaba mi amigo Juan Luís.


Allí, detrás del mostrador, nos atiborrábamos de los hiperglucémicos desayunos que comprábamos en la pastelería de al lado, El Pastaó.
La afinidad que he tenido siempre con Juan Luís en cuanto a nuestro sentido del humor nos ha llevado a través del tiempo a escribir muchos cuadernos juntos. En los años del video club concluíamos nuestro Diccionario Basicómico (*), definiendo a nuestra manera cientos de palabras de la A a la Z.


También escribimos por aquella época El club de las cosas bien hechas sobre todos aquellos asuntos de la vida que nos daban rabia o no llegábamos a entender. Más adelante llegaría Dimes, diretes y dineretes en el que explicábamos a nuestra manera los dichos y refranes populares.
En aquella época nació mi manía de dar puñetazos en el hombro de las personas que me hacen reír. Y la culpa es de Juan Luís. A veces me dolía el estómago de tanta carcajada y él continuaba con su irrefrenable cachondeo. No sabiendo yo cómo hacer que se callara tuve que acercarme y sacudirle. Sólo así cerró la boca.
Desde entonces es mucha la gente que conoce mi afinidad por golpear el hombro ante mi risa fácil.
Estando en el videoclub, una mañana ocurrió una cosa muy chocante.


En un pequeño televisor que había en un estante en la pared solíamos tener puesta siempre una película. Entraba casi a diario el cartero a dejar correspondencia. Era un señor muy amable que sólo decía dos palabras. Un sonoro “buenos días” al entrar, alargando mucho la “i” y un “adiós” extendiendo la “o”, al marcharse. Sólo por eso ya entró a formar parte de “Nuestros clásicos”, una lista de personajes reales a los que Juan Luís y a mí nos gustaba imitar. (Quizás de esta lista os hable en otra ocasión)
Aquella mañana entró este clásico para entregarme unas cartas
- Buenos díiiiiiiiiiiias- saludó
Y antes de despedirse con su habitual “Adiooooooos”, justo en ese instante Lina Morgan decía en la tele:
- Hay asnos más inteligentes que este cartero.
Al hombre se le quedó una cara de no entender nada que era digna de ver. La anécdota provocó nuestra hilaridad durante muchos días. Fue una completa casualidad pero nos producía un cierto malestar que el cartero pensara que habíamos preparado la cinta para que sonara esa frase al entrar él.
Otra anécdota que recordamos todos es cuando entró aquel cliente y dijo:
- ¿Por dónde tenéis La mosca?
Y yo contesté:
- Por la puerta del váter.
Y era verdad, en un pequeño panel de madera junto a la puerta del WC estaba casualmente la película de La mosca, pero sonó tan a pitorreo que aún nos reímos al recordarlo.
E inolvidable aquella otra vez - y que de paso sirva para que os hagáis una idea de cómo es Juan Luís los que no le conozcáis - en la que dijo algo tan gracioso que no tuve más remedio que perseguirle por todo el video club con la intención de pegarle fuerte en el hombro. Yo corría detrás de él y él se limitaba a huir. De repente tropezó, cayó al suelo, hizo tambalearse un panel y una lluvia de películas le cayó encima en unos segundos.
No se inmutó. Pero acto seguido y todavía en el suelo agarró con las dos manos una de las películas que tenía encima y abriendo mucho los ojos exclamó:
- ¡¡ La que estaba buscando !!
Y entonces sí le rematé a placer.


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(*) Algunas definiciones al azar del Diccionario Basicómico

Adrede - Pisotón en el desierto

Difunto - Aquel que ya no está para estos trotes

Efectivamente - Lo mismo que “así es” pero con ganas de complicarse la vida.

Fecha - Lo que tían lo indio

Lechuga - Que dicen que no engorda, pero yo he visto cada gusanaco…

Llano - Antes sí, pero ahora ya…

Metamorfosis - Faraón egipcio que tras morir y hacerlo momia se hizo mariposa. Y es que tenía un ramalazo el tío que ni muerto lo podía evitar.

Mono - Animal que oye sólo por un oído.

Paracaídas - Paracaídas las de mi abuela cuando no coge el garrote.

Risueño - El que se rie en la cama mientras duerme.

Subasta - La profe de Religión dijo “Ya está bien” y nadie le hizo caso. Entonces entró el director y gritó “Basta” y ya no se oyó un alma. ¿Qué fue más contundente?

Tos - Hobby que se practica en los teatros.

