26 de junio de 2009

LA SONRISA DE SAMUEL


Los dos dábamos por hecho que aún quedaba una semana para que llegara el Día D, por eso no esperaba que aquella mañana mi mujer me llamara al trabajo.

- ¿Puedes venir? Creo que ha llegado el momento.
- ¿Cómo? ¿En serio?
- Tengo contracciones cada 20 minutos...
- ¡Espera! ¡Salgo para allá!

Bajé las escaleras a saltos, me despedí de los compañeros a gritos y salí de Elche más contento que nervioso.
A mitad de camino la llamé para saber cómo iba todo.

- Bien, - decía con poca seguridad en la voz - pero no tardes, ¿eh?, que el dolor me viene cada vez más a menudo.

Cuando llegué a casa ya estaba dispuesta en la puerta con una gran bolsa de tela en la que guardaba todo lo necesario para la ocasión. La había estado ultimando mientras me esperaba. A previsora no hay quien le gane.
Tenía la cara desencajada, algo lógico cuando cada cinco minutos el dolor la hacía retorcerse. Subimos al coche y me encaminé hacia el hospital.
Yo iba muy tranquilo. La alegría era más grande que cualquier otra sensación, así que me limitaba a decirle que no se preocupara y que respirara hondo, cosas absurdas que suelen decir los maridos a las esposas que están a punto de dar a luz y que parece que no funcionan en absoluto. Mi mujer se aferraba con una mano a la manivela de la puerta y con la otra a mi brazo derecho, dificultándome los movimientos a la hora de cambiar de marcha. Y a intervalos se arqueaba con el cuerpo en tensión, como si en esos momentos un resorte la levantara del asiento. Recuerdo, no obstante (sí, lo sé, muy cruel por mi parte) que aunque no dejaba de alentarla, tenía ganas de echarme a reír, me divertía enormemente el inusual momento que estaba viviendo. Sobre todo influía en mi ánimo el hecho de que el hospital está muy cerca y sabía que llegaríamos enseguida.

Antes de que la ingresaran le recordé mi deseo de estar presente en el parto por lo que ella misma debía solicitar mi presencia una vez dentro. Era algo que me hacía mucha ilusión y que ya le habíamos comentado al ginecólogo en todas las ocasiones en que le habíamos visitado. Me preocupaba que no accedieran a mi petición después de haber oído que determinados médicos no querían volver a repetir la experiencia de ayudar a nacer a un niño cuyo padre yacía como un fardo en el suelo y con la cara blanca como el mármol, mareado ante la visión de tanta sangre.

Yo estaba seguro de poder soportarlo y esperaba a que me llamaran. Mientras tanto, empecé a telefonear a toda la familia con un gozo que no me cabía en el cuerpo.
Como los minutos pasaban y allí nadie salía para permitirme el paso, me armé de valor y accedí sin permiso. Una enfermera me llamó la atención y le expliqué que sólo quería estar con mi mujer.

- Lo siento, pero si quiere entrar tendrá que ponerse pantalones largos. No está permitido el acceso así.

Quién iba a suponerlo, hacía calor y yo llevaba pantalones cortos por lo que no tuve más remedio que, maldiciendo mi suerte, salir en estampida hacia mi casa para cambiarme. Corriendo por el pasillo coincidí con mis suegros y uno de mis cuñados que llegaban en ese momento. Sin disminuir el paso les advertí que volvía enseguida.

- ¿Pero a dónde vas? - gritaron al unísono
- ¡A cambiarme de pantalones; no me dejan entrar así!

Lo que son las cosas; toda la tranquilidad que me había acompañado hasta el momento se esfumó al instante. Los minutos que perdí volviendo a casa para ponerme "decente" me pusieron nerviosísimo. Me imaginaba a mi mujer dando a luz a nuestro hijo sin estar yo presente, y no daba pie con bola.
Para colmo de males, la vuelta al hospital fue desquiciante. Todos los semáforos se ponían en rojo al verme llegar. Un coche frenó delante de mí para disponerse a aparcar con muchas, muchas maniobras y me terminó rematando la viejecita a la que le apeteció cruzar a la impresionante velocidad de un caracol. Si aquello no fue una conspiración contra mi persona, no sé lo que fue.

Y todo para pronto advertir lo absurda que había sido semejante carrera.

- Te has ido tan rápido - me dijo mi cuñado al volver a verme - que no te he podido decir que nos podíamos haber intercambiado los pantalones.
Y es que, tonto de mí, él sí los llevaba largos, pero es lógico que uno no se pare a reflexionar en situaciones tan imprevistas.

