24 de septiembre de 2010

LA PLAYA DE LOS BLOGS OLVIDADOS

Mi incursión en este mundo de presencias invisibles fue a través de una playa.
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Pudo haber sido de cualquier otro modo, pero fue de ese.
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En semejante aventura, tan excitante, tan novedosa, jamás me ví empujando una barca hacia el mar, más inmenso y misterioso que cualquier costa arenosa; muy al contrario, siempre me supuse arribando a una vasta y desierta playa, a pesar de haber oído siempre que por estos espacios adimensionales se viaja de un lugar a otro navegando.
Pero en mi mente era más atractiva la posibilidad de empezar a escribir sobre la húmeda arena y necesitaba intuir a otras presencias en ese mundo recién estrenado, por lo que pronto visualicé la opulenta vegetación del litoral, desde donde algunos ojos ya podían estar observando mi llegada.
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Aquel primer día anduve unos pasos, miré a mi alrededor, alcé la voz en una llamada sin respuesta y, sin embargo, me sentí satisfecho. Sabía que absolutamente nadie en ese instante me haría señal alguna de bienvenida, pero que tarde o temprano se produciría la comunicación.
Sobre la tersa arena dejé un mensaje que constatara mi presencia.
Al concluirlo me incorporé, lo releí y me marché de allí sospechando que tal vez no existiera cuando regresara, probablemente borrado por los vaivenes de las olas.
Pero volví al día siguiente y allí permanecía.
¿Se habría acercado alguien a leerlo en mi ausencia?, me pregunté.
No hallé posibilidad de saberlo.
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En el segundo día decidí construir una estancia en la que guardar mis escritos y en la que fui colocando algunos objetos personales que me identificaran y, una vez concluido el trabajo, partí hacia la densa arboleda en busca de otras señales de vida.
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Las encontré enseguida; estancias de puertas abiertas que invitaban a entrar; construcciones de mejor o peor consistencia, de mayor o menor antigüedad, en cuyos interiores nunca había seres vivos pero sí mensajes escritos por los dueños de aquellos lugares, plasmados sobre sus paredes en letras de diferentes tamaños y colores en textos redactados con cuidadoso mimo.
Pasé horas de un lugar a otro, interesado por las cosas que me contaban y por la decoración que utilizaban para hacer agradables aquellos espacios. En muchos de ellos me atreví a dejar un mensaje en sus paredes, haciendo alusión a experiencias similares a las que había leído o felicitando por la elegancia o el humor empleado en contarlas.
Cuando me cansé, volví a mi refugio y al entrar enseguida noté que alguien había estado allí. Pleno de emoción me afané en encontrar una señal y pronto la descubrí sobre una de las paredes. Efectivamente el primer visitante había llegado y había dejado escrito un comentario con su firma.
Sonreí pletórico.
El mágico juego acababa de comenzar.
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Desde entonces, a través de millones de olas lamiendo la arena de la playa, han ido transcurriendo las semanas, los meses, los años...
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Mis paredes albergan hoy montones de vivencias del pasado y del presente y junto a ellas centenares de escritos de gente sin rostro que con mayor o menor frecuencia han seguido visitando mi hogar de palabras. También yo me introduzco en los suyos siempre que puedo.
No todos son seres sin rostro, algunos han dejado ver en sus paredes las fotos de su existencia en el otro mundo al que todos pertenecemos, si bien a cada cual le he construido una imagen mental porque su presencia me resulta ya tan cercana como si de seres realmente conocidos se tratara. Y he de decir que, a fuerza de ir compartiendo el día a día de sus vidas y sus pensamientos, siento que de alguna manera forman parte también de los míos.
Y es una sensación realmente extraña ésta, pues existen determinados momentos en los que soy consciente de que jamás conoceré físicamente a esas personas, ni sabré nunca cómo suenan sus voces a pesar de la sensación de proximidad real que me produce leer sus mensajes. Sé que hoy están ahí pero que un día serán solo parte de la memoria. Tan sólo un bonito recuerdo de aquel otro mundo tan amable y tan perfecto que compartimos.
