Mi padre ha escrito poesía en diversas etapas a lo largo de su vida. Nunca se ocupó en recopilar todos los poemas que le venían a la cabeza, así que los tenía desperdigados por toda la casa.
En una ocasión encontré uno de aquellos poemas escrito en una servilleta de papel, fruto, imagino, de algún arrebato de inspiración que no quiso dejar en manos de la memoria.
Y yo, que siempre he sido una hormiguita recolectora de recuerdos, decidí desde aquel día reunirlos todos para guardarlos y evitar que se perdieran.
Los fui encontrando en cajones, la mayoría en hojas sueltas, en albaranes o intercalados en libretas de cuentas. Cada vez que descubría uno en un lugar inesperado, me alegraba como si hubiera hallado un tesoro. No me importaba si tenía muchos tachones o estaba incompleto; lo trasladaba sin dudar a la carpeta donde había escrito: "POESÍA PAPÁ".
Se alegró muchísimo cuando, mucho tiempo después, le dije lo que había hecho.
—Pues tuyos son, hijo mío —me dijo—. Y es posible que haya ahí algo que merezca la pena.
Es curioso porque nunca me atrajo leer ni escribir poesía. En aquellos años, devoraba novelas; me encantaba leer tanto historias reales como ficticias e incluso disfrutaba de obras de teatro. Pero el ensayo y la poesía me parecían sumamente aburridos y no me llamaban la atención.
Sin embargo, oh, misterios de la vida, un buen día me invadió una fiebre desbordante por escribir rimas. Comenzó casi como un juego, pero enseguida me atrapó la idea de ir combinando sonidos semejantes; era un ejercicio que tenía algo especial, un experimento que valía la pena explorar.
Entonces descubrí que tenía una notable habilidad para encontrar palabras que rimaran y, poco a poco, fui completando poemas de diversas extensiones y temáticas, de los cuales me sentía muy orgulloso. Esos logros tan personales e íntimos me animaban a seguir escribiendo.
Un día supe que existía un concurso anual de poesía en Petrel, el Certamen de Poesía "Paco Mollá", y me sentí tentado a participar.
Sin embargo, al leer las bases, descubrí que debía presentar un poemario con muchos más versos de los que yo tenía. De todas formas no me habría atrevido a enviar todo lo que había escrito, ya que al releer conforme pasaba el tiempo algunos de aquellos poemas, me parecían ridículos y extremadamente infantiles.
A mí me encantaban los poemas de mi padre, y a él le gustaban mucho algunos de los míos, especialmente uno que comenzaba:
"Existe un submundo azul subyugado a tus ojos/ gravitando en torno a lágrimas de escarcha...".
Juntos le dimos muchas vueltas hasta concluirlo. Nunca llegué a entenderlo del todo, era muy abstracto, pero eso me importaba poco; sonaba muy mágico al ser leído. De hecho, incluso inventé una palabra: "extasiástico". ¿Es eso hacer trampa? Puede ser, pero sonaba tan hermosa la frase "Como el roce extasiástico con la nada"...
Al año siguiente decidí presentarme al concurso escogiendo algunos poemas de mi padre, que previamente había mecanografiado, intercalándolos con otros de mi cosecha. Al poemario le puse por nombre "Poemas del viento galano".
No, no ganamos nada, ni siquiera un accésit, pero la verdad es que no le di la más mínima importancia. Hoy recuerdo todo aquello con mucha ternura. Me viene a la mente el tiempo feliz que dediqué a recopilar los poemas de mi padre y a crear los míos, entrelazándolos para formar un poemario conjunto que encuaderné y que conservo y atesoro con devoción.
Años después creé este blog, en el que apenas he escrito poesía, pero sí incluí algún poema de vez en cuando, generalmente en tono jocoso, porque lo verdaderamente divertido para mí es la rima; el simple y puro placer del juego creativo.
Pero hoy voy a concluir dejando aquí en el blog uno de aquellos poemas del viento galano. Lo escribí con 21 años. RECUERDO DE INFANCIA.
Ya entonces decía "¡Cómo han pasado los años!" (¡Alma de cántaro!)
***
Atesoro aquel recuerdo,
aquella estampa de otoño
en mi memoria, reciente.
El tiempo no lo ha empañado,
mas ya es un recuerdo viejo;
yo era un niño en el colegio.
¡cómo han pasado los años!
Llovía. Llovía tras los cristales,
el agua se oía en el patio.
La clase se hallaba en silencio,
el tiempo se había dormido,
estaba en su asiento el maestro,
absorto con algún libro.
Algún niño dibujaba,
unos pocos hacían deberes,
y a guerra de barcos jugaban
otros que estaban ausentes.
Y llovía.
Llovía afuera en el patio.
Mil gotas en los cristales
sin espacio para más,
se amontonaban iguales
y me hacían imaginar.
Y yo volando muy lejos,
y muy dichoso al instante
en que las gotas se unían
corriendo en ríos verticales.
El cielo estaba plomizo,
adentro un calor agradable,
y yo esperaba el momento
en que al salir del colegio
me recogiera mi madre,
que algún día me traía
boniatos humeantes.
Atesoro aquel recuerdo,
aquella tarde de otoño
pues fui feliz con muy poco.
Tan sólo fue suficiente
aquel lánguido aguacero
y dejar volar mi alma
entre las nubes del cielo.
Es mi recuerdo de infancia,
diluido en la distancia
con aroma a lapicero.
***
Lo que entonces no podía sospechar ni de lejos es que, gracias a una IA, en un futuro lo transformaría en canción.