Me volví a tranquilizar cuando, gorrito verde en cabeza y pies, pude entrar y ver de nuevo a mi mujer, "todavía entera", echada en una camilla y le tomé las manos. Me contó que estaba empapada porque le habían pinchado la placenta para que rompiera aguas y el líquido le había llegado hasta el pelo. Yo le soplaba en la cara, ella sólo tenía ganas de terminar con aquello.
En esos momentos una mujer estaba dando a luz en el paritorio y le gritaban que empujara.
Unos minutos después, que a mi mujer le debieron parecer siglos, era a ella a quien le gritaban
- Vamos, con más fuerza. Lo estás haciendo muy bien, Mª Carmen. Venga, campeona, empuja fuerte.
Y yo a su lado, aprisionada mi mano por lo que parecían las garras de una bestia, me sentía una miniatura sin importancia ante la descomunal fuerza que transmitía su rostro encendiéndose en cada empuje.
- Venga, - le decían -no pares, ahora con todas tus fuerzas, que ya asoma la cabeza.
Fue entonces cuando el médico (ignoro si se les puede llamar matrones) me hizo un gesto para que me acercara a mirar. Y yo, que casi era un guiñapo asustado pegado a la cara de mi mujer, me levante justo a tiempo de ver cómo mi hijo Samuel asomaba la cara antes de hacer su triunfal entrada en este mundo.
Maravilloso espectáculo de la Naturaleza, prodigioso milagro de la vida… Una bocanada de felicidad me inundó para pasar de mi apocamiento a hacerme gigante y poderoso y flotar por la emoción. Mi hijo había nacido.

Las asistentas al parto lo lavaron y mientras asistían a mi mujer dejaron a Samuel en una especie de vitrina con una luz que desprendía mucho calor.
Me acerqué a mirarle y quedé maravillado por cada pequeño detalle de su cara, de sus manos, de su cuerpo.
Escuché la voz exhausta de mi mujer que me preguntaba cómo era y me giré con una sonrisa que me llegaba de oreja a oreja y con una satisfacción que me embargaba le dije:
“Es… es… es guapísimo”

Esto ocurría un 26 de junio del año 2003. Hoy mi hijo Samuel cumple 6 años. ¡Cómo pasa el tiempo… y qué guapo sigue siendo!

Pero el título de esta entrada no tendría sentido si no contara hoy algo que ocurrió entre él y yo. Algo que estoy seguro que no olvidaré jamás y menos aún si aquí queda escrito.
Ocurrió ocho meses después de aquel emocionante día de su nacimiento y sucedía también en un hospital.
Hay una semana en la vida de Samuel y por consiguiente en nuestras vidas, las de su familia, que a todos nos marcaron en mayor o menor medida y de la que nunca me he atrevido a escribir. Fue una historia obviamente con final feliz, pero tan dolorosa que no he conseguido desterrar los fantasmas del miedo, el miedo ante la impotencia de sentir que tu hijo puede morir y nada puedes hacer por evitarlo.
El meningococo se extendió un día por su cuerpo con tal gravedad que los médicos nos dijeron que nos fuéramos preparando para lo peor.
Sólo tres o cuatro días después de aquella losa negra que casi borra toda mi felicidad, Samuel se recuperaba en la sección de “Aislados” del Hospital La Arrixaca de Murcia. Su madre y yo nos turnábamos cada ocho horas para estar con él. Ya estaba fuera de peligro pero yo deseaba salir de aquellas cuatro paredes que a veces me asfixiaban y llevármelo a casa. Soñaba con ese momento.
La mayoría de las noches Samuel se revolvía inquieto y acababa por despertarse llorando. Entonces le cogía en brazos, reclinaba el sillón en el que yo me encontraba y le acostaba sobre mi pecho. Y así se volvía a quedar profundamente dormido. Era lo más incómodo del mundo pues no me era posible moverme para cambiar de postura pero sólo el hecho de escuchar su sosegada respiración bien valía el sacrificio.
Una noche de aquellas en las que los minutos parecían horas, yo desde mi sillón y él desde su cuna, nuestras miradas se cruzaron. Mantuvo su ojos fijos en los míos como nunca antes había hecho. Percibí cómo se creaba una fuerte corriente entre nosotros, un vínculo invisible pero real que nos unía con fuerza y que no me es posible describir. Primero fueron sus ojos los que me sonrieron y después su boca se fue transformando en una tierna sonrisa con la que, sin decirme nada, entendí perfectamente lo que me estaba transmitiendo. Me decía:

“Sé quién eres. Te conozco. Eres mi padre y estás aquí conmigo para protegerme. Y sé lo mucho que me quieres”
Y su sonrisa crecía sin dejar de mirarme.
Hasta aquel día aún no había descubierto verdaderamente lo que era ser padre y el amor inconmensurable que sentía y seguiré sintiendo por mi hijo.

Desde entonces, cada vez que Samuel sonríe, se dispersan fulminantemente los más densos y oscuros nubarrones para dar paso a un brillante rayo de sol que ilumina su rostro y me colma de felicidad.
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22 de junio de 2009

PREMIOS DIABLOG. LA VOTACIÓN.