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12 de noviembre de 2008

CUENTA PENDIENTE CON WALT

Dejo el reto anterior flotando en el ciber espacio en busca de su destino y me sumerjo en un recuerdo de niñez.
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No puedo presumir de tener una buena memoria. Es más, si se lograra medir la capacidad de recordar de cada individuo, estoy seguro de que yo estaría muy por debajo de la media.
Mis hermanos a veces se asombran de que yo haya olvidado incluso cosas muy destacables en la que he sido protagonista directo, pero qué le voy a hacer; para lo bueno y para lo malo olvido casi todo.
Debe ser que los cajones del cerebro se autolubrican para que podamos abrirlos con facilidad pero que en mi caso el engrasador hace años que no funciona y el polvo y las telarañas han atascado los míos. Pero yo espero que sea verdad eso que dicen que los ancianos recuerdan con claridad las vivencias del pasado aunque olviden lo que comieron ayer (a mí eso de no acordarme de lo que comí ayer me deja indiferente. Es más, soy joven y he tenido que hacer una esfuerzo para acordarme de lo que he comido hoy mismo)
Pero, como decía, ojala llegue yo a viejecito y, sentado en un cómodo sillón y con una manta sobre mis piernas, entrecierre los ojos y sea capaz de recordar todas las buenas vivencias que ahora tengo tan difusas. Y que las malas se queden en los cajones más atascados.

- Abuelito, ¿en qué piensas? - me preguntará uno de mis nietos
- Pues mira - le diré - me estaba acordando de algo muy divertido que hacía años que no me acordaba.
- Ehh - llamará a sus hermanos y a sus primos - que el abuelo se ha acordado de otra cosa.
Y todos vendrán corriendo a sentarse a mis pies como hacíamos mis hermanos y yo cuando el abuelo Conrado se disponía a contarnos un cuento.
(Esto es lo que mi amigo Juan Luís llama la "futuro-nostalgia", es decir, añorar hoy lo que aún no ha ocurrido.)
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Pero voy a desempolvar ahora el recuerdo de un cajoncito que nunca se me ha atascado.
Tenía yo 4 o 5 años e iba a un colegio de Benidorm (no me preguntéis el nombre, lo he olvidado)
Cuando salía al patio que era inmenso (o al menos a mí me lo parecía) corría a un rincón para asomar la cara entre las columnas de la balaustrada que separaba el colegio del exterior y por allí miraba la cartelera del cine que había enfrente. Yo ya sabía leer por aquel entonces y me gustaba saber el título de la película de cada semana y comprobar si el cartel era bonito. (El colegio continúa estando allí, con la misma balaustrada, pero el cine ha desaparecido como casi todos los cines de barrio de España)
Aquella vez se me abrieron mucho los ojos al encontrarme con el colorido póster de un cervatillo que miraba a la mariposa que se le había posado en la cola. Leí el título y esperé ansioso a decir en casa que en el cine hacían una película de dibujos que se llamaba "Bambi".
Debí insistir mucho en verla pues mi madre nos llevó a mi hermano Tomás ( 2 años menor que yo) y a mí ese mismo fin de semana.
¿Cómo voy a olvidar cualquier impresión producida en un cine si todavía de adulto me sigue pareciendo un lugar sumamente acogedor y lleno de magia? Más aún con tan corta edad.
Aquella debió ser la primera película que veía en una sala por lo que me imagino pegado a la butaca con la boca abierta mientras mis retinas se empapaban de aquellas bellas imágenes de multitud de animalillos correteando por el bosque.
Y allí estaba Bambi, recién nacido, con una mamá guapísima que le miraba con amor infinito. Yo debía estar hipnotizado cuando el cervatillo aprendía a andar y su amigo Tambor, el conejo, se reía de él. Era todo tan bonito.
Bambi iba creciendo y recibía consejos de su madre, que no se separaba nunca de él.
En la película, madre e hijo huyen del primer acoso de unos cazadores. Imagino que ahí yo me inquietaría para respirar aliviado cuando pasa el peligro. Peligro que se vuelve a repetir en aquellas imágenes en las que la mamá de Bambi alza la cabeza y las orejas e intuye la presencia de nuevos cazadores.

- Corre Bambi - grita a su hijo - Corre, corre.
La música se intensifica, las imágenes se suceden con celeridad.
- Corre Bambi, no mires atrás, corre, corre...
Y el sonido de un disparo que hiela la sangre.
Bambi ya corre solo y cuando finalmente se esconde en el bosque aún grita feliz: "Lo conseguimos mami. Ya estamos a salvo"
Pero la madre ya no está con él.
Tras unos minutos de angustia y desesperación aparece el padre del cervatillo. Imponente, seguro de sí mismo y desde lo alto le dice a su hijo: “Vámonos de aquí. Acompáñame, ”

Para mí ahí acabó la película.
El resto no existió.
Me lo pasé asimilando lo que era imposible de asimilar.