Y esa sensación logra abrumarme.
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Con los años me parece haber conectado mentalmente con muchos de ellos, traspasando lo que hay detrás de cientos de escritos en los que he visto reflejada con tanta autenticidad la risa, el miedo, la duda, la ironía, la belleza, el optimismo, la nostalgia, el asombro, la desesperación, el entusiasmo, la rabia, la tristeza...
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Este mundo paralelo me sigue maravillando y todavía la magia no ha perdido ni un ápice su chispa y quisiera que no se perdiera nunca. Pero hoy sé que no para todos debió ser así.
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Es por eso que hoy quería, con un nuevo escrito en mis paredes, dedicar mi mensaje a todos aquellos que construyeron con ilusión sus casas en nuestra mágica playa, especialmente a aquellos que tuve la suerte de visitar, conocer y disfrutar, y que, quién sabe por qué razón, las abandonaron para siempre.
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Mi recuerdo para aquel que regentaba una madrileña muy alegre. Allí se bebía cerveza y se cantaba y se contaban sucesos divertidos ocurridos en el otro mundo, el real. En aquel sencillo rincón hasta los episodios más triviales resultaban amenos de escuchar y quizás por eso el local tenía siempre señales de visitas por todas partes y tan asiduas que casi se producían chispazos por tanto encuentro que desde las diferentes dimensiones allí concurrían.
La chica de aquel pub virtual nos recibía a todos con sonrisas y abrazos no visibles pero reales, casi tangibles. Siempre me sentí bien allí y por ello anoté las coordenadas exactas para seguir acudiendo en el futuro.
Un día, inexplicablemete, no encontré aquel lugar. Había desaparecido. Indagué para volver a hallar a aquella chica alegre y por fortuna pude dar con ella. Supe entonces que una gran decepción personal la había hecho dar aquel paso que tanto sentí.
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Mi recuerdo a aquel rincón en el que se respiraba elegancia e inteligencia y que recorrí encantado, indagando por todos los vericuetos del mismo. Crucigramas por sus paredes, textos agudos, guiños y juegos de doble intención. Aunque su creador, barcelonés, lo abandonó para siempre, el lugar no ha desaparecido y siento una extraña sensación al visitarlo hoy, cuando al entrar se sigue escuchando música de jazz con el sonido de un viejo gramófono camuflado. Y entonces pienso "Qué grandes momentos pasé aquí"
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Mi recuerdo para aquella madre de origen australiano que vivía en Croacia cuyo gran sueño fue siempre cantar. Escribía en inglés y en sus visitas a mi estancia se tomaba la molestia de traducirme y comentar en su lengua materna. Enamorada de la belleza de la música y las artes en general tuvo un día la oportunidad de registrar su voz cantando en un estudio de grabación. E ilusionada me lo hizo saber y emocionado la pude escuchar.
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No he vuelto a saber de ella por más que le he dejado mensajes en sus paredes, misteriosamente abandonadas. ¿Dónde estás, pájaro cantor? ¿Qué fue de aquel knitting songbird?
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¿Y qué fue del dibujante de comics con seudónimo de roedor que tanto me divertía y que un día derribó su estudio sin avisar? ¿Y qué fue de aquella chica que dejaba la bicicleta apoyada en la puerta de su cabaña? ¿Por qué un día enterró en la arena todos sus escritos y construyó una nueva casa sobre los mismos cimientos de la anterior? Hoy la ha llenado de música, pero no queda nada de la sencilla chica que tanto me gustaba.
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¿Y que ocurrió con tantos y tantos otros? ¿Por qué abandonaron sus templos un día para siempre?
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Hoy continúo caminando por esta playa infinita. A veces vuelvo la vista atrás y compruebo cómo algunos de mis pasos están casi diluidos por el mar del tiempo. Otros en cambio permanecen bien visibles todavía. Sonrío anhelando que quede siempre alguna señal visible para los demás, que alguna pueda dejar todavía una tibia huella en sus almas.
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¿No es acaso lo que todos deseamos?