Permítanme que me presente. Soy Salomón Tesquiú, notario del Ilustre Colegio Notarial de Sant Sadurní de Noia.
Es probable que sea ésta la primera vez que JuanRa Diablo no se dirija a ustedes como hace habitualmente.
No se alarmen, nada serio ha acontecido. Simplemente ha solicitado mi ayuda para llevar a cabo algo que no se sentía capacitado para realizar por sí solo. Hoy tengo su permiso para acceder a este blog y dirigirme a sus lectores como así estoy haciendo.

Como ustedes ya sabrán, y si no ya les recuerdo yo, el pasado mes de noviembre, el autor de este blog se aventuró a crear los Premios Diablog. Cada mes iba presentándoles dos nuevos blogs que él consideraba dignos candidatos para recibir un premio.
Pero llegado el momento de la verdad, y según me confesaba la semana pasada en mi despacho, al señor JuanRa Diablo le asaltaron serias dudas acerca de la conveniencia de seguir adelante con estos premios. Por una parte no confía en que la gente tenga tanto tiempo como para echar un vistazo a doce blogs, por lo que las votaciones, en su opinión, podían ser un fracaso; por otro lado dice haberse encariñado tanto de los autores y autoras que los gestionan que cuanto más tiempo pasaba y más les conocía, más deseos sentía de no hacerles competir entre ellos y crecía su deseo de entregarles doce premios sin pasar por votación alguna. Pero ante la opinión de algunos familiares y amigos de que no era serio actuar de esa forma se sintió forzado a buscar asesoramiento en un profesional.
Dado que le conozco personalmente, fingí al principio molestarme por su cobardía, pues delegando en mí esta responsabilidad se lavaba él las manos en caso de que la cosa no funcionara bien finalmente y podría achacar así todas las culpas al notario. Me negué a ayudarle. Pero viendo cómo palidecía notablemente, para acto seguido comenzar a sudar de preocupación, no tuve más remedio que levantarme, golpear afectuosamente su espalda y pedirle datos para ayudarle en todo esto.

Así, me dijo que son doce los blogs en pugna: ocho españoles y cuatro argentinos, ocho gestionados por hombres y cuatro por mujeres, diez de autoría individual y dos de producción conjunta. Y todos, me repetía una y otra vez, excelentes blogs.

Estos son (por orden alfabético) los blogs aspirantes al Premio Diablog :

A las tantas de la mañana
Cosas que (me) pasan
El edificio de las ovejas

Ineditables
Los sin-logismos de Bugman
Piel de gallina

Quédate a dormir
Qué estás buscando?
Reflexiones desde el Mediterráneo
70’s
Tercera opinión
Vivencias varias

Ahora todo depende de sus votos. Yo me limitaré a presentarles unas reglas para que dichos votos sean válidos. Son las que indico a continuación:

REGLAS PARA VOTAR A LOS BLOGS CANDIDATOS AL PREMIO DIABLOG:

· Todos los candidatos están obligados a votar. Aquel que no vote será eliminado del concurso, aún cuando finalmente hubiere sido el blog ganador.
· En el caso de los blogs de autoría conjunta, podrán votar todos sus autores si así lo desean, pero al menos uno como mínimo.
· En el hipotético caso de un empate final entre dos o más blogs, se realizará una nueva votación en la que los únicos que estarán autorizados a votar serán los candidatos.
· Puede votar cualquiera, tanto si es participante como si es un simple lector esporádico del blog.
· Cada uno deberá votar a cinco blogs.
· Todos los votos tendrán el valor de 1 punto. Quede esto claro: no es 5 puntos para Fulano, 4 para Mengano, etc... sino 1 para Perico, 1 para Juanica, 1 para… hasta llegar a 5.
· No se aceptarán Anónimos. Para aquellos que no tengan blog la solución será fácil; bastará con que manden un correo a JuanRa Diablo (ver lateral) para poder validar su voto. Evidentemente, sus votos deberán estar también en esta entrada para que los demás puedan ir recontándolos si lo creen necesario.
· No se puede cambiar el voto. Piense bien a quién se lo da, una vez dado no habrá cambio posible.
· Todos los votos, para ser válidos, deberán estar en esta entrada en forma de comentario. No valdrá ningún voto que se encuentre fuera de esta entrada o que llegue sólo por correo.
· Uno no se podrá votar a sí mismo.
· El que más votos obtenga será el ganador.

Para aquellos que no conozcan los blogs presentados se da un amplio margen para ir conociéndolos. El plazo de votación comienza desde el momento en que esto sea publicado hasta el 30 de noviembre de 2009.

Dado que esta entrada irá quedando atrás conforme se publiquen otras, una ventana recordatorio en la barra lateral anunciará las votaciones para poder acceder a este lugar en cualquier momento.

JuanRa Diablo ya publicó los nombres y autores de los blogs candidatos así como la recomendación de una entrada en concreto. Pueden verse en esta página.

El fallo del blog ganador se dará a conocer en diciembre de 2009. Se anunciará el día con anterioridad.

PREMIOS.