¿Dónde estaba la mamá de Bambi? No sé si le preguntaría yo a la mía donde estaba la del cervatillo pero no creo que mi madre fuera tan directa como para susurrar :" La han matado". Más bien me atrevo a deducir que yo no abrí la boca por temor a que me dijera lo que no quería oír. Por su parte, mi madre solo recuerda que yo ví toda la película pero que Tomás, demasiado pequeño para entender nada, se durmió. Qué suerte la suya.
Porque para mí el resto de la película fue un mero trámite, una decepción, un gran disgusto, un fraude. Por más que lo disfrazaran con la llegada de la primavera, con los pajarillos, el riachuelo, las canciones, lala lala… Sin la mamá de Bambi nada tenía sentido ya para mí. Y cuantas más novedades iban apareciendo en la vida del ciervo más acongojado me sentía al comprobar que nadie se acordaba ya de la pobre y bella cierva.
Y aunque os cueste creerlo, la película me marcó profundamente.
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Con el señor Walt Disney tengo por tanto una cuenta pendiente.
Murió precisamente el año en que yo nací (¿no quiso dar la cara?)
Sé que debe estar en el cielo entre nubes con forma de Mickey Mouse, totalmente ajeno a aquel grave error que cometió en vida. Pero llegará un día en el que nos encontremos. Entonces me acercaré a él y le diré:
- Señor Disney?
- Yes?
- ¿Cómo pudo usted ser tan cruel y vapulear de aquella forma el corazón de un niño inocente?
- Pardon? - me dirá con cara de Goofy
- Que tanto le costaba a usted añadir en el cartel de la película, justo debajo de donde ponía Bambi, un letrero bien grande que dijera: NO RECOMENDADA PARA NIÑOS ?
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5 de noviembre de 2008

LOS 6 DIABLOS DE LONDRES


Esto que hoy publico os va a resultar raro, atípico y algo confuso. Pero me consta que muy original también.
Lo iba a titular EL RETO, pues de un desafío disfrazado de juego se trata, pero creo que el nombre que le he puesto finalmente despierta mayor curiosidad y eso es lo que necesito: curiosos "que caigan en mis redes".
Ya advertí en la nota final de EL DIABLO ALZA EL TRIDENTE que propondría algo así y el momento ha llegado.
Todo comenzó como consecuencia de un viaje. Mi hermano Fran y Laura, su mujer, iban a pasar tres días de distracción en Londres. A última hora ella se sintió indispuesta y para no perder todo el dinero del vuelo se fue él solo.
Estando allí me hizo una llamada al móvil


- Eh, Fran, ¿qué tal? ¿cómo lo estás pasando?
- Muy bien. Te llamo desde el Museo Británico. Ayer pasé aquí toda la tarde y hoy he vuelto para continuar viendo cosas.
- ¿Más museo? ¿No te aburre?
- Qué va, a mí no. Es que aquí hay mucho que ver y todo muy interesante. Además hace mucho frío y no para de llover. Al menos aquí se está bien. Por cierto, me mojé y he pillado un catarro...



Continuamos hablando un poco más y ya se iba a despedir cuando se me encendió de súbito una bombilla en la cabeza.
- Espera un momento - le dije
- Dime
- Hazme un favor, Fran. Dibuja en un papel un diablo y escóndelo en algún lugar emblemático de Londres.
- ¿Y eso? - quiso saber extrañado
- Para mi blog. A ver si alguien lo encuentra.
- Ah, vale. Lo haré.
- Que sea un lugar en el que no se pueda mojar ni ser descubierto a simple vista. Que sólo se encuentre si se dan las instrucciones para llegar a él.
- Muy bien. Hoy mismo lo haré y si quieres fotografiaré el lugar exacto.
- Sí, perfecto - exclamé contento - porque podré colocar esa foto en el blog.
Nos vimos al fin de semana siguiente en Petrel. Fran seguía congestionado por el catarro. Hizo muy mal tiempo en los días que pasó en las tierras de la Reina Isabel II, pero eso no le impidió llevar a cabo nuestro plan conjunto. Y no escondió sólo un diablo sino nueve, fotografiando además esos nueve lugares, con lo que la cosa se hacía más atractiva. Pero para que no se hiciera demasiado pesado exponer el plano londinense de los nueve diablos, descarté tres de ellos que, además, sí corrían el riesgo de deteriorarse bajo algún chaparrón.
Quedan por tanto seis diablos escondidos en Londres dispuestos a ser encontrados por cualquiera de vosotros.
Lo divertido del juego es que ni siquiera hace falta ir personalmente a buscarlos. Este mundo de internet nos permite comunicarnos con gente de todo el mundo, incluso con londinenses. ¿Nadie se prestará al juego de ir en busca de ellos?
Reconozco que no es tarea fácil y me cuesta creer que alguien me escriba para decirme que ha encontrado alguno de esos diablos pero también pensé que nadie me conseguiría una foto de la Plaza de la Gamba Alegre de Torremolinos y ya visteis que llegó a nuestro blog. Por lo tanto... ¿por qué no?
Paso sin más demora a exponer dónde están LOS 6 DIABLOS DE LONDRES y espero hacerlo de forma bien clara para que no quede ninguna duda. Os lo presento primero a través de un video y un texto explicativo a continuación.