20 de septiembre de 2010

LOS DIABLOS DE DISNEYLAND PARIS


El juego de los diablos tiene un componente fascinante: el factor sorpresa.
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Y además... la mutación que produce en mí.
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Cada nueva aventura que a mis oídos llega, hace renacer al despreciable magnate todopoderoso que llevo dentro, consigue que sea por unos instantes uno de esos pocos elegidos cuyas posaderas descansan en anchos sillones de cuero y matan el tiempo saboreando habanos mientras contemplan, desde su atalaya de cristal, la imponente silueta de los rascacielos de la ciudad y a los pobres mortales que hormiguean por sus calles.
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Suena el interfono y al pulsar el botón, la voz de mi secretaria:
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- Señor, acabo de recibir un fax por la linea roja.
- ¿Y bien?
- Han llegado a Francia.
- ¿A Francia?
- A Paris concretamente.
- ¿Cuántos son?
- Seis. En Disneyland.
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Una oleada de satisfacción me invade mientras sonrío complacido.
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"¡Magnífico!¡No respetan nada!"
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- ¿Quién lo firma?
- Stewie y Pepita Lain.
- Ajá... ¡cazadiablos recalcitrantes!
- ¿Quiere que le acerque el teletipo a su despacho?
- No, léame lo que dice.
- Sí, señor, dice:
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"Muy buenas, Señor Diablo:
Como fieles seguidores de tu juego, nos hemos tomado la libertad de “profanar” el Reino de Fantasía por excelencia, llenando de diablillos Disneyland París.
Hemos escondido 6, uno en la entrada y otro en cada “land” del parque.
Espero que te guste la idea y pronto salgan los “cazadores” a su búsqueda.
Un saludo,
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Pepita y Stewie"
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Y además, las fotos que lo certifican.

DIBUJANDO LOS DIABLOS


C'est magnifique!
1. EL DIABLO DE LA ENTRADA

¿Tras el expositor de las guias? ¡Perfecto! ¡Folletos demonizados!

2. EL DIABLO DE MAIN STREET
Très bien, très bien...
3. EL DIABLO DE DISCOVERYLAND
¿Tras la P de Pepita? Jejejeje...

4. EL DIABLO DE FANTASYLAND

Se ve un anaquel en la pared de la izquierda.

¡Mola un saco!

5. EL DIABLO DE ADVENTURELAND


A la puerta del Restaurante
Au Chalet de la Marionnette

6. EL DIABLO DE FRONTIERLAND

Bueno, creo que queda bastante claro.
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Gracias, Pepita y Stewie. Un excelente trabajo. Merci beaucoup.
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Mientras tanto los diablos continúan expandiéndose por el mundo sin remedio y sin que ni tan siquiera me tenga que mover de mi sillón.

Voy a fumarme otro habano.

.¿Alguien tiene fuego?

BWAHAHAHAHAHAHAHA!!