El blog ganador tendrá su reseña de honor en el blog de JuanRa Diablo. Además recibirá, dedicado, el dibujo original del búho trasnochador que figuraba en la entrada que dio origen a todo esto. Y, aún por verificase, un pequeño trofeo realizado a mano por el artista Fran Cabrera, con placa conmemorativa.

Los tres primeros clasificados recibirán un dibujo personalizado firmado por JuanRa Diablo.

Nada más. Mi deseo es que todo les haya quedado claro, si bien siempre podrán dejar escritas sus dudas en los comentarios y yo accederé gustoso a responderlas.

Ahora esperemos que, en adelante, JuanRa Diablo de la cara.

15 de junio de 2009

DE FRANCISCOS Y ANA MARÍAS















Estos canijos con cara de no haber roto un plato en su vida son mis hermanos Francisco y Ana María, posando para una foto en el colegio en el año 1976.


Me parece que algo ha llovido desde entonces...


Es sólo un año de diferencia el que se llevan, por lo que han estado muy unidos siempre en todo el camino hacia la madurez. Compañeros de juegos desde niños, siempre juntos hacia el cole, experimentando nuevas vivencias al mismo tiempo, asombrándose por las mismas cosas, compartiendo secretos, creciendo...

Justo cien años antes de esa fotografía, nacía, en 1876, el hombre que muestro en esta otra. 


Se trata de nuestro bisabuelo Francisco de quien mi hija Aitana, su tataranieta, parece haber heredado sus intensos ojos azules.
Su mujer, la bisabuela Ana María, la anciana de la tercera foto, nació en 1877. Se llevaban por tanto un solo año de diferencia.

A los 22 años de edad, mi bisabuelo Francisco fue alistado para embarcar hacia Cuba.
Se acababa de originar un conflicto entre España y Estados Unidos tras la misteriosa explosión y consiguiente hundimiento de un buque de guerra norteamericano que campaba a sus anchas por la bahía de La Habana. Partió, como habréis deducido, hacia lo que en la Historia sería conocida como la Guerra de Cuba. Y tardaría tres años en regresar a Petrel.

Para escribir esta entrada tuve que echar mano de la excelente memoria de mi hermano Francisco, que desde bien pequeño se interesó de tal manera por los nombres, apellidos, fechas e historias de nuestros antepasados que llegó a confeccionar un árbol genealógico asombrosamente extenso. Interrogó a nuestros abuelos y tíos abuelos y tomó todos los datos que fueron capaces de darle.
También me ayudó con sus recuerdos Ana, la nieta de mi bisabuelo, es decir, mi madre.

"Mi abuelo – rememoraba ella - contaba que en Cuba fue asistente de un coronel al que le encantaba el café. Lo exigía todas las mañanas y debía servírselo enseguida. Un día en que no conseguía encontrar el colador y el coronel se impacientaba, mi abuelo echó mano del pañuelo de su bolsillo y con él se lo coló. Lo recordaba sonriendo: "Si se llega a enterar de aquello, me fusila allí mismo"
Cuando marchó para Cuba dejó a una novia en Petrel, pero al volver, un pretendiente que la estuvo cortejando en su ausencia, se la había “robado” finalmente. Cuando la bisabuela Ana María se enteró de que esa novia ya no existía se alegró muchísimo porque siempre había estado muy enamorada de él. Y, por suerte, de él se hizo novia y con él se casó.
Toda la vida, toda, hasta siendo muy mayores, se la vio enamorada de su marido, a quien quería y admiraba. El siempre la quiso mucho también."

Cuando mi madre se quedó embarazada de mi hermana Ana María se llevó un gran disgusto. Tenía claro que con los tres hijos que ya tenía era más que suficiente. Mis padres no buscaban un cuarto. Pero atravesando como estaban una crisis económica y teniendo como ya tenían un pequeño con pañales, se volvía a quedar embarazada. Cuenta que incluso lloró. Y mucho.
No tuvo más remedio que acudir a su madre para que la ayudara a criar a los dos pequeños de la casa. Y así, la abuela Anita, se quedó con Fran y Ana los días de entre semana. Les llevaba a la guardería, les daba de comer, les aseaba. Y el abuelo Conrado les contaba cuentos.
Mi hermana aún recuerda cómo ella se limitaba a repetir todo lo que veía hacer a su hermano.
- Le seguía a todas partes, – cuenta - era su sombra. Teníamos dos sillas pequeñas de madera y asiento de enea. A Fran le gustaba morder una de las bolas de madera que tenían. La roía con los dientes como un conejo. Y yo, como se lo veía hacer a él, pues me ponía a comerme la silla también.

