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Se vivió con una extraña mezcla de alegría y tristeza. Alegría porque estábamos en el anhelado día de la definitiva vuelta a casa; tristeza porque dejábamos entrañables amigos con los que se había compartido millones de cosas y a los que, tras partir cada cual por tan distintos rumbos, no volveríamos a ver jamás.
Compañeros de los que guardo imborrables recuerdos.
Este tal Pedro, a quien todos llamábamos X, guardaba en su taquilla un gato de peluche que nos presentó a todos. No es que fuera un chaval infantil o inmaduro, todo lo contrario, sencillamente quiso tener siempre a mano algo muy personal que le recordara a los suyos, a su hogar y no dudó en llevárselo para que le acompañara durante toda la mili.
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Los años pasaron.
No volví a ver a nadie más.
Un año, en un arrebato de nostalgia escribí (por carta, nada de internet todavía) a varias direcciones que tenía guardadas. Sólo me contesto José Enrique, las demás cartas me fueron devueltas con un "DESCONOCIDO" garabateado en ellas.
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Otra buena remesa de años sobre mis espaldas. Esas hojas que se arrancan inexorablemente al calendario. Dorados veranos, largos inviernos tras otoños de hojarasca, primaveras de juventud, alegres fines de semana, un viaje a Yecla seguido de muchos muchos más, Mª Carmen, ocho años de noviazgo, nuestra boda, dos hijos y, entre tanto, varios trabajos. Tantas cosas vividas que he de resumir en breves líneas para llegar al momento actual, a mi trabajo de Villena del que ya os he hablado en alguna ocasión.
Una de mis compañeras se llama Mar. (Mar, como sé que me lees aprovecho para decirte que eres una excelente persona y que estoy muy muy contento de haberte conocido.)
Mar lleva muchos años viviendo en Villena pero presume de su tierra natal: Alcázar de San Juan y de todo lo relacionado con La Mancha. (Un saludo afectuoso desde aquí para mis lectores manchegos Calata –recomiendo a todos su fotoblog - y Rasanliz)
Las alusiones de Mar a su ciudad me recordaban siempre a aquel compañero de la mili y un día conté a mi amiga la historia de Pedro y de aquel peluche que con el transcurrir de los años terminó extraviándose.
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- ¿Y no has vuelto a saber de él? Pues yo tengo que localizarte a mi paisano, hombre. Déjame un tiempo, Juan, que haré averiguaciones.
Y dicho y hecho, un día Mar me entregó un papel con dos números de teléfono anotados.
- Yo creo que debe ser él – me dijo – No dejes de llamarle.
“Madre mía- pensé- han pasado más de veinte años. Tanto tiempo… ¿Se acordará de mí? “, y antes de que me diera tiempo a dudar marqué el número.
(Fue curioso pero sólo con esa palabra ya estaba seguro de que era él, pero dije:
- Soy yo
- A ver si eres la persona que ando buscando… tú debes tener ahora 42 años...
- Sssí, por?
- Atención, pregunta… ¿Hiciste la mili en Carabanchel?
- ¿¿¿¿QUIEN ERES????
- ¡SOY JUAN! ¡ EL ARMERO!
Bueno, fue la bomba. Un torrente de emociones en el que nos atropellábamos a preguntas y más preguntas. En seguida supe que también se casó y que tiene tres hijos .
- Joder Juan, qué bueno, si parece que te estoy viendo, te oigo y tienes la misma voz
- Pues han pasado 23 años…
- ¿Te acuerdas de cuando estuve en tu casa?
- Cómo no, y del peluche, ¿te acuerdas del peluche?
- Siii, jajaja, que le regalé a tu hermana. Por cierto ¿cómo está tu hermana y tu familia?
- Bien, todos bien, gracias.
Quedamos profundamente emocionados con esa llamada. Intercambiamos direcciones y correos y ahora podremos comunicarnos más a menudo.
Al día siguiente se lo contaba todo a Mar con pelos y señales y se alegró enormemente.
En el pasado puente de San José, los cuatro hermanos nos reunimos en el campo de Petrel para pasar unos días juntos.
En un momento dado entré con mi hermana en el trastero. Buscábamos una vieja libreta extraviada llena de historias que escribí hace muchos años y que ambos estamos muy interesados en recuperar.
Entre otros muchos cachivaches, allí están amontonadas las cosas que tenía Ana en su habitación antes de marcharse a estudiar a Castellón. Cintas de los Hombres G, de Duncan Dhu, libros, cuadernos, cartas…
De repente descubrí algo que nunca hubiera pensado encontrar. En el fondo de una polvorienta bolsa agujereada apareció aquel peluche de Pedro, con su cascabel y todo. Tenía el lazo azul del cuello totalmente apolillado y le faltaba una ceja pero aún se conserva entero para la cantidad de años que han transcurrido.
Mi hermana lo daba por perdido y cuando le conté la llamada que tuve con Pedro me dijo que si algún día lo encontrara se lo enviaría en un paquete con una carta de agradecimiento dentro.
Ese momento ha llegado y también yo he añadido una carta para Pedro junto a su peluche y en cada línea escrita iba creciendo en mi interior la nostalgia por aquel pasado que no puedo dejar de añorar, por aquella convivencia, por aquellas amistades, por la juventud que un día tuve y que, aunque me pese, no ha de volver.
Pero este viejo peluche ya ha hecho suficiente mili. Es hora de que se licencie y lo enviemos a Alcázar de San Juan con la persona a la que perteneció. Pedro no imagina lo que en breve recibirá. Cuántos grandes e imperecederos recuerdos compartidos le envío en este paquete, de vuelta a casa.
(A todos aquellos compañeros de la mili.
Donde quiera que estéis)