15 de septiembre de 2010

SERMÓN PARA PARDILLOS


A mi amigo Txema le gustará rememorar una vez más esta anécdota.
La vivimos mi hermano, él y yo siendo unos adolescentes que aún no habían terminado el colegio, es decir, en esa etapa por la que todos hemos pasado: la de pardillos.
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Aquel día ha resurgido muchas veces en nuestros recuerdos y es entonces cuando él adopta un aire solemne y finge ser nuestro padre diciendo: “Hijos míos, venid aquí…” Y , entre risas, ya sabemos lo que nos va a decir.
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Ocurrió en un fin de semana de fiestas de Moros y Cristianos de Elda.
Por alguna alineación favorable de planetas, mis abuelos se marcharon esos días a Benidorm y, confiando en que ya éramos mayorcitos y responsables, nos habían dado la llave de su casa para que tuviéramos un sitio donde dormir después de divertirnos por ahí.
La idea era estupenda pues así nuestros padres no tendrían que venir en coche a recogernos desde el campo de Petrel. Y, ciertamente, eso de poder pasarlo bien sin control de hora de llegada a casa era una oportunidad que no se presentaba nunca.
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Y llegó la noche, con la habitual buena temperatura del mes de junio y la fiesta bullía por las calles y por ellas deambulaban, entre la multitud, tres chavales sin rumbo fijo.
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Ninguno de los tres recordamos cómo las conocimos, ni cuál de nosotros tuvo el valor de proponerles venir a nuestra casa, pero el caso es que aquellas cuatro chavalas de miradas turbias que no paraban de reír, una de las cuales de cada cinco palabras que decía, cuatro eran tacos, dijeron que sí, que se venían con nosotros, para susto y regocijo de los tres.
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Nada más atravesar el portal, a mí ya me entró el canguelo: ¿Qué hacían aquellas cuatro desconocidas en casa de mis abuelos? ¿Cómo habíamos tenido la desfachatez de invitarlas a entrar allí?
Pero una cosa estaba clara en la mente de los tres y es que los abuelos estaban lejos y que la casa entera estaba a nuestra disposición y eso había que aprovecharlo. Además teníamos la ventaja de que ellas ya venían bastante desinhibidas e iba creciendo más y más la posibilidad de probar a hacer algo que no éramos capaces de visualizar todavía pero que empezaba a turbarnos por dentro y por fuera.
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Nos fuimos los tres a la cocina y sacamos más bebida que ellas se apresuraron a servirse. En esas ausencias esporádicas aprovechábamos para hablar entre nosotros:
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“Tios, esto es muy fuerte, ¿qué vamos a hacer?”, “A mí me dejáis la de la falda vaquera”, ”Eh, la rubia parece una guarrilla de cuidao”, ”Joder, y menudo pedal lleva, a ver si va a potar aquí” ” Oye, sobra una, ¿qué va a hacer si se queda sola?”, ”Pues que se meta en la habitación que prefiera””Pero , ¿tú crees que…””Que sí, tío, échale morro, que hoy mojamos””La verdad es que si han querido venir hasta aquí será por algo, ¿no?””Joder, qué nervioso estoy”
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Y afuera se oía la metralla de tacos de una y las risas a coro de todas, que seguían bebiendo como esponjas.
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Ya me gustaría a mí contar que terminó siendo una noche triunfante, que culminaron nuestras aspiraciones y se cumplieron nuestras fantasías pero…
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...en un momento dado sonó la aldaba de la puerta: TOC TOC TOC
Y siete pares de ojos muy abiertos empezaron a mirarse unos a otros.
Sin hablar, nos interrogamos con las miradas. ¿Quién podía ser a esas horas? Se volvieron a escuchar los golpes, aún más fuertes, y ya no hubo más remedio que ir a averiguarlo.
Me acerqué hasta la puerta y pregunté “¿Quién es?”
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- Vuestro padre – se oyó detrás de la puerta.
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En aquellas circunstancias, aquel “vuestro padre” me sonó peor que si hubiera oído “El ogro” o “El Lobo” o “¡Los alemanes!”
Corrí de nuevo al salón y me dirigí exclusivamente a mi hermano.
- Tomás, ¡es el papá!
- ¡No jodas!
- ¿Qué hacemos?
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Acojonado, miré a las cuatro chicas y no me pareció verlas en condiciones de presentaciones formales, así que la primera idea que se me pasó por la cabeza fue esconderlas en cualquier sitio pero ni siquiera me dio tiempo a plantear algo así pues mi hermano ya estaba abriendo la puerta que parecía iba a venirse abajo con tanto aldabonazo.