De aquella época hay un detalle grabado a fuego en mi hermano, y es que como Ana era demasiado pequeña, mi madre la iba a recoger por las noches para traérsela a casa.
Cada vez que mi madre aparecía y Fran veía cómo se llevaban a su hermana pero a él le dejaban allí, se moría del disgusto. Y gritaba y lloraba y pataleaba y ni mis abuelos eran capaces de dominarle. Todavía hoy recuerda Fran cuánto le marcó aquello. Y mi madre se lamenta de que no fue consciente de ese trauma que estaba causando en su hijo.
“No me paré a pensar que a un niño, por pequeño que sea, se le deben explicar las cosas. Puede que no quiera aceptarlas, pero que al menos las entienda, que sepa el porqué. Y yo a Fran no le expliqué nada”
El bisabuelo Francisco y su nieta Ana, mi madre.
Mi bisabuelo Francisco fue siempre muy liberal en su forma de pensar, tremendamente adelantado para su época. Cuando la gente de su generación, e incluso más joven, se escandalizaba al conocer, por ejemplo, que una chica soltera se había quedado embarazada, él quitaba siempre hierro al asunto
- Bah, no sé de qué os asustáis. Estas cosas han pasado siempre. Y seguirán pasando.
Su propia hija, mi abuela Anita, ponía el grito en el cielo cuando veía que había mujeres que usaban bikini sin ningún pudor.

- ¡Vamos! ¡Qué poca vergüenza! Si van desnudas…
- ¿Desnudas? – decía él- Pues así venimos todos al mundo y nadie se asusta por eso. Hasta Adán y Eva iban desnudos y Dios no lo veía mal…


- ¿Tú sabes – me decía el otro día mi hermano Fran – que los bisabuelos solían cantar una canción juntos?
- ¿Una canción? No. ¿Cuál? ¿La sabes?
- Claro
- Qué bueno, espera, que tomo nota. Estas cosas me gustan para mi blog.(*)

Detalles de estos son los que me matan de Fran. No conoció a su bisabuelo pero, como he comentado, extrajo toda la información posible de sus antepasados y la archivó en su cabeza. La abuela Anita le contó esta anécdota de la canción que cantaban cuando, por ejemplo, se sentaban juntos a pelar almendras y él aún la recuerda. En cambio mi madre, que por supuesto sí les conoció y les oyó cantarla, ¡¡ no la recordaba entera!!

El bisabuelo tuvo siempre una salud de hierro y se sentía ágil y en forma. Prefería rodearse de gente joven pues así se sentía.
- Yo tengo años, pero no soy viejo – solía decir.
De hecho, cuando los jóvenes de la época salían en pandillas en los días de fiesta y organizaban meriendas en El Cid, el monte que preside todo el valle de Elda y Petrel, a él le gustaba acompañarles. Era entonces costumbre que al menos un adulto fuera con ellos para hacer de “escopeta”, pero nunca hubo nadie que con 80 años pudiera estar a la altura en la vitalidad que él demostraba.

Siendo ya una pareja anciana, mi bisabuelo no quiso ser una carga para mi abuela Anita sola y propuso repartirse entre las dos hijas.

- Que Concha que vive en el pueblo se lleve a la madre y yo me quedo aquí en el campo contigo.
Y así se hizo.
Un buen día se separaron después de toda una vida juntos. Pero él, dando muestras una vez más de su jovialidad y amor por su mujer, al llegar el fin de semana, se aseaba, se cambiaba de ropa y se preparaba para una caminata.

- Me voy a ver a la novia – decía feliz
Y se encaminaba hacia Elda, a la casa de su hija Concha, para poder dormir con su mujer.

Muchos años después, mi abuela Anita se lamentaba al recordar aquello

- ¡ Pobrets! ¡Qué sacrificio debió ser para ellos! Yo entonces no me di cuenta. Pero si pienso qué hubiera sentido yo si me hubieran separado de mi Conrado... ¡Qué sacrificio!
Y es que a veces no tenemos en cuenta que tanto los niños como los ancianos tienen sentimientos.

La bisabuela Ana María murió en 1958, a los 81 años de edad. Pero su marido aún viviría diez años más. Esa jovialidad incombustible…
A los 92 años, cuando aún era capaz de leer sin gafas, bromeaba con un bisnieto suyo, nieto de su hija Concha, que andurreaba cerca de él completamente desnudo.

- ¿Qué es eso que llevas entre las piernas? – le preguntaba - ¿Es una rateta?
Y al alargar el brazo como para intentar pellizcarle, se derrumbó en la silla y murió.
Eso es apurar bien la vida y lo demás son cuentos.

Conservo dos cosas de mi bisabuelo Francisco a cual más valiosa para mí. Una es un pequeño diario de tapas de piel (**). No es un diario exactamente sino un cuadernillo en el que fue anotando fechas y nombres: la de su boda, las de los nacimientos de sus hijos y los nombres que les pusieron así como las fechas de sus defunciones, pues de 6 hijos sólo sobrevivieron dos (Anita y Concha) Hubo una tercera que murió a los 10 años de edad (Práxedes) y el resto fallecieron al poco de nacer.

El otro tesoro es un juguete. Mi primer juguete sin lugar a dudas. Y es que yo sí conocí al hombre que nació en 1876 y que estuvo en la Guerra de Cuba. Y no es que tenga yo más años que Matusalén, es que cuando mi bisabuelo murió yo tenía 2 años. No llegó a conocer a mi hermano Tomás. Ni mucho menos a mis hermanos pequeños que recibirían su nombre y el de su mujer.

