Miércoles. Día de mercadillo en Yecla.
Tengo que salir a comprar hojas de boldo en la herborístería.
"Imposible aparcar hoy - pienso - mejor ir andando".
Bullicio en las calles.
Gente que sube a mirar los puestos de la zona del Ayuntamiento.
Gente que baja a curiosear los de la zona de la Rambla.
Entre ese ir y venir de gente, una gitana vestida de negro, con un manojo de romero en una mano, mira a la muchedumbre pasar.
Noto que se ha fijado en mí y veo que se acerca.
Pongo mi cara de "Vaya-prisa-llevo-leches" y aprieto el paso para que no me aborde.
- Escucha, querido, que tengo algo que decirte...
- Ahora no puedo, lo siento. Luego, luego... - me excuso como si de verdad fuera a pasar más tarde por allí.
Pero diez minutos después, una vez hecha la compra, cometo el error de haber olvidado a la gitana y regreso por la misma calle.
Me la encuentro cara a cara.
- Tú no me vas a hacer el feo de rechazarme otra vez, ¿verdad? - me dice con la ramita de romero en alto.
No puedo evitar sonreir abiertamente.
No porque me haya hecho gracia sino porque me doy cuenta del tonto de campeonato que he sido.
"Luego, luego...", le había mentido sin saber que decía la verdad, que nos volveríamos a ver.
El caso es que la mujer me ve sonreir.
- Ay, qué carita de buena gente. Ven aquí, querido.
Me coge una mano y me pone el romero en la palma.
- No, no puedo, es que...
- No, mi vida, no se te ocurra despreciar este regalo, que además te va a dar mucha suerte.
Me pongo a pensar en la calderilla que tengo en el monedero.
"¿Qué le doy?", pienso, ¿Cincuenta céntimos? ¿Un euro?"
La gitana sigue hablando. De hecho se embala como si estuviera recitando una letanía aprendida de memoria.
- Puedes estar contento de haberme encontrado porque yo te voy a traer mucha suerte. Yo veo en tus ojos que nunca antes una gitana te ha leido la mano, ¿verdad que no? Pero hoy tu estrella ha querido que te encontraras conmigo y desde hoy te acordarás de esta gitana que te trajo tanta felicidad...
A todo esto ya me ha cogido la mano y me mira la palma mientras la acaricia. Yo me he resignado a perder unos minutos con ella y me dejo llevar.
- Aquí veo que tendrás una larga vida, querido. Pero esta linea me dice que tienes una pena en el corazón desde hace muchos años. Sí, hay alguien que te ha hecho mucho mal y bla bla bla...
La mujer habla sin descanso y en ese torrente de palabras repite a menudo "suerte", "estrella", "felicidad" "corazón", alternándolas con algún que otro golpe negativo: "sufrimiento", "pena", "dolor", "enfermedad"... que terminan sucumbiendo gracias al poder de sus bendiciones y a la buena fortuna de haberme encontrado con ella.
- ¿Qué prefieres, querido, la salud o el dinero? - me pregunta
- La salud - contesto.
Inmediatamente pienso en mi mala respuesta. Si hubiera dicho el dinero podría haberme excusado más tarde: "Es que prefiero el dinero, y como comprenderás no voy a desprenderme de él. Adiós muy buenas"
Pero cualquiera le da un corte a una gitana...
- Prefieres la salud y por eso yo te hago una bendición que te va a traer mucha salud para ti y los tuyos.
Y juntando los cinco dedos de su mano derecha me va tocando la palma como si pintara con ellos los cuatro puntos de un dado.
- Para que desaparezca ese mal que veo en tu hígado - y me puntea la mano (pam, pam, pam, pam) - Para que en tu vida jamás sufra tu corazón (pam, pam, pam, pam) Para que no te hagan nunca daño con el mal de ojo (pam, pam, pam, pam)
Y cuando por fin termina me suelta con total normalidad:
- Y ahora me das 20 euros para que todo esto se cumpla y puedas marcharte sin miedo a nada.
Me entran muchas ganas de reir pero pienso que no es el momento.
- Ay, qué va. No tengo yo tanto dinero.
- No vayas a echar por tierra esta bendición - me dice muy seria- Por tu bien te lo digo, querido, no hay nada más importante que la salud, tú mismo me lo has pedido y yo te la doy para toda la vida. No vayas a dar más importancia al papel.
- Lo siento, no tengo - digo empezando a apartarme de su lado.
- Si no tienes cambio, - y me muestra fugazmente unos cuantos billetes sujetos por una goma que saca de un bolsillo- yo te doy cambio.
Y cómo acabó todo, os estaréis preguntando.
Le di un euro y al apartarme de su lado, para aplacar esa verborrea que intuí estaba a punto de encaminarse hacia maldiciones catastróficas, me hice el sorprendido al encontrar otro euro en el monedero y también se lo di.
Cuando le di la espalda la imaginé echando sapos y culebras mentales, pero nada podrían contra el romero de la suerte gitana que yo me llevaba.
Más tarde volvía yo a sonreir pensando en las pocas dotes adivinatorias de la mujer. Yo diría que de haber sabido que le estaba leyendo la mano al diablo se habría hecho mil cruces antes de salir huyendo de allí.
"Tendrás una larga vida, querido"
¡Y tanto que la tendré! Por los siglos de los siglos.