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La imagen no se me borrará jamás. Las cuatro mozas no estaban preparadas para ese imprevisto cambio de planes y nada más abrirse la puerta aprovecharon para salir disparadas hacia afuera por delante de mi padre que se quedó de piedra viendo como una, otra, otra y otra más salían en fila por su lado con la cabeza gacha.
Me parece recordar que la última dijo un casi inaudible adiós.
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Las pudimos oír bajar atolondradas las escaleras y luego el portazo de la puerta de la calle. Después, silencio sepulcral.
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- ¿Quiénes eran? – dijo por fin mi padre.
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Yo iba a contestar “Unas amigas”, pero me pareció una respuesta tan idiota que dije algo más idiota todavía: “Ni idea, no las conocíamos de nada”, e inmediatamente pensé: “Eres tonto de remate”
Hoy estoy seguro de que en el fondo a mi padre aquello le debió hacer mucha gracia, lo sé. Debió pensar “Vaya, se les deja solos y saben sobrevivir”, pero por descontado, entonces me pareció que habíamos hecho una cosa muy grave, y la cara de mi padre no dejaba entrever la más leve señal de complicidad.
Podría habernos montado un cirio a continuación pero no lo hizo. Nos puso las manos por los hombros a Tomás y a mí y empezó diciendo: “Hijos míos, venid aquí…”
Como la cosa no iba con nuestro amigo, éste nos dijo que nos esperaba en la calle.
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Y bueno, entonces empezó el sermón.
Yo daría cualquier cosa por poder transcribirlo hoy aquí tal cual fue, porque no tuvo desperdicio. Fue glorioso. Fue un discurso largo, denso y edificante como si de repente mi padre se hubiera convertido en un doctor, un sexólogo, un filósofo y un académico de la lengua al mismo tiempo.
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Empezó advirtiéndonos de algunas enfermedades venéreas como la sífilis y la gonorrea, y sus consecuencias y mientras hablaba, explicando todos los pormenores de las mismas, caminábamos por la casa, y él iba asomándose por las habitaciones por si encontraba alguna chica más por allí o tal vez para comprobar si había alguna cama deshecha.
No sé si de haber llegado más tarde nos hubiera pillado con las manos en la masa, pero desde luego no nos dio tiempo a amasar ni la más triste rosquilla.
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Cuando nos estaba explicando las desventajas de los embarazos precoces llegamos al salón y al ver los restos de bebida sobre la mesa, el monólogo dio un giro inesperado hacia los problemas del alcoholismo. Recuerdo que empezó con algo así como:
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- Hijos míos, cuidado con el mosto, no debéis abusar de él y menos a vuestra edad.
“¿El mosto?” – pensé sin entender – y llegué a la conclusión de que al conjunto de bebidas alcohólicas lo había llamado mosto. Todo un Quevedo mi padre.
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El caso es que yo estaba (ambos estábamos) pasando un mal trago, nunca mejor dicho, mirando hacia el suelo y con unas ganas bárbaras de que aquello terminara de una vez , así que cuando por fin concluyó aquel discurso que nos dejó medio mareados y tras hacernos prometer que en adelante seríamos más sensatos, se marchó y suspiramos aliviados.
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Bajamos a buscar a Txema y lo encontramos medio muerto de aburrimiento
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- Pero bueno, ¡cuánto habéis tardado!
- Tío, es que no sabes qué rollo nos ha echao…
- Pero qué os ha dicho? ¿Una buena bronca?
- No, nos ha hablado de la sífilis.
- Y del mosto.
- ¿¿Cómo??
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No tardamos mucho más en irnos a dormir pero las risas que nos tuvimos antes imitando la perorata de nuestro progenitor aún continúan pese a los años transcurridos.
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Y por si mi padre lee esto (espero que lo haga) quiero que quede claro que no he pretendido hacer burla alguna de todo aquello sino pasar un buen rato reviviendo la escena desde el prisma de aquella inmadura edad y mantengo que su verborrea de aquel día fue única e irrepetible.
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Nota:
Papá: A doña Sífilis no la vimos nunca ni de lejos. A Don Mosto… bueno, ese se dejó ver más, sobre todo años después; pero esas son otras historias.