Un día mi bisabuelo me tomó de la mano y me llevó a una feria. ¿Sabéis lo que me compró y que milagrosamente aún conservo? Bueno, pues es algo que demuestra y constata lo que soy.
Cara de diablillo me debió ver o intuyó al diablo en que me convertiría pues me regaló ¡un pequeño tridente de madera!
Es el que muestra en la foto mi hija Aitana, la única en cuya mirada asoma el azul de los ojos de aquel antepasado.
Algún día tendré que hablarle de él. De su tatarabuelo.

- Ya ves, bisabuelo, que aún conservo aquel pequeño juguete. Es hoy un gran legado de amor en mis manos, un amor que viaja hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, posándose unos instantes en cada miembro de esta familia.
De nuestra familia.
(*) Tanto para leer la canción de mis bisabuelos
(**) como para leer su diario, pinchad AQUÍ

9 de junio de 2009

YO LEO


En el habitual periplo por las veredas que conducen a JuanRa Diablo a vuestros blogs, una obligada parada me hizo asomarme al de mi querida amiga MochuELIn.
Nada más entrar, me encontré con que ésta le hacía un guiño al diablo y le retaba a que hablara de libros. (Ella es así de osada). Por suerte, hablar sobre libros es algo que realmente me gusta, pues de haberme pedido que lo hiciera sobre cocina o bricolaje me habría sulfurado bastante.
De todas formas, para dar en las narices a todos aquellos que aún creen que de diablo no tengo nada, me comportaré de forma díscola y vulgar y hablaré de libros pero tal y como me venga en gana y no contestaré a todas las preguntas que MochuELIn me hace. (¡Toma!, más perverso no se puede ser)
.
De joven (de más joven quiero decir) fui un devorador de tebeos, (o comics si lo preferís, pero os aseguro que entonces les llamábamos tebeos). Me compraba aquellas publicaciones de Pulgarcito, Jaimito y DDT y lo pasaba bomba leyendo historietas. No fue hasta mi llegada al instituto, gracias a aquella profesora de Lengua y Literatura que nos obligó a leer en serio, cuando leí mi primera novela.
Empezaba así :
“Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal”

¿Alguno la ha reconocido? Sí, la primera novela que leí fue El camino, de Miguel Delibes, con ese inolvidable protagonista al que llamaban el Mochuelo (aunque no lo parezca, esto es totalmente casual, MochuELIn)

Más aún que la novela en sí, me gustó la proeza de haber empezado y terminado un libro entero. Me pareció algo de lo que estar orgulloso y la experiencia fue tan positiva que ni corto ni perezoso eché mano de ahorros para ir a comprarme otro inmediatamente. Esta vez lo elegiría yo, sin imposiciones.
Como por aquel entonces desconocía la gran cantidad de clásicos que me hubieran fascinado de haber caído en mis manos y no sabiendo por qué autor decantarme, volví a elegir a Delibes y me compré Las ratas.
Para los que no conozcáis esta novela os diré que el cambio fue como el que experimentaría un niño que después de embelesarse viendo la película de ET el extraterrestre, de Steven Spielberg, quisiera probar con otra del mismo director y se pusiera a ver Salvar al soldado Ryan ...
Brutal.
.
Me impactó enormemente, de tal manera que es muy probable que sea la novela que más me haya impresionado (seguramente no la vería igual en una relectura, pero entonces tenía 14 o 15 años)
Las ratas fue el pistoletazo de salida para una carrera de fondo que duraría hasta la actualidad. Pocas cosas me parecen tan agradables como pasar el tiempo en una librería y curiosear entre los libros hasta decidir cuál será el afortunado que se vendrá conmigo a casa.
Mi afición por la lectura en aquellos primeros años fue tan intensa que me daba igual si el libro no era apropiado para mi edad. Yo lo que quería era leer. Y recuerdo que mi pequeña biblioteca fue creciendo con libros como El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, La Celestina, de Fernando de Rojas, Colmillo Blanco, de Jack London, El lazarillo de Tormes, El señor de las moscas, de William Golding, La colmena de Camilo José Cela, Cien años de soledad de soledad, de García Márquez…


Además me ocurría que me gustaba leer en los lugares más inverosímiles y escondidos que encontraba: sobre el tejado de mi casa, dentro del coche de mi madre, en el interior de una cueva natural, acomodado entre la hiedra, e incluso debajo de la cama!!
Solía ir siempre andando al Instituto desde mi casa, atravesando campos de cultivo, y por el camino pasaba junto a una higuera alta y frondosa. Recuerdo que un día en que llevaba entre manos un buen libro y no me apetecía acudir a clases, decidí subir a la higuera y me acomodé todo lo que pude en una de sus anchas ramas y allí empecé a leer.