DIABLO Nº1 - EN EL BIG BEN - Justo después de la base de la famosa Torre del Reloj del Parlamento comienza una verja de hierro. Esa verja esta adornada con flores metálicas de color negro. Detrás de uno de los pétalos de la primera flor está escondido el primer dibujo de uno de los diablos que hizo Fran.
DIABLO Nº2 - EN LA ABADÍA DE WESTMINSTER - La majestuosa abadía, próxima al Parlamento, cuenta con un pórtico o puerta principal por la que entran incesantemente los turistas. Unos metros a la derecha hay otra puerta secundaria que suele permanecer cerrada. A la izquierda de esta segunda puerta hay un demonio de piedra en la pared y junto a éste unas columnas. Detrás de la columna más próxima al demonio de piedra está escondido el segundo diablo de papel.
DIABLO Nº 3 - EN LA ABADÍA DE WESTMINSTER - Todavía en la misma abadía pero mucho más a la derecha de esa segunda puerta hay otra puerta solitaria muy pequeña y que no se abre nunca. Un canalón baja por la pared muy próximo a esa pequeña puerta. Oculto tras el canalón nuestro tercer diablo aguarda pacientemente a ser descubierto.
DIABLO Nº 4 - EN LA SALIDA DE METRO A WESTMINSTER - Si bajamos las escaleras y accedemos a ella habremos de buscar un cartel indicador de líneas del metro que dice Eastbound platform 2. Junto a él otro cartel publicitario. Detrás de éste se encuentra el cuarto diablo.
DIABLO Nº 5 - EN LA ESTACIÓN VICTORIA - Tras entrar por la puerta principal hallamos muchas cabinas de teléfono pero hemos de buscar un par de cabinas gemelas solitarias que hay más al interior entre dos tiendas. Detrás de una de esas dos cabinas está oculto el quinto diablillo.
DIABLO Nº 6 - EN LA FUENTE DE PICADILLY CIRCUS - En la bien conocida plaza de Picadilly hay una gran fuente coronada por la estatua del Angel de la Cristiandad pero que todo el mundo llama estatua de Eros. La base de esta fuente es octogonal. Al llegar a ella hay que colocarse en el lado en el que mejor perspectiva se tiene del culo (con perdón) de este ángel. Desde allí se ha de meter la mano en el hueco que forma un rosetón metálico de los que adornan esta fuente. Allí duerme el sexto dibujo de Fran, que dicho sea de paso, es la única diablesa.



Bien, aquí queda esto. Daré por superado el reto con la demostración de haber encontrado al menos uno de los diablos ( por cierto todos están diciendo algo en inglés dentro de un bocadillo que también les dibujó Fran) Si tenéis alguna duda preguntadme.
A mí sólo me resta haceros una pregunta a vosotros: ¿No os apetece ir a la caza del diablo?

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Nota: Luego supimos que Laura no fue al viaje ¡¡ porque está embarazada !! y esperaron a la vuelta de Fran para darnos la noticia. Así que aguardo feliz a un sobrino o sobrina que no será de Yecla ni de Burriana sino de Petrel, mi pueblo.


1 de noviembre de 2008

DIABLOGRAFÍAS 2

Si todos los chinos gritaran a la vez,
¡menudo susto mundial!


En la senda del bien
hay demasiados atajos sospechosos

Dicen que no somos nadie

(Hacienda no lo dice)



Tengo un amigo con doble personalidad.

Lleva muy mal lo de quién baja la basura.



Cuando el elefante ve sonreir al león

se siente republicano.


"Otro día de niebla"-

comentan los pulmones del fumador -



No comprendo por qué las puestas de sol

no son records de audiencia.


No es en el Amazonas

donde más serpientes venenosas hay.

Es en las peluquerías.



Hay que ir por la vida mirando al frente

(pero cuidado con las cacas de los perros)


Dicen que las palomas mensajeras

no quieren ni oir hablar de internet.

De mi cuaderno "Notas para un pensagrama" Año 2000

Dibujos : octubre 2008