9 de septiembre de 2010

UNA ABUELA GENIAL

Anoche, cuando contaba un cuento a Samuel, me acordé de mi abuela.
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Fue en el momento en que mi hijo, con el ceño fruncido, me decía:
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- Pero no, papá, un cuento tonto no… ¡un cuento en serio!
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Y es que otra vez me había dejado llevar por caminos surrealistas, y buceaba por otra historia absurda y enrevesada de esas que nunca llevan a ninguna parte. La imaginación estaba en horas bajas viajando con el piloto automático, con la inercia de la costumbre del ineludible cuento de cada noche.
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- ¿Un cuento en serio? ¡Pero si este es muy serio!
- ¿Y por qué te estás riendo?
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Paquita, mi abuela paterna, era única contando historias. Las iba improvisando siempre sobre la marcha, de manera que a veces ella misma se quedaba unos segundos pensando y terminaba por reír porque no sabía bien cómo continuar o porque lo que llevaba narrado era de un sinsentido tan grande que le debía asombrar que la siguiéramos con tanta atención. Pero siempre lograba concluir sus historias y siempre lo hacía bien, dentro de su peculiar y cómico estilo.
Creo que en ese aspecto soy igual que ella. Me refiero a la forma de contar cuentos, no a los logros.
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Hay otros aspectos de mi forma de ser que me recuerdan siempre a mi abuela. De alguna manera me los debí quedar en el reparto genético y cuando surgen los reconozco como algo suyo, e inevitablemente me evocan su imagen.
Su debilidad por los dulces, por ejemplo (cuando había bandejas de pasteles me llamaba para retarme a un duelo de glotones)
Su jovialidad, sus ganas de divertir a los demás son también mías.
Sus carcajadas y el saberse reír de sí misma son también un calco que me ha traspasado.
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Además comparto con ella algo muy peculiar: nuestras curiosas fechas de nacimiento. Yo lo hice (como ya sabe la Humanidad entera) un 6 de junio de 1966 (6/6/66) y ella eligió un 12 de diciembre de 1912 (12/12/12) Y es que, para una vez que se nace en la vida, hay que saber escoger una fecha especialmente significativa, de esas que imprimen carácter.
¿Fecha de nacimiento? ¡Espere, que le voy a sorprender!
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Tengo por ahí algunas grabaciones de mis abuelos que he de pasar a archivos digitales porque siguen estando en viejas cintas y no quiero que se estropeen.
Hubiera estado bien incluir aquí el audio de una historia que solía contar a mi hermana Ana a menudo. Dado que se la escuché muchas veces puedo dejar aquí constancia de esa ingeniosa forma que tenía de dar rienda suelta a la imaginación. Decía:
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- Ven, hija, que te voy a contar una cosa… - y cuando ella se acomodaba en su regazo proseguía - ¿Te he dicho alguna vez que tú te casarás con un marqués aragonés? (ella, desde su corta edad, asentía porque se lo había dicho ya muchas veces) Pues sí, hija, tú te casarás con un marqués aragonés, porque resulta que un día estaremos paseando las dos por la plaza que hay junto a la Basílica del Pilar. Tú llevaras una pamela azul celeste y estarás guapísima. Y yo iré cogida de tu brazo con una pamela color… ¡escarlata! y un clavel reventón en el pelo. Y la gente se nos quedará mirando al pasar.
Resulta que será un día en el que hará mucho calor y entraremos en el Pilar, que allí se está fresquito.
A la entrada tu abuela dará un tropezón, porque hay un agujero en el suelo de cuando cayó una bomba en tiempos de guerra, y que no han querido arreglar.
Cuando me esté recomponiendo del susto, se nos acercará un hombre alto y guapo que dirá: “¿Está usted bien, señora?” y al mirarte quedará prendado, con la boca abierta, al ver una chica tan hermosa como tú.
Entonces yo te presentaré: “Es mi nieta, se llama Ana y es una concertista de piano maravillosa” (entonces mi hermana estaba asistiendo a clases de piano) El hombre, que como te he dicho será un hombre alto y guapo se interesará mucho por ti. “Jamás en mi vida había visto criatura más linda”, dirá, y al presentarse resultará ser un marqués muy rico con fincas por toda la comarca.
Al salir del Pilar estará lloviendo a cántaros y al no llevar paraguas nos pondremos como sopas, pero el caballero sacará su paraguas y se ofrecerá a acompañarnos”
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Y así, continuaba con detalle los acontecimientos hasta que finalmente su nieta se casaba con el acaudalado caballero.
Mi hermana nos confesó años después que ella creía que aquello terminaría sucediendo realmente algún día, dadas las veces que le contó aquella historia del marqués aragonés.
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Otro gran recuerdo que de mi abuela guardo es el de un día en que todos sus nietos (o gran parte de ellos) estábamos en su casa. Siendo ya mayores nos confesó que aquel día no tenía más que pan y muy poco chocolate para darnos a todos de merendar y entonces hizo lo siguiente:
Cortó grandes pedazos de pan de igual tamaño, los abrió como bocadillos, les puso algo de aceite y una diminuta onza de chocolate dentro. Entonces fue llamando a cada nieto, de uno en uno.
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- Mira, Juan, a la abuelita sólo le queda una onza de chocolate y te la voy a poner a ti. Coge fuerte el pan con las dos manos, que nadie vea que la llevas dentro. Venga, cómetelo todo y no digas nada, ¿eh?, que es un secreto y si se enteraran se enfadarían.
Después llamó al siguiente:
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- Mira, Toni, a la abuelita sólo le queda una onza de chocolate y te la voy a poner a ti…
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Y lo mismo hizo con todos, de manera que cada uno nos creímos especiales por tener una minúscula onza de chocolate en nuestro bocadillo. Cada cual se sintió privilegiado y ninguno nos quejamos de la escasez de chocolate pensando que peor era no tener nada, como los demás primos.
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- No imagináis lo graciosos que estabais – pudimos oírla decir años después - cuando os veía masticar pan mirándoos unos a otros de reojo disimulando vuestro secreto…
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En el cuento de anoche, dos hermanos pequeños deseaban correr una gran aventura juntos. Un día el segundo le dijo al tercero que si cogían una mochila con bocadillos y linternas podían partir hacia la Patagonia y...
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- Un momento – me interrumpía Samuel - ¿has dicho que el segundo le dijo al tercero? ¿No eran dos hermanos?
- Ah, muy bien, muy observador, pero lo cierto es que había un tercero que estaba siempre debajo de la mesa.
- ¿Y qué hacía allí?
- Eso digo yo… ¿qué hacía allí? Y lo mismo le preguntaron los dos niños y él les contestó que también era hermano suyo pero que llevaba muchos años allí debajo. “¿Y por qué no salías? ” – le preguntaron los niños – “Ay, porque nunca me llamabais…”
- Pero no, papá, - protestaba finalmente Samuel - un cuento tonto no… ¡un cuento en serio!
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Cómo me acuerdo de ti, abuela.
A ti la historia te habría hecho reír a carcajadas.