Entonces me percaté de que un agricultor se acercaba y se ponía a trabajar por las cercanías. Como yo me encontraba bien oculto entre las anchas hojas continué leyendo tranquilamente. Pero cuando ya había pasado demasiado tiempo y me apeteció bajar a estirar las piernas, el agricultor seguía por allí. Os parecerá tonto pero no me atreví a descender del árbol, por un lado porque no sabía si el hombre se molestaría por haber subido yo a su higuera y por otro porque había pasado tanto tiempo desde que él había llegado que bajar a aquellas alturas era como decirle que le había estado espiando descaradamente todo ese tiempo. Por si fuera poco, se había puesto a orinar a escasos metros de mí y yo no había hecho el más mínimo ruido. Me había limitado a ser un mudo lechuzo encaramado en el árbol con La Chanca, de Luis Goytisolo entre mis manos. Menos mal que nunca miró hacia arriba y finalmente se marchó.
No lo olvidaré. Bajé casi a la hora de comer, con el culo molido y las piernas dormidas. Pero con otro libro leído.

Con el tiempo llegó a mi puerta el Círculo de lectores. Al principio me negué en redondo a formar parte de ese club de venta de libros, pues lo que a mí realmente me gustaba era pasear por las librerías, pero el agente vendedor fue listísimo y me dijo que me iba a recomendar uno y que hiciera el favor de leerlo y que si sinceramente no me gustaba, él no me molestaría más. Me prestó Océano, de Vázquez Figueroa.
¿Qué si me gustó? En mi biblioteca tengo 40 libros de ese autor del que destaco Tuareg, Anaconda o Marfil.
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Pero mi autor español favorito es otro canario, Benito Pérez Galdós. Cómo me gustaría escribir como él. Su novela Fortunata y Jacinta es una obra maestra absoluta que disfruté como pocas. He leído 14 novelas más de este prolífico literato al que tanto admiro y todas me parecen excelentes.

Dada mi creciente afición por la lectura, mi padre me regaló un día la colección de los premios Planeta y los Ateneo de Sevilla y ello me permitió conocer a magníficos escritores y escritoras , entre ellos otro de mis favoritos: Torcuato Luca de Tena, cuya novela Pepa Niebla es una de mis predilectas . Interesantísima de principio a fin.

Y paso ya a responder de manera más escueta algunas de las preguntas que me hacía MochuELIn.
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¿Un libro que me emocionó?: La vida sale al encuentro, de Martín Vigil. Conmovedora y ejemplar historia.
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¿Un libro que recomendaría?: El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Es una aventura apasionante.
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¿Un libro que me gustaría volver a leer?: La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes. Es ésta una novela intachable. Este vallisoletano hace años que, en mi opinión, merece el Premio Nobel de Literatura.
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Y algunos libros que me han aconsejado con vehemencia pero que yo no he conseguido acabar porque me aburren o me dejan frito son: Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, Yo, Claudio, de Robert Graves o El nombre de la Rosa, de Umberto Eco.
Ahora, si os apetece, podéis contestar también a todas o algunas de estas preguntas. Que no os importe extenderos. Hablando de libros me pasaría horas…

4 de junio de 2009

SI ESCRIBO TU NOMBRE, ¿ME OIRÁS?

Se acerca la fecha en la que este blog - del que dicen las malas lenguas se gestiona desde el infierno - va a cumplir un año.
Uno echa la vista atrás y se maravilla por la cantidad de cosas vividas con él en tan poco tiempo y de todo lo que ha acontecido directa o indirectamente desde que el diablo pulula por la red de redes (Pulula… ¿no os parece que "pulula" parece una voz africana? Pulula Minga Abembawe; mejor no traduzco)

Cuando le comenté a mi padre, vía MSN, que había abierto un blog, se alegró mucho e inmediatamente se interesó en saber qué es lo que tenía que hacer para acceder a él.
Yo le escribí el URL (¿o se dice la URL? Es que no le distingo el sexo...) Bueno, entonces lo que le escribí fue la dirección, que antes yo no sabía de URLs, ni de HTMs ni de FEEDs (de hecho esto último aún no lo llego a captar; se me espesa) El caso es que debí escribirlo mal o no supo mi padre copiarlo o vete tú a saber qué es lo que se torció, pero la siguiente vez que chateé con él me dijo:

- Hijo, aún no he conseguido entrar a tu blog. ¿Es correcta la dirección que me diste?
- Pues... yo creo que te la di bien.
- Lo he intentado escribiendo tu nombre y me aparece la esquela de uno que falleció hace unos años que tiene tu mismo nombre y apellidos.
- ¡Qué me dices!
- Compruébalo y verás. ¡Tenías un tocayo en Tenerife!

