Dejo el reto anterior flotando en el ciber espacio en busca de su destino y me sumerjo en un recuerdo de niñez.
.No puedo presumir de tener una buena memoria. Es más, si se lograra medir la capacidad de recordar de cada individuo, estoy seguro de que yo estaría muy por debajo de la media.
Mis hermanos a veces se asombran de que yo haya olvidado incluso cosas muy destacables en la que he sido protagonista directo, pero qué le voy a hacer; para lo bueno y para lo malo olvido casi todo.
Debe ser que los cajones del cerebro se autolubrican para que podamos abrirlos con facilidad pero que en mi caso el engrasador hace años que no funciona y el polvo y las telarañas han atascado los míos. Pero yo espero que sea verdad eso que dicen que los ancianos recuerdan con claridad las vivencias del pasado aunque olviden lo que comieron ayer (a mí eso de no acordarme de lo que comí ayer me deja indiferente. Es más, soy joven y he tenido que hacer una esfuerzo para acordarme de lo que he comido
hoy mismo)
Pero, como decía, ojala llegue yo a viejecito y, sentado en un cómodo sillón y con una manta sobre mis piernas, entrecierre los ojos y sea capaz de recordar todas las buenas vivencias que ahora tengo tan difusas. Y que las malas se queden en los cajones más atascados.
- Abuelito, ¿en qué piensas? - me preguntará uno de mis nietos
- Pues mira - le diré - me estaba acordando de algo muy divertido que hacía años que no me acordaba.
- Ehh - llamará a sus hermanos y a sus primos - que el abuelo se ha acordado de otra cosa.
Y todos vendrán corriendo a sentarse a mis pies como hacíamos mis hermanos y yo cuando el abuelo Conrado se disponía a contarnos un cuento.
(Esto es lo que mi amigo Juan Luís llama la "
futuro-nostalgia", es decir, añorar hoy lo que aún no ha ocurrido.)
. Pero voy a desempolvar ahora el recuerdo de un cajoncito que nunca se me ha atascado.
Tenía yo 4 o 5 años e iba a un colegio de Benidorm (no me preguntéis el nombre, lo he olvidado)
Cuando salía al patio que era inmenso (o al menos a mí me lo parecía) corría a un rincón para asomar la cara entre las columnas de la balaustrada que separaba el colegio del exterior y por allí miraba la cartelera del cine que había enfrente. Yo ya sabía leer por aquel entonces y me gustaba saber el título de la película de cada semana y comprobar si el cartel era bonito. (El colegio continúa estando allí, con la misma balaustrada, pero el cine ha desaparecido como casi todos los cines de barrio de España)
Aquella vez se me abrieron mucho los ojos al encontrarme con el colorido póster de un cervatillo que miraba a la mariposa que se le había posado en la cola. Leí el título y esperé ansioso a decir en casa que en el cine hacían una película de dibujos que se llamaba "
Bambi".
Debí insistir mucho en verla pues mi madre nos llevó a mi hermano Tomás ( 2 años menor que yo) y a mí ese mismo fin de semana.
¿Cómo voy a olvidar cualquier impresión producida en un cine si todavía de adulto me sigue pareciendo un lugar sumamente acogedor y lleno de magia? Más aún con tan corta edad.
Aquella debió ser la primera película que veía en una sala por lo que me imagino pegado a la butaca con la boca abierta mientras mis retinas se empapaban de aquellas bellas imágenes de multitud de animalillos correteando por el bosque.
Y allí estaba Bambi, recién nacido, con una mamá guapísima que le miraba con amor infinito. Yo debía estar hipnotizado cuando el cervatillo aprendía a andar y su amigo Tambor, el conejo, se reía de él. Era todo tan bonito.
Bambi iba creciendo y recibía consejos de su madre, que no se separaba nunca de él.
En la película, madre e hijo huyen del primer acoso de unos cazadores. Imagino que ahí yo me inquietaría para respirar aliviado cuando pasa el peligro. Peligro que se vuelve a repetir en aquellas imágenes en las que la mamá de Bambi alza la cabeza y las orejas e intuye la presencia de nuevos cazadores.
- Corre Bambi - grita a su hijo - Corre, corre.
La música se intensifica, las imágenes se suceden con celeridad.
- Corre Bambi, no mires atrás, corre, corre...
Y el sonido de un disparo que hiela la sangre.
Bambi ya corre solo y cuando finalmente se esconde en el bosque aún grita feliz: "Lo conseguimos mami. Ya estamos a salvo"
Pero la madre ya no está con él.
Tras unos minutos de angustia y desesperación aparece el padre del cervatillo. Imponente, seguro de sí mismo y desde lo alto le dice a su hijo: “Vámonos de aquí. Acompáñame, ”
Para mí ahí acabó la película.
El resto no existió.
Me lo pasé asimilando lo que era imposible de asimilar.
¿Dónde estaba la mamá de Bambi? No sé si le preguntaría yo a la mía donde estaba la del cervatillo pero no creo que mi madre fuera tan directa como para susurrar :" La han matado". Más bien me atrevo a deducir que yo no abrí la boca por temor a que me dijera lo que no quería oír. Por su parte, mi madre solo recuerda que yo ví toda la película pero que Tomás, demasiado pequeño para entender nada, se durmió. Qué suerte la suya.
Porque para mí el resto de la película fue un mero trámite, una decepción, un gran disgusto, un fraude. Por más que lo disfrazaran con la llegada de la primavera, con los pajarillos, el riachuelo, las canciones, lala lala… Sin la mamá de Bambi
nada tenía sentido ya para mí. Y cuantas más novedades iban apareciendo en la vida del ciervo más acongojado me sentía al comprobar que nadie se acordaba ya de la pobre y bella cierva.
Y aunque os cueste creerlo, la película me marcó profundamente.
.Con el señor Walt Disney tengo por tanto una cuenta pendiente.
Murió precisamente el año en que yo nací (¿no quiso dar la cara?)
Sé que debe estar en el cielo entre nubes con forma de Mickey Mouse, totalmente ajeno a aquel grave error que cometió en vida. Pero llegará un día en el que nos encontremos. Entonces me acercaré a él y le diré:
- Señor Disney?
- Yes?
- ¿Cómo pudo usted ser tan cruel y vapulear de aquella forma el corazón de un niño inocente?
- Pardon? - me dirá con cara de Goofy
- Que tanto le costaba a usted añadir en el cartel de la película, justo debajo de donde ponía Bambi, un letrero bien grande que dijera:
NO RECOMENDADA PARA NIÑOS ?