5 de septiembre de 2010

EL JUEGO DE FULANITOS Y MENGANILLAS. TODOS LOS ENCUENTROS.

Este es el resultado de vuestras participaciones, la combinación de personajes y diálogos barajados todos por riguroso orden de llegada.
Intuía que me encontraría con cosas chocantes y divertidas y, como comprobaréis, no me equivocaba.
De entre todos los famosos y famosillos destaca la Princesa Letizia, que aparece hasta tres veces. (Parece que le gusta mucho figurar)
No más preámbulos, he aquí la lectura final del juego que os propuse. Gracias a todos los que os animásteis a jugar.
(Entre paréntesis y en rojo algunos comentarios que no me resistía a añadir)
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1) Clint Eastwood se encontró con Angelina Jolie en los vestuarios de una tienda de Zara del centro de Madrid.
Él le dijo: “Hoy tengo los huevos frescos, oiga”.
Y ella contestó: "Pues siento desilusionarle pero es que me he comido una aceituna, pero es mejor así por el bien de nuestro país: “NO MAN, NO CONSTITUTIONAL REFORMATION”
Al final se miraron fijamente a los ojos y la tensión sexual se podía palpar. Se besaron ardientemente (hacía un calor infernal allí) e hicieron el amor, rebozando sus lozanos cuerpos por el fango maloliente.
(Admiro la buena forma de Clint y me sorprende la falta de higiene de ese Zara de Madrid)
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2) El Dioni se encontró con Letizia Ortiz en la alfombra roja.
Él le dijo: “¡Qué sorpresa tan agradable! Anhelaba este encuentro. Admiro su trabajo”
Ella contestó: “No dejaré de luchar aunque sea bordando”
Al final montaron juntos durante horas.
(Esa princesa a la que no se le caen los anillos, ¡qué ejemplo de entrega!
¿Al final montaron? ¿En el ascensor? ¿O montaron...? ¡¡Doña Letizia!! ¿¿Con El Dioni??)
3) Peibol se encontró con la princesa Letizia en medio de cualquier sitio.
Él le dijo: “¿Crees que el destino nos ha unido?
Y ella contestó: “No te creas, lo tuyo es crónico”
Al final adoptaron otro niño en Camboya.
(¿Peibol haciendo buenas migas con la Monarquía? ¡Vivir para ver!)
4) Zapatero se encontró con Carmen Lomana en los pasillos del Palacio de Oriente.
Él le dijo: “Aquí huele a muerto”
Ella contestó: "Pues tú tienes una mirada de lo más interesante”
Y tanta agresividad les puso cachondos, llevándoles a practicar sexo salvaje ahí mismo.
(Claro, claro, con esa mirada... Si este presidente tiene caliente a todo el país...)
5) Brad Pitt se encontró con Emma Thompson en el sexto pino.
Él le dijo: “¿Te llevo a dar una vuelta, nena?”
y ella contestó : “Espera que me apriete el corsé y te de un meneo en la pista…”
Al final acabaron pidiéndole la hora al árbitro.
(Pues yo me he quedao fuera de juego, la verdad)

6) JuanRa Diablo se encontró con Paloma Gómez Borrero en el set de rodaje.
Él le dijo: “¡Vamos a hacer otra película juntos!”
Ella contestó: “Explota, explota mi corazón”
Al final se comieron una tortilla de patatas.
(Tiene gracia esto de encontrarse el diablo con la corresponsal del Vaticano. Mucha gracia, sí. Y lo mejor que podía pasar es compartir tortilla, desde luego)