La verdad es que no me extrañó que se tratara de un oriundo de Canarias. Tengo entendido que allí das una patada a una piedra y salta un Cabrera de debajo. Pero de todas formas, encontrarse a alguien con tu mismo nombre y apellidos tiene su miga. Parece que alguien se haya apropiado de algo indebido. Y nunca eres tú, el farsante es el otro, claro.
Eso me recordó que no era la primera vez que me había topado con un hallazgo así.
En cierta ocasión en la que hojeaba una revista (pasaba sus hojas) y al mismo tiempo la ojeaba ( la miraba con los ojos) (Disculpen la obviedad pero es que esto lo aprendí en el cole y nunca había tenido oportunidad de aplicarlo pedagógicamente) pues, decía, que en una revista encontré algo que me sorprendió tanto que no me pude resistir a guardarlo y todavía hoy lo conservo.
Un cocinero mallorquín, habitual de la Casa Real, tenía mi mismo nombre y apellidos. (Por lo visto mis alter egos se sienten a gusto en las islas)

Y todo esto de encontrase uno con su nombre sin esperarlo viene a cuento para lo que me apetecía contar desde un principio.
Ya me parece oír a algunos quejarse:" ¿Y por qué no lo cuentas desde un principio y te ahorras tanta letra, macho, que siempre te salen posts longanizas?",
Para lo cual tengo preparada una respuesta de manual: "Porque de igual forma que las longanizas van unidas por un hilo, todo argumento necesita también un hilo conductor".
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(Esos aplausos... Gracias)

Bueno, al grano ya.
En estos casi doce meses he recibido varios correos electrónicos haciendo referencia al blog; la mayoría muy halagüeños y alentadores que he agradecido enormemente. Pero hoy sólo voy a hablar de dos que me dejaron boquiabierto por aquello de "qué cosas tiene la vida".

Como muchos ya sabréis, un día escribí una entrada en la que di rienda suelta a los recuerdos de los tiempos en que fui un gran fan de ABBA. En aquel escrito, nombré a un gallego llamado Ramón Andrew que me proporcionaba boletines del grupo a través de cartas (¿es necesario que defina lo que era un carta o aún lo recordáis?) La correspondencia duró unos años y para mí suponía una alegría enorme recibir de vez en cuando aquellos sobres que contenían, en sólo dos o tres hojas, noticias, letras de canciones, entrevistas, fotos del grupo… (todo en blanco y negro porque el chaval se lo curraba montándolo como bien podía y luego lo fotocopiaba para enviarlo a los fans adscritos por toda España). De esto hace tantas décadas que ni me atrevo a contarlas. El caso es que el amigo Ramón escribió su nombre y apellidos en el buscador de Google, como todos habremos hecho alguna vez, y en la pantalla de su PC vio que aparecían dentro de un artículo sobre ABBA que pertenecía a un blog llamado A la edad del diablo. Y, claro está, flipó en colores.
Al leer todo el post se le aclaró el misterio e inmediatamente me escribió.
Mi sorpresa no fue menos grande al recibir un correo en cuyo Asunto se leía: He visto mi nombre en tu blog.
Descubrir que me lo remitía aquel gallego del que no había vuelto a saber más fue una sorpresa inimaginable.
Entonces la correspondencia continuó pero esta vez mediante correos electrónicos (no más sellos de amargo sabor, el futuro había llegado!)
Me contó que tiene tres hijos y que a la hija menor le gusta cantar las canciones de ABBA (lo mismo ocurre en mi caso; sin duda las aficiones se heredan) y me pidió que, como no quería ser famoso, borrara del blog sus dos apellidos, cosa que hice.

Pensé que había sido una muy curiosa casualidad y que no se volvería a repetir algo así pero me equivocaba.
Mi único e inolvidable viaje a Inglaterra hasta el momento quedó plasmado en otra entrada en la que nombré a dos chicas de Petrel que viajaron conmigo. Se convirtieron en buenas amigas para mí, pero después de aquello cada cual siguió su camino y hemos coincidido en muy pocas ocasiones.
Pues bien, llegó recientemente otro correo a mi bandeja que decía “Tu amiga Pepi” y me contaba lo mucho que había disfrutado rememorando aquel viaje que hicimos juntos. Sin saber de la existencia de mi blog me había encontrado casualmente en internet con sólo escribir su nombre y apellido.
¿No es increíble? A lo mejor no os lo parece tanto pero para mí es asombroso, amazing, ètonnat, pulula!! Tiene algo de magia. Uno escribe un nombre y el propietario del mismo lo encuentra, lo recoge y toca a mi puerta: ¿Me llamabas?
¿Os ha ocurrido algo parecido a vosotros?

Pensando en todo esto se me ha ocurrido un experimento: imaginaré que soy un náufrago en una isla desierta ( las islas me llaman de nuevo) y en adelante iré lanzando botellas para que floten por el ciberespacio; botellas con los nombres de aquellas personas a las que perdí la pista y me gustaría volver a saludar. Y esperar que esas botellas lleguen a la orilla de sus playas, las encuentren… y me encuentren.

¿Cómo? Ah, sí, ya sé que hay un maravilloso invento que se llama Facebook y sirve muy bien para todo esto, pero yo es que me quiero limitar al porrete de mi blog. No me atrevo con las drogas duras.

Y por hoy nada más. Se me ha acabado la cuerda… y el hilo!