7) Su Majestad el Rey Don Juan Carlos se encontró con Belén Esteban en el cenador del jardín de Sonrisas y lágrimas.
Él le dijo: “Cari, ¿será verdad lo que dicen de que eres una trepa?”
y ella contestó: “Pues no sé qué decirte, tendré que consultarlo con mi vidente”
Y se quedaron mirándose a los ojos, emocionados.
(¡La leche! Esta es que no tiene desperdicio. XDD)

8) Obelix se encontró con Anne Igartiburu de copas en la disco tinerfeña del momento.
Él le dijo a ella: “Esto parece la boca del lobo”
y ella contestó: “Si intentas ligar la llevas clara. No me van los tontos como tú”
Al final hablaron de la posibilidad de que Benedicto XVI pasara unos días en Ibiza.
(Si no es con un juego así, ¿cuándo se iban a conocer Obelix y la Igartiburu? Si les hemos hecho un favor...)

9) Brad Pitt se encontró con Raffaella Carrá en un restaurante.
Él le dijo: “Uuuy, por lo que veo estás encinta. Ojalá que sea un varoncete”
y ella contestó: “Yo por mi hija ma-to! De hecho tengo un cadáver oculto en el bolso, mira, mira".
Y es que el amor todo lo puede.
(Aquí no dice lo que bebieron, pero sólo encuentro lógica si se mamaron la bodega entera)
10) El príncipe Felipe se encontró con Angelina Jolie en el pasillo a la salida de los baños del Royal Opera House, en una pausa de los premios Bafta.
Él le dijo: “Están locos estos romanos”
y ella contestó: “Si es que me pones como una moto”
Desde entonces él no ha aparecido. La policía apunta a que existen fuentes que aseguran que lo han visto escondido bajo la boina de un tirolés.
(¡Esto tiene que ser cierto con tanta precisión de datos! Curioso que la Leti se lo monte con el Dioni y Felipe huya de Angelina... y no al revés)

11) Chiquito de la Calzada se encontró con Nefertari en el metro de Paris.
Él le dijo: “A este paso vas a quitarme el papel de duro de cine”
y ella contestó: “Yo sólo quiero hacer películas que puedan ver mis hijos”
Y como no podía ser de otra manera, surgió el amor.
(Ahora entiendo por qué Chiquito dice aquello de "Yo nací en el año cuatro")
12) Karlos Arguiñano se encontró con Doña Leti en una cloaca.
Él le dijo: “Qué pena que tengas novio”
y ella contestó: “Que te calles, gilipollas”
Y los dos vivieron felices y comieron perdices.
(Joer, se le ha pegao el hablar de su suegro...
Perdices con un toque de perejil, supongo)

13) Anthony Hopkins se encontró con Mariana Pineda en el Circuito de Jerez.
Él le dijo a ella: “Te hacía mayor para estos eventos”
y ella contestó: “Pero qué susto me has dao, golondrino”
Al final terminaron a guantazos.
(Es que a una mujer no se le dicen estas cosas, Anthony. Pero, la verdad, teniendo en cuenta que hoy tendría 206 años... un poco mayorcita para el Circuito sí la veo)
14) Pocholo se encontró con Hilary Swank en unos estudios de cine de Hollywood.
Él le dijo a ella: “¡Que me estoy cambiando!”
y ella contestó: “Pues prepáreme un revuelto de ajetes y trigueros y un baño de leche de burra”
Conclusión: Es normal que los Borbones se casaran entre sí, así evitaban la familia política.
(Si alguien ha comprendido algo que me lo explique. Ni los espías hablando en clave son tan enrevesados)
15) J.L. Rodríguez Zapatero se encontró con Cayetana, Duquesa de Alba, en el palacio de la Zarzuela.
Él le dijo a ella: “Oye, ¿crees que deberíamos tener más hijos o ya con los que hay nos damos por satisfechos?”
Y ella le contestó: “Me halaga que me lo diga precisamente usted”
Al final dijeron de utilizar la máquina de coser para futuros encuentros.
(¡¡Esta me ha matao!! XD Me imagino perfectamente a la Duquesa dando esa respuesta. Y lo de la máquina de coser... insuperable.)

16) Valentino Rossi se encontró con Teresa Campos en la trastienda de un bar gay de Chueca.
Él le dijo a ella: “Por ti no pasan los años, eh?”
y ella contestó: “Nene, si pegamos menos que un postre de bacalao”
En el fondo son muy buenos amigos.
(Si alguien consigue que alguna vez se dé realmente esta situación , me corto el rabo... y los cuernos. Diablo dixit)